Margaret Weis - La Torre de Wayreth

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance.
La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones.
Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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—Sí, mi señor —repuso Raistlin sin alterarse.

—Eso es todo —dijo Ariakas, haciendo un gesto para que se retirara—. Iolanthe te llevará al Alcázar de Dargaard. Tiene una especie de hechizo mágico con el que se desplaza. Ella te ayudará.

Raistlin se sintió menospreciado.

—No necesito su ayuda, mi señor. Soy perfectamente capaz de viajar utilizando mi propia magia.

Ariakas cogió un despacho y fingió que lo leía.

—No dará la casualidad de que utilizas un Orbe de los Dragones para lograrlo, ¿verdad? —preguntó el emperador como si tal cosa.

Había tendido la trampa con tanta sutileza, había planteado la pregunta tan despreocupadamente, que Raistlin estuvo a punto de caer. Se contuvo en el último momento y logró responder sin alterarse y, al menos eso esperaba, con convicción.

—Lo siento, señor, pero no tengo la menor idea de lo que habláis.

Ariakas enarcó una ceja y le clavó su mirada penetrante. Después volvió a concentrarse en el despacho y llamó a los guardias.

Los ogros abrieron la puerta y esperaron a que Raistlin saliera. El hechicero estaba sudando, tembloroso por el encuentro. Con todo, no estaba dispuesto a que Ariakas lo despachara como a un adulador más.

—Ruego que me disculpéis, vuestra señoría —dijo Raistlin con el corazón a punto de salírsele del pecho y la sangre agolpándosele en las orejas—, pero todavía debemos decidir cuánto me pagaréis por mis servicios.

—¿Qué te parece como pago que no te corte esa lengua insolente que tienes? —contestó Ariakas.

Raistlin sonrió sin ganas.

—Es un trabajo peligroso, señor. Los dos conocemos a Kitiara. Los dos sabemos lo que me haría si descubriese que me han enviado a espiarla. Mi recompensa debería guardar relación con el riesgo que asumo.

—¡Hijo de puta! —Ariakas fulminó a Raistlin con la mirada—. Te doy la oportunidad de servir a tu reina y me regateas como un mercader cualquiera. ¡Debería matarte aquí mismo!

Raistlin se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y se maldijo por haber sido tan increíblemente idiota. No tenía ingredientes para ningún hechizo, pero uno de sus oficiales, en la época en que había sido mercenario, le había enseñado a conjurar hechizos sin necesidad de componentes. Un hechicero tenía que estar muy desesperado para intentarlo. Raistlin pensó que «desesperado» era el adjetivo que mejor definía su situación. Recordó las palabras...

—Cien piezas de acero —le ofreció Ariakas.

Raistlin parpadeó y abrió la boca para hablar.

»Si te atreves a pedir más —añadió Ariakas con un brillo peligroso en sus ojos oscuros—, fundiré esa piel dorada que tienes en un montón de monedas, y será con eso con lo que te pague. ¡Fuera de aquí!

Raistlin se marchó sin esperar un segundo más. Buscó a Iolanthe con la mirada y, al no verla, decidió que no era muy prudente quedarse allí. Ya había recorrido la mitad de la calle cuando Iolanthe lo alcanzó. Al sentir que alguien lo tocaba, Raistlin estuvo a punto de pegar un brinco.

—¡Debes de tener ganas de morir! —Iolanthe se le colgó del brazo una vez más, para su profundo disgusto—. ¿En qué estabas pensando? Casi logras que nos maten a los dos. Ahora está furioso conmigo, me echa la culpa de tu «descaro». Podría haberte matado. Ha asesinado a más de uno por mucho menos. Espero que esas cien piezas de acero realmente sean tan importantes.

—No lo he hecho por dinero —contestó Raistlin—. Ariakas podría enterrar sus piezas de acero en el fondo del Mar Sangriento si por mí fuera.

—Entonces, ¿por qué te arriesgaste así?

«Realmente, ¿por qué?», Raistlin consideró la pregunta.

—Yo te voy a decir por qué —respondió Iolanthe—. Siempre tienes que ponerte a prueba. Nadie puede ser más alto que tú. Si lo es, le cortas las piernas. Algún día te encontrarás con alguien que te las corte a ti.

Iolanthe meneó la cabeza.

—La gente tiende a pensar que, como Ariakas es fuerte, también es bobo. Cuando se dan cuenta de su equivocación, ya es demasiado tarde.

Raistlin tuvo que admitir que había infravalorado a Ariakas y que a punto había estado de pagarlo muy caro. Sin embargo, no le gustaba que se lo recordaran y deseó, molesto, que Iolanthe se fuera y le dejara pensar. Intentó deslizar el brazo para librarse del de la hechicera, pero ella lo apretó con más fuerza.

—¿Vas a ir al Alcázar de Dargaard?

—Me pagan cien piezas de acero para que vaya.

—Necesitarás mi ayuda para llegar, con o sin ese Orbe de los Dragones.

Raistlin la miró con recelo, preguntándose si sólo estaría burlándose de él. Nunca estaba seguro con ella.

—Gracias —respondió—, pero soy perfectamente capaz de hacerlo solo.

—¿En serio? Lord Soth es un Caballero de la Muerte. ¿Sabes lo que es eso?

—Por supuesto —contestó Raistlin, que prefería no hablar sobre eso, ni siquiera pensarlo.

De todos modos, Iolanthe se hizo escuchar.

—Un Caballero de la Muerte es un muerto viviente tan aterrador y poderoso que puede paralizarte con sólo rozarte o matarte pronunciando una única palabra. No le gustan las visitas. ¿Conoces su historia?

Raistlin le dijo que había leído sobre la desgracia de Soth e intentó cambiar de tema, pero Iolanthe parecía tener un macabro empeño en recordar aquel suceso pavoroso. Sin más remedio que escucharla, Raistlin intentó pensar en cómo viviría Kitiara en un castillo horrendo con la compañía de un demonio sangriento. Un demonio con el que seguramente él tendría que verse las caras en no mucho tiempo. Pensó con amargura que Ariakas podía haber encontrado mil maneras más sencillas de acabar con su vida.

—Antes del Cataclismo, Soth era un caballero solámnico, respetado y admirado. Era un hombre de carácter apasionado y violento, y tuvo la desgracia de enamorarse de una elfa. Hay quien dice que los elfos tuvieron algo que ver, pues ellos eran leales al Príncipe de los Sacerdotes de Istar y Soth se oponía a su gobierno dictatorial.

»Soth estaba casado, pero violó sus votos y sedujo a la doncella elfa, que quedó embarazada. Su esposa desapareció muy oportunamente por aquella misma época y eso permitió a Soth casarse con su amante. Cuando se trasladó al Alcázar de Dargaard, la joven elfa descubrió el terrible secreto: el caballero había asesinado a su primera esposa. Consternada, le echó en cara su crimen. En un primer momento, él demostró sus mejores sentimientos y le rogó a su esposa que lo perdonara y a los dioses que le concedieran la oportunidad de redimirse. Los dioses atendieron sus plegarias y le dieron el poder de detener el Cataclismo, aunque sería a cambio de su propia vida.

»Soth se dirigía a Istar cuando lo abordó un grupo de elfas. Le contaron que su esposa le había sido infiel y que el niño al que había dado luz no era hijo suyo. Sus pasiones lo dominaron. La cólera lo invadió. Cabalgó de nuevo hacia su alcázar. Acusó a su esposa en el mismo momento en que se desató el Cataclismo. El techo se derrumbó, o quizá fuera una lámpara de araña que se cayó, no me acuerdo bien. Soth podría haber salvado a su esposa y al niño, pero la ira y el orgullo ganaron la batalla. Contempló la muerte de ambos, envueltos en las mismas llamas que arrasaron el castillo.

»Las últimas palabras que pronunció su esposa fueron para maldecirlo. Viviría eternamente con la conciencia de su culpa. Sus caballeros se transformaron en guerreros espectrales. Las elfas que habían provocado su desgracia también fueron maldecidas y se convirtieron en banshees, que una noche tras otra le recitan sus crímenes.

Raistlin vio que Iolanthe se estremecía.

»Yo he estado delante de lord Soth. Lo miré a los ojos. Por todos los dioses, ojalá no lo hubiera hecho.

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