Margaret Weis - La guerra de los enanos

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»Para cualquiera salvo yo mismo, claro. Nadie es admitido en sus dependencias, mas los custodios no prohibirán que salga uno de nosotros, por ejemplo tú, Caramon. Irás a Palanthas, donde comprarás comida y ropa. Aunque podría crearlas mediante la magia, no deseo malgastar energías entre este momento y el día en que atraviese el Portal…, es decir, atravesemos, ya que Crysania vendrá conmigo.

El hombretón lo miró estupefacto, antes de examinar la chamuscada ventana y rememorar las historias tantas veces oídas acerca del ominoso bosque al que ésta se asomaba.

—Te protegeré a través de un hechizo —lo tranquilizó Raistlin al leer el terror en sus dilatadas pupilas—. Es imprescindible la asistencia de un sortilegio, aunque no para cruzar el Robledal. El interior de la mole encierra más riesgos, a causa de los centinelas espectrales. Es verdad que me obedecen, pero son voraces y tu sangre fresca, revitalizadora. No salgas de esta habitación sin mí, bajo ningún pretexto. Tampoco tú, sacerdotisa.

—¿Dónde está ese Portal misterioso? —indagó Caramon de manera abrupta.

—En el laboratorio, en la cúspide de la Torre —explicó el nigromante—. Todos los accesos arcanos fueron construidos en el lugar más seguro que pudieron concebir los magos porque, como ya habrás adivinado, son tremendamente peligrosos.

—Sospecho que los brujos siempre se han metido en terrenos que deberían quedar inviolados —gruñó el guerrero—. En nombre de los dioses, ¿cómo se les ocurrió crear una vía de comunicación con el Abismo?

Uniendo las puntas de los dedos, Raistlin se situó frente a las llamas y comenzó a hablar con la mirada fija en ellas, como si fueran las únicas capaces de entenderle.

—El ansia de saber es el motor de numerosas iniciativas. Algunos de los objetos resultantes son positivos, nos benefician a todos. Una espada en tus manos, Caramon, defiende la causa de la justicia, protege a los inocentes. Sin embargo, si esa misma arma cayera en posesión de Kitiara, nuestra querida hermana, podría convertirse en ejecutora de seres que nunca dañaron a nadie, partiría sus cráneos si ése fuera su deseo. ¿Acaso el culpable es quien diseñó su acero y le confirió sus propiedades?

—No —intentó dialogar el hombretón, mas su gemelo lo ignoró.

—Hace muchos siglos, en la Era de los Sueños, cuando los magos eran respetados y su arte florecía en Krynn, las cinco Torres de la Alta Hechicería se erigieron en el portaestandarte de la luz dentro del túrbido océano de ignorancia que era el mundo. Se obraban allí portentos susceptibles de enriquecer a los moradores de todo el continente y se proyectaban otros de mayor alcance. Quizá, de no haberse cercenado tales progresos, ahora podríamos surcar los aires, navegar por las alturas al igual que los dragones. Incluso nos sería dado repudiar las miserias que nos rodean y habitar otros planetas, astros lejanos cuya existencia apenas columbramos.

Pronunció su discurso con voz serena, aunque vehemente. Caramon y Crysania escucharon inmóviles, hipnotizados por su singular tono y atrapados en las visiones que sugería.

—No pudo ser —prosiguió el enteco humano tras un corto intervalo—. En su afán de perfeccionar tan prometedores logros, en su precipitación, los hechiceros elaboraron un sistema directo de ponerse en contacto de una Torre a otra, sin recurrir a los farragosos encantamientos que hasta entonces utilizaban para desplazarse. Así nacieron los Portales.

—¿Consiguieron construirlos? —Era la sacerdotisa quien lo interrumpía, asombrada ante sus revelaciones.

—¡Por supuesto que sí! —le espetó Raistlin—. El problema fue que su invento sobrepasó sus más ambiciosos sueños, sus peores pesadillas. Aquellos accesos no sólo facilitaban el viaje entre las distintas fortalezas de la magia, sino que también permitían la entrada al reino de los dioses. Lo descubrió un inepto acólito de mi Orden, y ése fue el motivo de su infortunio.

Un repentino escalofrío selló sus labios. Arropándose en sus negras vestimentas, arrimándose al calor del fuego, el nigromante miró a las llamas y reemprendió su relato.

—Tentado por la Reina de la Oscuridad como sólo ella puede engatusar a un mortal cuando se lo propone, utilizó el Portal a fin de introducirse en su universo y reclamar el premio que en sus sueños ella le ofrecía todas las noches. —Rió, burlón y acerbo al mismo tiempo—. ¡Necio! Nadie sabe cuál fue su suerte, pero nunca regresó de su osada incursión. En cambio, la soberana sí se abrió camino hasta nuestro mundo, acompañada por varias huestes de dragones.

—¡Las primeras guerras reptilianas! —exclamó Crysania.

—Has comprendido. Lo que sin duda ignorabas era que esas guerras se desencadenaron por culpa de un miembro de mi hermandad carente de disciplina, de autocontrol. Se dejó seducir, y las consecuencias fueron nefastas.

Calló el hechicero para, sumido en hondas cavilaciones, contemplar las llamas.

—No son ésas mis noticias —protestó Caramon—. Según las leyendas, los dragones vinieron por sí mismos, organizados de antemano.

—A tus oídos sólo han llegado fábulas infantiles, sin fundamento —lo atajó su gemelo sin poder reprimir un gesto de impaciencia—. Tu credulidad demuestra hasta qué extremo desconoces a esos animales. Son criaturas independientes, orgullosas, individualistas, incapaces de reunirse ni siquiera a la hora de preparar una cena. ¡Cuánto menos habían de coordinar una estrategia bélica! Fue la Reina quien los condujo a nuestro plano de existencia, ella fue la artífice del conflicto. Se adentró en Krynn con toda su fuerza, no como la sombra que vimos cuando nos enfrentamos a ella, y nos sometió a una cruenta batalla hasta que el sacrificio de Huma la devolvió a la negrura.

Raistlin se llevó las manos a los labios, meditabundo, antes de reanudar su narración.

—Algunos eruditos afirman que Huma no utilizó físicamente la Dragonlance para destruirla, tal como han difundido las voces populares, sino que el arma poseía una virtud arcana susceptible de forzar su retirada y cerrar el Portal a piedra y lodo. Sea como fuere, su rendición pone de relieve su vulnerabilidad fuera del terreno donde gobierna: las Tinieblas. Si hubiera habido un ser dotado de auténtico poder en el momento en que irrumpió en nuestra jurisdicción, un ser capacitado para aniquilarla en lugar de limitarse a restituirla al Abismo, la Historia habría discurrido por otros derroteros.

Se hizo el silencio. Crysania escrutó la fogata donde, quizá, vislumbró las mismas imágenes que el archimago, las escenas de una gloria aún por venir. Caramon, menos intuitivo, estudió el lívido rostro de su hermano.

Rompió la ensoñación la voz del mago, que se volvió hacia sus interlocutores con una mirada diáfana, fría y a la vez intensa, al objeto de anunciar:

—Mañana, restablecido de mi agotamiento, subiré solo al laboratorio e iniciaré los preparativos. Tú, señora, deberás reconciliarte con tu dios sin perder un instante —conminó a la sacerdotisa.

Crysania tragó saliva y, temblorosa, aproximó su silla a la chimenea. Pero antes de que se instalara de nuevo, el guerrero se plantó frente a ella a fin de atenazarle los brazos de tal manera que la dama hubo de alzar forzosamente la vista.

—Vas a cometer una locura, Hija Venerable —la amonestó, aunque su tono era compasivo—. ¡Deja que te aleje de este lugar tenebroso! Tienes miedo, y a fe mía que te sobran razones para sentirlo. Quizá no era verdad todo lo que dijo Par-Salian de mi gemelo, admito que puedo haberme equivocado al juzgarlo, mas existe un hecho innegable: estás asustada, y no te lo reprocho. Raistlin acometerá su empeño en solitario; siempre ha actuado sin ayuda. Si quiere desafiar a las divinidades es asunto suyo, pero no permitas que te involucre. Volvamos a casa. Yo te restituiré al presente y te ayudaré a olvidar toda esta insensatez.

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