Margaret Weis - La Guerra de los Dioses

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Palin y Tas cruzan el Portal y entran en el Abismo, donde aguarda Raistlin para llevarlos a presenciar un acontecimiento extraordinario: la asamblea de los dioses. En ella, Paladine accede a la petición de la Reina Oscura y de Gilean, que consiste en retirar los dragones del Bien para que los Caballeros de Takhisis se alcen con la victoria y unifiquen bajo un mando único todas las fuerzas de las distintas razas. De esta manera podrán afrontar la lucha contra Caos y evitar la destrucción de Krynn y de todo lo creado.
La Torre del Sumo Sacerdote cae en manos de las fuerzas de la Oscuridad por primera vez en la historia y el dominio absoluto de Ariakan se extiende rápidamente por Ansalon. Entre tanto, Steel Brightblade va a ser ajusticiado por haber dejado escapar a su prisionero, Palin Majere. En la posada El Último Hogar, Caramon y Tika tiene la alegría de volver a ver a su hijo, a quien creían muerto. Pero el joven Palin llega acompañado de un visitante inesperado: Raistlin Majere, quien ha vuelto al plano mortal para ayudar en la batalla contra Caos.

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Señaló las puertas de hierro a su derecha, las que lucían los símbolos del martín pescador y la rosa, e impartió órdenes en voz alta.

—Echad abajo esas puertas. Bajando la escalera que hay detrás están las tumbas en las que reposan los cuerpos de los malditos Caballeros de Solamnia. Nuestras órdenes son saquear la cripta.

Varios cafres se lanzaron hacia las puertas, las empujaron con sus corpachones, y golpearon la cerradura con sus espadas. Steel entró en el patio pavoneándose, con aires de gran conquistador e indiscutible señor de la torre. Se quitó el yelmo, pidió un odre de agua, y echó un buen trago. Los cafres entraron tras él, agolpándose, riendo y parloteando en su lengua. Cogieron las antorchas de los hacheros de las paredes y abuchearon a sus compañeros por ser tan lentos haciendo su trabajo; los que querían derribar las puertas no estaban teniendo mucho éxito.

Steel no había esperado en ningún momento que lo consiguieran. No había recibido orden de saquear la cripta, y tampoco tenía intención de permitir que los bárbaros accedieran a aquel venerado recinto. Pero su estratagema funcionó. Se había acercado más a las escaleras, y ahora podía oír claramente el tintineo de metal contra metal, e incluso un quedo murmullo de indignación que fue acallado rápidamente.

Siguiendo con la comedia, simuló no haber oído nada y fue a reprender a los cafres.

—¡Alfeñiques! —bramó Steel—. ¿Es que voy a tener que llamar a los hechiceros cada vez que nos encontremos con una puerta? ¡Me iría mejor si dirigiera un ejército de gullys! Arrimad la espalda en...

Un estruendo, el entrechocar de armas y un repentino grito a su izquierda indicaron a Steel que los defensores habían dejado su escondite y estaban atacando.

Un contingente de Caballeros de Solamnia irrumpió en medio de la tropa de bárbaros. Lo rápido y repentino de su ataque sorprendió incluso a Steel. Varios de los cafres cayeron muertos antes de que tuvieran ocasión de levantar sus espadas.

Al parecer, los caballeros tenían un comandante capacitado e inteligente. No atacaron atropelladamente, sino con precisión, formando una cuña que penetró en el grueso de la tropa de Steel, dividiendo a los hombres mientras que ellos mantenían una unidad compacta. Con el segundo ejército de asalto entrando por el acceso principal, la fuerza de Steel no tenía adonde ir, estaba atrapada en el patio.

Había previsto esto, desde luego. No esperaba ganar la batalla, pero al menos el segundo ejército de asalto encontraría despejado el camino.

Steel dejó que sus hombres hicieran frente a lo más recio del ataque. Su responsabilidad era encontrar al hábil e inteligente comandante, quizás el mismo hombre que había combatido con tanta determinación en las almenas, y eliminarlo.

«Corta la cabeza y el cuerpo caerá», era una de las máximas de Ariakan.

Steel se puso de nuevo el yelmo, bajó la visera, y se abrió camino a empujones entre sus hombres. Apartó espadas con golpes certeros y se paró para luchar cuando se vio obligado a hacerlo, pero su propósito seguía siendo localizar al oficial al mando, algo que no resultaba fácil. Todos los caballeros llevaban armaduras, la mayoría de ellas abolladas y manchadas de sangre. Le costaba trabajo distinguir a unos de otros.

Combatiendo en medio del tumulto, Steel oyó levantarse por encima del estrépito una voz imperiosa que impartía nuevas órdenes. Esta vez, Steel vio al comandante.

No llevaba yelmo, quizá para que sus órdenes pudieran ser oídas claramente. Tampoco iba con armadura completa; sólo llevaba un peto sobre el coselete de cuero. Steel no veía el rostro del comandante, ya que éste daba la espalda al caballero. El cabello castaño rojizo con mechones grises indicaba que era mayor, un veterano de muchas batallas, indudablemente.

Parte del peto del hombre colgaba suelto, pues una de las correas de cuero había sido cortada, y dejaba su espalda parcialmente expuesta. Pero Steel prefería la muerte antes que atacar a nadie por detrás.

Abriéndose paso entre dos hombres enzarzados en combate, Steel llegó hasta el comandante y le puso la mano en el hombro para atraer su atención.

El comandante se giró veloz sobre sí mismo para ponerse de cara a su oponente. El rostro barbudo del hombre estaba cubierto de sangre. Su cabello enmarañado, húmedo de sudor, le caía sobre los ojos. Una hormigueante sacudida conmocionó brevemente a Steel. Algo dentro de él le decía que conocía a este hombre.

—¡Semielfo! —exclamó, dando un respingo.

El hombre frenó su ataque, retrocedió y miró a Steel fijamente, con desconfianza.

El caballero estaba furioso por la mala pasada que el destino le había jugado, pero su honor le impedía luchar contra este hombre que en una ocasión le había salvado la vida.

Con un gesto rabioso, Steel se levantó la visera.

—Me conoces, Tanis el Semielfo. No combatiré contra ti, pero puedo pedirte, y te exijo, que te rindas.

—¿Steel? —Tanis bajó la espada. Estaba sorprendido por este encuentro, si bien, en cierto modo, no estaba sorprendido en absoluto—. Steel Brightblade...

Un joven Caballero de Solamnia, que estaba cerca de Tanis, pasó veloz junto al semielfo con una lanza apuntada al rostro desprotegido de Steel.

Steel levantó el brazo para frenar el golpe, resbaló en un charco de sangre, y cayó al suelo. Su espada —la espada de su padre— salió volando de su mano. El joven solámnico se le echaba encima.

Steel intentó incorporarse desesperadamente, pero la pesada armadura le impedía cualquier movimiento rápido. El Caballero de Solamnia enarboló la lanza, dispuesto a hundir su punta en el cuello de Steel. De repente, la lanza y el caballero desaparecieron del campo de visión de Steel.

Tanis se inclinó sobre él y le ofreció una mano para ayudarlo a levantarse.

El orgullo lo instaba a rechazar la ayuda de un enemigo, pero el sentido común y la Visión lo urgieron a aceptar la mano de Tanis, aunque lo hizo a regañadientes.

—De nuevo te debo la vida, semielfo —dijo con amargura una vez que estuvo de pie.

—No me des la gracias —replicó, sombrío, Tanis—. Le hice una promesa a tu...

Los ojos del semielfo se abrieron desmesuradamente y una mueca de dolor contrajo su rostro. Se dobló hacia adelante al tiempo que lanzaba en gemido.

Uno de los cafres, situado detrás del semielfo, liberó su ensangrentada espada de un tirón.

Tanis se tambaleó; las rodillas se le doblaron.

Steel cogió al semielfo y lo tumbó en el suelo con toda clase de cuidados. Sosteniéndolo entre sus brazos, Steel notó el cálido flujo de la sangre en sus manos.

—Semielfo, no fui yo quien te hirió. ¡Lo juro! —dijo con apremio.

Tanis alzó la vista hacia él e hizo un gesto de dolor.

—Lo... sé —musitó, y sonrió con sorna—. Eres un... Brightblade.

Se puso rígido, dio un respingo, e inhaló aire trabajosamente. Un hilo de sangre escurrió entre sus labios. Su mirada se apartó de Steel, intentando enfocarse en algo, detrás del caballero negro.

—Sturm... —Sonrió—. He mantenido mi promesa.

Soltando un suave suspiro, como si agradeciera la ocasión de descansar, Tanis cerró los ojos y murió.

—¡Semielfo! —gritó Steel, aunque sabía que no obtendría respuesta—. Tanis...

Steel fue consciente en ese momento de que un Caballero de Solamnia estaba de pie junto a él. El caballero contemplaba el cadáver tendido a sus pies con una expresión de intenso dolor, angustia y pena.

El Caballero de Solamnia no llevaba yelmo, ni tampoco armas. Su armadura era una antigualla. No dijo nada, ni hizo ningún movimiento amenazador. Sus ojos se volvieron hacia Steel y lo miraron con una intensa expresión en la que había tristeza y también un gran orgullo.

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