—Un honor serviros, madre —saludó formalmente—. Lord Bryne me envía. Desea que os comunique que, por los indicios, los asaltantes parecen haber cruzado a este lado del río la pasada noche. Con Aes Sedai. Lord Bryne ha doblado las patrullas. Aconseja que las hermanas no se alejen del campamento. Para evitar incidentes.
—¿Me dais permiso, madre? —dijo inopinadamente Siuan con el ligero tono avergonzado de quien tiene la necesidad urgente de ir al excusado.
—Sí, sí —contestó Egwene, simulando un timbre impaciente, y apenas esperó a que la mujer saliera disparada de la tienda para continuar—: Dile a lord Bryne que las Aes Sedai van a donde quieren, cuando quieren. —Cerró la boca de golpe. Había estado a punto de llamarlo «Ragan», pero su gesto sirvió para hacerla parecer más severa. O eso esperaba.
—Se lo diré, madre —contestó el hombre, que hizo otra reverencia—. Alma y corazón para serviros.
Maigan esbozó una sonrisa mientras se marchaba. Menospreciaba a los soldados —los Guardianes eran necesarios y de utilidad, pero en su opinión los soldados hacían estropicios que los demás tenían que arreglar y limpiar—, y apoyaba cualquier cosa que pareciera indicar una brecha entre Egwene y Gareth Bryne. O quizá sería mejor decir que Lelaine la apoyaba. En eso, Maigan era la mujer de Lelaine hasta las uñas de los pies. Por su parte, Myrelle parecía simplemente desconcertada. Sabía que Egwene se llevaba bien con lord Gareth.
Egwene se levantó y se sirvió una taza de té; se puso un poco de la miel de Maigan. Las manos no le temblaban. Los botes se encontraban ya en posición. Dentro de unas pocas horas, Leane recogería a Bode y se alejaría del campamento antes de explicarle lo que iban a hacer. Larine debía recibir el castigo merecido, y Bode debía hacer lo que era preciso. Egwene era más joven que Bode cuando la habían mandado a la caza de hermanas Negras. Los shienarianos servían en su guerra contra la Sombra en la Llaga, en alma y corazón. Las Aes Sedai, y las que se convertirían en Aes Sedai, servían a la Torre. Un arma más fuerte contra la Sombra que cualquier espada, y no menos afilada para una mano incauta.
Cuando llegó Romanda acompañada por Theodrin, quien le apartó la solapa para que pasara, la Amarilla de pelo canoso hizo una reverencia ajustada a la norma, ni una fracción más ni menos de lo que la conveniencia requería de una Asentada a la Amyrlin. Ahora no estaban en la Antecámara. Si allí la Amyrlin sólo era la primera entre iguales, en su estudio era un poco más, incluso para Romanda. Pero no hizo intención de besar el anillo de Egwene. Todo tenía un límite. Miró a Myrelle y a Maigan como si estuviera pensando pedirles que se marcharan. O puede que mandárselo. Las Asentadas esperaban que se las obedeciera, pero ninguna era de su Ajah. Y estaban en el estudio de la Amyrlin.
Al final, no hizo ni lo uno ni lo otro, limitándose a dejar que Theodrin le quitara la capa con los bordes adornados con flores amarillas bordadas y que le sirviera una taza de té. Theodrin, sin que hiciera falta pedírselo ni mandárselo, se retiró a un rincón, donde empezó a retorcerse el chal y a apretar la boca en un gesto hosco, en tanto que Romanda se sentaba en una banqueta vacía. A despecho de las patas inestables la Asentada se las arregló para dar la impresión de que tomaba asiento en la Antecámara de la Torre, o quizás en un trono, mientras se ajustaba el chal de flecos amarillos que llevaba puesto debajo de la capa.
—Las conversaciones no van bien —empezó con aquella voz alta y musical. Era como si hiciera una proclamación—. Varilin se muerde los labios de frustración. También Magla está frustrada, dicho sea de paso, e incluso Saroiya. Cuando Saroiya empieza a rechinar los dientes, la mayoría de las hermanas ya están chillando. —A excepción de Janya, todas las Asentadas que ocupaban un puesto antes de que se dividiera la Torre se habían introducido en las negociaciones. Después de todo, hablaban con mujeres a las que habían conocido en la Antecámara de entonces. Beonin había quedado relegada casi a llevar recados.
Romanda probó el té y después sostuvo la taza por el platillo, extendido el brazo hacia un lado, sin decir palabra. Theodrin salió disparada del rincón para coger la taza y ponerla sobre la bandeja, tras lo cual añadió más miel antes de llevársela de nuevo a la Asentada y regresar a su rincón. Romanda probó el té una vez más y asintió con aire de aprobación. Las mejillas de Theodrin se encendieron.
—El curso de las conversaciones es como se esperaba —manifestó con cuidado Egwene. Romanda se había opuesto a cualquier tipo de conversaciones, fueran o no espurias. Y sabía lo que iba a ocurrir esa noche. Mantener a la Antecámara ignorante de ello habría sido una bofetada innecesaria. El prieto moño de Romanda se movió arriba y abajo cuando la mujer asintió.
—Ya nos han descubierto algo —afirmó—. Elaida no permitirá que las Asentadas que hablan en su nombre cedan un ápice. Está atrincherada en la Torre como una rata en una pared. El único modo de hacerla salir es meterle topos en la madriguera.
Myrelle soltó un ruido gutural que le reportó una mirada sorprendida de Maigan. Los ojos de Romanda permanecieron prendidos en los de Egwene.
—Elaida será destituida de un modo u otro —dijo con calma la joven Amyrlin, que soltó la taza de té en el platillo. No le temblaba la mano. ¿Qué habían descubierto esas mujeres? ¿Cómo?
Romanda torció ligeramente el gesto mirando el té como si, después de todo, no tuviera suficiente miel. O decepcionada porque Egwene no hubiera dicho algo más. Después se movió en la banqueta con la actitud de una espadachina que se prepara para otro ataque, enarbolando la espada.
—Las cosas que habéis dicho sobre las Allegadas, madre, sobre que son más de un millar en lugar de unas cuantas docenas o de que algunas tienen quinientos o seiscientos años. —Sacudió la cabeza por la imposibilidad de tales afirmaciones—. ¿Cómo iba a escapársele todo eso a la Torre? —No hacía una pregunta, sino que plantaba cara.
—Hasta hace poco no sabíamos cuántas espontáneas había entre los Marinos —respondió Egwene con suavidad—. Y aún no sabemos con certeza cuántas son realmente. —Esta vez, la mueca de Romanda fue más marcada. Las Amarillas habían sido las primeras en confirmar la presencia de cientos de espontáneas de los Marinos, y sólo en Illian. Primer punto del combate para Egwene.
Pero un golpe no bastaba para tumbar a Romanda. Ni siquiera hiriéndola de gravedad.
—Habremos de apresarlas una vez finalizados los asuntos que tenemos aquí —manifestó en tono sombrío—. Dejar que unas cuantas docenas se quedaran en Ebou Dar y en Tar Valon, sólo para que nos ayudaran a rastrear a las fugitivas, era una cosa, pero no podemos permitir que un millar de espontáneas continúen… organizadas.
El tono de desprecio patente en toda la frase se hizo más pronunciado en esa última palabra, en la idea de que hubiera espontáneas organizadas. Myrelle y Maigan escuchaban atentamente. Maigan incluso se había echado un poco hacia adelante. Ninguna de las dos sabía más detalles del asunto que los rumores propagados por Egwene y que todo el mundo había dado por hecho que provenían de los informadores de Siuan.
—Bastante más que un millar —la corrigió Egwene—, y ninguna espontánea. Todas son mujeres a las que la Torre mandó marcharse, salvo unas cuantas fugitivas que eludieron la captura. —No alzó la voz, pero expuso cada punto con firmeza, sosteniendo la mirada de Romanda—. En cualquier caso, ¿cómo propones que se las capture? Están repartidas por todos los países, dedicadas a todo tipo de ocupaciones. Ebou Dar era el único sitio donde se reunían o se encontraban por casualidad y todas huyeron de allí cuando llegaron los seanchan. Desde la Guerra de los Trollocs, las Allegadas han dejado que la Torre sepa sólo lo que querían que supiera. Dos mil años, escondidas bajo las narices de la Torre Blanca. Su número ha ido creciendo mientras que el de las hermanas en la Torre ha ido menguando. ¿Cómo propones que se las encuentre ahora, entre todas las espontáneas que pululan por ahí y que la Torre desestimó porque eran «demasiado mayores» para hacerse novicias? Las Allegadas no tienen nada que las distinga y las haga sobresalir, Romanda. Usan el Poder casi con tanta asiduidad como las Aes Sedai, pero presentan signos de envejecimiento como cualquier persona, aunque más lentamente. Si quieren seguir ocultas, nunca podremos encontrarlas. —Y con eso Egwene se apuntó varios golpes más, sin recibir ninguno. La frente de Romanda tenía una fina película de sudor, una señal certera de desesperación en una Aes Sedai. Myrelle estaba sentada muy tiesa, pero Maigan parecía a punto de caerse de bruces por estable que fuera su banqueta. Romanda se humedeció los labios.
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