Talent cerró la trampilla y bajó por la escalera. Los mastines lo acompañaban, olfateando el aire, con el hocico arrugado y las orejas tiesas. Hiddukel dejó caer el hueso y los dos perros empezaron a ladrar, meneando la cola. Habían visto a un amigo.
Maelstrom estaba montando guardia delante de «la mercancía», un hombre desplomado sobre una silla. Talent no podía verlo bien, porque el sujeto tenía la cabeza agachada. Le habían atado los brazos a la espalda y amarrado los pies a la silla. Vestía una túnica negra y llevaba varias bolsas colgando del cinturón.
—Hola, Maelstrom —lo saludó Talent.
La manaza del gigantón atrapó la de Talent y se la apretó afectuosamente. Talent no pudo evitar un gesto de dolor.
—Oye, con cuidado. Quién sabe cuándo necesitaré mis dedos —se quejó Talent. Bajó la vista hacia el hombre de la silla, con expresión ceñuda y de interés—. Así que éste es el hechicero de Mari. Es huésped mío, sabes. Me sorprendió cuando me dijo que se trataba de él.
—Es un enclenque. —Maelstrom se sorbió la nariz—. Casi se desmaya sólo con oler un buen aguardiente enano. Sin embargo, parece que tiene talento para hacer lo que hace. El viejo Snaggle dice que sus pociones son las mejores que ha utilizado jamás.
—¿Y dónde estaba metido? Lleva muchas noches sin dormir en su habitación.
—En el Palacio Rojo.
Talent frunció aún más el entrecejo.
—¿Con Ariakas?
—Más probablemente con la bruja. Parece que Iolanthe ha adoptado al tipo. Quería que Ariakas lo contratara. Pero estos días el emperador anda pensando en otras cosas y Raist no consiguió el trabajo. Se marchó enfurruñado. Desde entonces ha estado trabajando en la torre, preparando mejunjes y vendiéndoselos al viejo Snaggle.
—O sea, que intentó venderse a Ariakas y, cuando eso no funcionó, pensó que nosotros podríamos ofrecerle algo.
—Eso, o se vendió a Ariakas —gruñó Maelstrom— y está aquí para espiarnos.
Talent observó a Raistlin, cavilando en silencio. Los perros se habían echado a los pies del hechicero. Maelstrom estaba con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Despiértalo —dijo Talent.
Maelstrom lo agarró por el pelo, le echó la cabeza hacia atrás de un tirón y le pegó un par de bofetadas.
Raistlin se estremeció. Sus párpados temblaron. Hizo una mueca de dolor y parpadeó bajo la luz vacilante. Después, sus ojos se centraron en Talent, y en su rostro se adivinó el asombro. Enarcó una ceja y asintió levemente, como si pensara que todo encajaba.
—Todavía me debes los gastos de los daños de tu habitación, Majere —dijo Talent.
El posadero arrastró una silla, la giró y se sentó apoyando los brazos en el respaldo.
—Lo siento —contestó Raistlin—. Si se trata de eso, tengo el dinero...
—Olvídalo —repuso Talent—. Salvaste la vida a Mari. Podemos decir que estamos en paz. He oído que podrías estar interesado en trabajar para La Luz Oculta.
—¿La Luz Oculta? —Raistlin sacudió la cabeza—. La primera vez que oigo ese nombre.
—Entonces, ¿por qué fuiste esta noche a El Pelo de Trol?
—A tomar algo...
Talent se echó a reír.
—Nadie va a El Pelo de Trol a tomar algo, a no ser que seas uno de los pocos entusiastas del meado de caballo. —Frunció el entrecejo—. Déjate de tonterías, Majere. Mari te dio la contraseña. Por alguna razón, le has gustado.
—Allá cada uno con sus gustos —comentó Maelstrom, con un coscorrón le giró la cara a Raistlin—. Responde a las preguntas del jefe. No le gusta andarse con rodeos.
Talent esperó a que a Raistlin dejaran de pitarle los oídos por el golpe y después volvió a insistir.
—¿Lo intentamos otra vez? ¿Por qué fuiste a El Pelo de Trol?
—Admito que estoy interesado en trabajar para La Luz Oculta —dijo Raistlin, lamiéndose la sangre que le manaba de un corte en el labio.
—Un hechicero que viste la túnica negra quiere ayudar a combatir a Takhisis... ¿Por qué tendríamos que confiar en ti?
—Porque visto la túnica negra —contestó Raistlin.
Talent lo miró pensativamente.
—Tendrás que explicarte mejor.
—Si Takhisis gana la guerra y se libera de su prisión en el Abismo, ella será la señora y yo seré su esclavo. No quiero convertirme en un esclavo. Prefiero ser el señor.
—Por lo menos eres sincero —dijo Talent.
—No veo ningún motivo para mentir —repuso Raistlin, encogiéndose de hombros en la medida en que las ataduras se lo permitían—. No me avergüenzo de vestir la túnica negra. Tampoco me avergüenzo de mi ambición. Tú y yo luchamos contra Takhisis por diferentes razones, o al menos eso es lo que supongo. Tú combates por el bien de la humanidad. Yo combato por mi propio bien. Lo importante es que los dos combatimos.
Talent sacudió la cabeza, asombrado.
—He conocido todo tipo de hombres y mujeres, Majere, pero ninguno como tú. No estoy seguro de si tendría que abrazarte o cortarte la cabeza.
—Yo sí sé lo que haría —murmuró Maelstrom, tocando un gran cuchillo que llevaba colgado del cinto.
—Seguro que entenderás que te pidamos que demuestres tus buenas intenciones —dijo Talent, volviendo a los negocios—. Tengo un trabajo para ti, uno para el que tienes unas cualidades únicas. He oído que Kitiara Uth Matar, conocida como la Dama Azul, es tu hermana.
—Sólo somos medio hermanos —contestó Raistlin—. ¿Por qué?
—Porque la Dama Azul está tramando algo y necesito saber qué es.
—No veo a Kitiara desde hace años pero, por lo que he oído, es comandante en jefe del Ejército Azul de los Dragones, el ejército que está arrasando Solamnia y poniendo a los caballeros solámnicos en un aprieto. Seguro que lo que trama es acabar definitivamente con la caballería.
—Deberías hablar de los Caballeros de Solamnia con más respeto —dijo Talent.
Raistlin esbozó una media sonrisa.
—Me parecía haberte notado un ligero acento solámnico. No me lo digas. Puedo imaginar tu historia. Eras un caballero pobre al que no le quedó más remedio que vender su espada. Se la vendiste a la gente equivocada y, durante un breve período de tiempo, te sumaste a la oscuridad. Pero cambiaste de idea y ahora estás en el bando de la luz. ¿Me equivoco?
—No cambié de opinión —contestó Talent en voz baja—. Tenía un buen amigo que hizo que cambiase. Me salvó de mí mismo. Pero no estamos hablando de mí. En realidad, Kitiara no está tan preocupada por dirigir la guerra en Solamnia. Eso lo ha dejado en manos de sus oficiales. Hace semanas que no se la ve en el campo de batalla.
—Quizá esté herida —sugirió Raistlin—. Quizá esté muerta.
—Nos habríamos enterado. De lo que sí nos hemos enterado es de que está trabajando en un proyecto secreto. Queremos saber de qué proyecto se trata y, si fuera posible, evitar que se lleve a cabo.
—Y como yo soy su hermano, esperáis que a mí me lo cuente todo. Por desgracia, no sé dónde está Kit.
—Por suerte, nosotros sí —repuso Talent—. ¿Has oído hablar del Caballero de la Muerte, lord Soth?
—Sí —respondió Raistlin con cautela.
—Soth está vivo, por decirlo de alguna manera. El Caballero de la Muerte vive en un castillo maldito conocido como el Alcázar de Dargaard. Y tu hermana, Kitiara, está con él.
Raistlin lo miraba fijamente, sin poder creerlo.
—No hablas en serio.
—Nunca he hablado tan en serio. La entrada de los dragones de la luz en la guerra cogió a Takhisis desprevenida. Ahora tiene miedo de perder. Kitiara está en el Alcázar de Dargaard con lord Soth y creemos que están planeando algo para apagar esa chispa de esperanza. Quiero que averigües lo que traman. Quiero que lo descubras y vuelvas para decírmelo.
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