Margaret Weis - Los Caballeros de Takhisis

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La Guerra de la lanza ya es historia. Las estaciones vienen y se van.
Es verano: un verano abrasador como jamás se había visto en Krynn. Afligido por una dolorosa pérdida, el joven mago Palin Majere trata de entrar al Abismo en busca de su tío, el famoso archimago Raistlin. La Reina Oscura ha encontrado nuevos paladines en los Caballeros de Takhisis, seguidores devotos y leales hasta el fin. Un paladín oscuro, Steel Brightblade, cabalga a lomos de un dragón azul para atacar la Torre del Sumo Sacerdote, la fortaleza que su padre defendiera hasta la muerte. En una pequeña isla, los misteriosos irdas se apoderan de un antiguo objeto mágico, la Gema Gris, y lo utilizan para garantizar su propia seguridad. Usha, una joven criada por los irdas, llega a Palanthas y dice ser la hija de Raistlin.
Será un verano mortal, quizás el último verano de Ansalon. Llamas ardientes consumen la hierba seca y Caos, padre de los dioses, regresa. El mundo entero puede desaparecer.

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Se estaba desembarcando a los caballos; sus cuidadores se mantenían cerca de las aterradas bestias, tranquilizándolas y prometiéndoles que el largo viaje terminaría pronto. Dragones azules, montados por caballeros, patrullaban el cielo, aunque lord Ariakan no temía realmente que este desembarco sufriera más interrupciones. Los exploradores habían informado que los pocos que vivían en el cercano pueblo pesquero, al este de Kalaman, habían huido todos.

Avisarían de su llegada, no cabía duda; pero, para cuando estuviera reunida una fuerza de importancia y fuera enviada en su contra, ellos ya no estarían aquí. Establecida la cabeza de playa, planeaba marchar hacia el oeste rápidamente para tomar la ciudad portuaria de Kalaman. Una vez que esta ciudad hubiese caído, llamaría al resto de sus tropas acuarteladas en el alcázar de las Tormentas, la inexpugnable fortaleza de los caballeros en el norte, en el océano Turbulento. El alcázar había llegado a ser la principal plaza fuerte y cuartel general de los Caballeros de Takhisis, y se hallaba localizado a bastante distancia del noroeste del continente de Ansalon, en un islote rocoso. Inmenso e inaccesible, era imposible de descubrir ya que los propios elementos lo ocultaban. Densos y negros nubarrones tormentosos impedían verlo desde el aire, y la diosa Zeboim y las criaturas leales a ella no permitían que nadie se acercara por mar. Ariakan había proyectado lanzar el ataque principal río Vingaard arriba, hacia el corazón de las Llanuras de Solamnia, teniendo sus naves protegidas en el puerto de aguas profundas de Kalaman y con sus fuerzas concentradas en el continente.

Su objetivo era tomar el único sitio de Krynn que jamás había caído en manos del enemigo, el sitio en el que había pasado muchos años como prisionero; un prisionero distinguido, desde luego, pero prisionero, al fin y al cabo. Se proponía tomar el sitio que veía todas las noches en sus sueños. Y podía hacerlo, de eso no le cabía duda alguna. En aquel sitio le habían enseñado los secretos de su fortaleza; él ya conocía de antes sus puntos débiles. La meta de lord Ariakan era la Torre del Sumo Sacerdote. Y después, el mundo.

Brightblade se abrió camino entre la confusión, casi ensordecido con los gritos de los oficiales, las maldiciones y gruñidos de los cafres, doblados bajo pesados fardos, los relinchos asustados de los caballos y, de vez en cuando, en lo alto, la estridente llamada de un dragón azul a otro compañero.

El sol de primera hora de la mañana brillaba con fuerza; el calor era ya intenso, y el verano acababa de empezar. El caballero se había quitado la mayor parte de la armadura una vez acabada la batalla, pero todavía llevaba el peto y los brazales, con el lirio de la muerte señalándolo como un Caballero del Lirio. Era jinete de dragones y no había tomado parte en el combate, que se había disputado en tierra. Después de la batalla, su garra había sido elegida para ocuparse de los muertos de ambos bandos y, así, aun siendo segundo al mando, había sido destinado en el puesto de corredor mensajero.

Pero a Brightblade no le molestaba esto, del mismo modo que a su comandante no le importaba que lo hubieran puesto a cargo de la ceremonia del entierro. Era parte de la disciplina de los Caballeros de Takhisis el servir a su Oscura Majestad en cualquier cometido y hacerlo para su mayor gloria.

A mitad de camino de la playa, Brightblade tuvo que parar y preguntar dónde habían instalado su cuartel general los Caballeros Grises, los Caballeros de la Espina. Lo alegró saber que habían buscado refugio en una arboleda.

—Debería haberlo imaginado —se dijo, con una leve sonrisa—. Todavía no he conocido a un hechicero que no aproveche todas las comodidades que pueda procurarse.

Brightblade dejó atrás la abarrotada, calurosa y ruidosa playa y entró en la relativa frescura que daba la sombra de los árboles. El ruido disminuyó, al igual que el calor. Se detuvo un momento para disfrutar del frescor y la quietud, y después siguió su camino, ansioso de cumplir la misión encomendada y marcharse de aquel sitio, por muy fresco y acogedor que fuera. Ahora empezaba a experimentar la acostumbrada sensación de intranquilidad y desasosiego que sienten todos aquellos que no están dotados con el don de la magia cuando se encuentran cerca de los que sí lo tienen.

Encontró a los Caballeros de la Espina a cierta distancia de la playa, en una pinada de altos árboles. En el suelo había varios baúles de madera grandes, tallados con intrincados símbolos arcanos. Unos aprendices repasaban el contenido de estos baúles e iban haciendo marcas en la lista de objetos reseñados en hojas de pergamino. El caballero dio un rodeo para no pasar cerca de los baúles. Los olores que salían de ellos eran repulsivos; se preguntó cómo podían aguantarlo los aprendices, pero supuso que acababan acostumbrándose con el tiempo. Los Caballeros de la Espina transportaban siempre sus equipos.

Hizo una mueca al sentir un hedor particularmente repugnante que emanaba de uno de los baúles. Una rápida ojeada le descubrió objetos putrefactos y hediondos que más valía no identificar. Apartó los ojos con asco y buscó su objetivo. A través de las sombras de los pinos, vio un parche blanco que brillaba bajo un rayo de sol, aunque parcialmente oscurecido con gris. Brightblade no era especialmente imaginativo, pero le recordó unas blancas y esponjosas nubes rebasadas por el gris de la tormenta. Lo interpretó como un buen augurio. Se aproximó con timidez a la cabecilla de la orden, una poderosa hechicera que ostentaba el alto rango de Señora de la Noche.

—Señora, se presenta el caballero guerrero Steel Brightblade —saludó—. He sido enviado por el subcomandante caballero Trevalin con la petición de que vuestro prisionero, el mago Túnica Blanca, sea llevado a su presencia. Lord Trevalin necesita que el prisionero identifique los cuerpos de los muertos para que puedan ser enterrados con honor. Así como —añadió en voz baja, para que no le oyeran otros— para verificar su número.

A Trevalin le gustaría saber si algún Caballero de Solamnia había escapado, uno que podía estar emboscado, quizá con la esperanza de cazar a un cabecilla.

La Señora de la Noche a la que se había dirigido no devolvió el saludo al caballero ni pareció complacida con su requerimiento. Lillith, una mujer mayor, quizá cerca de los cincuenta, había sido en otros tiempos una Túnica Negra, pero había cambiado su lealtad cuando se le presentó la oportunidad. Como Caballero de la Espina, ahora estaba considerada como una renegada por los otros hechiceros de Ansalon, incluidos aquellos que vestían túnicas negras. Esto podría parecer desconcertante a algunos, puesto que los hechiceros de una y otra organización servían a la Reina Oscura. Pero los Túnicas Negras servían primero a Lunitari, dios de la magia negra, y a su madre, Takhisis, en segundo lugar. Los Caballeros de la Espina servían a la Reina Oscura única y exclusivamente.

La Señora de la Noche miró fijamente a Steel Brightblade.

—¿Por qué Trevalin te envió a ti?

—Señora —contestó Brightblade, poniendo gran cuidado en no demostrar su irritación ante este interrogatorio que no venía a cuento—, era el único que estaba disponible en ese momento.

La Señora de la Noche frunció el ceño, con lo que se hizo más profunda la arruga que tenía entre las cejas.

—Vuelve con el subcomandante Trevalin y dile que envíe a otro.

—Disculpad, señora, pero mis órdenes vienen del subcomandante Trevalin —replicó Brightblade—. Si deseáis que las revoque, entonces debéis pedírselo a él directamente. Yo permaneceré aquí hasta que hayáis conferenciado con mi oficial al mando.

El ceño de la Señora de la Noche se hizo más profundo, pero estaba atrapada en las complejidades del protocolo. Para cambiar las órdenes de Steel tendría que enviar a uno de sus propios aprendices a través de toda la playa para hablar con Trevalin. Seguramente no se conseguiría nada con el paseo, ya que Trevalin andaba corto de hombres disponibles y no enviaría a otro caballero para hacer lo que éste podía hacer sin más problemas.

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