Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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Tras caminar un rato río arriba alejándose del Palacio de los Profetas, Verna se detuvo en un lugar plano desierto, cerca de un afloramiento rocoso alrededor del cual el agua borboteaba y salpicaba. Contemplando la corriente con expresión ceñuda, la mujer se colocó en jarras.
— Juro que si esa entrometida no estuviera muerta, la estrangularía con mis propias manos.
— ¿De quién estás hablando?
— De la Prelada. Si no estuviera ya en manos del Creador, sentiría las mías alrededor del cuello.
Warren se rió por lo bajo.
— Sería digno de verse, Prelada.
Verna cogió al joven bruscamente por la túnica a la altura de ambos hombros.
— Warren, tienes que ayudarme. Ayúdame a salir de ésta.
— ¿Qué? ¡Pero si es maravilloso! Verna, ahora eres la Prelada.
— No. No puede ser. Warren, tú conoces todos los libros que se guardan en las criptas, has estudiado las leyes de palacio; tienes que encontrar algo para sacarme de ésta. Tiene que haber un modo. Tú puedes encontrar en los libros algo que lo impida.
— ¿Impedirlo? Si ya está hecho. Además, es lo mejor que podría haber pasado. —El joven ladeó la cabeza e inquirió—: ¿Por qué me has hecho venir hasta aquí?
Verna le soltó la túnica.
— Warren, piensa. ¿Por qué murió la Prelada?
— La mató la hermana Ulicia, una de las Hermanas de las Tinieblas. Murió porque luchaba contra su maldad.
— No, Warren, piensa. Murió porque un día, en su despacho, me dijo que sabía que había Hermanas de las Tinieblas en palacio. La hermana Ulicia, que era una de sus administradoras, la oyó—. Verna se inclinó hacia él—. El despacho estaba protegido con un escudo. Yo misma me aseguré de ello pero no caí en que las Hermanas de las Tinieblas son capaces de usar Magia de Resta. La hermana Ulicia nos oyó pese al escudo y regresó para matar a la Prelada. Aquí fuera podremos ver si hay alguien lo suficientemente cerca como para oírnos. No hay lugar en el que ocultarse. —Con un gesto de la cabeza señaló el agua borboteante—. Y el agua altera el sonido de nuestras voces.
Warren miró nervioso a su alrededor.
— Ya veo qué quieres decir. Pero Prelada, a veces el agua puede transportar el sonido a cierta distancia.
— Te he dicho que no me llames Prelada. Con los sonidos del día y si hablamos en voz baja, el agua enmascarará nuestras voces. No podemos arriesgarnos a hablar en palacio. Siempre que queramos tratar de esto, tendremos que salir al campo, para ver si hay alguien cerca. Bueno, tienes que hallar el modo de librarme del cargo de Prelada.
Warren soltó un suspiro de exasperación.
— Deja de repetir eso. Estás cualificada para ser la Prelada, tal vez seas la más cualificada para ello de entre todas las Hermanas. Además de experiencia, la Prelada debe estar dotada de un poder excepcional. —Warren desvió la mirada cuando Verna enarcó una ceja—. Tengo un acceso ilimitado a cualquier escrito de las criptas. He leído los informes. —Volvió a mirarla a los ojos—. Cuando capturaste a Richard las otras dos Hermanas murieron y te traspasaron su poder. Ahora tienes el poder, el han, de tres Hermanas.
— Ése no es el único requisito, Warren, ni mucho menos.
El joven mago se inclinó hacia ella.
— Como ya he dicho, tengo acceso ilimitado a los libros. Conozco los requisitos. No hay nada que te descalifique; los cumples todos. Deberías estar eufórica por ser la Prelada. Es lo mejor que podría haber pasado.
La hermana Verna suspiró.
— ¿Has perdido el seso justo ahora que ya no llevas el collar? ¿Qué posible razón podría tener yo para desear ser Prelada?
— Ahora podremos descubrir quiénes son las Hermanas de las Tinieblas. —Warren sonrió confidencialmente—. Tendrás la autoridad necesaria para hacer lo que hay que hacer—. Sus ojos azules brillaban—. Como he dicho, es lo mejor que podría haber pasado.
Verna alzó los brazos.
— Warren, mi nombramiento como Prelada es lo peor que pudiera haber pasado. El manto de la autoridad es tan restrictivo como ese collar del que tanto te alegras haberte librado.
— ¿Qué quieres decir?
La mujer se apartó algunos mechones rizados de pelo castaño.
— Warren, la Prelada es una prisionera de su autoridad. ¿Veías a menudo a la prelada Annalina? No. ¿Y por qué no? Porque estaba en su despacho, ocupada en administrar el Palacio de los Profetas. Tenía miles de asuntos que atender, miles de cuestiones que requerían su atención, centenares de Hermanas y de jóvenes que supervisar, sin olvidar el constante dilema de Nathan. Ni te imaginas la cantidad de problemas que podía llegar a causar ese hombre. Tenía que estar bajo vigilancia constante.
»La Prelada no puede visitar de improviso a una Hermana ni a un joven mago, pues tendrían un ataque de pánico preguntándose qué han podido hacer mal, qué le habrán dicho a la Prelada de ellos. Las conversaciones de la Prelada no pueden ser nunca casuales; uno siempre busca un significado oculto en sus palabras. Y no es porque la Prelada lo quiera, sino porque posee una autoridad tan absoluta que es imposible olvidarse de ello.
»Cada vez que se aventura fuera de sus aposentos, inmediatamente la rodea la pompa y el ceremonial que conlleva su cargo. Si decide cenar en el comedor, nadie se atreve a hablar con ella; todos la miran en silencio, rezando para que no se le ocurra mirarlos o, aún peor, pedirles que se sienten a su mesa.
El entusiasmo de Warren se marchitó.
— Nunca lo había visto de ese modo.
— Si tus sospechas acerca de las Hermanas de las Tinieblas son ciertas, y no estoy diciendo que lo sean, el hecho de ser Prelada me impedirá descubrir quiénes son.
— A la prelada Annalina no se lo impidió.
— ¿De veras? Tal vez, si no hubiese sido la Prelada, las habría descubierto mucho tiempo antes y podría haber hecho algo para detenerlas. Tal vez las habría podido eliminar antes de que empezaran a matar a nuestros muchachos para robarles el han y hacerse más poderosas. Pero, siendo Prelada, las descubrió demasiado tarde, y la mataron.
— Pero es posible que teman lo que sabes y que, de un modo u otro, se descubran ellas mismas.
— Si realmente hay Hermanas de las Tinieblas en palacio, seguro que saben que ayudé a descubrir a sus seis compañeras huidas, por lo que estarán encantadas de verme convertida en la Prelada para que tenga las manos atadas y no estorbe.
— No obstante, tal vez sea de ayuda que seas la Prelada.
— No. Será un obstáculo para detener a las Hermanas de las Tinieblas. Warren, tienes que ayudarme. Tú conoces los libros. Tiene que haber algún modo de sacarme de ésta.
— Prelada…
— ¡Deja de llamarme así!
Warren se estremeció, frustrado.
— Eso es lo que eres. No puedo llamarte de otro modo.
Verna suspiró.
— La Prelada, la prelada Annalina, pedía a sus amigos que la llamaran Ann. Puesto que ahora yo soy la Prelada, te pido que me llames Verna.
Warren frunció el entrecejo, pensativo.
— Bueno… supongo que somos amigos.
— Warren, somos más que amigos. Tú eres la única persona en quien puedo confiar. Ahora no tengo a nadie más.
— Muy bien, Verna. —Warren torció el gesto, cavilante—. Tienes razón; conozco los libros. Sé cuáles son los requisitos y tú los cumples todos. Ciertamente eres joven para ser Prelada, aunque eso sólo es cuestión de precedentes; no hay ninguna ley sobre la edad. Además, posees el han de tres Hermanas. En eso ninguna Hermana, al menos ninguna Hermana de la Luz, te iguala. Sólo por eso estás más que cualificada; el poder, el han, es uno de los principales requisitos para ser Prelada.
— Warren, tiene que haber algo. Piensa.
Los ojos azules del joven reflejaron la profundidad de sus conocimientos y también su pesar.
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