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Margaret Weis: El Orbe de los Dragones

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Margaret Weis El Orbe de los Dragones

El Orbe de los Dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de El Mazo de Kharas llega la esperadísima segunda parte de Las Crónicas Perdidas de la Dragonlance. La temida Dama Azul, Kitiara, pone en marcha un complot que conducirá a los caballeros solámnicos hasta el límite del glaciar en busca del Orbe de los Dragones, y su rival Laurana inicia un viaje hacia su destino cuando Sturm, Flint, Tasslehoff y ella se unen a los caballeros en su peligrosa misión. Pero es Kitiara la que afronta un reto crucial. Jura pasar la noche en el lugar más temido de Krynn: el alcázar de Dardaard. Nadie que se haya aventurado en ese sitio pavoroso ha vuelto para contarlo, pero Kit tiene que enfrentarse a Soth o afrontar la muerte a manos de su reina.

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La guerrera soltó las riendas y empuñó la espada. El caballo plantó las manos en el suelo y se quedó quieto en la calzada, sudoroso, sacudido por temblores, echando espumarajos y con los ojos en blanco. Kit miró a su alrededor pero no vio nada, aunque sentía el terror del animal. Entonces oyó el sonido de unos cascos a su espalda.

Kit giró rápidamente sobre sus talones y el acero de la espada centelleó al sol.

Un caballo enorme, negro como el azabache y con llameantes ojos rojos, estaba plantado en mitad de la calzada y le cerraba el paso. Una mujer lo montaba en silla de amazona, como hacían las damas de la aristocracia. Llevaba un elegante vestido de terciopelo negro. La falda caía en airosos pliegues por el flanco del animal casi hasta el suelo. Un velo largo y diáfano le ocultaba el rostro. Iba sentada muy erguida, altiva, y las manos enfundadas en guantes negros sujetaban las riendas sin tirar de ellas.

Kitiara soltó la espada. Temblando por dentro, más aterrada de lo que había estado con la idea de afrontar su ejecución, cayó de hinojos.

—¡Majestad! —jadeó, temerosa—. No era mi intención...

—Oh, ya lo creo que sí —la interrumpió Takhisis con una voz tan suave como el terciopelo de su vestido y tan dura como el suelo congelado en el que Kit se había arrodillado—. He oído tu ultimátum.

—Majestad, no era eso lo...

—Pues claro que lo era. Has dicho que si quiero que vayas al alcázar de Dargaard, tendré que encontrar un modo de llevarte allí de forma conveniente y a tiempo.

«Y viva», pensó Kitiara, aunque no osó decirlo en voz alta.

Se arriesgó a echar una ojeada con disimulo, pero no consiguió ver nada de los rasgos de la mujer ocultos bajo el velo.

—Si me lo ordenas, majestad, seguiré adelante... Hasta donde llegue... —dijo humildemente la guerrera.

Takhisis tamborileó con los dedos en un gesto de irritación. Sentada muy derecha en la silla, volvió la cabeza a un lado y a otro abarcando con la mirada el bosque y aquel desdichado remedo de calzada que no merecía llamarse así.

—Te creeré —concedió Takhisis—. Has hecho un gran trabajo al venir hasta aquí. Sabía que este lugar era un desastre, pero no sabía que lo fuera hasta tal punto. —Volvió el rostro velado hacia la guerrera—. Te ayudaré una vez más, Dama Azul, pero será la última.

La Reina Oscura alzó una mano enguantada y señaló el cielo.

Kitiara miró a lo alto y soltó una exclamación de alegría. Skie volaba allá arriba, despacio, con la cabeza inclinada, y miraba a un lado y a otro. Kitiara lo llamó al tiempo que se incorporaba de un salto y se ponía a agitar los brazos. O el dragón la oyó o tal vez oyó la orden de su reina, porque desvió la vista, localizó a Kit, y empezó a descender volando en espiral.

Kitiara se volvió hacia Takhisis.

—Gracias, majestad. No te defraudaré.

—Y si lo haces, dará lo mismo, ¿no crees? Estarás muerta —repuso Takhisis—. Supongo que tendré que devolverle el caballo a Salah Kahn o sus protestas serán el cuento de nunca acabar.

Tomó las riendas de Jinete del Viento con un grácil ademán y partió calzada adelante llevando por la brida al aterrado corcel. Cuando la diosa hubo desaparecido en la oscuridad del bosque, Kitiara tuvo un gozoso reencuentro con Skie.

Estaba tan contenta de ver al dragón que tuvo que contenerse para no rodearle el cuello con los brazos y estrujarlo. Sabía que Skie se sentiría profundamente ofendido y probablemente no la perdonaría nunca. Empezó a disculparse con el dragón y admitió que él tenía razón, que su estúpida búsqueda del semielfo la había metido en un buen lío y casi le había costado la vida. Skie no le dijo: «Te lo advertí.» Por el contrario, tuvo un gesto muy generoso al pedirle perdón a su vez y admitir que se había equivocado al dejarla sola.

Después la informó de que volvía a gozar del favor de Ariakas. El emperador le había pedido a Skie —casi le había suplicado— que fuera a buscarla. Aquella noticia hizo que Kit esbozara una sonrisa sarcástica, sobre todo cuando se enteró de la muerte de Feal-Thas y que los caballeros solámnicos estaban provocando problemas.

Ariakas tenía una misión importante para Kitiara en Flotsam. El emperador también quería que Kit se pusiera a planear un ataque a la Torre de la Alta Hechicería.

—¡Ahora decide eso! —La guerrera estaba que echaba chispas—. Ahora, después de que los caballeros se plantean enviar tropas para reforzar la torre. Y si Solamnia es de repente tan importante ¿por qué habla de mandarme a Flotsam, al otro lado del continente, en alguna misión secreta? ¡Bah! ¡Ese hombre está perdiendo el control!

Skie sacudió la cola en un gesto de conformidad y se tumbó sobre la barriga para que Kitiara pudiera encaramarse a su lomo. El dragón llevaba consigo la armadura azul y el yelmo de un Señor del Dragón que le había entregado Ariakas por si conseguía dar con ella. La mujer se puso la armadura con verdadero placer. Se cubrió con el yelmo y juró que llegaría el día en que Ariakas lamentaría haberla tratado así. Todavía no era suficientemente fuerte para desafiarlo, pero ese día llegaría tarde o temprano; quizá antes de lo que imaginaba si tenía éxito en el alcázar de Dargaard. Equipada de nuevo con su armadura, Kitiara se sentía capaz de cualquier cosa, incluso de enfrentarse a un Caballero de la Muerte.

Recobrada su Dama Azul, el dragón estaba también de un humor excelente. Agitó las escamas azules y clavó las garras en el suelo, listo para alzar el vuelo.

—¿Adónde vamos? —preguntó—. ¿A Solamnia o a Flotsam?

Kitiara hizo una honda inspiración. Esto iba a ser difícil.

—¿No te dijo nada su majestad? —preguntó a su vez, evitando responder.

—¿Quién? ¿Decirme qué? —Skie volvió la cabeza hacia atrás, de repente receloso.

—Volamos hacia el norte —contestó Kitiara—. Al alcázar de Dargaard.

Skie la miró fijamente.

—Bromeas —dijo después en tono tajante.

—No, hablo en serio —contestó Kit sin perder la calma.

—¡Entonces es que estás loca! —gruñó el dragón—. Si crees que voy a llevarte a tu muerte estás...

—Le prometí a la reina Takhisis que me encargaría de esto —explicó Kitiara—. ¿Qué crees, entonces, que hago aquí, en Foscaterra?

—Quizá tras las huellas del semielfo. ¿Cómo demonios iba a saberlo?

—Créeme, he dejado de pensar en Tanis Semielfo —le aseguró al dragón—. Tengo cosas más importantes en la cabeza, como intentar discurrir la forma de salir con vida de este encuentro.

Le explicó el juramento que había hecho a Takhisis.

»Ya la conoces —añadió—. Ahora no puedo echarme atrás. Mi vida no valdría un céntimo kender.

Skie conocía a Takhisis y tuvo que admitir que arrostrar la cólera de la diosa era algo que hasta el dragón más poderoso evitaría como fuera. Aun así, no le gustaba el plan de Kit y se lo hizo saber.

—¡No puedo creer que fueras a hacer esto sin mí! —bramó—. Así al menos tendrás una posibilidad de sobrevivir. Arrasaré el alcázar, lo demoleré sobre su cabeza. No se puede matar al Caballero de la Muerte, pero al menos puedo debilitarlo, darle algo en lo que pensar. Por ejemplo, cómo salir arrastrándose de debajo de varias toneladas de escombros.

Kitiara se abrazó al cuello del dragón, se agarró fuerte y le ordenó que alzara el vuelo.

Era una buena idea la de Skie, y por eso Kit evitó decirle que no funcionaría.

38

Una noche en el alcázar de Dargaard

Skie sobrevoló bosques y ciénagas, ríos y colinas, viviendas en ruinas, calzadas deterioradas, predadores y proscritos de Foscaterra y cubrió en pocas horas y sin incidentes la distancia que a Kitiara le habría costado jornadas de esfuerzo y de peligro recorrer. Tuvieron a la vista el alcázar de Dargaard la tarde del segundo día.

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