Terry Goodkind - El Libro de las sombras contadas. Las Cajas del Destino
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Richard le colocó las manos sobre los hombros y dio la vuelta a la mujer para ver a los hombres. Entonces clavó la mirada en el otro extremo de la sala atestada de invitados.
—No son más que dos ayudantes de Michael. Me conocen. Probablemente se estarán preguntando dónde me he metido y por qué tengo este aspecto tan desastroso. —Y, mirándola a los ojos, añadió en voz baja para que nadie más lo oyera—: No pasa nada, Kahlan, relájate. Los hombres que te perseguían están muertos. No tienes nada que temer.
Pero ella negó con la cabeza.
—Vendrán más. No debería estar contigo. No quiero seguir poniendo tu vida en peligro. Tú eres mi amigo.
—Es imposible que otra cuadrilla te encuentre ahora que estás aquí, en la ciudad del Corzo. Es del todo imposible. —Richard sabía lo suficiente sobre seguir pistas para estar seguro de que lo que decía era cierto.
Kahlan enganchó un dedo en el cuello de la camisa del joven y lo atrajo hacia sí. En sus ojos verdes se encendió un destello de intolerancia.
—Cuando abandoné mi patria, cinco magos lanzaron hechizos sobre mi rastro para que nadie supiera adónde había ido ni pudiera seguirme. ¡Y después se mataron para que nadie los obligara a hablar! —susurró lentamente. La ira le hacía apretar los dientes y tenía los ojos húmedos. Empezaba a temblar.
¡Magos! Richard se puso rígido. Finalmente soltó aire, desasió suavemente la mano de la mujer de su camisa, la sostuvo entre las suyas y en una voz apenas audible en el barullo, dijo:
—Lo siento.
—¡Richard, estoy muy asustada! —Ahora se estremecía visiblemente—. Si no hubiera sido por ti, no sabes qué me hubiera ocurrido hoy. Morir hubiera sido lo de menos. No sé nada acerca de esos hombres. —Kahlan temblaba incontroladamente, totalmente presa de sus miedos.
Al joven se le puso la carne de gallina en los brazos y se la llevó detrás de la columna, donde nadie podría verlos.
—Lo siento, Kahlan. No sé qué está pasando. Al menos tú sabes algo, pero yo estoy totalmente a oscuras. Y también tengo miedo. Hoy en el precipicio... Nunca he estado tan asustado en toda mi vida. Y, de hecho, no hice nada que pudiera salvarnos. —El estado de la mujer hacía que Richard tuviera ánimos para tranquilizarla.
—Lo que hiciste fue más que suficiente —dijo ella, haciendo un esfuerzo por hablar—. Fue suficiente para salvarnos. Si no me hubieras ayudado... No quiero quedarme aquí y que te hagan daño.
—No me pasará nada —la tranquilizó Richard, apretándole la mano con más fuerza—. Tengo un amigo, Zedd, que sabrá qué hacer para que estés a salvo. Zedd resulta un poco extraño pero es el hombre más inteligente que conozco. Si hay alguien que pueda decirnos qué hacer, ése es Zedd. Si esos hombres son capaces de seguirte a cualquier parte, no hay ningún lugar al que puedas huir, porque te encontrarán. Ven conmigo a ver a Zedd. Tan pronto como Michael pronuncie su discurso, nos marcharemos a mi casa. Podrás sentarte frente al fuego y por la mañana iremos a ver a Zedd. —Richard sonrió y señaló con el mentón una ventana próxima—. Mira allí.
Kahlan se volvió y vio a Chase al otro lado de una alta ventana con la parte superior arqueada. El guardián del Límite echó un vistazo a sus espaldas y dirigió a la mujer un guiño tranquilizador y una sonrisa de ánimo, antes de seguir con su vigilancia.
—A Chase le encantaría enfrentarse a una cuadrilla. Y mientras se ocupara de ella te contaría las situaciones realmente peligrosas que ha vivido. Ha estado vigilando fuera desde que le contaste lo de los hombres.
Kahlan esbozó una leve sonrisa, que pronto desapareció.
—No es tan sencillo, Richard. Creí que en la Tierra Occidental estaría segura. Crucé el Límite gracias a la magia. —Seguía temblando, pero empezaba a recuperar el control, alimentándose de la fuerza del hombre—. No sé cómo lograron pasar. Se suponía que era imposible. Ni siquiera debían saber que había abandonado la Tierra Central. De algún modo, las reglas han cambiado.
—Ya nos ocuparemos de eso mañana. Por ahora estás segura. Además, a otra cuadrilla le costaría unos cuantos días llegar hasta aquí, ¿verdad? Eso nos da tiempo para hacer nuestros planes.
Kahlan asintió.
—Gracias, Richard Cypher, amigo. Pero si sé que te pongo en peligro, me marcharé antes de que pueda ocurrirte nada malo. —La mujer desasió su mano y se enjugó las lágrimas de los párpados—. Aún tengo hambre. ¿Puedo comer algo más?
—Por supuesto. ¿Qué te apetece? —preguntó Richard con una sonrisa.
—Las costillas que me recomendaste eran exquisitas.
Ambos regresaron a la mesa y comieron mientras esperaban a Michael. Richard se sentía mejor, no por las cosas que Kahlan le había contado, sino porque, al menos, ahora sabía algo más y porque había conseguido que ella se sintiera segura a su lado. Hallaría la respuesta al problema de Kahlan y averiguaría qué estaba sucediendo en el Límite. Lo averiguaría por mucho que temiera las respuestas.
La multitud empezó a cuchichear, y todas las cabezas se volvieron hacia el extremo más alejado del salón. Era Michael. Richard cogió a Kahlan de la mano y la condujo hacia ese lado de la habitación, más cerca de su hermano, para que pudiera verlo.
Cuando se subió a una plataforma, Richard supo por qué su hermano había tardado tanto en aparecer. Había esperado hasta que la luz del sol cayera sobre la plataforma, para así situarse bajo ella y lucir su gloria ante todos.
Michael no sólo era más bajo que Richard sino también más grueso y menos musculoso. Los rayos del sol iluminaban una mata de pelo rebelde, y sobre el labio superior lucía un orgulloso bigote. Iba vestido con pantalones blancos holgados y una túnica, asimismo blanca, con mangas abullonadas y ceñida a la cintura con un cinturón dorado. Allí, a plena luz del sol, Michael emitía el mismo frío e inquietante resplandor que el mármol cuando era alcanzado por el sol. Su figura se destacaba poderosamente contra las sombras del fondo.
Richard alzó una mano para llamarle la atención. Michael lo vio y sonrió a su hermano, sosteniéndole la mirada un segundo antes de empezar el discurso y dejar que sus ojos se posaran en la multitud.
—Damas y caballeros, hoy he aceptado el cargo de Primer Consejero de la Tierra Occidental. —La multitud lo aclamó. Michael escuchó la reacción inmóvil y, súbitamente, alzó los brazos pidiendo silencio. Esperó hasta que no se oyó ni una mosca antes de proseguir—. Todos los consejeros de la Tierra Occidental me han elegido para que os lidere en estos tiempos de desafío, porque yo poseo el coraje y la visión de futuro que nos llevará a una nueva era. ¡Hace demasiado tiempo que vivimos mirando al pasado y no al futuro! ¡Hace demasiado tiempo que perseguimos viejos fantasmas y estamos ciegos a los nuevos retos! ¡Hace demasiado tiempo que escuchamos a aquellos que pretenden arrastrarnos a una guerra y hacemos oídos sordos a aquellos que quieren guiarnos hacia el camino de la paz!
La concurrencia enloqueció. Richard estaba atónito. ¿De qué diablos hablaba Michael? ¿De qué guerra? ¡No había nadie contra quien combatir!
Michael volvió a alzar las manos, pero esta vez no esperó a que se hiciera el silencio para continuar.
—¡Yo no pienso quedarme de brazos cruzados mientras esos traidores ponen en peligro a la Tierra Occidental! —gritó con la cara roja de rabia. La multitud lo aclamó de nuevo y esta vez alzó los puños al aire. Richard y Kahlan se miraron.
—Unos ciudadanos preocupados se han presentado para identificar a esos cobardes y traidores. En estos mismos instantes, mientras nosotros unimos nuestros corazones para alcanzar un objetivo común, los guardianes del Límite nos protegen y el ejército rodea a los conspiradores que intrigan contra el gobierno. ¡No son criminales de baja estofa, como podríais pensar, sino hombres respetados que ocupan posiciones de poder!
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