– Así ¿qué? ¿Te has divertido esta noche con Isabelle? -Clary, con el teléfono pegado a la oreja, avanzaba con cuidado de una larga barra de equilibrios a otra. Las barras de equilibrios estaban montadas a seis metros de altura, colgadas de las vigas de la buhardilla del Instituto, donde estaba instalada la sala de entrenamiento. El objetivo de aprender a caminar por las barras era dominar el sentido del equilibrio. Y Clary las odiaba. Su miedo a las alturas la ponía enferma, a pesar de que llevaba atada a la cintura una cuerda flexible que supuestamente le impediría estamparse contra el suelo en caso de que se produjese una caída-. ¿Le has contado ya lo de Maia?
Simon respondió con un débil sonido evasivo que Clary interpretó como un «no». Se oía música de fondo y se lo imaginó tendido en la cama, con el equipo de música a bajo volumen. Parecía agotado, ese agotamiento que calaba en los huesos y que daba a entender que su tono de voz frívolo no estaba en consonancia con su estado anímico. Al principio de la conversación, Clary le había preguntado varias veces si se encontraba bien, pero él se había limitado a restarle importancia a su preocupación.
Entonces ella le espetó:
– Estás jugando con fuego, Simon. Confío en que lo sepas.
– Pues no lo sé. ¿De verdad te parece tan importante? -La voz de Simon sonó entonces quejumbrosa-. En ningún momento he hablado ni con Isabelle ni con Maia acerca de la exclusividad de nuestra relación.
– Déjame decirte algo sobre las chicas en general. -Clary se sentó en la barra de equilibrios con las piernas colgando. Las ventanas en forma de media luna de la buhardilla estaban abiertas y entraba por ellas el gélido aire nocturno, enfriando su piel sudada. Siempre había pensado que los cazadores de sombras se entrenaban vestidos con su resistente equipo de cuero, pero resultó que lo empleaban únicamente para una formación posterior, cuando ya practicaban con armas. Para el entrenamiento que estaba realizando -ejercicios destinados a aumentar su flexibilidad, velocidad y sentido del equilibrio-, Clary iba vestida con una simple camiseta de tirantes y un pantalón con goma en la cintura que le recordaba la vestimenta que se utiliza en los quirófanos-. Aunque no hayáis hablado sobre exclusividad, se volverán locas si algún día llegan a descubrir que estás saliendo con otra a la que, además, ellas conocen, y no se lo has dicho. Es una regla básica para salir con chicas.
– ¿Y por qué se supone que yo debería conocer esta regla?
– Porque todo el mundo la conoce.
– Creía que estabas de mi lado.
– ¡Y estoy de tu lado!
– Y entonces ¿por qué no te muestras más comprensiva?
Clary cambió el teléfono de oreja y observó las sombras que se abrían por debajo de ella. ¿Dónde estaba Jace? Había ido a buscar otra cuerda y había dicho que volvía en cinco minutos. Si la sorprendía hablando por teléfono allá arriba la mataría, seguro. Jace supervisaba pocas veces su entrenamiento -lo hacían normalmente Maryse, Robert o alguno de los otros miembros del Cónclave de Nueva York hasta que encontrasen un sustituto para el antiguo tutor del Instituto, Hodge-, pero cuando lo hacía, se lo tomaba muy en serio.
– Porque -respondió- tus problemas no son en realidad problemas. Estás saliendo a la vez con dos chicas guapas. Piénsalo bien. Eso son… problemas típicos de una estrella del rock.
– Tener los problemas típicos de una estrella del rock será probablemente lo más cerca que pueda estar nunca de ser una estrella del rock de verdad.
– Nadie te dijo que bautizaras a tu banda con el nombre de Molde Jugoso, amigo mío.
– Ahora nos llamamos Pelusa del Milenio -dijo Simon en tono de protesta.
– Mira, piénsatelo antes de la boda. Si ambas creen que van a asistir contigo a la boda y descubren que estás saliendo a la vez con las dos, te matarán. -Se levantó-. Y la boda de mi madre se irá a paseo y entonces será ella quien te mate a ti. De modo que morirás dos veces. Bueno, tres, ya que técnicamente…
– ¡En ningún momento le he dicho a ninguna de las dos que vaya a ir a la boda con ellas! -La voz de Simon sonó presa del pánico.
– Ya, pero están esperando a que se lo digas. Las chicas tienen novio para eso. Para tener a alguien que las lleve a actos aburridos. -Clary avanzó hasta el extremo de la barra de equilibrios con la mirada fija en las sombras que la luz mágica proyectaba abajo. En el suelo había un antiguo círculo de entrenamiento pintado con tiza; parecía una diana-. En cualquier caso, ahora tengo que saltar de esta horrible barra y muy posiblemente abocarme a una muerte atroz. Hablamos mañana.
– Recuerda que tengo ensayo con la banda a las dos. Nos vemos allí.
– Hasta entonces. -Colgó y se guardó el teléfono en el interior del sujetador; la ropa de entrenamiento era tan ligera que no tenía bolsillos, ¿qué otra solución le quedaba?
– ¿Tienes pensado quedarte toda la noche allá arriba? -Jace irrumpió en el centro de la diana y levantó la vista hacia ella. Iba vestido con el equipo de lucha, no con la ropa de entrenamiento que llevaba Clary, y su cabello rubio destacaba en la negrura. Se había oscurecido levemente desde finales de verano y había adquirido un matiz de oro oscuro, algo que, en opinión de Clary, le quedaba incluso mejor. Se sentía absurdamente feliz de conocerlo ya lo bastante como para percatarse de aquellos sutiles cambios en su aspecto.
– Creía que ibas a subir -le gritó ella desde arriba-. ¿Cambio de planes?
– Es una larga historia -le respondió él, sonriente-. ¿Y bien? ¿Quieres practicar volteretas?
Clary suspiró. Practicar volteretas quería decir lanzarse al vacío desde la barra y utilizar la cuerda flexible para sujetarse mientras se apoyaba en las paredes para empujarse y dar volteretas. Era el modo de aprender a dar vueltas sobre sí misma, lanzar patadas y esquivar golpes sin tener que preocuparse por la dureza del suelo y los moratones. Había visto cómo lo hacía Jace, que parecía un ángel cuando volaba por los aires, girando sobre sí mismo y revolviéndose con la preciosa elegancia de un bailarín clásico. Pero ella se retorcía como un escarabajo de la patata en cuanto veía que se acercaba al suelo, y el hecho de que en su cabeza supiese que no iba a impactar contra él, no servía de nada.
Empezaba a preguntarse si tenía alguna importancia que hubiese nacido cazadora de sombras; tal vez era demasiado tarde para convertirse en una más de ellos, en una que fuera plenamente operativa. O tal vez fuera que el don que había convertido a Jace y a ella en lo que eran estaba distribuido de forma desigual entre ellos, de tal modo que él se había quedado con todos los atributos físicos y ella con… bueno, con poca cosa.
– Vamos, Clary -dijo Jace-. Salta. -Clary cerró los ojos y saltó. Se sintió por un momento suspendida en el aire, libre de cualquier cosa. Pero acto seguido la gravedad se apoderó de ella y se precipitó hacia el suelo. Recogió por instinto brazos y piernas y mantuvo los ojos cerrados con fuerza. La cuerda se tensó y Clary rebotó y subió hacia arriba antes de volver a caer. No abrió los ojos hasta que la velocidad aminoró y se encontró balanceándose en el extremo de la cuerda, a un metro y medio por encima de Jace, que sonreía.
– Bien -dijo Jace-. Tan elegante como la caída de un copo de nieve.
– ¿He gritado? -preguntó ella con franca curiosidad-. Mientras caía, quiero decir.
Jace movió afirmativamente la cabeza.
– Por suerte no hay nadie en casa; cualquiera hubiera pensado que estaba asesinándote.
– ¡Ja! Si ni siquiera puedes alcanzarme. -Lanzó una patada al aire y empezó a girar perezosamente en el mismo.
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