Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños

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El cuerpo de lord Rahl adoptó una actitud tan firme y amenazante como su mirada.

— Ya tuvisteis la oportunidad de preservar la Tierra Central y fracasasteis. D’Hara se ha liberado del yugo de la Orden Imperial y ahora gobierna Aydindril.

— Eso te crees tú —replicó el duque—. Kelton tiene tropas en la ciudad, al igual que muchos otros países, y no permitiremos que la ciudad caiga.

— Un poco tarde para eso. Permitid que os presente al general Reibisch, que es el comandante en jefe de todas las fuerzas de D’Hara en este sector.

El general, un hombre musculoso con barba rojiza y cicatrices de guerra, subió al estrado y saludó a lord Rahl golpeándose el corazón con un puño antes de volverse hacia la multitud.

— Mis tropas rodean Aydindril y la controlan —anunció—. Los soldados de D’Hara llevan meses en esta ciudad y ahora, por fin, nos hemos librado de la tiranía de la Orden Imperial y volvemos a estar bajo las órdenes del amo Rahl.

»A las tropas de D’Hara no les gusta estar ociosas. Si alguno de vosotros quiere pelea, personalmente estaré encantado, aunque lord Rahl ha ordenado que no empecemos nosotros la lucha. No obstante, si debemos defendernos, los espíritus saben que lo haremos. La ocupación de una ciudad es un asunto muy tedioso, y confieso que estoy mortalmente aburrido. Preferiría mil veces tener algo más interesante que hacer, algo que se me da muy bien.

»Cada país cuenta con destacamentos de soldados estacionados en Aydindril para guardar el respectivo palacio. En mi opinión profesional, si todos os pusierais de acuerdo y organizarais todas las tropas con las que contáis para recuperar el control de la ciudad, nos costaría un día, o tal vez dos, aplastarlas hasta el último hombre. De ese modo se acabarían los problemas. Por si no lo sabíais los d’haranianos no toman prisioneros.

El general retrocedió tras dirigir una inclinación de cabeza a lord Rahl.

Todos rompieron a hablar al mismo tiempo, y algunos agitaban con furia los puños y gritaban para hacerse oír. Lord Rahl alzó una mano.

— ¡Silencio! —Se hizo el silencio casi al instante—. Os he invitado para oír lo que tenéis que decir. Pero sólo estoy dispuesto a escucharos después de que os rindáis a D’Hara. ¡No antes!

»La Orden Imperial desea gobernar D’Hara y también la Tierra Central. Ahora han perdido D’Hara; yo soy el amo allí. También han perdido Aydindril; D’Hara manda en Aydindril.

»Tuvisteis una oportunidad para seguir unidos y la desdeñasteis. Esa oportunidad ya es historia. Tenéis dos opciones. La primera es rendiros a la Orden Imperial, que os gobernará con mano de hierro. Si elegís eso, no tendréis ni voz ni derechos. Toda magia será exterminada excepto la magia con la que os dominarán. Si sobrevivís, vuestras vidas serán una oscura lucha sin ni siquiera una chispa de esperanza de conseguir la libertad. Seréis sus esclavos.

»La segunda opción es rendiros a D’Hara. En ese caso deberéis obedecer la ley de D’Hara. Formaréis parte de nuestro país y vuestra voz será escuchada. Nada más lejos de nuestro deseo que aniquilar la diversidad que compone la Tierra Central. Podréis cosechar los frutos de vuestro trabajo, comerciar y prosperar siempre y cuando cumpláis la ley y respetéis los derechos de los demás. La magia será protegida y vuestros hijos nacerán en un mundo de libertad en el que todo será posible.

»Y tras el extermino de la Orden Imperial reinará la paz; una paz auténtica.

»Claro que todo eso tiene un precio: vuestra independencia. Aunque conservaréis vuestros territorios y vuestra cultura, no se os permitirá tener ejército propio. Los soldados serán los mismos para todos y servirán bajo el estandarte de D’Hara. No será una alianza formada por países independientes; vuestra rendición no es negociable. La rendición es el precio que cada país debe pagar a cambio de la paz, y también la prueba de que os comprometéis con la paz.

»Al igual que hasta ahora pagabais tributo a Aydindril, la carga de la libertad no recaerá sobre ningún país y ningún pueblo en concreto; todos pagaréis un tributo suficiente para contribuir a la defensa común, ni más ni menos. Todos pagaréis por igual sin favoritismos.

La sala en pleno protestó airadamente contra lo que se consideraba un robo. Una mirada bastó a lord Rahl para imponer silencio.

— Hoy mismo hemos dado sepultura a una mujer que me ha recordado que lo que nada cuesta no se valora como es debido. La libertad tiene un precio que todos pagaremos, a fin de que todos la valoremos y la preservemos.

En las abarrotadas galerías casi estalló un motín. La gente gritaba que les habían prometido oro y que no podían permitirse pagar ningún impuesto. A coro exigieron que se les entregara el oro. Una vez más lord Rahl alzó una mano para conminar al silencio.

— El hombre que os prometió oro a cambio de nada está muerto. Si queréis, desenterradlo y reclamádselo. Los soldados que van a luchar por vuestra libertad necesitarán provisiones y no las obtendrán mediante el robo. Aquellos de vosotros que podáis ofrecer alimentos y servicios seréis recompensados con un precio justo. Todos contribuiremos para alcanzar la libertad y la paz, si no puede ser luchando, al menos pagando un impuesto para mantener a las tropas.

»Todos, ricos o pobres, deberán pagar por la libertad en la medida de sus posibilidades. Este principio es una ley inviolable.

»Quien no desee contribuir, que abandone Aydindril y se una a la Orden Imperial. Sois libres de exigirles a ellos oro, pues ellos fueron quienes os lo prometieron y ellos son quienes deben cumplir su promesa.

»Sois libres para elegir: o estáis con nosotros o contra nosotros. Si estáis con nosotros, deberéis ayudarnos. Quienes estén pensando en irse, que lo piensen bien, pues, si más adelante deciden que se equivocaron y regresan, tendrán que pagar una tasa doble durante diez años para ser admitidos de nuevo.

Los ocupantes de las galerías lanzaron exclamaciones entrecortadas. Una mujer situada en el piso inferior, cerca de la tarima, tomó la palabra. Parecía consternada.

— ¿Y si no nos gusta ninguna de esas dos opciones? Luchar va contra nuestros principios. Tan sólo deseamos que nos dejen tranquilos y seguir con nuestras vidas. ¿Qué pasará si decidimos no luchar y ocuparnos sólo de nuestros asuntos?

— ¿Acaso creéis que sois mejores que nosotros porque nosotros queremos luchar para poner fin a tanta masacre y vosotros rechazáis la lucha? ¿O acaso creéis que llevaremos solos la carga a fin de que vosotros disfrutéis de la libertad para vivir según vuestros principios?

»Podéis colaborar de otros modos que no sean blandir una espada, pero tenéis que colaborar. Por ejemplo, atendiendo a los heridos, ayudando a las familias de los hombres que vayan a luchar o ayudando a construir y mantener en buen estado los caminos que permitirán mandarles provisiones; hay muchos modos de ayudar, y deberéis hacerlo. Asimismo pagaréis el tributo como todos los demás. Nadie puede quedar al margen.

»Si decidís no rendiros, os quedaréis solos. La Orden pretende conquistar todos los pueblos y todos los países. Yo deseo lo mismo, pues es el único modo de impedírselo. Más pronto o más tarde seréis gobernados por ellos o por mí. Y ya podéis rezar para que no sea la Orden.

»A los países que no se rindan a nosotros les será impuesto un bloqueo y quedarán aislados hasta que tengamos tiempo para invadirlos y conquistarlos, o hasta que la Orden los invada. Se prohibirá bajo pena de traición el comercio con esos países, y tampoco se les permitirá transportar mercancías ni personas por nuestro territorio.

»Naturalmente, la oportunidad de rendiros que os ofrezco también tiene sus alicientes: podréis uniros a nosotros sin prejuicios ni sanciones. Si no os rendís pacíficamente y debéis ser conquistados, al final tendréis que rendiros igualmente, pero las condiciones serán mucho más duras. Cada habitante deberá pagar el triple del tributo durante treinta años, no más, pues no sería justo castigar a futuras generaciones por vuestro error. Mientras que los países vecinos prosperan y crecen, vosotros os quedaréis estancados por pagar el alto precio de la rendición. Finalmente el país acabará por recuperarse, aunque probablemente vosotros no viviréis lo suficiente para verlo.

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