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Margaret Weis: El Orbe de los Dragones

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Margaret Weis El Orbe de los Dragones

El Orbe de los Dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de El Mazo de Kharas llega la esperadísima segunda parte de Las Crónicas Perdidas de la Dragonlance. La temida Dama Azul, Kitiara, pone en marcha un complot que conducirá a los caballeros solámnicos hasta el límite del glaciar en busca del Orbe de los Dragones, y su rival Laurana inicia un viaje hacia su destino cuando Sturm, Flint, Tasslehoff y ella se unen a los caballeros en su peligrosa misión. Pero es Kitiara la que afronta un reto crucial. Jura pasar la noche en el lugar más temido de Krynn: el alcázar de Dardaard. Nadie que se haya aventurado en ese sitio pavoroso ha vuelto para contarlo, pero Kit tiene que enfrentarse a Soth o afrontar la muerte a manos de su reina.

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Y en cuanto a la magia y al oscuro elfo,
bajo el hacha de una doncella elfa cayó Feal-Thas
y derramó la vida, roja, sobre el hielo.

¡El día en que cayó su poderoso castillo!

Donde antes se alzaba la poderosa fortaleza,
nuestros guerreros caminan ahora libremente,
del brujo para siempre borrada la amenaza.

Cuando la esperanza parezca lejana, recordad este relato
y dejad que sus lecciones guíen vuestro corazón,
porque nosotros, hermanos míos, somos Bárbaros de Hielo.

¡Nosotros, oh hermanos, somos Bárbaros de Hielo!

CUARTA PARTE

37

El oráculo de Takhisis. Kit da un ultimátum

El invierno entró de lleno en Ansalon. Yule llegó y pasó. Se seguía buscando a Kitiara, aunque ya sin demasiada intensidad. Ariakas no mandó a sus tropas en su persecución. Lo que sí hizo fue enviar asesinos y cazarrecompensas, pero con la orden de llevar sus pesquisas con comedimiento y cautela. Al cabo de un tiempo, dio la impresión de que se habían olvidado de ella. Ya no había cazarrecompensas repartiendo por ahí monedas de acero y preguntando si alguien había visto a una guerrera de cabello oscuro, rizado y corto, con sonrisa sesgada.

Kitiara no lo sabía, pero Ariakas había hecho volver a sus sabuesos. El emperador empezaba a lamentar todo el incidente. Se daba cuenta de que había cometido un error respecto a Kit. Empezó a creer en su afirmación de inocencia e intentó culpar a Iolanthe de haber llegado a creer que Kit lo había traicionado. La maga, muy atinadamente, desvió la responsabilidad hacia el hechicero Feal-Thas. El elfo había acabado siendo una gran decepción para Ariakas —que, sin embargo, nunca había esperado gran cosa de él— cuando llegó la noticia de que el maldito elfo había conseguido que lo mataran y en su caída había arrastrado consigo al castillo del Muro de Hielo.

Por lo menos el caballero, Derek Crownguard, había sido víctima de la confabulación del emperador. Se había llevado el Orbe de los Dragones a Solamnia, y los informes de los espías de Ariakas comunicaban que la controversia por la posesión del orbe había abierto una brecha entre elfos y humanos, además de la subsiguiente desmoralización de la caballería por la influencia del orbe.

Ariakas quería que Kit volviera. Por fin estaba preparado para entrar en guerra con Solamnia y necesitaba su pericia, sus dotes para el liderazgo, su coraje. Sin embargo, no había rastro de ella por ninguna parte.

La reina Takhisis podría haber informado a Ariakas sobre el paradero de Kit, ya que Su Oscura Majestad tenía bajo una estrecha vigilancia a la Dama Azul, pero Takhisis decidió mantener en la ignorancia a Ariakas. Este probablemente habría visto con buenos ojos la entrada de lord Soth en la guerra, pero no le gustaría ni pizca encontrarse con una alianza entre Soth y Kitiara. Kit ya tenía un ejército que la respaldaba, un ejército que le era leal. Si a eso se sumaba el poderoso Caballero de la Muerte y sus fuerzas, Ariakas empezaría a sentir que la Corona del Poder descansaba sobre su cabeza con cierta inestabilidad. Podría intentar impedir que Kitiara llegara al alcázar de Dargaard, pero Takhisis no estaba dispuesta a consentirlo.

Los cazarrecompensas eran un fastidio para Kit, pero en absoluto representaban un peligro. Ninguno de ellos la reconocería con su disfraz de ocultista de algo rango y nadie la molestaría. Incluso había sostenido una conversación muy entretenida con un cazarrecompensas, a quien facilitó su descripción y lo mandó a una persecución larga e infructuosa. Cuando tomó la calzada que conducía a Foscaterra, la persecución acabó. Nadie deseaba seguirla por aquella tierra maldita.

El viaje fue largo y agotador, y le dio a Kitiara tiempo de sobra para pensar en su encuentro con lord Soth. Necesitaba un plan de ataque. Kit nunca entraba en batalla sin tener uno preparado. Le hacía falta información muy precisa respecto a qué clase de enemigo se enfrentaba; información verídica, nada de leyendas, mitos, historias de vieja, cuentos kenders o cantos de bardos. Por desgracia, no era una información fácil de conseguir. De aquellos que habían visto a lord Soth cara a cara, ninguno había vuelto para hablar de ello.

Lo único que tenía era la información que le había proporcionado Iolanthe al final de su azaroso encuentro en el templo de Neraka. Kit deseó haber prestado más atención a la bruja, haberle hecho más preguntas. Claro que estaba intentando huir para salvar la vida y no era el mejor momento para estar de cháchara. Kit repasó todo lo que Iolanthe le había contado y le estuvo dando vueltas con la esperanza de idear alguna estrategia. Todas las historias coincidían en ciertos puntos: un ejército de guerreros espectrales; una estatua antigua de banshees que paraba el corazón; y un Caballero de la Muerte que podía matar con sólo decir una palabra. Desde el punto de vista de Kit, desarrollar una estrategia para ese encuentro se parecía mucho a planear una estrategia para suicidarse. En realidad, la cuestión era cómo morir de la forma más rápida y lo menos dolorosa posible.

Kit tenía el brazalete que Iolanthe le había dado. La hechicera le había explicado cómo utilizarlo, pero Kit quería saber todo cuanto hubiera que saber sobre ese brazalete. No es que no confiara en Iolanthe. La bruja le había salvado la vida.

Bueno, para ser sincera, tampoco se fiaba mucho de ella, así que llevó el brazalete a una tienda de artículos de magia.

El propietario —un Túnica Roja, como solían ser la mayoría, ya que había que tratar con magia negra, roja y blanca— agarró el brazalete como si ya no fuera a soltarlo. Le brillaron los ojos al verlo y la boca se le hizo agua. Lo acarició con arrobo. La voz se le enronqueció cuando habló sobre él. Le dijo que era un brazalete muy raro y muy valioso. Era el primero que veía, así que sólo conocía ese tipo de brazalete de oídas. Musitó unas palabras mágicas mientras hacía movimientos con las manos sobre él y el brazalete puso de manifiesto su naturaleza mágica. Aunque no se atrevería a jurar por su dios que la joya haría lo que Iolanthe había afirmado —proteger a Kit del miedo inducido por un conjuro y de ataques con la magia—, creía muy probable que el brazalete actuara como se esperaba que lo hiciera. Después, sosteniéndolo amorosamente en la mano, le ofreció a Kit que eligiera a cambio cualquier objeto de los que había en su tienda.

Kitiara logró finalmente rescatar el brazalete de la mano del hombre y se marchó. El Túnica Roja la siguió calle abajo sin dejar de suplicarle que se lo vendiera, y la guerrera tuvo que poner a galope a su caballo para dejar atrás al hombre. Hasta entonces Kit no había sido muy cuidadosa con el brazalete; lo había metido en una mochila y no había pensado mucho en él. A partir de ese momento, lo trató con más cuidado y comprobaba con frecuencia que seguía donde lo había dejado. Sin embargo, el brazalete no consiguió que se sintiera mentalmente más tranquila respecto al encuentro con el Caballero de la Muerte, sino todo lo contrario. Iolanthe no le habría dado un regalo tan valioso a no ser que tuviera la certeza de que iba a necesitarlo.

Era descorazonador. Mucho.

Kitiara decidió hacer algo que no había hecho en su vida: buscar la ayuda de un dios. Takhisis era la responsable de enviarla a esa misión. Al enterarse de que había una pitonisa que transmitía oráculos cerca de la frontera con Foscaterra, Kitiara dio un rodeo para visitar a la vieja arpía y pedir el favor y la protección de Su Oscura Majestad.

La pitonisa vivía en una cueva, y si la peste contaba como exponente de su valía, entonces era extremadamente poderosa. El olor a residuos corporales, a incienso y a repollo cocido bastaba para provocar arcadas a un troll. Kit, que había entrado en la cueva, estaba dispuesta a dar media vuelta y salir de inmediato cuando un rapazuelo, tan sucio que resultaba imposible adivinar si era un chico o una chica, la agarró de la mano y tiró de ella hacia dentro.

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