Greg Bear - Música en la sangre

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Música en la sangre: краткое содержание, описание и аннотация

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Vergil Ulam era el genio del proyecto biológico. La reestructuración de las células. Células capaces de pensar. Cuando Genetron canceló el proyecto, Vergil sacó el trabajo de su vida fuera del laboratorio del único modo que podía: Inyectándose el mismo con ellas. Al principio, los efectos de los linfocitos inteligentes se redujeron a pequeños milagros, su vista , su estado general de salud, incluso su vida sexual, mejoraron. Pero ahora, algo extraño está ocurriendo. La trama celular de Vergil está capacitada para formar organismos complejos e incluso sociedades completas en su sangre y en su cuerpo. Vergil lleva consigo un universo. Un universo de células.

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La puerta se abrió.

El vestíbulo era una masa de arcos grises, de aspecto sólido, que soportaban la masa superior de la torre. Se imaginó —o quizá recordó lo que le habían mostrado— que el ascensor y el restaurante eran todo lo que quedaba de la torre original, y que lo habían dejado expresamente para ella.

¿A dónde iré?

Pisó el suelo gris moteado de rojo —no había alfombra ni cemento, sino algo levemente elástico, parecido al corcho—. Una lámina blanca y marrón —la última que vio de esa substancia en particular— se deslizó sobre la puerta del ascensor y lo selló con un ruido siseante.

Caminó por entre la telaraña de arcos, pisando prominencias cilindricas sobre la superficie roja y gris, abandonando la sombra de la transformada torre para salir a la seminublada luz del día.

Sólo quedaba la torre norte. La otra torre había sido ya desmantelada. Todo lo que quedaba del World Trade Center era una sola aguja redondeada, lisa y de un gris brillante en algunas áreas, rugosa y moteada de negro en otras, llena de una telaraña que la impulsaba poco a poco hacia la materia del exterior.

Desde la transformada plaza, cubierta de plumosos abanicos parecidos a árboles, hasta la orilla del río no había más de siete metros.

Caminó por entre los abanicos, que se ondulaban graciosamente sobre sus rojos troncos relucientes, y se dirigió a la orilla. El agua era sólida, de un color verdeagrisado, gelatinosa, sin olas, lisa como el cristal y tan brillante como si lo fuera. Podía ver las pirámidas y las esferas irregulares de Jersey como si fueran una colección particularmente bizarra de juguetes y construcciones infantiles; el reflejo en el sólido río era vivido y perfecto.

El viento silbaba dulcemente. Debería hacer frío o al menos fresco, pero el aire era cálido. Le dolía el pecho de aguantarse las ganas de llorar.

—Madre —dijo—, sólo quiero ser lo que soy. Nada más. Nada menos.

¿Nada más? Suzy, eso es mentira.

Se quedó en pie a la orilla durante largo rato, luego se dio la vuelta y empezó su peregrinación por la isla de Manhattan.

41

El ridículo medio en el que había vivido durante tantas semanas le parecía a Bernard la menor de dos realidades.

Ahora trabajaba poco. Se tendía en la cama con el teclado al lado y se ponía a pensar y a esperar. Sabía que, ahí afuera, la tensión crecía. Y él era el foco.

Paulsen-Fuchs no podía evitar que dos millones de personas llegaran hasta él, para destruirle con el laboratorio. (Aldeanos con antorchas: era a la vez Frankenstein y el monstruo. Ignorantes aldeanos asustados que hacían el trabajo de Dios.)

En su sangre, en su carne, llevaba una parte de Vergil I. Ulam, una parte de su padre y de su madre, partes de personas que nunca había conocido, personas muertas tal vez desde hacía miles de años. Dentro, había millones de duplicados de sí mismos, que se hundían más hondo en el mundo de los noocitos, para descubrir estratos y más estratos de universos biológicos: el viejo, el nuevo y el potencial.

Y sin embargo… ¿dónde estaba la póliza del seguro, la garantía de que no había sido engañado? ¿Y si estaban simplemente conjurando falsos sueños para dejarle sedado, para drogarle para la metamorfosis? ¿Y si sus explicaciones no eran más que pildoras azucaradas con el único objeto de mantenerle tranquilo?

No tenía pruebas de que los noocitos mintiesen —pero ¿cómo podía uno saber cuando mentía algo tan extraño, o incluso si «mentira» era un concepto accesible para ellos?

(Olivia. Había roto su compromiso, como supo él años después, pasados dos meses de su única cita. Se habían sonreído el uno al otro el último día de clase, y luego nunca más se habían visto. El había sido… ¿qué? ¿Tímido, inepto?

¿Demasiado romántico, demasiado enamorado en esa única noche encantadora y petrarquiana? ¿Dónde estaba ahora ella, en la biomasa de Norteamérica?)

Y aun en el caso de aceptar lo que le habían dicho, estaba seguro de que eso no era todo. Quedaban un millón de incógnitas, algunas ociosas, la mayoría cruciales. Todavía era, después de todo, un individuo (¿no?) que se encaraba a una experiencia virtualmente desconocida.

Los grupos de mando —los investigadores— no le contestaban ya.

En Norteamérica —¿qué fue de toda la mala gente cuyas memorias eran preservadas por los noocitos?— habían sido suspendidos, por así decirlo, del mundo en el cual habían sido malos como si estuvieran en una prisión. Pero ser malo significa pensar mal, ser malvado equivale a ser una célula cancerígena para la sociedad, un peligroso e inexplicable fallo, y no estaba pensando exclusivamente en los asesinos. Estaba pensando en los políticos demasiado codiciosos o ciegos como para saber lo que hacían, burócratas hábiles que estafaban los ahorros de una vida de millares de inversionistas, madres y padres demasiado estúpidos como para saber que estaban destrozando a sus hijos.

¿Qué había pasado con esta gente y con los millones de fallos, de fallos malvados de la sociedad humana?

¿Eran todos verdaderamente iguales, duplicados un millón de veces, o había ejercido los noocitos un pequeño juicio? ¿Borraron silenciosamente unas cuantas personalidades, las anularon… o las alteraron?

Y si los noocitos se habían tomado la libertad de alterar los fallos reales, tal vez fijándolos o inmovilizándolos de alguna manera, introduciéndose en sus procesos mentales y empleando una especie de gran consenso de pensamiento recto como base para las correcciones…

Entonces, quién podía decir que no estaban alterando a otros, a gente con problemas menores, gente con todos las complejidades de pequeños fallos y errores y desarreglos temporales… que tienen todos los humanos. Gajes del ser humano. De la vida en un universo duro, un universo distinto del que los noocitos habitaban. ¿Si realmente habían corregido y anulado y alterado, quien podía decir si lo habían hecho bien? ¿Si sabían lo que hacían, y habían retenido personalidades humanas operativas a posteriori?

¿Qué habían hecho los noocitos de la gente que no podía aguantar el cambio, que se había vuelto loca —o que, como habían insinuado, murió al ser incompletamente asimilada, dejando memorias parciales, como la memoria de Vergil en el propio cuerpo de Bernard? ¿Seguían aquí también?

¿Había política, interacción social, en la noosfera? ¿Se les daba a los humanos igual derecho de voto que a los noocitos? Los humanos se habían, por supuesto, convertido en noocitos, pero los noocitos genuinos, originales, ¿conservaban más o menos predicamento?

¿Surgirían conflictos, revoluciones?

¿O habría un silencio profundo, el silencio de la tumba, debido a la renuncia a la voluntad de resistir? El libre albedrío no es aconsejable en medio de una rígida jerarquía. ¿Era la noosfera una rígida jerarquía, libre de disensiones e incluso de crítica?

Bernard no lo creía así.

—¿Pero cómo podía saberlo a ciencia cierta?

¿Respetaban y amaban realmente a los humanos en tanto que dueños y creadores, o simplemente se los habían asimilado, procesado, digerido la información necesaria y enviado el resto a la entropía, olvidados, desorganizados, muertos?

Bernard, ¿sientes ahora el miedo por el gran cambio? Es completamente diferente —sublime o infernal— en tanto que opuesto al difícil, y a menudo infernal, status quo?

Dudaba de que Vergil hubiera siquiera pensado en esas cosas. Posiblemente no había tenido ni tiempo, pero aunque lo hubiera tenido, a Vergil no se le ocurriría reflexionar sobre esos temas. Era un brillante creador, pero un chapucero en la consideración de las consecuencias.

¿Pero no era ese el caso de todos los creadores?

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