—¿Y si me niego?
—No recuerdo haberte dado esa opción —contestó Talent, acariciándose el bigote—. Tú viniste a mí, Majere. Y ahora sabes demasiado sobre nosotros. O aceptas viajar al Alcázar de Dargaard o tus huesos serán la cena de Hiddukel de esta noche. Hiddukel, el perro —añadió Talent a modo de aclaración, acariciando la cabeza del mastín—, no el dios.
Raistlin miró al mastín. Después volvió la cabeza para mirar a Maelstrom. Se encogió de hombros.
—Necesitaré un día o dos para poner mis asuntos en orden e inventar alguna excusa para mi ausencia. Habrá quien piense que una desaparición repentina es muy sospechosa.
—Estoy seguro de que se te ocurrirá algo —dijo Talent. Se levantó de la silla. Los perros, que habían estado tumbados a su lado, se pusieron de pie de un salto—. Maelstrom se encargará de que llegues a casa sano y salvo. Espero que no te importe que te vendemos los ojos.
—Prefiero eso a que me droguéis —contestó Raistlin con ironía.
Maelstrom desenfundó su cuchillo y cortó las cuerdas que ataban a Raistlin de pies y brazos.
—Hay una cosa que quería preguntarte —dijo Talent—. Los guardias de las puertas han recibido la orden de buscar a un hombre llamado Berem que tiene una gema verde incrustada en el pecho. Suena al tipo de hombre que un hechicero podría conocer. No dará la casualidad de que lo conoces, ¿verdad? ¿Sabes algo acerca de él?
—Me temo que no —repuso Raistlin con el rostro inexpresivo.
Se levantó con movimientos rígidos, frotándose las muñecas. Estaba empezando a hinchársele el labio y un cardenal le teñía la piel dorada del rostro de una tonalidad verdosa no demasiado bonita. Maelstrom sacó una cinta de tela negra. Talent levantó una mano, para indicarle que esperara.
—¿Y puedes decirme algo sobre un objeto mágico que están buscando los guardias? Una Bola de los Dragones o algo así...
—Orbe de los Dragones —lo corrigió Raistlin.
—¿Has oído hablar de él? —Talent fingió sorpresa.
—No llegaría ni a estudiante de magia si no fuera así.
—No sabes dónde está, ¿verdad?
Los inquietantes ojos del joven hechicero centellearon.
—Créeme, si te digo que no querrías que lo encontrase. —Se chupó la sangre del labio.
Talent lo observó y después se encogió de hombros.
—Avisa a Mari cuando partas hacia el Alcázar de Dargaard —dijo. Silbó a los perros y se dio media vuelta.
—Un momento —lo detuvo Raistlin—. Yo también tengo una pregunta para ti. ¿Cómo corrompiste a la kender?
—¿Corromper? —repitió Talent enfadado—. ¿Qué quieres decir? Yo no corrompí a Mari.
—La convertiste en una asesina a sangre fría. ¿Cómo llamarías a eso?
—Yo no la corrompí —insistió Talent—. No conozco la historia de Mari. Nunca habla sobre eso. Y sólo para que quede claro, jamás le ordené que asesinara al Ejecutor. Ella decidió matarlo. No supe nada sobre ese asesinato hasta que ya lo había cometido, y entonces me quedé perplejo.
Raistlin frunció el entrecejo, dudando.
»Lo juro por Kiri-Jolith —añadió Talent con total sinceridad—. Si hubiera sabido lo que Mari tenía pensado hacer, la habría encadenado en el sótano. Nos ha puesto a todos en peligro. —Se quedó en silencio y después agregó:— Por cierto, gracias por ayudarla, Majere. Mari significa mucho para nosotros. La maldad del mundo ha destruido muchas cosas hermosas e inocentes. Mírate a ti, por ejemplo. Supongo que antes de que te entregaras al mal, fuiste un niño feliz y despreocupado...
—Supones mal —lo interrumpió Raistlin—. ¿Puedo irme ya?
Talent asintió. Maelstrom cubrió los ojos del hechicero con la venda, le puso la capucha y lo condujo fuera de la cámara subterránea.
Cuando salieron, uno de los perros se estremeció y se le erizó todo el pelo. El mastín se sacudió entero.
—Lo sé, pequeña —dijo Talent, poniéndole la mano en la cabeza para tranquilizarla—. A mí también me da escalofríos.
17
Un encuentro con Ariakas. Otra oferta de trabajo
Día decimoquinto, mes de Mishamont, año 352 DC
La mañana después de su encuentro con Talent, Raistlin estaba trabajando en el laboratorio de la torre, mezclando las últimas pociones para Snaggle. Ya había comprado su daga. Lo único que necesitaba era las piezas de acero suficientes para pagar la habitación de la posada. No iba a ir a visitar a Kitiara debiéndole dinero. Ni lo que era mucho peor: no iba a espiarla y al mismo tiempo aceptar su caridad.
—Estarías orgulloso de mí, Sturm —comentó Raistlin mientras revolvía un brebaje para el dolor de garganta—. Parece que algo de honor me queda.
En el piso de abajo se oyó el sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose. Luego, unos pasos ligeros subieron la escalera a la carrera. Raistlin no interrumpió su trabajo. Aunque no hubiese percibido el leve aroma a gardenia, habría sabido que su visitante era Iolanthe. Nadie más se acercaba a la torre, porque se había extendido el rumor por toda la ciudad de que por ella vagaban los fantasmas de los Túnicas Negras muertos.
—¿Raistlin? —gritó Iolanthe.
—Aquí —respondió él, alzando la voz.
Iolanthe entró en la habitación. Respiraba trabajosamente por el esfuerzo. Tenía el pelo revuelto y la mirada encendida.
—Deja lo que estés haciendo. Ariakas quiere reunirse contigo.
—¿Reunirse conmigo? —preguntó Raistlin, sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo.
—¡Sí, contigo! ¡Quiere hablar contigo ahora mismo! Deja eso —dijo Iolanthe, quitándole la cuchara de las manos—. No le gusta que le hagan esperar.
Lo primero que se le pasó por la cabeza a Raistlin fue que Ariakas había descubierto su relación con La Luz Oculta. Pero si ése fuera el caso, razonó, enviaría a los draconianos a buscarlo, no a su amante.
—¿Qué quiere de mí?
—Pregúntaselo tú mismo —repuso Iolanthe.
Raistlin tapó el tarro.
—Iré, pero ahora no puedo dejar esto. —Se inclinó sobre una olla pequeña que había puesto al fuego—. Tengo que esperar a que hierva.
Iolanthe olfateó la olla y arrugó la nariz.
—¡Puaj! ¿Qué es eso? —Un experimento.
Raistlin se acordó del dicho que afirmaba que si se mira la olla, ésta nunca hierve, y se volvió a hacer otra cosa. Con cuidado, metió el tarro de medicina para el dolor de garganta en un cajón, junto con otras muchas pociones y ungüentos que ya estaban listos. Iolanthe lo observaba, dando golpecitos con el pie y repiqueteando los dedos en el brazo. Apenas podía contener la impaciencia.
—Eso ya está hirviendo —anunció.
Raistlin cogió la olla por las asas con un trapo y la apartó del fuego. La dejó sobre la mesa y se quitó el delantal con el que se protegía la túnica.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó Iolanthe, mirando el mejunje con una mueca.
—Tiene que fermentar —repuso Raistlin, doblando cuidadosamente el delantal—. En la Noche del Ojo, haré...
—¡La Noche del Ojo! ¡Es verdad! —exclamó Iolanthe, dándose una palmada en la frente—. Qué tonta soy. Ya no falta mucho, ¿verdad? ¿Vas a ir a la celebración de la Torre de Wayreth?
—No, pienso quedarme aquí y trabajar en mis experimentos —contestó Raistlin—. ¿Y tú?
—Te lo contaré mientras vamos a ver al emperador.
Lo agarró de la mano y tiró de él presurosa, para que bajara la escalera y saliera de la torre.
—¿Por qué no vas a Wayreth? —preguntó Iolanthe.
Raistlin la miró fijamente.
—¿Por qué no vas tú?
Iolanthe se echó a reír.
—Porque me lo voy a pasar mejor en Neraka. Ya sé que cuesta creerlo. En la Noche del Ojo, Talent siempre organiza una fiesta impresionante en El Broquel Partido y hay otra fiesta en El Trol Peludo. La cerveza es gratis. Todo el mundo se emborracha... o más bien se emborrachan más de lo acostumbrado. La gente enciende hogueras en la calle y todo el mundo se disfraza de hechicero y finge que lanza conjuros. Es la única diversión de esta ciudad.
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