Margaret Weis - Los Caballeros de Takhisis

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La Guerra de la lanza ya es historia. Las estaciones vienen y se van.
Es verano: un verano abrasador como jamás se había visto en Krynn. Afligido por una dolorosa pérdida, el joven mago Palin Majere trata de entrar al Abismo en busca de su tío, el famoso archimago Raistlin. La Reina Oscura ha encontrado nuevos paladines en los Caballeros de Takhisis, seguidores devotos y leales hasta el fin. Un paladín oscuro, Steel Brightblade, cabalga a lomos de un dragón azul para atacar la Torre del Sumo Sacerdote, la fortaleza que su padre defendiera hasta la muerte. En una pequeña isla, los misteriosos irdas se apoderan de un antiguo objeto mágico, la Gema Gris, y lo utilizan para garantizar su propia seguridad. Usha, una joven criada por los irdas, llega a Palanthas y dice ser la hija de Raistlin.
Será un verano mortal, quizás el último verano de Ansalon. Llamas ardientes consumen la hierba seca y Caos, padre de los dioses, regresa. El mundo entero puede desaparecer.

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»Lunitari rehusó. También ella soñaba todas las noches con la joya y le gustaba despertar y verla brillando en la luna roja.

»Reorx se enfadó y soltó pestes, y finalmente dio con el modo de recuperar la Gema Gris para sí mismo. Adoptó forma de mortal y apareció entre la raza que había creado, los gnomos. Eligió a uno de ellos, cuyas invenciones habían sido de las menos destructivas para la vida, partes del cuerpo y bienes de valor, y le mostró —en un sueño— la Gema Gris.

»Ni que decir tiene que el gnomo deseó la joya más que cualquier otra cosa en Krynn, con la posible excepción de un destornillador de múltiples cabezas movido por vapor. Como esto último era inalcanzable (estaba atascado en comités), el gnomo decidió apoderarse de la Gema Gris. Qué fue lo que tuvo que hacer está reseñado en otras historias, pero en el intento de recuperación había involucrada una escala extensible, varios tornos y poleas, una red mágica, y un pequeño empujoncito por parte de Reorx.

»Baste decir que el gnomo capturó la Gema Gris, apresándola en la red mágica mientras Lunitari estaba al otro lado del mundo.

»—Es justo lo que necesito —dijo el gnomo, mirando la piedra con admiración—, para dar potencia a mi cuchilla rotatoria, combinación de cortador de encurtidos y recortador de barbas. —El gnomo estaba a punto de poner la gema en su invento cuando apareció Reorx bajo el disfraz de un colega gnomo y la exigió para sí mismo.

»Los dos pelearon y, durante la trifulca, la Gema Gris se escabulló de la red y escapó.

»Ésta fue la primera indicación de que la Gema Gris era algo más de lo que Reorx, Lunitari, el gnomo o cualquier otro habían imaginado.

»Reorx contempló, pasmado, cómo la joya se alejaba por el aire. Fue en su persecución (al igual que el gnomo y una multitud de parientes suyos), pero ninguno fue capaz de capturarla. La Gema Gris campó por sus respetos por todo Krynn, causando estragos a su paso. Alteró animales y plantas, afectó la ejecución de conjuros de los hechiceros, y se convirtió en un considerable fastidio.

»Para entonces, todos los dioses conocían la existencia de la Gema Gris. Paladine y Takhisis estaban furiosos con Reorx por haberla forjado sin consultarlos primero. Chislev, avergonzada, admitió su participación en el asunto, e implicó a Hiddukel, que se encogió de hombros y se echó a reír escandalosamente.

»Su complot había funcionado. En lugar de reforzar el equilibrio, la Gema Gris lo había desestabilizado aún más. Los elfos estaban planeando declarar la guerra a los humanos; los humanos se preparaban para combatir contra los elfos; y los ogros estaban ansiosos por pelear con todos los contendientes.

»Para no extenderme demasiado con esta historia, me referiré al humano llamado Gargath, que se las ingenió para capturar a la Gema Gris. La retuvo en su castillo con diversos artilugios mágicos. (O eso pensó él. Mi opinión es que la piedra le permitió que la capturara, ya que ningún tipo de magia humana que yo conozca podría retenerla por mucho tiempo.)

»Los gnomos, que habían ido tras la Gema Gris durante décadas, pusieron cerco al castillo de Gargath. Tuvieron éxito (accidentalmente) en abrir brecha en las murallas. Los gnomos irrumpieron como una tromba en el patio de armas y alzaron sus anhelantes manos hacia la joya. Un grupo de gnomos exigía que se partiera la piedra allí y en ese mismo momento, pues sentían una gran curiosidad por saber qué había dentro. El otro grupo de gnomos quería cogerla y llevarla de vuelta a su morada y guardarla por su valor.

»Una brillante luz gris iluminó el patio, cegando a todo el mundo. Cuando recobraron la vista, los dos grupos de gnomos se enzarzaron en una pelea. Pero lo más asombroso es que los gnomos ya no eran gnomos. El poder de la Gema Gris los había cambiado, convirtiendo en enanos a aquellos que codiciaban la piedra por su riqueza, y en kenders a los que la querían por simple curiosidad.

»Los gnomos que se habían quedado fuera de las murallas del castillo trabajando en su último invento —la ballesta giratoria de multitud de disparos, conocida como Ballesta Gatlinga en honor de su inventor, Tornillo Flojo Gatling— resultaron inmunes a los efectos de la luz mágica de la Gema Gris. Dedujeron que se debía a los candelabros quemadores de aceite, que estaban pensados para iluminar el campo de batalla de noche y que habían sido instalados en un globo hinchado con gas a tal propósito; el gas se producía por una nueva técnica demasiado compleja para describirla aquí, pero para la que se requería zumo de limón, tenazas metálicas y agua. Aquellos que sobrevivieron a la subsiguiente explosión, continuaron siendo gnomos.

»La Gema Gris desapareció por el horizonte. Desde entonces, Reorx y otros han hecho varios intentos de capturarla. La Gema Gris dejaba que las personas la cogieran, las utilizaba para sus propósitos, o quizá para divertirse, y después, cuando se cansaba del jueguecito, los liberaba y la Gema Gris "escapaba".

»Pero ahora los irdas la tenemos en nuestro poder. Somos los primeros que la hemos sometido a nuestra voluntad... o es lo que afirma el Dictaminador. Esta noche abriremos la gema y ordenaremos a la magia que lleva dentro que nos proteja a nosotros y a nuestra tierra de las incursiones de la raza humana para siempre jamás.»

Así terminaba la carta a Dalamar, que estaba redactada en la pulcra y precisa letra del Protector. Una nota al pie de página, escrita por la misma mano pero no con tanta precisión, como si los dedos que sostenían la pluma hubieran temblado, era para Usha.

»Mi amor y mis plegarias te acompañan, hija de mi corazón, ya que no de mi cuerpo.

»Ruega por nosotros.»

Usha reflexionó largamente sobre la postdata. Se había reído con algunas partes del relato. El Protector a menudo la había entretenido con «cuentos de gnomos», como él los llamaba. Algunas de las pocas veces que lo había visto sonreír era cuando describía la fabulosa maquinaria que inventaban los gnomos. Ahora sonrió ella, recordándolo, pero la sonrisa se borró lentamente.

¿Es que sólo su mente humana era capaz de ver el peligro?

No, comprendió que Prot lo veía también, lo sabía. Por eso le había entregado este pergamino. Los irdas estaban desesperados. La intrusión de los extranjeros —groseros, bárbaros, oliendo a sangre y acero— los había asustado mucho. Estaban actuando en defensa del modo de vida que habían conocido durante incontables generaciones.

Usha soltó la carta sobre su regazo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero ya no eran de autocompasión. Eran lágrimas de añoranza y amor por el hombre que la había criado. Tales lágrimas manan de distinta fuente... o así lo creen los elfos. Tales lágrimas brotan del corazón, y, aunque causadas por el pesar, tienen el extraño efecto de aliviar el dolor.

Exhausta, adormecida por el balanceo del bote y el zumbido del viento entre los cabos, Usha lloró hasta quedarse dormida.

5

El altar y la Gema. El enano llega tarde. Se parte la piedra

Los irdas no volvieron a reunirse. Cuando llegó el momento de partir la Gema Gris —un momento en el que ninguna de las lunas era visible en el firmamento, en particular Lunitari, que, conforme a la leyenda todavía codiciaba la gema—, el Dictaminador caminó solo hacia el altar en el que descansaba la piedra.

Los otros irdas permanecieron en sus viviendas separadas, cada uno de ellos trabajando en su propia magia, prestando ayuda al Dictaminador. Había fuerza en la unicidad, o así lo creían los irdas. La concentración se convertía en desorden, las energías se fragmentaban cuando el uno se volvía muchos.

El altar en que los irdas habían colocado la piedra estaba situado en el centro geográfico de la isla. Se encontraba a cierta distancia de lo que los irdas llamaban pueblo, aunque para cualquier otra raza sólo habría sido una colección de viviendas diseminadas. Los irdas no pavimentaban calles, no abrían mercados, no asistían a reuniones de gremios. No construían templos ni palacios, posadas ni tabernas; sólo casas, desperdigadas por la isla al azar, cada vivienda donde su propietario se sentía mas a gusto.

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