Margaret Weis - La Torre de Wayreth

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance.
La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones.
Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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Un escalofrío recorrió a Raistlin ahora.

—¿Cómo puede Kitiara vivir en el mismo castillo que él?

—Tu hermana es una mujer única. No teme a nada, ni a este lado de la tumba ni al otro.

—Tú has estado en el Alcázar de Dargaard. Has visitado a mi hermana allí. ¿Sabes qué está haciendo? ¿A qué se debe la desconfianza de Ariakas? Hace pocos días me dijiste que se habían reunido y que todo iba bien entre ellos.

Iolanthe sacudió la cabeza.

—Creía que así era.

—Ariakas sabe que has ido a ver a Kit. Me dijo que tú me llevarías. ¿Por qué no te ha encargado a ti esta misión?

—No confía en mí —contestó Iolanthe—. Sospecha que siento demasiada simpatía por Kit. Él la ve como una rival.

—Sin embargo, me envía a mí y Kitiara y yo somos familia. ¿Por qué cree que yo traicionaría a mi hermana?

—Quizá porque sabe que has traicionado a tu hermano —repuso Iolanthe.

Raistlin se detuvo para mirarla atentamente. Sabía que debería negarlo, pero no le salían las palabras. No lograba pronunciarlas.

—Te lo digo como una advertencia, Raistlin. No subestimes a lord Ariakas. Conoce todos tus secretos. A veces no puedo evitar pensar que el mismo viento es su espía. He recibido la orden de acompañarte al Alcázar de Dargaard. ¿Cuándo quieres partir?

—Tengo que entregar mis pociones y hacer algunos preparativos —dijo Raistlin, y añadió con acritud—: Pero no sé para qué te lo digo. Sin duda, tú y Ariakas sabéis lo que voy a hacer antes de que lo haga.

—Puedes enfadarte tanto como quieras, amigo mío, pero ¿qué esperabas cuando elegiste servir a la Reina Oscura? ¿Que ella te daría una generosa recompensa y no pediría nada a cambio? Nada más lejos de la verdad, querido —dijo Iolanthe con voz melosa como un ronroneo—. Takhisis exige que se le sirva en cuerpo y alma.

«Iolanthe sabe que tengo el Orbe de los Dragones —pensó Raistlin—. Ariakas también lo sabe y, por supuesto, Takhisis.»

—La reina se toma su tiempo —prosiguió Iolanthe, como si respondiera a los pensamientos de Raistlin, como si pudiera verlos reflejados en sus ojos—. Espera su oportunidad para poder golpear. Un tropiezo, un solo error...

Iolanthe le soltó el brazo.

—Mañana a primera hora iré a buscarte a la torre. Trae el Bastón de Mago, porque en el Alcázar de Dargaard vas a necesitar su luz. —Se quedó callada un momento.

»Aunque no existe luz, mágica o de cualquier otra naturaleza, que pueda desvanecer esa eterna noche abominable.

«Un tropiezo... Un error... Me envían al Alcázar de Dargaard para que me enfrente a un Caballero de la Muerte. Soy un idiota —pensó Raistlin—. Un perfecto idiota...»

18

La transformación de la oscuridad

Día decimoquinto, mes de Mishamont, año 352 DC

Esa tarde, cuando el sol ya se ponía, Raistlin envolvió cuidadosamente los tarros de las pociones con una tela de algodón, para que no se rompieran, y los metió en un cajón. Así ya podría llevarlos a la tienda de Snaggle. Agradecía la oportunidad de andar, de pensar mientras caminaba, tratando de decidir qué hacer. Ahora la vida en Palanthas le parecía muy sencilla. El camino que llevaba a la realización de sus ambiciones se le había presentado llano y recto. Pero en algún lugar de su andadura se había desviado, había tomado la bifurcación equivocada y había terminado en un pantano mortal de mentiras e intrigas. Un solo paso en falso lo precipitaría hacia su propia muerte. Se hundiría bajo esas aguas putrefactas como...

Como yo me hundí en el Mar Sangriento — dijo una voz.

—¿Caramon? —Raistlin se detuvo, atónito. Miró en derredor. Era la voz de Caramon. Estaba seguro.

—Sé que estás aquí, Caramon —dijo Raistlin—. Sal de tu escondite. No estoy de humor para tus jueguecitos.

Se había parado en la Ringlera de los Hechiceros y el lugar estaba desierto, como siempre. El viento barría la calle, arrancaba un susurro de las hojas muertas del otoño y levantaba la basura, haciéndola girar en el aire y volver a caer. No había nadie. Raistlin sintió que lo bañaba un sudor helado. Las manos le temblaban tanto que estuvo a punto de dejar caer el cajón. Lo dejó en el suelo.

—Caramon está muerto —dijo, pues necesitaba oírse a sí mismo pronunciando esas palabras.

—¿Quién es Caramon?

Raistlin se volvió, con un hechizo en la punta de la lengua, y vio a Mari sentada en el escalón de un portal. Raistlin olvidó el hechizo con un suspiro. Al menos la voz había sido real y no había resonado sólo en su cabeza..., o en su corazón.

—Olvídalo. ¿Qué quieres? —preguntó a la kender.

—¿Qué hay en ese cajón? —preguntó Mari, al tiempo que alargaba una mano para tocar uno de los frascos.

Raistlin levantó el cajón, justo a tiempo para alejarlo de la kender. Prosiguió su camino hacia la tienda de Snaggle.

—¿Quiere que te ayude a llevar eso? —se ofreció Mari, trotando a su lado.

—No, gracias.

Mari hundió las manos en los bolsillos.

—Supongo que ya sabrás por qué estoy aquí.

—Talent quiere una respuesta.

—Bueno, por eso también. Primero quiere saber por qué fuiste a ver a Ariakas.

Raistlin sacudió la cabeza.

—¿Hay alguien en esta ciudad que no sea un espía?

—No creo —contestó Mari, encogiéndose de hombros—. Cuando un ratón come una miga en Neraka, Talent se entera de inmediato.

Raistlin vio que la kender estaba a punto de abrir la tapa de uno de sus tarros para meter el dedo en la impoluta poción. Raistlin dejó el cajón en el suelo, le quitó el tarro y lo cerró de nuevo.

—¿Se supone que tiene que oler así? —preguntó Mari.

—Sí —contestó Raistlin, mientras se preguntaba qué hacer.

Podía traicionar a La Luz Oculta y entregarlos a Ariakas. Se había dado cuenta de que el aguardiente que le habían dado tenía una droga, había olido el opiáceo en cuanto se había acercado la jarra a los labios. Había fingido que bebía y después había simulado que caía inconsciente. Podría guiar a los guardias del emperador hasta El Botín de Lute y, luego, por los túneles que se abrían debajo. Recibiría una recompensa más que digna.

O podía traicionar a Ariakas y unir sus fuerzas a la batalla de La Luz Oculta para derrotar al emperador y a la Reina Oscura. Por lo que Raistlin había oído y visto de los enemigos a los que se enfrentaría, aquélla sería la opción más peligrosa y con menos probabilidades de éxito.

Ambos bandos querían que espiara a su hermana. De repente, le asaltó la duda de lado de quién estaría Kit.

«Ella es como yo —dedujo—. Kit estará de su lado.»

—Ariakas me hizo llamar para preguntarme si sabía algo de ese hombre al que todos quieren dar caza —contestó Raistlin—. Ése de la gema verde.

—¿Te refieres a Berem? Dime, ¿tú sabes por qué todo el mundo lo busca? —preguntó Mari con gran interés—. Quiero decir, ya sé que no te cruzas todos los días con un tipo con una esmeralda clavada en el pecho, pero ¿qué lo hace tan especial? Aparte de la esmeralda, quiero decir. Me preguntó cómo acabaría ahí clavada. ¿Tú lo sabes? ¿Y qué pasaría si alguien intentara arrancársela? ¿Se desangraría hasta morir? ¿Sabes lo que creo yo? A mí me parece...

—No sé nada sobre Berem —logró decir Raistlin en medio del torrente de palabras de la kender—. Lo único que sé es que ésa era la razón por la que Ariakas quería verme.

—¿Eso es todo? —dijo Mari, y silbó aliviada—. Menos mal. Así ya no tengo que matarte.

—Eso no tiene gracia.

—No pretendía ser graciosa. ¿Así que vas a aceptar el encargo de Talent? ¿Puedo ir contigo? Hacemos un equipo increíble, tú y yo.

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