—Es cierto —confirmó Raistlin—. Los vi antes de marcharme.
—Así que vienes de Palanthas. Qué interesante.
Raistlin se maldijo a sí mismo por haber descubierto esa información. ¡No se equivocaban quienes llamaban «bruja» a esa mujer!
—Da igual la razón —prosiguió Iolanthe—, Ariakas ha perdido su fuente de ingresos. Lo que es peor, como confiaba en ganar esas piezas de acero, ya se las había gastado. Ahora tiene unas deudas inmensas, aunque poca gente lo sabe.
—¿Y por qué yo soy uno de ellos? —quiso saber Raistlin, molesto—. ¿Por qué me cuentas todo esto? No quiero saberlo. Propagar esos rumores es... es...
—¿Una traición? —Iolanthe se encogió de hombros—. Sí, supongo que sí. Pero no son rumores, Raistlin Majere. Son hechos. Yo lo sé. Soy la amante de Ariakas.
Raistlin sintió que se le erizaba el vello de los brazos y de la nuca. Su vida pendía de un hilo.
—También soy amiga de tu medio hermana, la Señora del Dragón Kitiara uth Matar —añadió con voz suave.
Raistlin se quedó boquiabierto.
—¿Conoces a mi... hermana?
—Pues sí —repuso Iolanthe. Se quedó callada un momento y después, de repente, se lanzó a un discurso—: Sus tropas, los soldados del Ejército Azul de los Dragones, sí que reciben su paga..., y es muy buena. Aunque no consiguió tomar Palanthas, controla gran parte de Solamnia. Exige y recibe tributo de las ciudades más ricas, que tuvo el buen sentido de no quemar hasta los cimientos. Y ella se encarga de que las pagas lleguen a sus soldados. Los Dragones Azules de Kit son leales y muy disciplinados, a diferencia de los Rojos, que son unos descerebrados y unos engreídos, y pasan todo el tiempo peleándose entre ellos. Ariakas cometió la estupidez de permitir que sus Dragones Rojos y los soldados saquearan, desvalijaran y prendieran fuego a las ciudades que conquistaron y ahora se queja porque no tiene dinero.
Raistlin recordó Solace y la posada de El Último Hogar, donde había pasado tantas horas felices, arrasada hasta los cimientos. Recordó el terrible asedio a Tarsis. No dijo nada, pero en su fuero interno se permitió una sonrisa de triste satisfacción por el daño que Ariakas se había hecho a sí mismo.
La sonrisa se desvaneció en cuanto Iolanthe le tomó la mano, en un gesto espontáneo.
—Qué bueno es tener alguien con quien hablar. Alguien que comprenda. ¡Un amigo!
Raistlin apartó la mano.
—Yo no soy un amigo —dijo. Después pensó que quizá había estado grosero, así que añadió apresuradamente—: Acabamos de conocernos. Apenas sabes quién soy.
—Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo —contestó Iolanthe, sin mostrarse nada ofendida—. Kitiara habla mucho de ti. Está muy orgullosa de ti y de tu hermano. Por cierto, ¿dónde está tu hermano?
Raistlin decidió que había llegado el momento de cambiar de tema.
—Lo que dijo anoche el Señor de la Noche sobre Nuitari...
—Era verdad. Todo era verdad, menos lo de que habían ejecutado a Ladonna. Me habría enterado. Pero Nuitari ha abandonado a su madre, Takhisis, y ahora el Cónclave de Hechiceros va a unirse en contra de la Reina Oscura.
Raistlin se quedó callado, sin decir nada que lo comprometiera. Él no formaba parte del Cónclave. No les había pedido permiso para tomar la túnica negra. De hecho, lo había hecho sin consultarles siquiera y eso lo convertía en un renegado. El Cónclave consideraba proscritos a los renegados.
Iolanthe se acercó más a él. El perfume se le metió por la nariz y le despertó como un leve dolor de cabeza.
—Ya sé lo que estás pensando —le dijo en un susurro—, porque yo estoy pensando lo mismo: ¿qué significa todo esto para mí? —Le dio una palmada juguetona en el hombro—. Deberíamos ir a la torre esa de la que tanto hablas y descubrirlo.
Volvió la cabeza y le lanzó una mirada.
»En mi tierra hay un dicho: "Cada uno tiene que calentarse su propia taza de té". Es un buen consejo en cualquier parte de Neraka, pero sobre todo en lo que se refiere a nuestros colegas hechiceros.
—Entiendo —repuso Raistlin.
Sintió que lo invadía el nerviosismo. Por fin iba a ver la magnífica Torre de la Alta Hechicería, a conocer a los hechiceros que le ayudarían a dar forma a su futuro.
—¿Nos vamos? ¿Estás listo? —Iolanthe vio que Raistlin miraba hacia el bastón y sacudió la cabeza—. Sería mejor que no lo llevases en público. El Señor de la Noche estará buscándolo. Aquí estará seguro. Siempre protejo la puerta con hechizos.
—El bastón se protege a sí mismo —dijo Raistlin. No le gustaba tener que dejarlo, había llegado a depender de él. Pero comprendió que su consejo era muy sensato.
Iolanthe cerró la puerta con llave y trazó una runa con la yema del dedo, después pronunció unas palabras mágicas. La runa se encendió con un suave tono azulado.
Iolanthe descubrió la mirada de Raistlin y se avergonzó.
—Un truco de principiante, ya lo sé. Es un hechizo de los que se hacen en la escuela de magos. Pero las mentes menos espabiladas se quedan muy impresionadas ante una runa brillante. Y, confía en mí —añadió—, en Neraka nos enfrentamos a muchas mentes poco espabiladas.
Iolanthe tomó a Raistlin del brazo y le dijo que actuara como si fuera su escolta, le gustase o no.
—Últimamente las calles son muy peligrosas —explicó—. Es muy comprensible tener a alguien que te guarde las espaldas.
A Raistlin no le gustaba la idea, pero no podía rechazar a Iolanthe sin más. Ya le había dejado muy claro que podía ayudarle o perjudicarle, la decisión era suya. La escalera era estrecha, y la hechicera se apretó contra él, insistiendo en caminar pegada a su lado.
—¿Cuántos peldaños tiene? —le preguntó burlonamente.
—Treinta y uno hasta el rellano.
Iolanthe sacudió la cabeza y se rió de él.
Raistlin no entendía qué tenía de gracioso.
9
La posada de El Broquel Partido. La Torre de la Alta Hechicería
Día sexto, mes de Mishamont, año 352 DC
Iolanthe decidió que primero presentaría a Raistlin a su vecino y casero, el dueño de la tienda de hechicería. Se trataba de un individuo entrado en años que respondía al extraño nombre de Snaggle. Era mestizo, pero estaba tan encorvado y arrugado que era imposible decir si era medio enano o medio goblin, o medio perro. Saludó a Raistlin con una sonrisa desdentada y le ofreció un descuento en su primera compra.
—Es muy importante conocer a Snaggle —explicó Iolanthe, mientras bajaban por la calle ancha y bien pavimentada que recorría la fachada del templo—. Jamás hace preguntas. Le da el valor justo al dinero. Y gracias a que disfruta del favor del emperador, que compra en su tienda con asiduidad, suele tener mercancía muy difícil de encontrar en otros sitios. No creas que esas cosas se las vende a cualquiera, pero ahora ya sabe que eres mi amigo, así que se mostrará complaciente contigo.
Raistlin no era su amigo, pero esta vez no lo dijo en voz alta. Nunca había tenido amigos. Tanis, Flint y los demás se llamaban a sí mismos sus amigos, pero él sabía que por detrás de sus sonrisas realmente no lo querían, no confiaban en él. Él no era como su hermano, el alegre Caramon de buen corazón, el compañero perfecto para todos.
Raistlin observaba las calles con la atención que siempre ponía, mientras proseguían su camino.
—¿Adónde estamos yendo? —preguntó.
—Al Barrio Blanco —contestó Iolanthe—. En cierto modo, la ciudad de Neraka es como la reina Takhisis: un dragón con un solo corazón y cinco cabezas. El corazón sería el templo, en el centro; las cabezas son los ejércitos que lo defienden. Como te materializaste en el interior del templo, supongo que no te hiciste una buena idea del exterior.
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