Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños

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— Lo conozco —dijo Galtero.

— ¿Qué? ¿Cómo?

— Hoy, cuando recogía testigos, me topé con él. Traté de detenerlo para que lo interrogarais, pero esos dos enormes guardias de allí aparecieron y se lo llevaron.

— Qué lástima, habría sido…

El súbito silencio lo animó a alzar los ojos. Lord Rahl lo miraba fijamente con sus penetrantes y grises ojos de ave rapaz.

Entonces esos ojos se posaron en Lunetta, que se quedó como paralizada. Sorprendentemente lord Rahl esbozó una leve sonrisa.

— De todas las mujeres que hay en el baile —le dijo— tu vestido es el más bonito.

Lunetta no cabía en sí de contento. Tobias a punto estuvo de soltar la carcajada; lord Rahl acababa de transmitir un hiriente mensaje al resto de los reunidos: a sus ojos, su posición social no valía nada. Brogan empezaba a divertirse. Tal vez la Orden Imperial saldría ganando con un hombre como ése entre sus líderes.

— La Orden Imperial cree que ha llegado el momento de que el mundo se unifique bajo una ley común: la suya —dijo lord Rahl—. Según ellos, la magia es responsable de todos los defectos, las desgracias y los problemas de la humanidad. Según ellos, la maldad sólo se debe a la influencia externa de la magia y ha llegado el momento de erradicar la magia del mundo.

Algunos mascullaron su conformidad y otros su escepticismo, aunque la mayoría guardó silencio. Lord Rahl puso un brazo encima de la silla de mayor tamaño, la situada en el centro, y prosiguió:

— Para llevar a cabo su plan a la luz de su autoproclamada causa divina, no respetarán la soberanía de ningún país. Desean dominar todas las tierras y encarar el futuro todos unidos y sometidos a la Orden Imperial.

Hizo una breve pausa para mirar a muchos de la multitud.

— La magia no es una fuente de mal. Eso es lo que ellos dicen para justificar sus acciones encaminadas a ganar el poder.

Los susurros llenaron la sala y surgieron muchas discusiones en tono apagado. La duquesa Lumholtz avanzó, reclamando atención, y sonrió a lord Rahl antes de inclinar la cabeza.

— Lord Rahl, todo eso que decís es muy interesante, pero la Sangre de la Virtud —hizo un breve gesto con la mano hacia Tobias Brogan, al que lanzó una gélida mirada— afirma que toda la magia surge del Custodio.

Brogan permaneció inmóvil y en silencio. Lord Rahl no lo miró a él, sino que no apartó la vista de la duquesa.

— El nacimiento de un niño también es mágico. ¿Llamáis a eso el mal?

La duquesa impuso silencio a la multitud de su espalda alzando una mano con imperioso ademán.

— La Sangre de la Virtud predica que es el Custodio quien crea toda la magia y que, por tanto, la magia sólo puede ser el mal encarnado.

Tanto del sector de los nobles como del pueblo llano salieron gritos de apoyo. Esta vez fue lord Rahl quien alzó una mano para imponer silencio.

— El Custodio es el destructor, el azote de la luz y la vida, es el hálito de la muerte. A mí me han enseñado que es el Creador, con su poder y majestad, el hacedor de todas las cosas. —Casi todos los presentes gritaron que era cierto.

»En ese caso, creer que la magia proviene del Custodio es blasfemia. ¿Acaso el Custodio podría crear un recién nacido? Si atribuimos el poder de crear, que es exclusivo del Creador, al Custodio le estamos dando una capacidad para la bondad que únicamente es del Creador. El Custodio no crea; y afirmar lo contrario es una herejía.

El silencio se abatió sobre la sala cual paño mortuorio. Lord Rahl miró a la duquesa con la cabeza ladeada.

— ¿Acaso os habéis adelantado para confesaros hereje? ¿O para acusar a otra persona de hereje para beneficio propio?

Con un rostro nuevamente tan rojo como los labios, la duquesa retrocedió varios pasos hasta colocarse junto a su marido, el duque. Éste, que había perdido la calma, blandió un dedo hacia lord Rahl.

— Los juegos de palabras no cambian el hecho de que la Orden Imperial combate el mal del Custodio y que ha venido para unirnos a todos contra él. La magia niega ese derecho a los hombres. Yo soy kelta y orgulloso de serlo, pero ha llegado el momento de que los países frágiles y solos se unan. Kelton ha parlamentado largamente con la Orden Imperial, cuyos miembros han demostrado ser gente decente y civilizada que buscan la paz de todos los pueblos.

— Un noble ideal —replicó lord Rahl con calma—, aunque era el mismo que unía a la Tierra Central y que traicionasteis por avaricia.

— La Orden Imperial es diferente; ofrece verdadera fuerza y paz duradera.

Lord Rahl fulminó al duque con la mirada.

— Sí, la paz de los cementerios. Hace poco —dijo, dirigiéndose a la multitud —un ejército de la Orden Imperial arrasó el corazón de la Tierra Central en busca de adhesiones. Muchos se rindieron y se unieron a ellos. Los dirigía un general d’haraniano llamado Riggs junto con oficiales de diferentes nacionalidades, además de un mago de sangre kelta llamada Slagle.

»Ese ejército de más de cien mil hombres atacó Ebinissia, la capital de Galea. La Orden Imperial pidió a todos los habitantes de la ciudad que se unieran a ellos y se sometieran a la Orden. Es decir, se les pedía que traicionaran a la Tierra Central y renegaran de su compromiso con la unidad y la defensa común que representaba la Tierra Central. Pero los valientes habitantes de Ebinissia se negaron.

El duque abrió la boca para decir algo, pero por primera vez la voz de lord Rahl adoptó un tono amenazador que lo dejó sin palabras.

— El ejército de Galea defendió la ciudad hasta el último hombre. El hechicero usó su poder para abrir una brecha en las murallas de la ciudad por la que la Orden Imperial irrumpió. Tras eliminar a los defensores galeanos, muy inferiores en número, la Orden Imperial no ocupó la ciudad sino que la recorrió como una manada de animales salvajes, violando, torturando y asesinando a pobres inocentes.

Con la mandíbula tensa, lord Rahl se inclinó sobre el escritorio y señaló con un dedo al duque Lumholtz.

— La Orden masacró a todos los seres vivos de Ebinissia: viejos, jóvenes y recién nacidos. Empalaron a pobres mujeres embarazadas para matar tanto a la madre como al hijo por nacer.

Con la cara roja de rabia, dio un puñetazo en la mesa que sobresaltó a todos los presentes.

— ¡Con ese acto, la Orden Imperial demostró que todo lo que dice son mentiras! Ha perdido el derecho de predicar a los demás qué está bien y qué está mal. Son depravados. Los mueve un único objetivo: vencer y someter. Masacraron a la gente de Ebinissia para demostrar qué les sucedería a todos lo que no se rindieran.

»No se detendrán por fronteras ni por argumentos. ¿Qué ética se puede esperar de hombres que han manchado sus espadas con la sangre de recién nacidos? Que nadie ose plantarse ante mí y tratar de convencerme de lo contrario; la Orden Imperial no tiene perdón. Ha mostrado los colmillos que oculta detrás de sus sonrisas, ¡y por los espíritus que han perdido el derecho de hablar como si poseyeran la verdad!

Lord Rahl inspiró hondo para tranquilizarse y se enderezó.

— Tanto los inocentes que murieron a espada como quienes empuñaban esas espadas perdieron mucho ese día. Unos perdieron la vida y los otros perdieron su humanidad y el derecho de ser escuchados, y mucho menos de ser creídos. Ellos, y cualquiera que se una a ellos, son mis enemigos.

— ¿Y quiénes eran esas tropas? —preguntó alguien—. Vos mismo habéis admitido que la mayoría eran d’haranianos. Vos sois el líder de los d’haranianos. Cuando el Límite cayó, la primavera pasada, los d’haranianos atacaron y cometieron atrocidades muy similares a las que habéis expuesto. Aunque Aydindril se ahorró sus crueldades, muchas otras ciudades y pueblos sufrieron el mismo destino que Ebinissia pero a manos de D’Hara. ¿Y ahora nos pedís que creamos en vos? No sois mejor que la Orden.

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