En la camilla fija que estaba frente a la mía, yacía una mujer; estaba durmiendo. Recordé que se llamaba Phyllida. A pesar del balanceo del vehículo y el interminable ruido del motor y la transmisión, Phyllida parecía estar a sus anchas. Sus párpados se mantenían quietos, en reposo. Tenía los labios ligeramente abiertos y un brazo le colgaba al costado. El rígido y funcional corte de su chaqueta de la Cruz Roja se había suavizado con el sueño de Phyllida. Aunque yo estaba luchando por respirar, me sentí cautivado por la inesperada intimidad que representaba su compañía.
Cuando la ambulancia cogió un bache en la carretera, me aferré al costado de la camilla. La sacudida me hizo expeler el aire de los pulmones. Sabía dónde estaba, qué había pasado. Todos mis temores sobre mis alucinaciones se habían confirmado. Seis meses de mi vida habían desaparecido.
El vehículo continuaba su estruendosa marcha en medio de la noche. Todo lo que había creído que ganaba y ponía sólida e indiscutiblemente detrás de mí, los vuelos al extranjero, los encuentros en grandes mansiones, los tratos entre Hess y Churchill, la llegada de la paz, estaban otra vez en ese ilusorio futuro.
Si yo me dejaba llevar por mis alucinaciones, todo eso se perdería.
Sin embargo, delante de mí estaba también aquella vida que confusamente me rechazaba: mi hermano distanciado, el matrimonio que me estaba fallando, el hijo que ya había nacido y recibía un nombre mientras yo estaba fuera, la intrusión de los extraños, todo ello consecuencia de mi propio abandono.
Allí estaba, tendido boca arriba, contemplando aquel techo neutro, sintiendo impotente cómo mi visión se oscurecía lentamente. Me sacudió la desesperación por vivir. Quería seguir y poder despertar en el mundo de posguerra. Cualquiera que fuese el precio que tuviera que pagar, no me atrevía a perder lo que había ganado, pero cada nueva respiración me costaba más. La oscuridad invadía mi interior, aportándome una sensación de quietud, de final de las turbulencias, de las luchas. El cierre de mi vida, la pérdida de aquella paz.
Seguramente, no todo había sido una ilusión, la noble paz que habíamos conseguido, el haber apartado a los dos grandes países de los horrores de la guerra.
Los movimientos de la ambulancia se estabilizaron, el áspero ruido del motor se esfumó, las débiles luces se fueron apagando. Luché un momento contra eso, pero poco a poco una sensación de sosiego empezó a fluir mansamente dentro de mí, una sensación que me ofrecía paz; no la que siempre había perseguido, sino una alternativa a ella. Sentí que me inundaba la oscuridad final, su abrazo frío y eterno.
Sin embargo, el terror que eso me provocaba me hizo resistir toda la noche.
Me aferré a la vida y me obligué a respirar con un ritmo regular, sin ansiedad; veía que Phyllida dormía soñando con despertar en un futuro mejor.
Título original:
The Separation
Traducción de Carlos Riba García
Diseño e ilustración de la sobrecubierta: Enrique Iborra
Primera edición: junio de 2004
© Christopher Priest, 2002
© Ediciones Minotauro, 2004
Avda. Diagonal, 662-664, 6.a planta. 08034 Barcelona
www.edicionesminotauro.com
ISBN: 84-450-7507-1
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Nombre que recibían las poblaciones de origen alemán en países no germánicos (N. del ed.)
Bombardeo alemán de Gran Bretaña entre 1940 y 1941. En términos militares, un blitz es un bombardeo masivo de la población civil a cualquier hora del día o de la noche. (N. del ed.)
Butcher: en inglés, «carnicero». (N. del t.)
Siglas de la Asociación Cristiana de Jóvenes. (N. del t.)
Es decir, Winston Churchill. (N. del ed.)
En inglés, parity. (N. del t.)