Gogarty apartó la tetera del fuego y llenó dos tazas. Paulsen-Fuchs, sentado en un viejo sillón, tomaba la bebida con gusto. Dos gatos, uno atigrado de pelo anaranjado y erizado y otro negro de hocico perruno y largo pelo, entraron en la habitación y se quedaron quietos junto al fuego, parpadeando con aire de curiosidad y ligero resentimiento.
—Compartiré un whisky contigo después —dijo Gogarty, sentándose en un taburete frente al sillón—. Ahora, creo que te gustará ver esto.
—¿Tu «fantasma»? —preguntó Paulsen-Fuchs.
Gogarty asintió y buscó en el bolsillo de su suéter. Sacó un papel doblado y se lo tendió a Paulsen-Fuchs. También es para ti. Nuestros dos nombres. Pero llegó aquí hace dos días. Apareció en el buzón, aunque no ha habido entrega de correo desde hace una semana. Aquí no. Te envié la carta desde Pwllheli.
Paulsen-Fuchs desdobló el blanco papel brillante. Era muy extraño, de textura suave y de una blancura casi cegadora. En un lado se leía un mensaje en negro escrito a mano. Paulsen-Fuchs lo leyó y miró a Gogarty.
—Ahora léelo otra vez —insistió éste. El mensaje era tan corto que se le había grabado casi por completo en la memoria. La segunda vez que —lo leyó, sin embargo, era distinto.
Queridos Sean y Paul.
Amable aviso a los sabios. Suficiente. Pequeños cambios ahora, los grandes se aproximan. Gogarty se lo puede imaginar. Tiene los medios. La teoría. Otros están siendo alertados. Corred la voz.
BERNARD
—Cada vez es diferente. A veces más elaborado y otras más conciso. He empezado a apuntar lo que dice cada vez que lo leo.
Gogarty extendió la mano y frotó sus dedos. Paulsen-Fuchs le devolvió la carta.
—No es papel —dijo Gogarty. Lo sumergió en su taza de té. La carta no lo absorbía, ni goteó al ser retirada. La cogió con las dos manos e hizo ademán de romperla vigorosamente. Aunque seguía insistiendo, la carta no se desgarró, y se quedó en una de las manos de Gogarty sin que resultara obvio el modo en que se había soltado de la otra.
—¿Quieres leerla otra vez? Paulsen-Fuchs negó con la cabeza.
—De modo que no es real —dijo.
—Oh, es lo bastante real como para estar aquí cada vez que quiero leerla.
Nunca es exactamente la misma, lo que me hace pensar que no está hecha de materia.
—No bromeo. Gogartiy se rió.
—No, no creo.
—Bernard no está muerto. Gogarty asintió.
—No. Bernard se fue con sus noocitos, y yo creo que sus noocitos están en el mismo sitio que los noocitos de Norteamérica. Si «sitio» es la palabra adecuada.
—¿Cuál podría ser si no? ¿Otra dimensión? Gogarty meneó la cabeza vigorosamente.
—Dios mío, no. Aquí mismo. Aquí es donde todo empieza. Pertenecemos a la macroescala, por supuesto, de modo que cuando investigamos nuestro mundo, tendremos a mirar hacia fuera, hacia las estrellas. Pero los noocitos pertenecen al micromundo. Ni siquiera pueden conceptualizar las estrellas con facilidad. De modo que miran hacia adentro. Para ellos, los descubrimientos yacen en lo más pequeño. Y si podemos asumir que los noocitos de Norteamérica crearon rápidamente una avanzada civilización —algo que resulta obvio—, entonces podemos asumir que encontraron un modo de investigar lo más pequeño.
—Más pequeño que ellos mismos.
—Más pequeño según un factor incluso mayor que nuestra propia pequeñez en comparación con una galaxia.
—¿Estás hablando de longitudes cuánticas? —Paulsen-Fuchs no dominaba este área de conocimiento, pero no era totalmente ignorante en el tema.
Gogarty asintió.
—Ahora, sucede que lo muy pequeño es justamente mi especialidad. Esa es la causa por la que fui llamado en primer lugar para esta investigación sobre los noocitos. La mayor parte de mi trabajo versa sobre volúmenes menores que diez elevado a menos treinta y tres centímetros. La longitud Planck-Wheeler. Y creo que debemos contemplar la submicroescala para descubrir a dónde fueron los noocitos y por qué.
—¿Por qué, pues? —preguntó Paulsen-Fuchs. Gogarty cogió un montón de papeles llenos de textos y ecuaciones escritas a mano.
—La información puede ser almacenada incluso de modo más compacto que en la memoria molecular. Puede ser almacenada en la estructura del espaciotiempo.
¿Qué es la materia, después de todo, sino una ola de información en el vacío? Los noocitos, sin duda alguna, llegaron a descubrirlo, y trabajaron en ello.
¿Has oído acerca de Los Angeles?
—No. ¿Qué hay de eso?
—Incluso antes de que los noocitos desaparecieran, Los Angeles y la costa al sur de Tijuana se desvanecieron. O más bien, se transformaron en algo distinto.
Un gran experimento, tal vez. Un ensayo general para lo que está ocurriendo ahora.
Paulsen-Fuchs asintió sin realmente comprender y se apoyó en el respaldo de su asiento con la taza en la mano.
—Fue muy difícil llegar hasta aquí —dijo—. Más de lo que me había imaginado.
—Las reglas han cambiado —dijo Gogarty.
—Ese parece ser el consenso. Pero ¿Por Qué, y de qué modo?
—Pareces cansado —dijo Gogarty—. Esta noche descansemos, disfrutemos del ambiente templado, sin devanarnos los sesos por leer la carta unas cuantas veces más.
Paulsen-Fuchs asintió y echó hacia atrás la cabeza, los ojos cerrados.
—Sí —murmuró—. Mucho más difícil de lo que llegué a imaginar.
La nieve dejó de caer hacia la salida del sol. La luz del día devolvió a los campos y las orillas su blancura inocente. Las negras nubes de nieve se habían disipado hasta convertirse en ráfagas grises aparentemente inofensivas, que derivaban con el viento hacia el oeste. Paulsen-Fuchs se despertó al olor del pan tostado y del café caliente. Se incorporó sobre los codos y se alisó el despeinado cabello. El sofá era cómodo; se sentía descansado, aunque algo aturdido todavía por el viaje.
—¿Qué te parecería una ducha caliente? —preguntó Gogarty.
—Estupendo.
—El cuarto de la ducha está un poco frío, pero ponte estas zapatillas, no te salgas de las planchas de madera del suelo, y no resultará demasiado horrible.
Sintiéndose mucho más fresco, y ciertamente más despierto —el cuarto de la ducha estaba muy frío—, Paulsen-Fuchs se sentó a desayunar.
—Tu hospitalidad es notable —dijo, mascando una tostada con crema de queso bien colmada de mermelada—. Me siento aún más culpable por el modo en que fuiste tratado en Alemania.
Gogarty frunció los labios y se encogió de hombros.
—No pensé nada al respecto. Todos sufríamos tensiones, supongo.
—¿Qué dice la carta esta mañana?
—Léela tú mismo.
Paulsen-Fuchs desdobló la deslumbrante hoja blanca y deslizó los dedos sobre las bien definidas letras.
Queridos Paul y Sean, Sean tiene la respuesta. Extensión de la teoría, observación demasiado intensa.
Agujero negro de pensamiento.
Como él dijo. La teoría encaja, el universo se forma de consumo.
No hay otra manera. Demasiada teoría, demasiado poca flexibilidad. Viene más. Grandes cambios.
BERNARD —Notable —dijo Paulsen-Fuchs—. ¿El mismo trozo de lo que quiera que sea?
—Hasta donde yo puedo apreciar, el mismo.
—¿A qué se refiere esta vez?
—Creo que está confirmando mi trabajo, aunque no se expresa con mucha claridad. Es decir, si la nota dice lo mismo para ti que para mí. Tendrás que apuntar lo que has leído para que estemos seguros.
Paulsen-Fuchs apuntó las palabras en un pedazo de papel y se lo tendió a Gogarty.
El físico asintió.
—Mucho más explícito esta vez. —Dejó el papel sobre la mesa y le puso más café a Gogarty—. Muy evocativo. Parece confirmar lo que dije el año pasado, que el universo en realidad no tiene fundamentos inflexibles, que cuando una buena hipótesis surge, una capaz de explicar los hechos anteriores, los fundamentos que apuntalan el universo se reacomodan y nace una nueva teoría poderosa.
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