Margaret Weis - La Torre de Wayreth

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance.
La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones.
Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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Se sentó, agarrotado tras una noche durmiendo sobre el duro suelo, y se frotó la espalda y el cuello para aliviar los pinchazos que sentía. El pequeño apartamento estaba en silencio. Su anfitriona todavía no se había despertado. Raistlin se alegraba de tener la oportunidad de estar solo para aclarar sus pensamientos.

Se aseó y después hirvió agua para preparar la infusión que aliviaba sus ataques de tos. El Señor de la Noche le había quitado las hierbas que necesitaba, pero eran muy comunes y, después de fisgonear un poco por la cocina de Iolanthe, ya tenía todo lo que necesitaba. Estaba vertiendo el agua en la tetera cuando, de pronto, recordó que ya no tenía que tomar su té, pues la tos había desaparecido. Volvía a estar bien. Fistandantilus ya no le consumía las fuerzas.

De todos modos, Raistlin estaba acostumbrado a tomarse la infusión y siguió preparándola. Por desgracia, eso le recordó a su hermano. Caramon siempre le preparaba el té, era un ritual que se repetía todas las mañanas. Sus amigos, Tanis y los demás, no veían con buenos ojos que Caramon se ocupara de todos los pequeños quehaceres en beneficio de su hermano.

—No tienes las dos piernas rotas —le había dicho Flint a Raistlin en una ocasión—. ¡Hazte tú el dichoso té!

Raistlin podría habérselo preparado él mismo, por supuesto, pero no habría sido lo mismo. Dejaba que su hermano se lo hiciese, pero no porque quisiera demostrar su dominio sobre él o menospreciarlo, como pensaban sus amigos. Aquel acto tan familiar les traía bonitos recuerdos a los dos, recuerdos de los años en que recorrían calzadas repletas de peligros, cuidándose el uno al otro, necesitados cada uno de la compañía y la protección de su hermano.

Raistlin se sentó delante del hogar de la cocina, escuchando el borboteo del agua en la tetera, y pensó en aquellos días solos en las calzadas, con su pequeña hoguera ardiendo humildemente o bajo el fuego intenso y sublime del sol. Caramon se sentaba en un tronco, en una roca o en lo que estuviera más a mano, sosteniendo la taza de barro con esa manaza que tenía y que hacía que el recipiente parecía perderse en ella, mientras espolvoreaba en el agua las hojas que llevaban en una bolsa. Calculaba la cantidad de hojas con sumo cuidado, con una concentración intensa.

Raistlin, sentado cerca, lo observaba con impaciencia y siempre le decía a Caramon que no necesitaba ser tan cuidadoso, que bastaba con que tirara las hojas en la taza.

Caramon respondía que no, que era muy importante conseguir las proporciones adecuadas. ¿Quién era el experto en hacer el mejor té? Raistlin siempre admitía que su hermano hacía un té excelente, eso era verdad. Daba igual cuánto se esforzara Raistlin, nunca conseguía igualar el té de Caramon. Daba igual cuánto lo intentara, el té de Raistlin nunca sabía igual. Su mentalidad de científico se resistía a aceptar que el amor y el cuidado pudieran suponer alguna diferencia en una taza de té, pero debía admitir que no encontraba otra explicación.

Vertió el agua hirviendo en la taza y revolvió las hojas, que flotaron en la superficie antes de hundirse en el fondo. El olor siempre era un poco desagradable, pero el sabor no era tan malo. Había llegado a gustarle. Sorbió el té, un extraño en una ciudad extraña, en el corazón de las fuerzas de la oscuridad, y pensó en sí mismo y en Caramon. Los dos sentados juntos bajo el sol, riéndose por cualquier broma tonta, recordando anécdotas de su infancia, rememorando alguna de sus aventuras y las maravillas que habían visto.

Raistlin sintió que le escocían los ojos y se le cerraba la garganta, unos síntomas que no los provocaba su antigua enfermedad. La sensación de ahogo provenía de su corazón, un corazón cargado de emociones, rebosante de pena y soledad, de culpa, de dolor y remordimientos. Raistlin tomó un trago de té más largo de lo normal y se quemó el paladar. Maldijo para sí, enfadado, y tiró al fuego lo que quedaba del té.

—Me está bien merecido por sensiblero —murmuró.

Desterró de su mente todos los recuerdos de Caramon y se preparó una tostada con un poco de pan que encontró en la despensa. Masticando, reflexionó sobre su situación.

Su llegada a Neraka no había resultado como había planeado. Había decidido aparecer en el templo, recorriendo los corredores de la magia. Su idea era materializarse en el templo, para admiración y asombro de todos los que lo presenciaran. Los clérigos se quedarían tan impresionados por la demostración de su poder mágico, que lo acompañarían directamente a ver al emperador Ariakas, quien le rogaría que se uniese a él en su campaña por conquistar el mundo.

Las cosas no habían salido como las había planeado. Raistlin había conseguido uno de sus objetivos, eso sí. No cabía duda de que los peregrinos oscuros se habían quedado perplejos cuando le vieron aparecer en la abadía, salido de la nada, justo cuando empezaban sus ritos. Un peregrino de edad avanzada estuvo a punto de sufrir una apoplejía y otro se desmayó en el acto.

Pero en vez de quedarse impresionados, los peregrinos oscuros se habían enfurecido. Habían intentado atraparlo, pero él los mantuvo a distancia con el Bastón de Mago, que daba una buena sacudida a quien lo tocaba. Mientras todos se agolpaban alrededor, gritando y amenazándolo, Raistlin les había pedido que conservaran la calma. Explicó que no estaba allí para crear problemas. Que iría con ellos por su propia voluntad. Que lo único que quería era presentar sus respetos a la reina. En vez de eso, había acabado presentando sus respetos al abominable Señor de la Noche.

Raistlin había reconocido qué tipo de hombre era en cuanto lo había visto: un demente que sentía placer con el sufrimiento de los demás. Raistlin comprendió al instante que corría un grave peligro, aunque no entendía la razón.

—Todos estamos del mismo lado —le dijo el mago al Señor de la Noche—. Todos queremos ver victoriosa a la reina Takhisis. Entonces, ¿por qué me veis como un enemigo? ¿Por qué me amenazáis con torturas inimaginables a no ser que me descubra como espía del Cónclave? ¿Por qué iba a querer el Cónclave espiar a los clérigos de la Reina Oscura? No tiene sentido.

Más bien no tenía sentido hasta que había oído decir al Señor de la Noche que Nuitari se había rebelado contra su madre.

El interrogatorio se había alargado una agotadora hora tras otra. Durante todo ese tiempo, Raistlin oía los gritos, los aullidos y los chillidos de otros prisioneros que sufrían el desgarro del potro y los mordiscos del látigo. Le llegaba el olor a carne quemada.

El Señor de la Noche cada vez se sentía más frustrado por las negativas de Raistlin.

—Me dirás todo lo que sepas y más aún —le dijo el Señor de la Noche—. Que venga el Ejecutor.

Raistlin había intentado utilizar el Bastón de Mago, pero los magos se habían abalanzado sobre él y, tras unos cuantos calambres, le habían tirado el bastón al suelo. Había conjurado un Círculo de Protección alrededor de sí mismo. Pero el Señor de la Noche era un experto en tratar con hechiceros poco colaboradores. Había pronunciados unas pocas palabras y había señalado a Raistlin con sus uñas manchadas de sangre. El hechizo de protección se hizo añicos como un globo de cristal que cae a un suelo de mármol.

Raistlin había sentido un miedo como nunca antes lo había asaltado, peor que aquella vez que yacía indefenso debajo de las garras de un Dragón Negro en Xak Tsaroth. Los guardias empezaron a acercarse a él y no tenía ninguna forma de defenderse de ellos. Entonces ocurrió algo extraño. Todavía no había encontrado una explicación. Los guardias no pudieron ponerle las manos encima.

Él no había hecho nada por defenderse. No le quedaban fuerzas para recurrir a la magia. El viaje a través de los corredores de la magia, la pelea posterior, el conjuro del hechizo del Círculo de Protección, todo lo había debilitado. Pero la sencilla realidad era que cada vez que los guardias intentaban cogerlo, empezaban a temblar con tanta fuerza que ni siquiera podían controlar sus manos.

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