Cassandra Clare - Ciudad de los ángeles caídos

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Ciudad de los ángeles caídos: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro, escrito por Cassandra Clare, es el cuarto de la colección de Los Instrumentos Mortales. Es mucho más detallista que los anteriores y el final es espectacular pese a que hace visible que no es el último libro de la colección. Tiene de todo y te engancha desde el principio hasta el final, y es segun mi punto de vista incluso mejor que los anteriores. Contiene mucho misterio, acción, emoción y sentimiento, y está escrito de una manera que mezcla en uno la curiosidad y el sentimiento. Te hace sentir las cosas como si fueses uno de los protagonistas.
Jace y Clary sin duda vuelven a acaparar la atención del lector, pero en ningun momento el libro se hace cansino o soso. Si os habeis leido los libros anteriores descubrireis que este es mucho mejor, y si os gusta os recomiendo que os leais "Shadow Web" de N.M. Browne. Son los dos libros escritos, sobre todo, para chicas jóvenes y recomiendo fuertemente que sean leidos en su idioma original: el ingles. El título original de "Ciudad de Ángeles Caidos" es "City of Fallen Angels" y merece la pena leerlo (es uno de los mejores libros de su estilo), sobre todo en ingles aunque en español no le falta la emoción, etc, del original; pero en España saldrá dentro de, más o menos, un año. Espero que os guste ya que a mi me ha encantado.

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– Entiendo -dijo Isabelle, cuya voz sonaba de pronto enérgica y fría-. Pues sí, como iba diciendo, se mostró muy cariñoso. Aunque tal vez un poco demasiado cariñoso. Puede acabar resultando pesado. -Guardó los guantes en el bolsillo-. De todas maneras, no es nada permanente. No es más que un rollo, por ahora.

El sentido de culpabilidad de Clary se esfumó.

– ¿Habéis hablado sobre el tema de no salir con otros?

Isabelle se quedó horrorizada.

– ¡Por supuesto que no! -Y a continuación bostezó, estirando los brazos por encima de la cabeza, con gesto felino-. Me voy a la cama. Nos vemos, tortolitos.

Y se marchó, dejando a su paso una calinosa bruma de perfume de jazmín.

Jace miró a Clary. Había empezado a aflojarse las hebillas de su equipo, que se cerraba en las muñecas y en la espalda, formando un escudo protector por encima de sus prendas.

– Supongo que tienes que volver a casa.

Ella asintió de mala gana. Conseguir que su madre accediera a que iniciara su formación como cazadora de sombras había generado de entrada una discusión larga y desagradable. Jocelyn se había mantenido en sus trece, argumentando que se había pasado la vida tratando de mantener a Clary alejada de la cultura de los cazadores de sombras, que consideraba, además de violenta, peligrosa, aislacionista y cruel. Clary le había explicado que la situación había cambiado desde que Jocelyn era joven y que, de todos modos, tenía que aprender a defenderse.

– Espero que no sea sólo por Jace -le había dicho finalmente Jocelyn-. Sé muy bien lo que es estar enamorada. Quieres estar allí donde está tu amor y hacer lo mismo que él hace, pero, Clary…

– Yo no soy tú -había replicado Clary, luchando por controlar su rabia-, los cazadores de sombras no son el Círculo, y Jace no es Valentine.

– Yo no he mencionado a Valentine.

– Pero es lo que estás pensando -había dicho Clary-. Por mucho que Valentine fuera quien criara a Jace, éste no se le parece en nada.

– Espero que así sea -había dicho Jocelyn en voz baja-. Por el bien de todos. -Y al final había cedido, aunque imponiendo algunas reglas.

Clary no viviría en el Instituto, sino con su madre en casa de Luke; Jocelyn recibiría informes semanales por parte de Maryse que le garantizaran que Clary estaba aprendiendo y no solamente, suponía Clary, comiéndose con los ojos a Jace el día entero, o haciendo lo que fuera que preocupara tanto a su madre. Y Clary no pasaría las noches en el Instituto, nunca jamás.

– Nada de dormir en casa del novio -había declarado con firmeza Jocelyn-. Y me da lo mismo que esa casa sea el Instituto. Ni hablar.

«Novio.» Seguía sorprendiéndole la mención de esa palabra. Durante mucho tiempo le había parecido completamente imposible que Jace pudiera llegar a ser su novio, que pudieran ser otra cosa que no fuera hermano y hermana, y enfrentarse a eso había resultado duro y terrible. No volver a verse más, habían decidido, habría sido mejor que aquello, y habría sido como morir. Pero después, por obra y gracia de un milagro, habían quedado libres. Habían transcurrido ya seis semanas y Clary no se había cansado aún de aquella palabra.

– Tengo que volver a casa -dijo-. Son casi las once y mi madre se pone histérica si sigo aquí pasadas las diez.

– De acuerdo. -Jace depositó en la bancada su equipo, o mejor dicho, la parte superior del mismo. Debajo llevaba una camiseta fina y Clary vislumbró las Marcas, como tinta difuminada bajo un papel mojado-. Te acompañaré hasta la puerta.

Atravesaron el silencioso Instituto. En aquel momento no había hospedado en el edificio ningún cazador de sombras procedente de otra ciudad, y con Hodge y Max desaparecidos para siempre, y Alec de viaje con Magnus, Clary tenía la sensación de que los Lightwood que quedaban allí eran como los ocupantes de un hotel prácticamente vacío. Le gustaría que los demás miembros del Cónclave frecuentaran más a menudo el lugar, pero se imaginaba que en aquellos momentos preferían concederles un poco de tiempo a los Lightwood. Tiempo para recordar a Max, y tiempo para olvidar.

– ¿Has tenido últimamente noticias de Alec y de Magnus? -preguntó-. ¿Se lo están pasando bien?

– Eso parece. -Jace sacó su teléfono móvil del bolsillo y se lo pasó a Clary-. Alec no para de enviarme fotos pesadas. Con comentarios del tipo: «Ojalá estuvieras aquí… pero no lo digo en serio».

– No te lo tomes a mal. Se supone que tienen que ser unas vacaciones románticas. -Fue pasando las fotografías guardadas en el teléfono de Jace sin parar de reír. Alec y Magnus delante de la Torre Eiffel, Alec con tejanos, como siempre, y Magnus con un jersey de rayas marineras, pantalones de cuero y la típica boina. En Florencia, en los jardines de Boboli, Alec de nuevo con sus tejanos y Magnus con una capa veneciana que le quedaba enorme y sombrero de gondolero en la cabeza. Parecía el Fantasma de la Ópera. Delante del Prado, Magnus con una brillante chaqueta torera y botas de plataforma, con Alec en el fondo dándole de comer tranquilamente a una paloma.

– Te lo quito antes de que llegues a la parte de la India -dijo Jace, recuperando el teléfono-. Magnus envuelto en un sari. Hay cosas inolvidables.

Clary rió con ganas. Habían llegado al ascensor, que abrió su estrepitosa puerta de reja después de que Jace pulsara el botón. Clary entró, con Jace pisándole los talones. En el instante en que el ascensor empezó a bajar -Clary pensaba que jamás se acostumbraría al estremecedor bandazo que acompañaba el inicio del descenso-, Jace se acercó a Clary en la penumbra y la atrajo hacia él. Ella le acarició el torso, palpando la dura musculatura que ocultaba la camiseta, y el latido del corazón de Jace por debajo. El brillo de sus ojos destacaba a pesar de la tenue luz.

– Siento no poder quedarme -murmuró.

– No lo sientas. -El matiz quebrado de su voz la tomó por sorpresa-. Jocelyn no quiere que seas como yo. Y la comprendo.

– Jace -dijo ella, perpleja por la amargura de su voz-, ¿estás bien?

Pero en lugar de responderle, la besó, atrayéndola hacia él. La empujó contra la pared del ascensor, con el metal del frío espejo pegándose a la espalda de ella, las manos de él rodeándole la cintura, buscando debajo del jersey. A ella le encantaba cómo la abrazaba. Con delicadeza, pero nunca con un exceso de suavidad que le hiciera sentir que controlaba la situación más que ella. Ninguno de los dos era capaz de controlar sus sentimientos, y a Clary le gustaba eso, le gustaba sentir el corazón de Jace palpitando con fuerza junto al suyo, le gustaba cómo murmuraba él pegado a su boca cuando ella le devolvía sus besos.

El ascensor se detuvo con un traqueteo y a continuación la puerta se abrió. Clary contempló la nave vacía de la catedral, la luz trémula de una hilera de candelabros que recorría el pasillo central. Se abrazó a Jace, contenta de que la escasa luz del ascensor le impidiera ver su cara ardiente reflejada en el espejo.

– Tal vez podría quedarme -susurró-. Sólo un poquito más.

Él no dijo nada. Clary notó la tensión en su cuerpo y también se tensó. Pero era algo más que la pura presión del deseo. Jace estaba temblando, su cuerpo entero se estremecía cuando enterró la cara en el hueco de su cuello.

– Jace -dijo ella.

Entonces él la soltó, de repente, y dio un paso atrás. Tenía las mejillas encendidas, los ojos enfebrecidos.

– No -dijo él-. No quiero darle a tu madre un motivo más para que me odie. Ya es bastante con que me considere casi la reencarnación de mi padre…

Se interrumpió antes de que Clary pudiera decirle: «Valentine no era tu padre». Jace se cuidaba habitualmente mucho de referirse a Valentine Morgenstern por su nombre, y si alguna vez mencionaba a Valentine, nunca lo hacía como «mi padre». Era un tema que no solían tocar y Clary nunca había reconocido ante Jace que lo que le preocupaba a su madre era que en el fondo fuera igual que Valentine, pues sabía que sólo sugerírselo le haría mucho daño. Clary hacía todo lo posible para mantenerlos separados.

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