Christopher Priest - El último día de la guerra

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El último día de la guerra: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1936, los gemelos Sawyer regresan a Gran Bretaña con una medalla de bronce ganada en los Juegos Olímpicos de Berlín y con una joven judía escondida en su furgoneta. El amor por la joven alemana y la guerra que se avecina empezarán a distanciar a los dos hermanos, que emprenden caminos divergentes: Jack se convierte en piloto de bombarderos de la RAF, mientras que Joe es objetor de conciencia y voluntario de la Cruz Roja.
Cuando en 1941 se estudia la firma de un tratado de paz con Alemania, ambos son llamados por separado para asesorar a Winston Churchill: de sus respuestas depende el futuro de la guerra.

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Los dos enfilaron hacia la salida y dejaron a Hess a sus espaldas. La paz había sido sellada, pero no con un apretón de manos.

XXVII

La cena fue servida en el salón de banquetes de la mansión; todos los involucrados en las negociaciones estaban sentados a ambos lados de una larguísima mesa que ocupaba toda la longitud del local. Contrastando con el talante relajado y fraternal de los dos días anteriores, la llegada de Churchill parecía haber dividido la conferencia en los tres grupos que la habían constituido. El había conseguido crear una atmósfera glacial, casi hostil entre los dos grupos principales que, hasta su llegada, habían convivido amistosamente. Churchill y el duque de Kent, junto con los embajadores, los jefes de Estado Mayor y los funcionarios de Foreign Office se sentaban en un extremo de la mesa. Hess y los miembros equivalentes de su comitiva estaban en el otro extremo. Los representantes de los países neutrales, los negociadores auxiliares y el equipo que había trabajado en la documentación ocupábamos el terreno intermedio.

Churchill estaba sentado a unos quince asientos de mí, en el lado opuesto de la mesa. A pesar de todos mis sentimientos acerca de su naturaleza belicosa, estaba deslumbrado por su presencia. Aunque yo había estado implicado en los trabajos previos al tratado, nunca había creído que Churchill se avendría a firmarlo. Sin embargo, ahí estábamos todos, con el proceso finalizado. Incluso mientras nosotros estábamos cenando, en algún sitio de la mansión, los equipos de abogados constitucionalistas de Alemania y de Inglaterra seguían trabajando en el texto del tratado, dejándolo listo para ser entregado al registro público. Churchill parecía estar enfrascado en la conversación con el duque, pero no pude dejar de advertir que de vez en cuando me miraba directamente sin pestañear, una actitud que consideré desconcertante.

A mitad de la cena, Hess y su comitiva abandonaron la mesa sin previo aviso. Durante los dos primeros platos, él y sus oficiales conversaron intensa y animadamente. Pero no esperaron a que se sirviera el plato de venado. Súbitamente, sin decir una palabra a los demás asistentes a la cena, se pusieron de pie, arrastraron las sillas hacia atrás y se encaminaron rápidamente hacia la salida.

Cuando llegó a la puerta, Hess se volvió, golpeó los talones con fuerza y levantó el brazo en el saludo nazi. En el salón se hizo el silencio. Mantuvo esta pose unos segundos.

Heil Hitler! — exclamó , y salió del salón.

—Dios bendito —dijo Churchill.

Se volvió hacia el duque, y ambos prosiguieron su animada conversación. El ambiente en el salón se aligeró notablemente.

Ahora que las negociaciones se habían completado, estaba empezando a ansiar el regreso a casa. No veía que allí me quedara nada más que hacer, pero el hecho de que no podía volver a casa por mis medios era incontestable. Intenté tantear a los que estaban sentados cerca de mí, para ver si sabían cómo estaba prevista la vuelta a casa, pero todo el mundo lo ignoraba tanto como yo.

Al final de la cena, Winston Churchill se puso de pie e hizo un breve discurso. Para mí, aquél fue un momento muy importante; me emocionaba el pensar de que yo iba a estar presente en el momento en que él iba a decir algo de histórica relevancia. Sin embargo, apenas empezó a hablar se hizo evidente que él no veía que aquélla fuese una ocasión para la alta oratoria. Con lenguaje sencillo, sólo nos felicitó a todos por nuestro trabajo. Dijo que, a pesar de la aparente mala fe de los dirigentes nazis, él creía que el tratado se mantendría y que la paz sería verdadera y duradera. También nos explicó que se veía obligado a regresar a Londres lo más rápidamente posible. Después de estas palabras, se sentó y recibió un cálido aplauso. Algo había cambiado imperceptiblemente en el encuentro: aquello ya no era un forum por la paz sino una ocasión a la medida de Churchill.

No mucho después, empezamos a recoger nuestras pertenencias y llegaron algunos coches para llevarnos a nuestro hotel en Estocolmo. Cuando pasé por última vez por la sala de la conferencia, vi allí a Winston Churchill. Él interrumpió la conversación que estaba manteniendo y se acercó a mí dejando una estela de humo de puro tras de sí. En su mano había una ventruda copa de coñac en la que se movía una generosa ración del licor.

—Lo recuerdo de nuestro encuentro en el edificio del Almirantazgo, la semana pasada —me dijo sin preámbulos—. Su nombre es J.L. Sawyer, ¿no es así?

—Sí, señor.

—Permítame que le haga una pregunta, señor Sawyer. Ya había oído su nombre antes de conocerlo. Había alguna confusión con relación a usted que creo que finalmente el doctor Burckhardt me ha aclarado. Pero también me gustaría saberlo por usted mismo. Él me ha dicho que tiene usted un hermano o un pariente muy cercano que se llama igual que usted.

—Tengo un hermano, señor Churchill. Somos gemelos, gemelos idénticos. —Y le hablé sobre la similitud de nuestras iniciales.

—Ya veo. Si no me equivoco, su hermano está sirviendo en la Fuerza Aérea, ¿no es cierto?

—Sí, señor.

—¿Y él es el que está casado?

—No, señor. Creo que sigue siendo soltero.

—Entonces, usted está casado. ¿Con una alemana?

—Mi esposa es una ciudadana nacionalizada británica, señor Churchill —dije. Y agregué rápidamente—: Ella llegó a Inglaterra antes de que empezara la guerra y nos casamos hace cinco años.

Churchill hizo un gesto de sentimiento con cierta simpatía.

—Es posible que entienda sus preocupaciones. Ya no tiene por qué preocuparse de la situación de su mujer. Pero déjeme que le diga que me ha resultado divertida la confusión que ha creado su nombre, porque a mí me pasó algo por el estilo. Cuando yo era más joven, descubrí que había otro Winston Churchill perdido por el mundo, aunque éste era norteamericano. Era un novelista, y bastante bueno. Ambos escribíamos libros; antes de que cualquiera de los dos se diera cuenta de lo que estaba pasando, muy inocentemente dimos pie a una confusión. Desde entonces, siempre he usado la S, de Spencer, como una inicial en medio de mi nombre, pero sólo en mis libros.

Parecía estar de un talante comunicativo y conversador; a pesar de la mención que había hecho al terminar la cena de que debía apresurarse a volver a Londres, no parecía tener ninguna prisa por dejarme. Debido a eso, le planteé el tema que tenía en la cabeza.

—Señor, ¿cree usted que los alemanes realmente tienen intención de respetar el tratado de paz?

—Sí, señor Sawyer. Como usted sabe, la mayor parte de la iniciativa vino del lado alemán. Era evidente que Hess suponía que él y yo caeríamos el uno en los brazos del otro como dos hermanos que han estado separados desde hace mucho tiempo. Ésa no es mi manera de actuar en ningún caso. Aunque yo negocie con los nazis no espero después tener que abrazarlos.

—Cuando se fue, parecía que estaba furioso.

—Desde luego, lo estaba. Pero si esto le sirve de algún consuelo, puedo decirle que la paz ya es vigente. Como usted estaba aquí, en Suecia, no puede saber que el sábado por la noche Londres sufrió el peor ataque aéreo de la guerra. Ha habido terribles daños y muchos muertos. Sin embargo, desde entonces, ningún avión alemán ha cruzado el canal. La misma noche, también nosotros lanzamos importantes ataques aéreos contra Alemania, pero fueron los últimos. La actividad de los submarinos alemanes en el Atlántico ha cesado por completo. La guerra en el desierto se ha detenido. Nuestra marina continúa patrullando, la fuerza aérea vuela constantemente, y las fuerzas de tierra están en estado de alerta en todos lados, pero desde el domingo por la tarde no ha habido un solo incidente hostil por parte de ninguno de los países. Como todavía no hemos tenido la oportunidad de anunciar el armisticio, teóricamente la guerra continúa todavía, pero a todos los efectos prácticos hay un alto el fuego desde hace más de veinticuatro horas.

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