Flint estaba a la defensiva, luchando para salvar la vida. Ya no bramaba; tenía que ahorrar esfuerzos y aliento. Un lobo saltó hacia él. Arremetió con el hacha, pero falló y la bestia le cayó encima, derribándolo. Tasslehoff saltó sobre el lomo del animal. El kender parecía acometido por un ataque de furia kender y gritaba insultos que no servían para nada, porque los lobos no le entendían ni les importaba. Montado en la bestia, Tas acuchilló al lobo en el cuello y volvió a acuchillarlo otra y otra y otra vez, con toda la fuerza de su pequeño brazo hasta que el lobo se desplomó en el suelo, muerto.
Tasslehoff se quedó de pie sobre el animal, mirándolo con gesto sombrío, dispuesto a matarlo de nuevo si por casualidad se le ocurría volver a la vida. Cuando la fiera se movió, el kender lanzó un grito salvaje y empezó a acuchillarlo otra vez; por poco no hirió a Flint, que intentaba salir de debajo del cuerpo del animal.
Laurana había visto el caos con el rabillo del ojo. Valiéndose de la nieve mágica del hechicero como cobertura, la elfa rodeó por detrás a Feal-Thas para llegar hasta él por la espalda. Gilthanas disparó a Feal-Thas y el enorme lobo que no era un lobo tuvo que apartarse del resto de la manada para evitar las flechas del elfo. Obligado a permanecer en los límites del lugar del ataque, Feal-Thas paseó de un lado a otro sin quitar ojo a la refriega, con la lengua fuera, los colmillos goteando saliva, como si estuviera saboreando la sangre. No vio a Laurana hasta que la elfa estuvo casi encima de él, viniendo desde atrás. Con los aullidos y gruñidos de los lobos no la había oído aproximarse.
Al ir acercándose, Laurana había reparado en el cuerpo de Brian tirado en el hielo ensangrentado. Había tenido miedo, pero la rabia lo hizo desaparecer. Enarboló el Quebrantador y, recordando las instrucciones impartidas a toda prisa por Flint, inició un golpe en arco para golpear al lobo en la espalda y cortarle la columna vertebral...
Feal-Thas presintió su presencia. La cabeza de lobo giró y con la mirada la traspasó hasta el fondo del corazón. Los ojos la inmovilizaron del mismo modo que el lobo había paralizado a Brian. La elfa se detuvo en mitad del movimiento de ataque y el Quebrantador se quedó suspendido en el aire, preparado, listo para descargar el golpe mortal. Pero la voluntad de Laurana se disipó como agua caída en la arena. Feal-Thas la miraba fijamente, tanteando en lo más hondo de su ser, la figurada mano expoliadora hurtándole los secretos de su corazón, seleccionando y escogiendo, guardando lo valioso y desechando lo que no le servía.
Con un ataque de pánico, Laurana comprendió que Gilthanas se había equivocado. El archimago podía hacer magia desde el interior del cuerpo del lobo. Un conjuro la tenía apresada y no podía hacer nada para escapar de él más que aletear inútilmente como una mariposa clavada con un alfiler.
El lobo gruñó y la elfa oyó palabras en aquel sonido bestial.
—¡Te he visto antes!
—No —musitó Laurana, temblando.
—Oh, sí. Te vi en el corazón de Kitiara. La veo a ella en el tuyo y veo al semielfo en el de ambas. ¿Qué es este enredo?
Laurana quería huir. Quería matarlo. Quería caer de rodillas y enterrar la cara en las manos. Pero no podía hacer nada. El lobo se acercó más a ella, pero la elfa estaba paralizada, incapaz de liberarse de aquella mirada cruel.
—Kitiara desea a Tanis y está dispuesta a tenerlo —dijo Feal-Thas—. Si tiene éxito, Lauralanthalasa, lo habrás perdido para siempre. Soy la única persona lo bastante poderosa para impedírselo. Mátame y será tanto como entregárselo a tu rival.
Laurana oía el estruendo de gritos mezclados con el aullido de los lobos. Miró hacia atrás y vio a Brian con la garganta desgarrada, a Aran muerto, a Flint saliendo a gatas de debajo de los cadáveres de los lobos y a Tasslehoff luchando mientras las lágrimas le corrían por las mejillas que abrían surcos en la sangre.
Feal-Thas supo en ese momento que había perdido su dominio sobre la elfa. Vio el peligro que corría. Primero Kitiara lo había dejado en ridículo abocándolo al fracaso y al desastre, y ahora esta elfa estaba allí para rematar el trabajo y acabar con él. Vio a las dos mujeres riéndose de él.
La ira borbotó dentro de Feal-Thas. Si hubiese estado en su cuerpo habría destruido a esa débil mujer con una palabra y un gesto. Ahora tendría que conformarse con despedazarla a dentelladas, darse un banquete con su carne, beber su sangre. Y algún día haría lo mismo con Kitiara.
Laurana sintió que la presa del hechicero se aflojaba, percibió la rabia en los ojos amarillos y vio venir el ataque. Poniendo toda su fuerza en ello, asió firmemente el Quebrantador. Se olvidó de Tanis, se olvidó de Kitiara, puso su pasado, su futuro y a sí misma en manos de los dioses. Se hizo dueña de su propio destino.
Chasqueando los dientes, el lobo saltó sobre ella.
—Que así sea —dijo sosegadamente Laurana, e impulsó el Quebrantador en un arco dirigido a la garganta del falso lobo.
La hoja mágica, bendecida por Habbakuk, sesgó la magia del brujo invernal y penetró profundamente en su cuello. La sangre salió a chorros. Feal-Thas aulló. El lobo blanco se desplomó en el hielo con las mandíbulas abiertas y la lengua colgando mientras le salía sangre y saliva por la boca. Los ojos amarillos, rebosantes de odio, la miraron fijamente. Los flancos del lobo subieron y bajaron con agitación, las patas rascaron y arañaron el hielo que se había teñido con la sangre que manaba a borbotones de la fatal herida.
Unas palabras apagadas, siniestras y punzantes como colmillos, se clavaron en la elfa.
—¡El amor fue mi perdición! ¡Y será la tuya y la de ella!
El odio y la vida se apagaron en los ojos amarillos del lobo. En el mismo instante de morir, el encantamiento que había transformado a Feal-Thas en lobo se rompió. En cierto momento Laurana tenía ante sí el cadáver de un lobo; se limpió de nieve los ojos para ver mejor y, cuando volvió a mirar, el cuerpo del elfo yacía boca arriba en un gran charco de sangre. Tenía la cabeza casi seccionada del cuerpo.
Laurana dio un respingo, la estremeció un escalofrío y se dio la vuelta. Estaba mareada por la conmoción y el espanto. Empezó a tiritar de forma incontrolable. En algún rincón de su mente era consciente de que todavía corría peligro; la manada de lobos podía revolverse contra ella, atacarla. Alzó la vista justo en el instante en que una de las fieras corría hacia ella e hizo un esfuerzo para alzar el Quebrantador, pero de repente el arma parecía pesar demasiado. Jadeando para respirar, aunque le pareció que el aire no le llegaba a los pulmones, se preparó para lo que tuviera que pasar.
El lobo hizo caso omiso de ella. Se acercó con pasos ligeros y silenciosos al cuerpo del elfo, olisqueó la sangre y después echó la cabeza hacia atrás y lanzó un aullido quejumbroso. Al oír el lamento, los otros lobos interrumpieron el ataque y se pusieron a aullar. El lobo acarició con el hocico a Feal-Thas. Entonces miró a Laurana; sus ojos se desplazaron hacia el brillante Quebrantador manchado de sangre. El lobo le gruñó, dio media vuelta y se escabulló. El resto de la manada lo siguió y desapareció por los túneles.
Laurana sintió que le flaqueaban las piernas y cayó de rodillas, con el Quebrantador aferrado todavía en las manos. Tenía la impresión de que jamás podría soltarlo.
Gilthanas se arrodilló a su lado y la rodeó con el brazo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, asustado, cuando consiguió hablar.
—Sí, el hechicero no logró herirme —contestó, notando los labios entumecidos.
De pronto fue consciente de que era verdad. Feal-Thas había intentado hacerle daño con su maldición, pero ésta no la había alcanzado. Si el amor había sido la perdición del elfo, era porque había permitido que algo hermoso se transformara en algo tenebroso y corrompido. De Kitiara, no sabría decirlo. Todo aquello no tenía sentido. Para ella el amor era su bendición y seguiría siéndolo, tanto si Tanis la correspondía con el suyo como si no.
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