Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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Una y otra vez, contempló cómo Rig la aupaba sobre el lomo del manticore, y luego, a menos de un metro de distancia de ella, caía derribado, salpicándola con su sangre.

—¡No! —Enterró el rostro entre las manos y sollozó—. ¡Oh, por favor, no!

—Muerto. Muerto. Muerto. —La niña sonrió perversa—. Y aquél que como si dijéramos lo mató, Dhamon Fierolobo, vendrá a por ti pronto. Huye, Fiona. Si te encuentra, te matará también a ti. Corre. Corre. Corre. No debes permitir que Dhamon te alcance. Tienes que asegurarte de que Dhamon, Maldred y ese Ragh sin alas no vuelven a verte jamás. ¡Corre!

Nura Bint-Drax se dio la vuelta y echó a correr alegremente entre los helechos, mientras dirigía una última mirada de reojo a la dama solámnica.

—¡Huye, hermosa Fiona! ¡Rig está muerto, y tus enemigos vienen a por ti!

Transcurrieron varios minutos antes de que la mujer recuperara algo parecido a la compostura. Temblando, intentó regresar a donde creía haber dejado a sus compañeros.

—Debo hablarles de la extraña criatura y…

—¡Fiona! —llamó Maldred.

El ogro mentiroso.

—¡Fiona!

Dhamon debía estar con él. Y entonces también Ragh empezó a llamarla.

—¡Fiona! ¿Dónde estás? —Volvía a ser la voz de Maldred.

—¡Fiona! —chilló Dhamon.

—¡Oh, Rig! —exclamó ella—. Rig, tú estás muerto, y tu asesino me llama.

Confiando en todas las habilidades aprendidas con los caballeros solámnicos, la mujer dio la vuelta y echó a correr, y consiguió despistar a sus perseguidores hasta que oscureció, momento en que ellos dejaron de buscarla. Cuando reanudaron la búsqueda de la solámnica al día siguiente, ella se encontraba ya mucho más lejos y había conseguido ocultar a la perfección sus huellas. De vez en cuando, se les acercaba furtivamente para vigilarlos, riéndose tontamente ante su necedad, aunque volvía a moverse de inmediato en cuanto volvían a acercarse a ella. Se esmeró en esconder sus huellas de modo que ni siquiera el experto rastreador que era Dhamon pudiera encontrar el más leve indicio de su paradero.

Finalmente, los tres enemigos se dieron por vencidos, y marcharon en dirección este.

—Estoy a salvo —musitó Fiona para sí.

Al igual que había estado la pequeña cuando Fiona la encontró en el claro, la dama solámnica se hallaba en esos momentos completamente sola.

La pequeña estaba sentada sobre una repisa rocosa, con los pies balanceándose por encima del borde mientras las piernas pateaban distraídamente el aire. Se encontraba a unos treinta metros por encima de un sendero sinuoso, contemplando una pequeña caravana de comerciantes mientras consideraba si debía hacerles una visita bajo su apariencia de ergothiana seductora. Podría haber algo dentro de uno de los carros que agradara a su amo, y tal vez algo que pudiera complacerla a ella.

El Dragón de las Tinieblas yacía en las profundidades de la montaña, dormido. Había estado durmiendo más de lo normal, y los intervalos en que permanecía despierto eran cada vez más cortos. Pasado el mediodía del día anterior, el dragón le había hablado apenas unos breves instantes antes de sumirse en uno de sus intermitentes sopores que hacían estremecer la cadena montañosa. Había llegado el crepúsculo ya, y el ser no había despertado todavía.

Vigiló los carros hasta que desaparecieron de la vista, sin dejar de preguntarse si no habría dejado escapar algún bocado exótico y sabroso o una chuchería especialmente atractiva, y siguió observando mientras el cielo se oscurecía y las estrellas aparecían poco a poco. Todo en Throt era seco y aburrido. Las escarpadas montañas pardas recordaban la columna vertebral de alguna enorme bestia muerta, y el aire olía a… a nada. No flotaba el menor indicio de lluvia en la atmósfera. Nura echaba de menos el calor húmedo y asfixiante del pantano con su fuerte olor a vegetación putrefacta y su diversidad de animales repugnantes y hermosos. Había aves en ese lugar, pero no había variedad, todas eran negras y pardas, todas con el mismo gorjeo fastidioso. Se veían lagartos, unos que eran pequeños y con colas rizadas, pero la mayoría lucían el mismo color pardo de las montañas. No resultaban nada apetitosos.

Si Dhamon no se hubiera mostrado tan rebelde, ella y el Dragón de las Tinieblas estarían aún disfrutando del glorioso clima de la ciénaga. Si Maldred hubiera sido más digno de confianza… si al menos ella hubiera previsto que tendrían un problema con aquel estúpido.

Caviló respecto al ogro hasta que el cielo se iluminó y las rocas se estremecieron bajo ella. Se levantó de un salto, y corrió hacia una amplia hendidura en la montaña. Se detuvo justo traspuesto el umbral, para despojarse de la imagen de niña, y se deslizó al interior de la polvorienta caverna como la serpiente Nura Bint-Drax.

Apenas quedaba lustre en las escamas del dragón, y éste aparecía más gris que negro.

—Amo —salmodió ella—, vivo para servirte.

La naga se enroscó, pegada casi al suelo, frente a la criatura, sin osar moverse otra vez hasta que notó que el suelo retumbaba en respuesta. Entonces se alzó muy erguida, para recostarse sobre la cola, con la caperuza bien desplegada alrededor de la cabeza y los ojos bien abiertos con expresión satisfecha.

—¿Funciona tu plan? Dímelo, amo. —Nura no intentó ocultar su nerviosismo—. Esperabas todo esto. Lo previste. ¿Forma todo parte de tu plan para obligar a Dhamon Fierolobo a matar a Sable?

El dragón sacudió la inmensa testa, y las barbas gotearon hasta el suelo. La respiración de la criatura se aceleró, y la brisa provocada golpeó, ardiente, el rostro de Nura.

—No exactamente. He descubierto otro modo de producir la energía que necesito para vivir —respondió el dragón.

Nura Bint-Drax se arrastró hacia atrás hasta colocarse a una respetuosa distancia y, desde aquel punto de observación más seguro, consiguió ver una parte mayor del hermoso Dragón de las Tinieblas. La cueva no era tan oscura como la de la ciénaga, y eso era lo único bueno que tenía en opinión de la naga, ya que podía ver mejor a su amo.

—Khellendros, llamado Skie por los hombres —empezó a decir el dragón—, intentó en una ocasión crear un cuerpo para su amor, Kitiara. Lo que se cuenta entre los dragones es que en un principio esperaba colocar el espíritu de la mujer en el cuerpo de un drac azul; pero cuando eso fracasó, intentó robar a Malys su alma, con la intención de permitir que Kitiara penetrara en el cuerpo de la Roja.

Los ojos de la mujer-serpiente centellearon fascinados.

—Más, amo. Cuéntame más.

Nura vivía para relatos como aquéllos, que eran conocidos sólo por dragones.

—Khellendros podría haber tenido éxito, si las cosas hubieran salido como correspondía. Pero yo tendré éxito con Dhamon Fierolobo. No cometeré los errores de Khellendros.

—No comprendo.

Nura Bint-Drax arrugó el entrecejo, pensativa. Se suponía que Dhamon tenía que matar a Sable, para que el dragón, cuya forma física se estaba muriendo, pudiera usar su magia para transferir su espíritu al interior del cuerpo de la Negra.

—Olvidas que puedo leer tus pensamientos —tronó el dragón con una formidable risita.

La criatura se estiró todo lo que pudo dentro de los confines de la cueva, alargó una zarpa en dirección a la naga y arañó el suelo de piedra.

—No, ésa no fue nunca la intención, Nura Bint-Drax. Dhamon… y los otros que cultivé… el mejor ejemplar iba a albergar mi espíritu cuando este cuerpo se deteriorara. Dhamon ha demostrado ser el más fuerte. Es quien mejor se ha adaptado a mi magia. Es el indicado.

—Pero ¿Sable…? —La perplejidad resultaba evidente en el rostro de la naga.

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