– Es como llamaban antes a las piedras imán -me explicó mi madre-. Son trozos de magnetita que atraen el hierro. Hace años vi una en una atracción de feria. -Miró a mi padre, que seguía murmurando-. ¿No fue en Peleresin donde vimos la piedra imán?
– ¿Hmmm? ¿Qué? -La pregunta lo sacó de su ensimismamiento-. Sí, en Peleresin. -Volvió a pellizcarse el labio y frunció el ceño-. Recuerda esto, hijo mío, aunque olvides todo lo demás: un poeta es un músico que no sabe cantar. Las palabras tienen que encontrar la mente de un hombre si pretenden llegar a su corazón, y la mente de algunos hombres es lamentablemente pequeña. La música llega al corazón por pequeña o acérrima que sea la mente de quien la escucha.
Mi madre dio un bufido muy poco femenino.
– Qué elitista. Lo que pasa es que estás haciéndote mayor. -Dio un dramático suspiro-. Ya sé que es una tragedia, pero lo segundo que pierden los hombres es la memoria.
Mi padre infló el pecho y adoptó una pose indignada, pero mi madre lo ignoró y me dijo:
– Además, la única tradición que hace que las troupes paremos en los itinolitos es la pereza. El poema debería decir así:
Ya sea invierno o verano,
cuando voy por el camino
siempre busco algún motivo
– piedra imán o magnetita-
para hacer una paradita.
Mi padre se colocó detrás de ella, con un misterioso destello en la mirada.
– ¿Mayor? -Lo dijo en voz baja mientras empezaba a masajearle de nuevo los hombros-. Estoy dispuesto a demostrarle que se equivoca, señora.
Ella compuso una sonrisa irónica.
– Estoy dispuesta a dejar que me lo demuestre, señor.
Decidí dejarlos con su discusión y eché a correr hacia el carromato de Ben; entonces oí que mi padre me gritaba:
– ¿Practicamos escalas mañana después de comer? ¿Y el segundo acto de Tinbertin}
– De acuerdo. -Seguí corriendo.
Cuando llegué al carromato de Ben, él ya había desenganchado a Alfa y a Beta y los estaba almohazando. Me puse a encender el fuego, rodeando un montón de hojas secas con una pirámide de ramitas y ramas cada vez más gruesas. Cuando hube terminado, fui a donde Ben estaba sentado.
Más silencio. Casi lo veía escogiendo sus palabras mientras hablaba.
– ¿Qué sabes de la nueva canción de tu padre?
– ¿Esa sobre Lanre? -pregunté-. No gran cosa. Ya sabes cómo es mi padre. Nadie oye la canción hasta que está terminada. Ni siquiera yo.
– No me refiero a la canción en sí -aclaró Ben-. Me refiero a la historia que hay detrás. La historia de Lanre.
Pensé en las docenas de historias que había oído recopilar a mi padre a lo largo del año anterior, tratando de encontrar una trama común.
– Lanre era un príncipe -dije-. O un rey. Un personaje importante. Quería ser el hombre más poderoso del mundo. Vendió su alma a cambio de poder, pero entonces algo salió mal, y después creo que se volvió loco, o que nunca pudo volver a dormir, o… -Me callé al ver que Ben sacudía la cabeza.
– No vendió su alma -dijo-. Eso es una tontería. -Dio un hondo suspiro que pareció dejarlo desinflado-. No lo estoy haciendo bien. Olvídate de la canción de tu padre. Ya hablaremos de ella cuando la termine. Conocer la historia de Lanre podría proporcionarte un poco de perspectiva.
Ben respiró hondo y volvió a intentarlo.
– Imagínate a un irreflexivo crío de seis años. ¿Qué daño puede hacer?
No sabía qué tipo de respuesta quería Ben, así que esperé un momento. Pensé que lo mejor era una respuesta sencilla.
– No mucho.
– Imagínate que tiene veinte años, y que sigue siendo igual de irreflexivo. ¿Es peligroso?
Decidí ceñirme a las respuestas obvias.
– No mucho, pero más que antes.
– ¿Y si le das una espada?
Entonces lo entendí, y cerré los ojos.
– Más, mucho más. Ya lo entiendo, Ben. De verdad. El poder está bien, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y la estupidez juntos son peligrosos.
– Yo nunca te he llamado estúpido -me corrigió Ben-. Eres inteligente, eso ya lo sabemos. Pero a veces eres irreflexivo. Una persona inteligente e irreflexiva es una de las cosas más aterradoras que existen. Y lo peor es que te he estado enseñando cosas peligrosas.
Ben miró la estructura de leña que yo había preparado, cogió una hoja, murmuró unas palabras y vi cómo una pequeña llama cobraba vida en el centro, entre las ramitas y la yesca. Giró la cabeza y me miró.
– Podrías matarte haciendo algo tan sencillo como esto. -Compuso una sonrisa forzada-. O buscando el nombre del viento.
Fue a decir algo más, pero se frotó la cara con ambas manos. Exhaló un gran suspiro. Cuando apartó las manos, su rostro denotaba cansancio.
– ¿Cuántos años tienes?
– El mes que viene cumpliré doce.
Sacudió la cabeza.
– Es tan fácil olvidarlo. No te comportas conforme a tu edad. -Cogió un palo y atizó el fuego-. Yo tenía dieciocho años cuando entré en la Universidad -dijo-. Hasta los veinte no supe todo lo que sabes tú. -Se quedó mirando el fuego-. Lo siento, Kvothe. Esta noche necesito estar solo. Necesito pensar.
Asentí en silencio. Subí a su carromato, cogí un trébede y un hervidor, agua y té. Bajé y lo dejé todo al lado de Ben. Él seguía contemplando el fuego cuando me marché.
Como sabía que mis padres no me esperaban hasta más tarde, me fui al bosque. Yo también necesitaba pensar. Le debía eso a Ben. Me habría gustado poder hacer algo más.
Ben tardó todo un ciclo en volver a ser el de siempre. Pero nuestra relación se resintió. Todavía éramos muy amigos, y sin embargo había algo que se interponía entre nosotros. Yo me daba cuenta de que Ben se estaba separando deliberadamente de mí.
Nuestras lecciones casi se interrumpieron. Ben dejó de enseñarme rudimentos de alquimia, limitándose a la química. Se negó a enseñarme sigaldría y, por si fuera poco, empezó a racionar la poca simpatía que consideraba prudente enseñarme.
A mí me irritaba ese retraso, pero me lo tomé con calma, confiando en que si le demostraba que era responsable, meticuloso y sensato, él acabaría relajándose y las cosas volverían a la normalidad. Éramos de la familia, y yo sabía que cualquier problema que hubiera entre nosotros acabaría solucionándose. Lo único que necesitaba era tiempo.
No sospechaba que nuestro tiempo se estaba agotando.
15 Espectáculos y despedidas
La ciudad se llamaba Hallowfell. Paramos unos días allí porque había un buen taller, y casi todos nuestros carromatos necesitaban algún tipo de reparación. Mientras esperábamos, Ben recibió una oferta que no pudo rechazar.
Ella era una viuda muy rica y muy joven, y, para mis inexpertos ojos, muy atractiva. La historia oficial era que necesitaba un tutor para su hijo. Sin embargo, cualquiera que los hubiera visto paseando juntos se habría dado cuenta de la verdad que se escondía detrás de esa historia.
Era la viuda del cervecero, que se había ahogado dos años atrás. Ella intentaba seguir llevando la fábrica de cerveza lo mejor que podía, pero en realidad no tenía los conocimientos necesarios…
Como veréis, no creo que nadie le hubiera podido tender una trampa mejor a Ben.
La troupe cambió de planes y nos quedamos en Hallowfell unos cuantos días más. Hicimos coincidir mi duodécimo cumpleaños con la fiesta de despedida de Ben.
Para haceros una idea de cómo fue ese día, debéis tener en cuenta que no hay nada más espectacular que una troupe que actúa para sí misma. Los buenos artistas procuran que cada función parezca única, pero no podemos olvidar que el espectáculo que están representando para nosotros es el mismo que han representado centenares de veces ante otros públicos. Hasta las troupes más profesionales tienen una función deslucida de vez en cuando, sobre todo cuando saben que nadie lo va a notar.
Читать дальше