Greg Bear - Música en la sangre

Здесь есть возможность читать онлайн «Greg Bear - Música en la sangre» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1987, ISBN: 1987, Издательство: Ultramar, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Música en la sangre: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Música en la sangre»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Vergil Ulam era el genio del proyecto biológico. La reestructuración de las células. Células capaces de pensar. Cuando Genetron canceló el proyecto, Vergil sacó el trabajo de su vida fuera del laboratorio del único modo que podía: Inyectándose el mismo con ellas. Al principio, los efectos de los linfocitos inteligentes se redujeron a pequeños milagros, su vista , su estado general de salud, incluso su vida sexual, mejoraron. Pero ahora, algo extraño está ocurriendo. La trama celular de Vergil está capacitada para formar organismos complejos e incluso sociedades completas en su sangre y en su cuerpo. Vergil lleva consigo un universo. Un universo de células.

Música en la sangre — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Música en la sangre», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Sí, padre.

—Óyeme —los ojos de su padre se abrieron más.

—¿Qué? —preguntó Bernard, volviendo a cogerle la mano.

—Seguimos juntos durante treinta años después de aquello.

—No me enteré.

—No te hacía falta saberlo. Era yo quien tenía que saberlo y aceptarlo. Eso no es todo lo que quería decirte. Mike, ¿te acuerdas de la cabaña? Hay un montón de papeles en el desván, debajo de la tarima.

La cabana de Maine había sido vendida diez años antes.

—Estuve escribiendo algo —continuó su padre después de tragar saliva trabajosamente. Su cara se congestionó aún más en un gesto amargo—.

Respecto a cuando era médico.

Bernard sabía dónde estaban los papeles. Los había rescatado y leído mientras fue médico interno. Ahora estaban en un archivo de su oficina de Atlanta.

—Los tengo, padre.

—Me alegro. ¿Los has leído?

—Sí. Y fueron muy importantes para mí, padre. Me ayudaron a decidir lo que quería hacer en neurología, la dirección a seguir. (¡Díselo! ¡Díselo!)

—Bien. Yo siempre he sabido de ti, Mike.

—¿Qué?

—Lo que nos querías. No eres muy efusivo, ¿verdad? Nunca lo has sido.

—Te quiero. Quería a mamá.

—Ella también lo sabía. No estaba descontenta cuando murió. Bueno —hizo un gesto de profundo cansancio otra vez—. Tengo que dormir ahora. ¿Estás seguro de que no puedes encontrar un buen cuerpo nuevo para mí?

Bernard dijo que no con la cabeza. (Díselo.)

—Los papeles fueron muy importantes para mí, padre. Papá.

No le había llamado papá desde que cumplió trece años. Pero el anciano (viejo)

no le oía. Estaba dormido. Bernard cogió su abrigo y su cartera y salió, dirigiéndose hacia la sala de enfermeras para preguntar —contra su costumbre— cuando sería la hora de la próxima medicación.

Su padre murió a las tres en punto de la mañana siguiente, dormido y solo.

Y más allá…

Olivia Ferguson, con sus dieciocho maravillosos años, igual que él, y de tez aceitunada, como un eco de su nombre, y el pelo negro en melena sobre los hombros, volvió sus grandes ojos verdes hacia él y sonrió. El la miró y le devolvió la sonrisa, y era la más maravillosa noche del mundo, era estupendo; era la tercera vez que había quedado para salir con una chica. Michael todavía era, maravilla de maravillas, virgen, pero esa noche ello no parecía importar. Cuando le pidió que saliera con él estaban junto a la torre del reloj en el campus de la Universidad de Berkeley, y ella estaba al lado de uno de los dos osos de bronce, y le miraba con verdadera simpatía.

—Estoy comprometida —le dijo—. Quiero decir que sólo podemos salir como amigos…

Contrariado y, sin embargo, siempre galante, él le había dicho:

—Bien, entonces sólo saldremos esta noche. Dos personas en la ciudad.

Amigos.

Casi no la conocía; estaban juntos en una clase de inglés. Era la chica más encantadora de la clase, alta y sosegada, tranquila y segura aunque no de aire distante. Le sonrió y le dijo.

—De acuerdo.

Y ahora él se sentía liberado, libre de la obligación de la conquista; la primera vez que se sentía de igual a igual con una mujer. Su novio, explicó ella, estaba en la Marina, en la base naval de Brooklyn. Su familia vivía en la isla Staten, en una casa donde Hermán Melville había pasado un verano.

El viento hizo ondear sus cabellos sin alborotarlos —maravilloso, magnífico cabello que sería delicioso (en teoría) acariciar, hundir en él los dedos. Había estado hablando sin parar desde que la recogió en su casa, un apartamento que compartía con dos mujeres cerca del viejo hotel Clairemont. Había cruzado en coche el Golden Gate hacia Marín, para cenar en un pequeño restaurante, el Klamshak, y allí siguieron hablando sobre clases, planes, sobre lo que significaba casarse (él no lo sabía y ni siquiera se molestaba en simularlo). Ambos estuvieron de acuerdo en que la comida era buena pero la decoración nada original — flotadores de corcho y redes en las paredes, llenas de langostas de plástico y con un pez luna disecado, así como un viejo pez gallo agujereado sobre un decorado de arena y conchas—. Ni por un momento se sintió torpe o joven o inexperto.

En otras circunstancias, pensaba mientras volvían de nuevo sobre el Golden Gate, estoy seguro de que nos enamoraríamos. No hay duda de que nos casaríamos dentro de unos años. Es estupenda, y no voy a poder hacer nada. La sensación que sentía era a la vez triste y romántica pero, en conjunto, maravillosa.

Sabía que si insistía, ella probablemente le dejaría subir a su apartamento y harían el amor.

Aunque le molestaba y se despreciaba por ser todavía virgen, no iba a presionarla. Ni siquiera pensaba sugerirlo. Todo era demasiado perfecto.

Se sentaron en el porche de la vieja mansión donde ella se alojaba y discutieron sobre Kennedy, se rieron de sus miedos durante la crisis de los misiles y luego se cogieron de las manos y se quedaron mirándose a los ojos.

—Sabes —dijo él quedamente—, hay veces que… —se detuvo.

—Gracias —dijo Olivia—. Pensé que sería agradable salir contigo una noche.

La mayoría de los hombres, ya sabes…

—Sí. Bueno, yo soy así —hizo una mueca—. Inofensivo.

—Oh, no. Inofensivo no. De eso nada.

Ahora estaban en el momento crucial. La cosa podía decantarse de un lado o de otro. Miró de soslayo hacia su cuerpo moreno y supo que era suave, y con la perfección de la juventud. Sabía que a ella le apetecía subir con él al apartamento.

—Eres romántico, ¿verdad?

—Supongo que lo soy.

—Yo también. Los románticos son la gente más tonta del mundo.

Sintió que se ruborizaba.

—Me gustan las mujeres —dijo—. Me encanta cómo hablan y cómo se mueven.

Son maravillosas. —Iba a decidirse ahora para arrepentirse después, pero lo que sentía era demasiado verdadero e innegable, especialmente después de esa noche—. Creo que la mayoría de los hombres deben sentir que una mujer es como sagrada. No innaccesible, eso no. Pero sí demasiado hermosa para ser descrita con palabras. Ser amado por una mujer, y… Eso debe de ser increíble.

Olivia miró a través del cristal, sonriendo levemente. Luego miró hacia su bolso y se alisó su vestido azul con las manos.

—Ya llegará —dijo.

—Sí, claro —asintió él—. Pero no entre nosotros.

—Gracias —dijo ella de nuevo. Michael le cogió la mano, y luego le acarició la mejilla. Ella se frotó contra su mano como un gatito y empujó la manilla de la puerta—. Te veré en la clase.

Ni siquiera se habían dado un beso.

—¿Qué me ha pasado desde entonces? Tres esposas, la tercera porque se parecía a Olivia, y este distanciamiento, este aislamiento. He perdido demasiadas ilusiones.

Hay opciones.

—No comprendo.

¿Qué quieres revisar?

—Si os referís a volver hacia atrás, no veo cómo.

Aquí, en el Universo de Pensamiento. Simulaciones. Reconstrucciones a partir de tu memoria.

—¿Podría vivir otra vida?

Cuando llegue el momento.

—¿Con la verdadera Olivia? ¿Dónde estaba, dónde está?

Eso no se sabe.

—Entonces la olvidaré. No me interesan los sueños.

Hay más recuerdos dentro de ti.

—Sí.

¿Pero de dónde eran, de dónde venían?

Randall Bernard, de veinticuatro años, se había casado con Tiffany Marnier el diecisiete de noviembre de 1943 en una pequeña iglesia de Kansas City. Vestía un traje de seda bordado en plata con blonda blanca que su madre había llevado en su propia boda, sin verlo, y las flores eran rosas rojas. Habían…

Bebieron de la misma copa de vino y se intercambiaron los votos; partieron un trozo de pan, y el ministro, un teósofo que se hizo vedantista hacia el final de los años 40, los pronunció iguales a los ojos de Dios, y ahora unidos por el amor y por el respeto mutuo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Música en la sangre»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Música en la sangre» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Música en la sangre»

Обсуждение, отзывы о книге «Música en la sangre» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x