Jean Rabe - Redención
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—Sable fue siempre un medio para obtener un fin. Mi intención era usar la energía liberada por la muerte de la señora suprema para ayudar a potenciar mi conjuro. Me estoy muriendo, Nura Bint-Drax. Vivir en el interior del cuerpo de Dhamon es mi mejor recurso.
—¡De modo que es el cuerpo de Dhamon el que te salvará! —exclamó ella, atónita.
—Sí.
—Tu espíritu desplazará al suyo.
El dragón asintió ligeramente.
—La energía del dios Caos me dio vida, y la energía procedente de las muertes de los dragones en el Abismo me alimentó. La magia surgida de las muertes durante la Purga de Dragones me fortaleció. Y ahora…
—Comprendo. La energía generada por la muerte de Sable te ayudará a vivir en el cuerpo de Dhamon Fierolobo.
Nura escudriñó el semblante de su señor y se vio reflejada en los apagados ojos. La naga inclinó la cabeza pesarosa.
—Yo habría albergado de buena gana tu espíritu, amo —dijo—. De buen grado habría…
—Lo sé —replicó el Dragón de las Tinieblas—, pero eres más valiosa, para mí, y para este mundo. A Dhamon se le puede sacrificar.
Aquello complació a la naga, que se deslizó al frente para acariciar la mandíbula del Dragón de las Tinieblas.
—Cuéntame más, por favor —imploró—. ¿Qué planes tienes? ¿Qué debo hacer? ¿Qué hemos de hacerle a Dhamon Fierolobo?
—Por el momento, protegerlo.
El dragón cerró los ojos un breve instante, y ella temió que volviera a sumirse en un profundo sueño, pero en realidad lo que hacía el leviatán era disfrutar con las caricias de la mujer-serpiente. Al cabo de unos minutos, sus ojos volvieron a bañar la cueva con su apagado fulgor amarillento.
—Hay una magia interesante en el interior del mago ogro —comentó el dragón—, y en las armas que él y Dhamon llevan. Existe magia en el sivak sin alas. Las muertes de Maldred y el sivak deberían liberar la magia necesaria, combinada con la destrucción de los objetos encantados que he ido reuniendo desde la Guerra de Caos.
—¿Será eso suficiente? —inquirió Nura, escéptica.
—No tanto como la magia que late en el corazón de Sable —replicó rápidamente su señor, y las palabras enviaron nuevos temblores a través de la roca—. Pero no tenía demasiadas esperanzas en que Dhamon matara a Sable; en realidad, mi objetivo era conseguir tiempo hasta que su cuerpo estuviera preparado para mi espíritu. La magia de que disponemos tendrá que ser suficiente. Entre tanto, reuniremos más para estar más seguros.
—¡Oh, ya veo! Eres muy listo, amo. ¡Empezaremos con el tesoro oculto en la fortaleza de los Caballeros de Neraka en las montañas Dargaard!
A Nura le había dado que pensar el que, nada más llegar a Throt, el Dragón de las Tinieblas le hubiera pedido que capturara a un caballero de aquellas montañas y lo condujera hasta aquella cueva.
—Sí; de esa fortaleza. El caballero me… ha hablado de su cámara del tesoro.
—¿Será difícil de conseguir?
—No para ti, mi querida Nura.
Marcharon la siguiente tarde, cuando el crepúsculo se abatió sobre Throt y antes de que las estrellas aparecieran en el cielo. El dragón se movía como una negra nube de tormenta que avanzara veloz a impulsos del viento, mientras Nura cabalgaba sobre su lomo bajo el aspecto de ergothiana. No es que se tratara de su disfraz favorito, pero en ocasiones convenía a sus propósitos, y los brazos y piernas humanos resultaban útiles para sujetarse al cuello del dragón. Hacía mucho frío a tanta altura del suelo, y la naga tuvo que soportar innumerables incomodidades a las que no estaba acostumbrada, que le hicieron desear tener las prendas de pieles que solían lucir los débiles humanos.
El viaje les llevó tres días, ya que cuando el sol se alzaba cada mañana el Dragón de las Tinieblas tenía que buscar refugio de la luz. En una ocasión tuvieron la buena suerte de localizar una cueva lo bastante grande; pero el resto de días el dragón tuvo que usar la magia para excavar la tierra de la base de las laderas de las colinas y crear un improvisado cubil que parecía más bien un pozo. Nura montó guardia durante las horas de luz más fuerte, y se tropezó con gente tan sólo en una ocasión: un grupo de exploradores de una compañía de Caballeros Negros. Acabó con la avanzadilla rápidamente, convencida de que el destacamento marcharía a otra parte cuando los exploradores no regresaran a informar.
La comida escaseaba, pero la naga pudo usar su magia para atrapar a media docena de jabalíes, que el Dragón de las Tinieblas devoró sólo porque ella le instó a hacerlo, ya que se hallaba tan obsesionado con la misión que apenas pensaba en sus propias necesidades.
Al tercer día, en aquel momento de silencio que precede a la medianoche en que incluso los pájaros y los animales nocturnos parecen desvanecerse, descendieron cerca del alcázar de los Caballeros de Takhisis.
La luz de la luna mostró que el lugar estaba bien guardado. Varios caballeros patrullaban el terreno yermo y duro donde estaba encajada la fortaleza en la base de las Dargaards. Un hechicero Caballero Negro estaba apostado sobre una zona almenada entre dos arqueros, y era seguro que había otros centinelas que no consiguieron descubrir.
—Tienes razón; no debería resultar nada difícil, amo.
Nura se apartó del alcázar, mientras se arreglaba las escasas ropas y se retocaba los cabellos, como había visto hacer a las humanas en todas las ciudades que había visitada. Cuando se hubo asegurado de que su aspecto agradaría a los hombres, hizo una seña al dragón con la cabeza.
—Lista, amo.
La naga contempló embelesada cómo el Dragón de las Tinieblas dibujaba un símbolo en el suelo con una oscura zarpa. Se trataba de un conjuro que había aprendido de uno de sus primeros subordinados, un hechicero que no acogió las escamas con la misma facilidad que Dhamon y que murió cuando el dragón intentó forzar en él su magia. El hechizo contenía palabras, pero el leviatán se limitó a salmodiarlas en su mente, pensó en Nura y en el vínculo mágico entre ambos, y poco a poco se fue doblando sobre sí mismo.
A medida que el conjuro surtía efecto, el dragón empezó a desinflarse, y se tornó plano, como un pedazo de tela cortado del cielo nocturno. A continuación, la extraña tela tomó cuerpo y fluyó como aceite, para recorrer el suelo hasta acariciar el talón de Nura.
Al finalizar el hechizo, el dragón se había convertido en la sombra de Nura, y de este modo pudo moverse junto a ésta, sin ser visto, mientras la naga se aproximaba a las puertas. Los guardas la detuvieron, desde luego, pero no se mostraron excesivamente alarmados, ya que ella les dejó bien claro que estaba sola y no llevaba armas. El mago del parapeto tampoco encontró nada raro en ella, ya que la magia del dragón frenaba los patéticos intentos de los humanos para ver más allá de su fachada de ergothiana.
Fue acompañada a ver al comandante, cuyo nombre la naga había averiguado por el Caballero de Neraka que había capturado días atrás, y la anunciaron como un gracioso regalo de parte de un señor de la guerra local. Para aumentar el efecto, el atractivo de la naga había sido acrecentado mediante un sugestivo conjuro. La condujeron a los aposentos privados del comandante, y, una vez allí, eliminó a éste sin hacer ruido, al poco rato de haberse cerrado la puerta… y apenas unos minutos después de que el Dragón de las Tinieblas hubiera sonsacado a la mente del oficial el modo de introducirse en las cámaras acorazadas de los sótanos.
Casi resultó demasiado fácil. De haber sido otra noche, Nura podría haber pisado un glifo u otra alarma mágica sólo para poder divertirse combatiendo a algunos de los defensores del alcázar, pero la diversión tendría que aguardar a un momento más propicio. Aquella noche, era importante conseguir lo que habían ido a buscar y marcharse sin incidentes.
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