…era un chico guapo con un brillante futuro, loada fuera la Ley. Era ya el aprendiz del párroco y con un poco de suerte, y con los ahorros de su madre, incluso podrían enviarle a estudiar a Finismundi, a la Ciudad Universal. En resumidas cuentas, era de lo mejorcito de Malbry, y por eso se encontraba allí, espiando a la chica y a su compinche, el Bárbaro, sin ningún amigo a su lado, como un chivato, un pensamiento de lo más irritante. Se arrastró un poco más cerca de la base de la piedra y aguzó el oído a fin de captar algo secreto, algo importante, algo con lo que luego pudiera zaherirla.
Su sonrisa se ensanchó de forma notable cuando oyó la parte relativa al tesoro de debajo de la colina. Aquello daba mucho juego para poder burlarse de ella. «Trasguita -pensaba mofarse-, ¿has encontrado ya algo de oro para comprarte un vestido nuevo? ¿Has pillado un anillo de Faerie, trasguita?»
La idea era tan excitante que estuvo a punto de salir de su escondrijo en ese momento, pero estaba solo, y de repente la chica y el Bárbaro no parecían tan divertidos como cuando Adam se encontraba con sus compinches. De hecho, parecían casi peligrosos, y él estaba muy contento de hallarse a salvo y fuera de su vista detrás de la piedra grande.
Su júbilo se duplicó en cuanto escuchó lo del Susurrante. Él no quería guardar relación alguna con reliquias de la Era Antigua, por muy valiosas que pudieran ser, ya que de cualquier modo, probablemente estarían malditas o poseídas por algún demonio. Adam se felicitó y se habría dado abrazos de alegría en cuanto se abrió la colina de no ser porque lo extraño le causaba verdadero pavor, y estaba claro que Maddy y su amigo tuerto se habían pasado de la raya en esta ocasión.
¡Abrir la Colina al Trasmundo! Nat Parson seguramente tendría alguna palabra bien fuerte que decir al respecto. Incluso Matt Law, que no sentía demasiada simpatía por el párroco, se vería forzado a admitir que esta vez la hija menor del herrero había ido demasiado lejos. No había forma de ignorar una violación tan descarada de las leyes asentadas en el Buen Libro.
Esto significaría el final de la pequeña bruja de una vez por todas. Los habitantes de Malbry habían tolerado sus peculiaridades durante mucho tiempo en consideración a su padre, pero este uso de la magia era un crimen serio, y Maddy tendría que ser examinada, o incluso depurada, en cuanto Adam cumpliera con su obligación, como estaba decidido a hacer, de informar a Nat Parson.
Adam nunca había visto una Depuración real. Esas cosas no sucedían mucho fuera de Finismundi, pero «la civilización sigue extendiéndose», como decía el párroco tan a menudo, y era sólo cuestión de tiempo el que el Orden estableciera un puesto de avanzada al alcance de Malbry. Eso no ocurriría lo suficientemente pronto para Adam. El final de la magia; la colina excavada, con sus demonios quemados y el Orden restaurado en el valle del Strond.
Empezó a adormilarse detrás de la roca conforme pasaba el tiempo sin que ocurriera nada y al final se quedó amodorrado hasta que Maddy abrió por fin el Ojo del Caballo, momento en que se despertó sobresaltado y profirió un sofocado grito de asombro. El Tuerto levantó la cabeza, con los dedos torcidos, y de pronto Adam estuvo seguro de que el Bárbaro era capaz de ver de verdad a través del viejo granito de la piedra caída y sus ojos podían llegar hasta su escondrijo.
El joven se sintió dominado por un gran pavor y se aplastó aún más contra el suelo, casi esperando escuchar los pesados pasos dirigirse hacia él a través de la colina.
Pero no sucedió nada.
Adam se fue relajando a medida que pasaban los segundos y recobró su arrogancia natural en cuanto quedó claro que no le habían visto. Intentó convencerse de que lo que le había puesto nervioso era aquel lugar, esa colina, con sus fantasmas y sus ruidos. No tenía miedo del pillo tuerto. Y esa niña no le asustaba, desde luego.
En cualquier caso, ¿qué hacía ella ahí arriba con la mano en alto? El muchacho únicamente era capaz de distinguir su sombra en la hierba y no había forma de que pudiera adivinar que ella estaba usando Bjarkán ni que ahora estaba viendo al acosador, encorvado contra la piedra caída, con el rostro confuso por el miedo y la malicia.
Maddy no necesitaba hacer un gran esfuerzo de imaginación para suponer qué hacía allí su enemigo. Lo entendió todo al primer golpe de vista. Contempló sus colores y gracias a ellos supo cómo la había seguido, cómo los había espiado a ella y al Tuerto. También se enteró de que pensaba regresar al pueblo para contar lo que había averiguado con el propósito de echarlo todo a perder, tal y como había hecho siempre con todo lo demás.
Y ahora su cólera encontró al fin un objetivo. No se lo pensó dos veces y con la runiforma bastarda relumbrando con fuerza en la palma, proyectó la ira y la voz hacia el chico acuclillado con la misma saña con la que Adam la había apedreado tantas veces.
Actuó por instinto. Su grito barrió la colina y precisamente en ese mismo instante hubo un relámpago de luz y un crujido ensordecedor cuando la piedra erguida se partió en dos y las esquirlas de roca se dispersaron por la cima de la colina.
Adam Scattergood se quedó allí, agachado entre las dos mitades de la piedra rota, con el rostro del color del queso fresco y una mancha de humedad extendiéndose por la entrepierna de sus finos pantalones de sarga.
Maddy no pudo evitarlo y se echó a reír. El ataque la había dejado casi tan aterrorizada como al mismo Adam, pero aun así, vinieron las carcajadas y no era capaz de parar, mientras el chico la miraba, primero con miedo, luego sobrecogido, y finalmente, tan pronto como se dio cuenta de que no estaba herido, con un odio ciego y amargo.
– Lo lamentarás, bruja -tartamudeó, irguiéndose tembloroso-. Les diré a todos lo que estáis planeando. Les diré que intentaste asesinarme.
Sin embargo, ella estaba totalmente descontrolada y no dejó de reír a mandíbula batiente. Le rodaron unos lagrimones por las mejillas y le dolía el estómago de tanto carcajearse, pero las risotadas le estaban sentando demasiado bien como para refrenarse. Al final, apenas era capaz de respirar y estuvo a punto de asfixiarse. El rostro de Adam adquirió un rictus cada vez más sombrío. Abandonó el círculo de piedras, huyó ladera abajo y se alejó de la colina en dirección al camino de Malbry. Ni Maddy ni el Tuerto hicieron intento alguno por detenerle.
En ese momento, Maddy se acercó a la piedra partida. Las risotadas se le pasaron tan pronto como habían venido y se sintió algo vacía y un poco mareada. La roca de granito tenía un metro de alto y casi lo mismo de ancho, y sin embargo se había fraccionado limpiamente en dos. Acarició el bisel rugoso de la rasgadura dentro de la cual brillaban de forma desperdigada las pepitas de mica.
– Vaya, vaya, de modo que puedes lanzar rayos mentales -comentó el Tuerto, que la había seguido-. Bien hecho, Maddy. Con un poco de práctica, ésta puede ser una habilidad de lo más útil.
– Yo no he lanzado nada -repuso Maddy, algo atontada-. Me limité a gritar, pero no le lancé una runa, era algo sin sentido, sólo gritar por gritar, como hoy en la bodega.
El Tuerto esbozó una sonrisa.
– El sentido es un concepto del Orden -le explicó-. El lenguaje del Caos carece de sentido por definición.
– ¿El lenguaje del Caos? -retrucó Maddy-, pero yo no lo conozco. Nunca he oído hablar de él…
– Sí, sí lo has oído -respondió el Tuerto-. Lo llevas en la sangre.
Maddy dirigió la vista al pie de la colina, donde la distante figura de Adam Scattergood se iba empequeñeciendo a lo largo del camino que conducía a Malbry. El fugitivo daba rienda suelta a su rabia de vez en cuando y profería agudos gritos mientras corría.
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