—Y ¿qué piensas hacer con ella?
Kitiara se quedó en silencio.
—Pienso utilizarla para hacerme con la Corona del Poder —dijo al fin—. Les dije a los habitantes de Kalaman que si querían recuperarla, debían entregar a Berem, el Hombre Eterno.
Raistlin empezaba a entenderlo todo. Recordó al hombre al timón del barco. El hombre que había dirigido la embarcación hacia el Mar Sangriento. Un viejo de mirada joven.
—Berem está con Tanis, ¿verdad?
Kit lo miró, sorprendida.
—¿Cómo lo has sabido?
Raistlin se encogió de hombros.
—Sólo ha sido una corazonada. ¿Crees que Tanis intercambiará a Berem por Laurana?
—Estoy segura —dijo Kitiara—. Y yo intercambiaré a Berem por la corona.
—Así que ése es tu plan secreto. ¿Dónde están ahora Tanis y mi hermano?
—Intentando encontrar la forma de rescatar a la elfa. Mis espías les seguían la pista, pero los perdieron, aunque encontraron a alguien que recordaba a un kender parecido a Tasslehoff y que andaba preguntando cómo llegar a un lugar llamado La Morada de los Dioses.
—Morada de los Dioses... —repitió Raistlin con aire pensativo.
—¿Has oído hablar de ese sitio?
Raistlin negó con la cabeza.
—Me temo que no.
Pero claro que había oído hablar de él. La Morada de los Dioses era un lugar sagrado, dedicado a los dioses. No estaba dispuesto a compartir esa información con su hermana. El conocimiento era poder. Se preguntó por qué Tanis, su hermano y los demás se dirigirían allí.
—Se dice que se encuentra en algún lugar cerca de Neraka, en las montañas Khalkist —prosiguió Kit—. Tengo patrullas en su busca. No tardarán en encontrarlos y Tanis me conducirá hasta Berem.
—¿Por qué es tan importante ese hombre? —quiso saber Raistlin—. ¿Por qué anda medio ejército en su busca? ¿Qué hace que sea tan valioso como la Corona del Poder?
—No necesitas saberlo.
—Si quieres mi ayuda, sí necesito saberlo.
—Mi hermanito es un cabrón que siempre piensa en sí mismo. —Kitiara le dedicó una sonrisa—. Pero así fue como te eduqué. Te contaré una historia.
Acercó una silla y se sentó. Como sólo había dos sillas en la habitación, Iolanthe se acomodó en la cama, con las piernas cruzadas.
»Esta historia va a parecerte muy interesante —dijo Kitiara, esbozando una sonrisa maliciosa—. Es sobre dos hermanos, y uno de ellos mata al otro.
Si esperaba alguna reacción por parte de Raistlin, Kitiara debió de sentirse decepcionada. El hechicero permaneció inmóvil en su silla, esperando.
»Según la leyenda, ese hombre llamado Berem y su hermana iban caminando y se encontraron con una columna caída, cubierta de piedras preciosas, unas gemas únicas. Los dos hermanos eran pobres y el hombre, Berem, decidió robar una esmeralda. Su hermana quiso impedírselo y, resumiendo, él le dio un golpe en la cabeza.
—La hermana se cayó y se golpeó la cabeza con una piedra —la corrigió Iolanthe.
Kitiara hizo un gesto con la mano.
—Da igual. Lo que importa es que Berem terminó maldito por los dioses y con la esmeralda incrustada en el pecho. Desde entonces, vaga por el mundo, intentando escapar de su culpa. Mientras tanto, su hermana lo perdonó y su bondadoso espíritu entró en la piedra. Cuando Takhisis quiso entrar en el mundo por ella, no pudo. Su entrada estaba cerrada.
Raistlin se habría mostrado escéptico ante una historia tan difícil de creer, a no ser porque había visto con sus propios ojos la esmeralda incrustada en el pecho de Berem.
«No me equivocaba —pensó el hechicero—. Takhisis no puede entrar en el mundo con todo su poder. Mejor. Si no, esta guerra habría terminado antes de empezar.»
—La columna caída es la Piedra Angular del Templo de Istar —aclaró Iolanthe—. Takhisis la encontró y la llevó a Neraka para construir su templo alrededor. Busca a Berem para destruirlo, pues si se une a su hermana, la puerta del Abismo se cerrará.
—¿Y qué se espera de mí en toda esta historia? —preguntó Raistlin—. ¿Por qué involucrarme en algo así? Parece que vosotras ya habéis pensado en todo.
Kitiara miró a Iolanthe con los ojos sombreados por largas pestañas. Esa mirada no iba dirigida a ella en realidad. Con esa mirada intentaba decir a Raistlin «Tú y yo hablaremos sobre este tema en privado». Kitiara cambió de tema.
—¿Tienes mucha prisa por marcharte? Hace años que no te veo. Dime, ¿qué piensas de esa elfa?
—Kitiara —dijo Iolanthe en tono de advertencia—, las paredes tienen oídos. Eso incluye las paredes chamuscadas.
Kit no le hizo caso.
—Todo el mundo pone su belleza por las nubes. Es tan pálida como un pan empapado en leche. Pero cuando yo la vi fue en la Torre del Sumo Sacerdote, justo después de la batalla. No estaba en su mejor momento.
—Kitiara, tenemos asuntos más importantes de los que... —empezó a decir Iolanthe, pero Kit le hizo callar.
—¿Que piensas de ella? —insistió Kit.
¿Qué pensaba Raistlin sobre Laurana? Que era la única belleza que quedaba para él en el mundo. Ni siquiera la maldición que le nublaba la vista, por la cual veía todas las cosas viejas, marchitas y sin vida, había logrado alterar esto. Los elfos eran muy longevos y la edad trataba con delicadeza a la doncella elfa. Los años no hacían más que realzar su belleza, si es que eso era posible.
Laurana se sentía un poco intimidada ante su presencia, un poco asustada. Sin embargo, había confiado en él. Raistlin no sabía por qué, pero parecía que ella veía algo en él invisible para los demás, algo que ni siquiera él lograba descubrir. La había amado... No, amar no era la palabra, la había ansiado, como un hombre acosado por la sed y perdido en el desierto ansia un sorbo de agua fresca.
—Ella es todo lo que tú eres, hermana, y todo lo que no eres —contestó Raistlin en voz baja.
Su hermana se echó a reír, satisfecha. Se lo tomó como un cumplido.
—Kitiara, tengo que hablar contigo —dijo Iolanthe, al límite de su paciencia—. En privado.
—Quizá yo pueda terminar de escribir la carta por ti —sugirió Raistlin.
Kitiara le hizo un gesto y ella se acercó a la ventana. Allí, Iolanthe y ella juntaron las cabezas y empezaron a hablar con tonos apagados.
Raistlin se sentó. Dejó el Bastón de Mago al alcance de la mano. Con la mente en otra parte, empezó a copiar mecánicamente las palabras escritas en el papel emborronado y lleno de tachones en una hoja en limpio. Escribía con suavidad y destreza, con una letra mucho más legible que la de Kit.
Mientras trabajaba, se apartó disimuladamente la capucha para intentar oír lo que hablaban las dos mujeres. Sólo entendió algunas palabras, pero las suficientes para hacerse una idea general del tema que trataban.
—... Ariakas sospecha de ti... Por eso mandó a tu hermano... Tenemos que pensar en algo que decirle...
Raistlin siguió con la carta. Concentrado en la conversación ajena, apenas había prestado atención a las palabras que estaba escribiendo, hasta que un nombre se iluminó y dejó el resto de la hoja sumido en la oscuridad.
«Laurana.» Las órdenes trataban sobre ella.
Raistlin se olvidó por completo de Kit e Iolanthe. Todo su ser se concentró en la carta y repasó lo que había escrito. Kit enviaba la misiva a un subordinado, al que le decía que las órdenes habían cambiado. Ya no tenía que llevar a la «cautiva» al Alcázar de Dargaard. Debía conducirla directamente a Neraka. El subordinado tenía que asegurarse de que Laurana siguiera viva e ilesa, al menos hasta que se hubiera realizado el intercambio por el Hombre Errante. Después, cuando Kitiara estuviera en posesión de la corona, Laurana se ofrecería como sacrificio ante la Reina Oscura.
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