Jean Rabe - Redención

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¿Existe la redención para un héroe caído o no hay marcha atrás? Poseído por la maldición de una escama de dragón, Dhamon Fierolobo teme la muerte y el poder insidioso de sus propios demonios. En una carrera contra el tiempo y el destino a través de Ansalon, Dhamon busca compensar sus pasados errores. En su camino se cruzan agentes de un misterioso dragón: si no consigue vencerlos, es posible que pierda su alma.

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Dhamon apuntó al cristal con un dedo.

—Úsala —exigió—. ¡Haz que localice a Fiona! Que encuentre a mi hijo. ¡Consigue que encuentre al Dragón de las Tinieblas!

—Si puedo.

—Será mejor que lo consigas, ogro. —La amenaza estaba bien presente en la voz de su antiguo amigo.

Maldred suspiró profundamente y juntó las yemas de los dedos de ambas manos, unas contra otras, frente a la esfera. Cerró los ojos y proyectó la mente, tocando el cristal sin tocarlo de un modo físico, aunque sintió su frialdad y oyó cómo zumbaba suavemente cada vez que acariciaba su piel. Entonces, sintió el contacto de los zarcillos de color lavanda, aspiró su aroma y percibió el perfume de la flor silvestre de aquel nombre. Era embriagador. Una mujer apareció en medio de las neblinas, ataviada con ropas de un morado oscuro y coronada por una tiara parecida a la que servía de base a la bola de cristal. Tenía un cierto parecido a las estatuillas, hermosa y exótica.

—Sabar —murmuró Maldred.

—Criatura sagaz, tú me llamas y yo acudo. —La mujer inclinó la cabeza—. ¿Qué puede mostrarte mi humilde persona?

Dhamon y Ragh observaban llenos de admiración, mientras que a Maldred le temblaban las rodillas debido a que el cristal le extraía energía para llevar a cabo su magia. El semblante de la mujer se fue iluminando a medida que el mago ogro se debilitaba. Los ojos de la figura centellearon como esmeraldas perfectamente talladas.

—Sabar, muéstrame…

En primer lugar quería ver Blode, comprobar la situación en el reino de su padre y cómo se propagaba la ciénaga que amenazaba con consumir su tierra natal, pero sabía que aquello tendría que esperar. Ya habría tiempo para eso más tarde, confiaba, cuando Dhamon estuviera ocupado.

—El Dragón de las Tinieblas —dijo el mago ogro—; la bestia que hizo su cubil en la cueva situada aquí abajo…

—… y que no conocía mi existencia en esta sala —finalizó la mujer.

—Sí —repuso Maldred, sorprendido ante aquella información—. Ese dragón.

La mujer giró sobre sí misma como una danzarina, y el oscuro color morado de sus ropas revoloteó en el aire para adoptar el aspecto de una flor en rotación, que removió la bruma color lavanda e inundó el cristal con un remolino de humo morado. Se produjo un fogonazo verde, los ojos de la mujer pestañearon, y entonces el humo desapareció y una caverna se materializó en el interior de la pequeña esfera.

Dhamon y Ragh empezaron a hablar muy nerviosos, pero Maldred empujó sus palabras a un lugar recóndito de su consciencia, para concentrarse en la magia de la bola. El cristal le seguía arrullando, y él le imploró que le mostrara más cosas.

La imagen de la esfera cambió, y la visión pasó al interior de la cueva, para mostrar zonas que estaban a oscuras pero sumamente distintas a la abertura de la cueva. La piedra allí era anaranjada y marrón, y también estaba seca. No había ni un atisbo de musgo y tampoco agua estancada. No tardaron en distinguir a un enorme Dragón de las Tinieblas tumbado en el fondo de una estancia de elevado techo abovedado. La criatura abrió los ojos con un parpadeo, y Maldred instó a la mujer de la bola de cristal a retroceder. No podía arriesgarse a que el dragón descubriera que lo espiaban, ya que los seres mágicos tenían la capacidad de usar la magia para averiguar quién los miraba a través de un cristal vidente.

La imagen volvió a cambiar, y mostró el exterior la cueva, para, a continuación, enseñar la montaña en la que estaba asentada ésta.

—¿Dónde se encuentra esa guarida? —preguntó Maldred.

Toda la cordillera apareció entonces, luego una cima en concreto, con un afluente de un río a lo lejos, y una hilera de árboles larguiruchos, todos ellos rasgos característicos del paisaje.

—Throt —añadió con voz ahogada—. El dragón tiene que estar en Throt.

—¿Puedes encontrar el lugar?

Dhamon se inclinó más cerca del mago ogro, y se sujetó a la parte superior de la mesa, con los ojos fijos en el cristal, mientras sentía cómo las piernas se le doblaban. Throt se hallaba muy lejos de donde estaban, y estaba seguro de que su cuerpo quedaría totalmente cubierto de escamas mucho antes de pudieran llegar a aquel otro cubil; también estaba seguro de que para entonces ya había muerto, y su alma se habría desvanecido.

—Sí. —Maldred se tambaleó, apoyado en la mesa, pues el cristal absorbía sus energías.

—Y mi hijo. Pregúntale por mi hijo.

El ogro recordó el estanque vidente de los Túnicas Negras que le había robado la vida a Trajín, y se preguntó por un instante si la bola de cristal no acabaría matándolo.

—El hijo de Dhamon —inquirió Maldred.

La mujer del cristal obedeció, y sus ojos brillaron con mayor intensidad mientras absorbía más fuerza vital del ogro. El ser de la bola mostró el mismo poblado que el Dragón de las Tinieblas les había enseñado en su pared de niebla, pero de día ahora, y se veía en él a humanos yendo de un lado a otro para atender las diferentes tareas de un día cualquiera. Había unos cuantos elfos mezclados con ellos, y Dhamon descubrió a Varek, el esposo de Riki, hablando con un joven elfo.

—Riki y mi hijo —insistió.

Maldred hizo rechinar los dientes y volvió a preguntar al cristal. Su propia mente lo impulsó entonces a través de la bruma color lavándula al interior de un pequeño edificio donde la semielfa de cabellos plateados estaba sentada en una silla de respaldo recto, amamantando a una criatura.

Dhamon sujetó con más fuerza el borde de la mesa y observó la escena con atención, deseoso de memorizar cada detalle del rostro del bebé; de la criatura inocente a la que tal vez no llegaría a conocer jamás. A diferencia de él, el niño tendría una familia, una madre y un padre… incluso aunque Varek no fuera su auténtico padre.

—¿Están a salvo? ¿Dónde están los hobgoblins?

Maldred volvió a transmitir el mensaje y sus energías al cristal, y la visión se trasladó a las afueras de la población, donde estaban acampados los hobgoblins. No se veía a tantos, pero esta vez Dhamon localizó a tres caballeros negros.

—El dragón podría haberse tirado un farol —indicó Dhamon.

No estaba seguro de que la criatura estuviera aliada con los caballeros negros, porque de ser eso cierto, el ser podría haber desplegado a una legión de aquellos caballeros contra Sable, o al menos ofrecer un contingente de ellos para que acompañaran a Dhamon.

—Los hobgoblins están con los caballeros negros, no con el Dragón de las Tinieblas —continuó.

—¿Así que el dragón mentía? —dijo Ragh pensativo—. ¿No podía amenazar realmente a tu hijo?

—Tal vez —intervino Maldred, con voz débil—. Quizá no sean los ejércitos del dragón, pero puede que tengan algún acuerdo con él para ayudarlo en sus siniestros propósitos.

—Pero todavía están vivos —repuso Dhamon—. Riki y mi hijo. Pregunta… ¿dónde está ese pueblo?

El mago ogro pasó el ruego a la mujer de la bola de cristal. El pueblo encogió, y entonces les dio la impresión de estar volando por encima de la población.

—Este lugar se encuentra también en Throt… —explicó Maldred al cabo de unos instantes; la visión se elevó más por encima del terreno, y él añadió—: En Haltigoth, creo. A muchos kilómetros de distancia de la nueva guarida del Dragón de las Tinieblas.

Hizo intención de apartarse de la mesa, pero Dhamon lo sujetó, apretando una mano contra la parte central de su espalda.

—Una cosa más —dijo—. También quiero que preguntes a la bola de cristal dónde está Fiona.

Maldred lanzó una exclamación ahogada, pero cedió, en parte debido a su propio afecto por la Dama de Solamnia. Era cierto que había jugado con ella, pero no deseaba verla morir por culpa de la locura que la dominaba. Transmitió la pregunta a la mujer de la túnica morada, quien volvió a girar en redondo al mismo tiempo que la imagen cambiaba. En esta ocasión los zarcillos color lavanda perdieron intensidad, luego se quedaron blancos mientras se arremolinaban como nubes; los ojos de la mujer se nublaron y pestañearon, y la esfera no mostró nada.

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