– ¿Y si no fue con vudú?
– Entonces sería un reanimador. Una vez más, hay que buscar sangre seca, y puede que un animal muerto. Eso no deja tantos indicios y es más fácil de disimular.
– ¿Estás segura de que es un zombi o algo parecido? -preguntó.
– No sé qué podría ser si no. Creo que debemos partir de la base de que es un zombi; eso nos da un sitio que inspeccionar y algo que buscar.
– Pero si no es un zombi, no tenemos ninguna pista.
– Exactamente.
– Espero que tengas razón, Anita -dijo con una sonrisa forzada.
– Yo también.
– Si procede de aquí, ¿puedes averiguar de qué tumba salió?
– Es posible.
– ¿Posible?
– Sí, posible. La reanimación no es una ciencia exacta. A veces puedo captar los muertos bajo tierra, percibir la inquietud, saber cuándo murieron sin necesidad de mirar la lápida. Otras veces no puedo.
– Te prestaremos tanta ayuda como podamos.
– Tengo que esperar a que anochezca. Mis… poderes funcionan mejor de noche.
– Aún faltan varias horas. ¿No puedes hacer nada hasta entonces?
– No -dije tras pensarlo un momento-. Lo siento, pero no.
– De acuerdo. ¿Volverás esta noche?
– Sí.
– ¿A qué hora? Mandaré a unos hombres.
– No sé cuándo voy a venir, ni cuánto voy a tardar. Puede que me pase varias horas vagando por aquí sin encontrar nada.
– Y también puede…
– Que me encuentre con el bicho que buscamos.
– Necesitarás refuerzos, por si acaso.
– Ya, pero las balas no le harán nada, ni aunque sean de plata.
– ¿Con qué podríamos detenerlo?
– Con lanzallamas. Los exterminadores barren con napalm los túneles infestados de algules.
– No tenemos de eso.
– Mándame un equipo de exterminadores.
– Buena idea. -Lo apuntó en la libreta.
– Necesito que me hagas un favor -dije.
– ¿Qué? -preguntó alzando la vista.
– A Peter Burke lo mataron de un tiro. Su hermano me ha pedido que averigüe si la policía ha hecho progresos.
– Sabes que no podemos facilitar esa información.
– Ya, pero puedes decirme algo que le pueda contar a John Burke. Lo suficiente para que pueda seguir en contacto con él.
– Parece que haces buenas migas con todos los sospechosos.
– Sí.
– Veré si averiguo algo en Homicidios. ¿Sabes en qué jurisdicción lo encontraron?
– No, pero puedo enterarme. Así tendré una escusa para volver a hablar con Burke.
– Dices que es sospechoso de asesinato en Nueva Orleans.
– Aja.
– Y que es posible que haya hecho esto. -Señaló la sábana con la cabeza.
– Sí.
– Ten mucho cuidado, Anita.
– Siempre lo tengo.
– Llámame esta noche en cuanto puedas. No me apetece tener a mis hombres cobrando horas extras cruzados de brazos.
– En cuanto pueda. Para venir tendré que cancelar tres citas de trabajo. -Le iba a dar otro disgusto a Bert; por fin una perspectiva agradable.
– ¿Por qué no se ha comido más del niño? -preguntó Dolph.
– Ni idea.
– Bueno, nos vemos esta noche.
– Saluda a tu mujer de mi parte. ¿Qué tal le van los estudios?
– Ya le queda menos. Se licenciará antes de que nuestro hijo pequeño sea ingeniero.
– Estupendo. -El viento volvió a agitar la sábana, y una gota de sudor me cayó por la frente. No estaba de humor para andar de cháchara-. Hasta luego -dije, y empecé a bajar por la pendiente. Me detuve al cabo de unos pasos y me volví-. ¿Dolph?
– ¿Sí?
– Si es un zombi, no se parece a nada que conozca, y puede que siga otras pautas. Puede que sí que se levante de la tumba, como los vampiros. Si envías al equipo de exterminadores y a los policías de refuerzo antes de que anochezca, quizá lo pillen despertándose y puedan capturarlo.
– ¿Te parece probable?
– No, sólo posible -dije.
– No sé cómo voy a justificar las horas extras, pero vale.
– Vendré en cuanto pueda.
– ¿Puede haber algo más importante que esto? -me preguntó.
– Nada que quieras saber -contesté con una sonrisa.
– Haz la prueba. -Negué con la cabeza, y él asintió-. Esta noche en cuanto puedas.
– Eso mismo.
El inspector Perry me acompañó en el camino de vuelta, no sé si por educación o por alejarse del cuerpo del delito. No me extrañaba.
– ¿Qué tal está tu mujer?
– Nuestro primer hijo nacerá dentro de un mes.
– No lo sabía. -Lo miré, sonriente-. Felicidades.
– Gracias. -Su expresión se ensombreció, y un ceño le juntó las cejas-. ¿Crees que conseguiremos encontrar a ese bicho antes de que vuelva a matar?
– Eso espero.
– ¿Qué probabilidades tenemos?
No sabía si quería una mentira piadosa o la verdad. Opté por lo segundo.
– No tengo ni la menor idea. -Esperaba que dijeras otra cosa. -Te aseguro que yo también.
¿Podía haber algo más importante que capturar al monstruo que había destripado a todos los miembros de una familia? Pues no, desde luego, pero aún faltaba tiempo para que se hiciera de noche, y tenía otros problemas. Por ejemplo, que Tommy iría a ver a Gaynor para darle mi respuesta, y que no me parecía probable que Gaynor lo dejara correr. Necesitaba información; tenía que saber hasta dónde estaría dispuesto a llegar. Un periodista, eso: necesitaba un periodista. Había llegado el momento de recurrir a Irving Griswold.
Irving tenía uno de esos cubículos de colores claros que hacen las veces de despacho: no tenía techo ni puerta, pero sí paredes. Su metro sesenta ya es suficiente motivo para que me caiga bien: no estoy acostumbrada a ver hombres de mi estatura. Tenía una tonsura que parecía el centro de una margarita, y su pelo frito de color castaño hacía las veces de pétalos. Llevaba una camisa blanca arremangada por encima de los codos y se había aflojado la corbata. Con su cara redonda de mejillas sonrosadas, parecía un querubín alopécico. No tenía aspecto de hombre lobo, pero lo era. Ni siquiera los licántropos se libran de quedarse calvos.
Ninguno de sus compañeros del Saint Louis Post-Dispatch sabía que era un cambiaformas. Es una enfermedad, sí, y discriminar a los licántropos es ilegal, igual que a los seropositivos, pero eso tampoco garantiza nada. Puede que la dirección del periódico fuera abierta de miras, pero yo estaba con él: más vale curarse en salud.
Me asomé a la puerta de su cubículo y lo vi sentado a la mesa.
– ¿Qué hay de nuevo, vieja? -dijo a modo de saludo.
– ¿De verdad te crees gracioso, o lo haces por tocar los cojones?
– Soy graciosísimo -contestó con una amplia sonrisa-. Pregúntale a mi novia.
– En eso estaba yo pensando.
– ¿Qué te cuentas, Blake? Y por favor, no me digas que es una de esas cosas que no puedo publicar.
– ¿Te gustaría que te diera una primicia sobre la legislación que regula las actividades con zombis?
– Puede -contestó entrecerrando los ojos-. ¿Qué quieres a cambio?
– Algo que no puedes publicar, al menos por ahora.
– Me lo temía. -Me miró con cara de reproche-. Adelante.
– Necesito toda la información que puedas conseguir sobre Harold Gaynor.
– No me suena de nada. ¿Debería? -Había perdido el semblante risueño y estaba muy concentrado: olfateaba un reportaje.
– No veo por qué -dije con precaución-. ¿Puedes conseguirme algo?
– ¿A cambio de lo de los zombis?
– Te llevaré a todas las empresas que usan zombis. Puedes ir con un fotógrafo, para que saque a los cadáveres trabajando.
– Una serie de reportajes con imágenes vagamente escabrosas. -Sus ojos se iluminaron-. Y tú entre los zombis, toda maqueada: la bella y la bestia. Seguro que mi redactor jefe compra.
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