Greg Bear - Música en la sangre

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Música en la sangre: краткое содержание, описание и аннотация

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Vergil Ulam era el genio del proyecto biológico. La reestructuración de las células. Células capaces de pensar. Cuando Genetron canceló el proyecto, Vergil sacó el trabajo de su vida fuera del laboratorio del único modo que podía: Inyectándose el mismo con ellas. Al principio, los efectos de los linfocitos inteligentes se redujeron a pequeños milagros, su vista , su estado general de salud, incluso su vida sexual, mejoraron. Pero ahora, algo extraño está ocurriendo. La trama celular de Vergil está capacitada para formar organismos complejos e incluso sociedades completas en su sangre y en su cuerpo. Vergil lleva consigo un universo. Un universo de células.

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Esta es ahora la base de su ser, el fluir de las sensaciones eléctricas de la vida en toda su pureza. Distingue el equilibrio sutil que hay entre lo animado y la materia inerte, con sus raíces en orden, jerarquía, interacción. Cooperación. Es un individuo, y a la vez es cada uno de los elementos del equipo, los otros grupos de cien células que discurren en todas direcciones. Los compañeros de la corriente que desciende son distantes, tan aislados químicamente como si estuvieran en el fondo de un pozo; la corriente ascendente es, en cambio, intensa, rica.

No puede confundir los mecanismos de su pensamiento más de lo que podía en su cerebro tamaño de universo. El pensamiento se eleva sobre la química, sobre los intercambios que se dan en su grupo y los procesos que tienen lugar en las células. El pensamiento es la combinación, el lenguaje de toda interacción.

La sensación es intensa en las membranas de sus células. Es ahí donde recibe, siente el aura y la presión de los enormes mensajes moleculares del exterior. Se agarra a un nudo de datos, como un plásmido lo asimila y vierte información desde él, metabolizándola dentro de su ser, duplicando aquellas partes que otros requerirán, otros compañeros. Ahora los nudos vienen deprisa, y a medida que los abre y vierte cada uno de ellos —cada secuencia de moléculas es como una biblioteca—, encuentra migajas y partes de Michael Bernard que vuelven hacia él.

El enorme Bernard es abarcado en un grupo diminuto de cien células. Ahora siente que realmente hay un ser humano en el nivel de los noocitos —él mismo.

Bienvenido.

—Gracias.

La sensación que le produce cualquier miembro del equipo es una diversidad de sabores, todas las variedades posibles de dulzura y riqueza. La camaradería es abrumadora. El ama a su equipo (¿cómo podría amar otra cosa?). El es parte íntegra a cambio amada y necesitada.

De pronto, percibe el sabor de la pared de un capilar. El es parte del equipo de investigación, y traspasa la información por medio de la producción de masas de ácido nucleico. Absorber, rehacer, traspasar, absorber…

Álzate. Atraviesa.

Esas son sus instrucciones. Abandonará el capilar y entrará en el tejido.

Deja una porción de ti en la corriente de datos.

Empuja por entre las células del capilar —células de soporte, no noocitos— y se aloja en la pared. Ahora espera datos en forma de proteínas estructuradas, hormonas y feromonas, secuencias de ácidos nucleicos o quizá en la forma de células modeladas, virus o bacterias domesticadas. No sólo necesita nutrientes básicos, fácilmente disponibles en el suero sanguíneo, sino suministros de las enzimas que le permitan absorber y procesar los datos, pensar. Esos enzimas son proveídos por bacterias modeladas que cumplen la doble función de producir y transportar.

La sangre es una autopista, una sinfonía de información, de instrucción. Es una delicia procesar y modificar el rico brebaje. La información posee su propia variedad de sabores, y está como viva, puede cambiar en la sangre a menos que sea cuidadosamente controlada, ajustada, pulida. Las palabras no pueden significar lo que él está haciendo. Todo su ser vive en medio de la comunicación que comporta el interpretar y el procesar.

Percibe la vertiginosa espiral de eterno retorno, pensando en la insignificancia de sus propios procesos de pensamiento —moléculas que piensan sobre las moléculas, guardando los registros de sí mismas—, que aplican palabras que hasta ahora no tenían sitio en su mente. Como llevar la palabra de Dios para un árbol, hasta el árbol, y al pronunciarla, asistir al florecimiento vegetal sobrecogido de rubor y confusión.

Tú eres el poder, el dulce poder, el más rico sabor de todo… el mensaje esencial que va contra la corriente.

Sus iguales se le aproximan, se agrupan alrededor de su proyección en la sangre, se arremolinan en torno a él. El es como un iniciado inspirado súbitamente por el aliento de Dios en un monasterio. Los monjes se reúnen, sedientos de la señal, de un signo de redención y propósito. Es una sensación embriagadora. El los ama porque son su tronco; ellos le aman más, porque él es su fuente.

Los grupos de mando saben que él es, en sí mismo, parte de una jerarquía más alta, pero esta información no se ha hecho descender al nivel que él ocupa ahora.

Los grupos comunes todavía le profesan un temor reverencial.

Tú eres el fluir de toda la vida. Tienes la llave que abre y que cierra, la clave del latido y del silencio.

—Más lejos —dijo él—. Llevadme más allá y mostradme vuestras vidas.

38

—Suzy. Despierta.

Suzy abrió los ojos, aturdida. Frente a ella, de pie, estaban Kenneth y Howard.

Parpadeó y miró alrededor, a las paredes azul pastel de su dormitorio, cubierta con las sábanas hasta el cuello.

—¿Kenny?

—Mamá está esperando.

—¿Howard?

—Vamos, nenita. —Así era como solía llamarla Kenneth. Apartó las mantas, pero inmediatamente volvió a cubrirse con ellas; todavía llevaba puestas la blusa y las bragas, no el pijama.

—Me tengo que vestir —dijo. Howard le pasó los téjanos.

—Date prisa.

Salieron del dormitorio cerrando la puerta tras ellos. Levantó las piernas sobre el borde de la cama y las metió por las perneras del pantalón, luego se puso en pie para ajustárselos y subir la cremallera. La rodilla no le dolía. La hinchazón había desaparecido y todo parecía en su sitio. Notaba un curioso sabor en la boca.

Miró alrededor buscando la linterna y la radio. Estaban en el suelo, junto a la cama. Las recogió, abrió la puerta y salió al pasillo.

—¿Kenny?

Howard la cogió del brazo y la llevó suavemente hacia el dormitorio de la madre. La puerta estaba cerrada. Kenneth la abrió y entraron en el ascensor.

Howard apretó el botón para el restaurante y salón.

—Lo sabía —dijo Suzy, dejando caer los hombros—. Estoy soñando. —Sus hermanos la miraron y sonrieron, meneando la cabeza.

—No, no lo estás —dijo Kenneth—. Hemos vuelto. El ascensor los subió suavemente los veintidós pisos.

—Burradas —dijo ella, sintiendo las lágrimas deslizarse por sus mejillas—. Es cruel.

—Vale, la parte del dormitorio y de la casa es un sueño. Es que ahí abajo hay cosas que probablemente no te gustaría ver. Pero nosotros estamos aquí.

Estamos contigo otra vez.

—Estáis muertos —dijo Suzy—. Y mamá también.

—Estamos… distintos —contestó Howard—. No muertos.

—Sí, ¿qué sois, entonces, zombis? Maldita sea.

—No nos han matado —dijo Kenneth—. Sólo nos han… desmantelado. Como a todo el mundo.

—Bueno, como a casi todo el mundo —puntualizó Howard señalando hacia ella.

—Te salvaste o te lo perdiste —insistió Kenneth.

Ahora Suzy tenía miedo. La puerta del ascensor se abrió y salieron a un elegante vestíbulo de espejos. Las luces se reflejaban hasta el infinito a cada lado.

Las luces estaban encendidas. El ascensor funcionaba. Tenía que estar soñando, o era que finalmente se había vuelto loca del todo.

—Algunos también murieron —dijo Kenneth con gravedad, cogiéndola de la mano—. Accidentes, errores.

—Eso es sólo una pequeña parle de lo que sabemos ahora —dijo Howard.

Siguieron caminando por entre los espejos, y pasaron junto a un enorme geodo abierto por la mitad que exhibía cristales de amatista y junto a un monumental terrón de cuarzo rosa y un nodulo alargado de malaquita. Nadie salió a recibirlos a la entrada del restaurante.

—Mamá está dentro —dijo Howard—. Si tienes hambre, aquí hay cantidad de comida, eso seguro.

—Las luces están encendidas —dijo Suzy.

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