Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— Lord Rahl —le susurró Cara—, lejos de D’Hara no es costumbre realizar el rito completo de las plegarias. Como el general Reibisch ha sugerido, basta con una sencilla oración.
El general asintió con aire de disculpa. Richard recorrió la sala con la mirada. Todos los ojos estaban posados en él. Detrás de los rostros las paredes blancas mostraban manchas de sangre de mriswith. Su acerada mirada se clavó en el general.
— No me importa lo que solíais hacer en el pasado. Hoy celebraremos una plegaria completa, aquí, en Aydindril. Mañana podréis hacer lo que queráis. Pero hoy todos los d’haranianos de la ciudad y los alrededores orarán.
— Lord Rahl —protestó el general, mientras jugueteaba con su barba—, hay muchas tropas en esta zona. Tendremos que avisar a todos ellos y…
— No me interesan las excusas, general Reibisch. Nos espera un camino difícil. Si no eres capaz de hacer esto, no tendré ninguna confianza en tus capacidades como general.
Reibisch lanzó una ojeada a sus oficiales de reojo, como para advertirles que estaba a punto de empeñar su palabra y comprometerlos también a ellos. Entonces se volvió hacia Richard y se golpeó el corazón con un puño.
— Como soldado al servicio de D’Hara, el acero contra el acero, juro cumplir las órdenes de lord Rahl. Esta tarde todos los d’haranianos tendrán el honor de dirigir sus plegarias al nuevo amo Rahl.
Por el rabillo del ojo el general miró al mriswith tendido bajo la esquina de la mesa.
— Nunca había oído que un amo Rahl se uniera a sus hombres para luchar acero contra acero. Fue como si los mismos espíritus guiaran vuestra mano. —El general carraspeó antes de proseguir—. Si me lo permitís, lord Rahl, ¿cuál es ese difícil camino que nos espera?
Richard escrutó la marcada faz de su general.
— Soy un mago guerrero y lucho con todos mis recursos: magia y acero.
— ¿Y mi pregunta, lord Rahl?
— Acabo de responderla, general Reibisch.
Una sonrisa casi imperceptible curvó los labios del general.
Involuntariamente Richard bajó los ojos hacia Hally. La capa no lograba tapar del todo los daños. Kahlan aún tendría menos posibilidades si se enfrentaba a un mriswith. Sólo pensarlo se ponía enfermo.
— Sabed que ha muerto como deseaba, lord Rahl —trató de consolarlo Cara—. Como una mord-sith.
En su mente intentó recuperar la sonrisa que había conocido sólo durante unas pocas horas, pero no pudo. Sólo veía la terrible herida que había entrevisto unos segundos.
Luchando contra la sensación de náusea, Richard apretó los puños y fulminó con la mirada a las tres mord-sith supervivientes.
— Pienso hacer todo lo posible para que vosotras tres muráis en la cama, viejas y desdentadas. ¡Así que ya os podéis ir haciendo a la idea!
10
Tobias Brogan se acariciaba el mostacho con los nudillos mientras por el rabillo del ojo echaba una rápida mirada a Lunetta. Ésta asintió apenas, ante lo cual Brogan contrajo la boca con un gesto avinagrado. Su insólito buen humor se había esfumado. El hombre decía la verdad. Aunque Lunetta nunca se equivocaba en ese tipo de asuntos, Brogan sabía que no era la verdad. No se lo tragaba.
Posó la mirada en el hombre plantado ante él al otro lado de la mesa, suficientemente larga como para celebrar un banquete de setenta personas, y se obligó a sonreír amablemente.
— Gracias. Nos has ayudado mucho.
El hombre miró con desconfianza a los soldados de reluciente armadura que lo flanqueaban.
— ¿Eso es todo lo que deseáis saber? ¿Me habéis arrastrado hasta aquí sólo para preguntarme lo que todo el mundo sabe? Si vuestros hombres me hubieran preguntado, se lo habría dicho.
— Pido disculpas por las molestias —replicó Brogan, manteniendo con esfuerzo la sonrisa—. Has servido al Creador y a mí. Puedes irte —le despidió, ya sin sonrisa.
Al hombre no se le escapó la expresión en los ojos de Brogan, por lo que rápidamente inclinó la cabeza y se escabulló.
Brogan tamborileó con el pulgar sobre el estuche que llevaba al cinto y miró a Lunetta con impaciencia.
— ¿Estás segura?
Lunetta, que estaba en su elemento, no se dejó amedrentar.
— Decía la verdad, lord general, como todos los demás. —Lunetta conocía su oficio, por abyecto que fuera, y cuando lo practicaba se daba unos aires de suficiencia que Brogan detestaba.
— ¡No es la verdad! —El lord general descargó un puño sobre la mesa.
En los plácidos ojos de Lunetta que lo miraban casi podía ver al Custodio.
— Yo no digo que sea la verdad, lord general, sino que él cree que es la verdad.
Brogan carraspeó. Él conocía la verdad. Después de pasarse la vida persiguiendo el mal había aprendido algunos de sus trucos. Conocía la magia. La presa estaba tan cerca que casi podía olerla.
El sol del atardecer se filtraba a través de una hendidura en las pesadas cortinas doradas y salpicaba con una reluciente línea de luz la pata dorada de una silla, la ornamentada alfombra real azul con motivos florales y una esquina del largo y brillante tablero de la mesa. Ese día no había almorzado para proseguir con los interrogatorios, pero estaba en el mismo punto en el que había empezado. El sentimiento de frustración le roía las entrañas.
Galtero poseía un talento especial para elegir a los testigos que pudieran proporcionar información, pero en esa ocasión no se había lucido. Brogan se preguntó qué debía de haber averiguado Galtero; algo tenía a la ciudad revolucionada, y a Tobias Brogan no le gustaba que la gente se alborotara, a no ser que él y sus hombres fuesen la causa. La agitación podía ser un arma muy poderosa, pero los enigmas no le gustaban. Galtero debería haber regresado hacía tiempo.
Tobias se recostó en la silla de cuero almohadillada formando rombos y se dirigió a uno de los soldados ataviados con capa color carmesí que custodiaban la puerta.
— Ettore, ¿ha regresado ya Galtero?
— No, lord general.
Ettore era joven y ansiaba destacarse en la lucha contra el mal. Pero era un hombre bueno: astuto, leal y sin miedo a mostrarse despiadado contra los servidores del Custodio. Un día sería uno de los mejores cazadores de poseídos. Brogan se presionó con los nudillos la dolorida espalda y le preguntó:
— ¿Cuántos testigos quedan?
— Dos, lord general.
— Haz pasar al siguiente —ordenó con impaciente ademán. Cuando Ettore hubo salido, Brogan entrecerró los ojos y observó a su hermana, situada de pie junto a la pared, más allá del rayo de luz—. Estabas segura, Lunetta, ¿verdad?
Con la vista prendida en él, la aludida se aferró a sus harapos y replicó:
— Sí, lord general.
Brogan suspiró cuando la puerta se abrió y el soldado condujo a una mujer delgada que parecía enfadada. No obstante, ensayó su mejor sonrisa, pues un cazador experimentado no permite que la presa le vea los colmillos.
La mujer se sacudió para desasirse de Ettore, que la tenía agarrada por el codo.
— ¿Qué está pasando? Se me han llevado contra mi voluntad y me he pasado todo el día encerrada en una habitación. ¡No tenéis derecho a llevaros a una persona contra su voluntad!
Tobias Brogan sonrió con aire de disculpa.
— Debe de tratarse de un malentendido. Lo siento. Solamente queríamos hacer algunas preguntas a gente de la que se pueda uno fiar. Parece mentira, pero la mayor parte de la gente no ve más allá de sus narices. Como tú parecías una mujer inteligente…
La mujer se inclinó hacia él sobre la mesa.
— ¿Y por eso me han encerrado en una habitación? ¿Es eso lo que la Sangre de la Virtud hace a la gente que le parece de fiar? Por lo que he oído, la Sangre no se molesta en hacer preguntas; simplemente actúa guiándose por rumores y sólo le importa que se caven nuevas tumbas.
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