Greg Bear - Música en la sangre

Здесь есть возможность читать онлайн «Greg Bear - Música en la sangre» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1987, ISBN: 1987, Издательство: Ultramar, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Música en la sangre: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Música en la sangre»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Vergil Ulam era el genio del proyecto biológico. La reestructuración de las células. Células capaces de pensar. Cuando Genetron canceló el proyecto, Vergil sacó el trabajo de su vida fuera del laboratorio del único modo que podía: Inyectándose el mismo con ellas. Al principio, los efectos de los linfocitos inteligentes se redujeron a pequeños milagros, su vista , su estado general de salud, incluso su vida sexual, mejoraron. Pero ahora, algo extraño está ocurriendo. La trama celular de Vergil está capacitada para formar organismos complejos e incluso sociedades completas en su sangre y en su cuerpo. Vergil lleva consigo un universo. Un universo de células.

Música en la sangre — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Música en la sangre», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Bernard miró a Paulsen-Fuchs, primero con cierto resentimiento, y luego divertido. No le habían dicho nada sobre esto.

—La Unión Soviética no es tan torpe construyendo misiles, Michael. Podía haber sido un holocausto. No lo fue. Ahora he recopilado varios gráficos impresionantes sobre las observaciones y la información. Una fuente muy importante la ha constituido un avión de reconocimiento americano, que transportaba a científicos y reporteros sobre Norteamérica, con una emisión en directo que se escuchaba en Europa vía satélite. El avión estaba en mitad de Estados Unidos cuando el ataque. El avión, al parecer, cayó, pero no por el ataque en sí. Nadie está seguro de por qué se estrelló, pero la manera en que la telemetría y comunicaciones se cortaron… Todo el suceso encaja perfectamente en mi teoría. No sólo esto, sino que en diferentes lugares alrededor del globo fueron sentidos efectos muy peculiares. Silencios en comunicaciones radiofónicas, interrupciones de la energía, fenómenos meteorológicos. Incluso, en la órbita geosincrónica, dos satélites separados entre sí por doce mil kilómetros tuvieron fallos de funcionamiento. Al introducir los efectos y coordenadas de los incidentes en nuestro computador, éste produjo el siguiente perfil del campo de cuatro espacios. —Sacó de su cartera una foto de una imagen de computador.

Bernard intentó forzar la vista para ver mejor. Su visión se aguzó súbitamente.

Podía distinguir el grano del papel fotográfico.

—Como la pesadilla de un levantador de pesas —dijo.

—Sí, un poco retorcido —reconoció Gogarty—. Esta es la única imagen que tiene sentido a la luz de la información. Y nadie puede encontrarle el sentido a esta imagen sino yo. Me temo que esto ha hecho que mis hipótesis suban de precio en el mercado científico. Si estoy en lo cierto, y así lo creo, estamos en dificultades mucho mayores de lo que creíamos, Michael… o mucho menores, según el tipo de dificultad de que se hable.

Bernard notaba cómo el diagrama era intensamente absorbido. Los noocitos habían abandonado el constante bombardeo sobre su mente durante unos segundos.

—Le está dando a mis pequeños colegas mucho en qué pensar. Sean.

—Sí, ¿y sus reacciones?

Bernard cerró los ojos. Después de unos segundos, los abrió de nuevo y sacudió la cabeza.

—Ni una palabra —dijo—. Lo siento, Sean.

—Bueno, no esperaba gran cosa. Paulsen-Fuchs miró su reloj.

—¿Es todo, doctor Gogarty?

—No. Aún no. Michael, la plaga no puede extenderse más allá de Norteamérica. O más bien, más allá de un círculo de siete mil kilómetros de diámetro, si los noocitos han cubierto ese área del globo.

—¿Por qué no?

—Por lo que le he estado diciendo. Ya son demasiados. Si se extienden más allá de ese radio, crearían algo muy peculiar, una porción de espacio-tiempo observada de demasiado cerca. El territorio no podría evolucionar. Demasiados teóricos brillantes, ¿no lo ve usted? Habría una especie de estado de congelación, una ruptura a nivel cuántico. Una singularidad. Un agujero negro de pensamiento.

El tiempo resultaría gravemente distorsionado y los efectos destruirían la Tierra.

Sospecho que ya han limitado su crecimiento, dándose cuenta de esto. —Gogarty se secó la frente con un pañuelo y suspiró otra vez.

—¿Cómo consiguieron que los misiles no detonaran? —preguntó Bernard.

—Yo diría que han aprendido cómo crear bolsas de observación aisladas, muy poderosas. Engañan a trillones de observadores que establecen una bolsa temporal, pequeña, de espacio-tiempo alterado. Una bolsa donde los procesos físicos son lo bastante distintos como para evitar que los misiles explosionen. La bolsa no dura mucho, por supuesto —el universo está en violento desacuerdo con ella—, pero lo bastante como para evitar el holocausto.

—Hay una pregunta crucial —continuó—. ¿Están sus noocitos en comunicación con Norteamérica?

Bernard escuchó internamente y no recibió respuesta.

—No lo sé —dijo.

—Pueden estar en comunicación, sabe, sin usar la radio ni ningún otro medio conocido. Si pueden controlar los efectos que tienen localmente, pueden crear olas de tiempo sutilmente interrumpidas. Me temo que nuestros instrumentos no son lo bastante sensibles como para detectar tales señales.

Paulsen-Fuchs se puso en pie y señaló su reloj.

—Paul —dijo Bernard—, ¿es ésa la razón, por la que se me proporcionan menos noticias? ¿Por qué no se me dijo nada del ataque soviético?

Paulsen-Fuchs no contestó.

—¿Hay algo que pueda hacer usted por el señor Gogarty? —preguntó.

—No inmediatamente. Yo…

—Entonces le dejaremos que reflexione.

—Espere un momento, Paul. ¿Qué demonios sucede? Al señor Gogarty le gustaría obviamente pasar mucho más tiempo conmigo, y a mí con él. ¿Por qué todas estas limitaciones?

Gogarty les miró a ambos, visiblemente desconcertado.

—Seguridad, Michael —dijo Paulsen-Fuchs—. Los pequeños lanzadores comprenden.

La reacción de Bernard fue una súbita y ruidosa carcajada.

—Me ha gustado conocerle, profesor Gogarty —dijo.

—Y a mí a usted. —Contestó Gogarty. El sonido de la cámara de observación fue desconectado y los dos hombres salieron. Bernard se metió tras la cortina del lavabo para orinar. Su orina tenía un color purpúreo.

¿No estás a. cargo de ellos? ¿Ellos mandan sobre ti?

—Por si todavía no os habéis dado cuenta, soy mortal. ¿Qué le pasa a mis orines? Están rojos.

Feniles y ketones siendo descargados. Hemos de PASAR MAS TIEMPO estudiando tu nivel jerárquico.

—Tengo para rato —dijo en voz alta—. Ahora tengo para mucho rato.

35

El fuego crepitaba alegremente y proyectaba anchas y confusas sombras de árbol sobre los viejos edificios de Fort Tejón. April Ulam, en pie, miraba hacia el otro lado rodeándose con los brazos, mientras su desgarrado vestido ondeaba levemente a la fría brisa del atardecer. Jerry meneó el fuego con un palo y miró a su gemelo.

—¿Entonces, qué es lo que vimos?

—El infierno —dijo John con firmeza.

—Hemos visto Los Angeles, caballeros —dijo April desde la oscuridad.

—Yo no reconocí nada —dijo John—. Ni siquiera Livermore, ni los campos de labranza. Quiero decir…

—Allí no había nada real —concluyó Jerry por él—. Todo daba… vueltas.

April avanzó y se recogió el vestido para sentarse sobre un leño.

—Creo que deberíamos decirnos lo que vimos, describiéndolo lo mejor que podamos. Empezaré yo, si queréis.

Jerry se encogió de hombros. John siguió mirando hacia el fuego.

—Creo que reconocí los perfiles del valle de San Fernando. Hace diez años que visité Los Angeles por última vez, pero recuerdo que subí a las colinas, y allí estaba Burbank, y Glendale… No me acuerdo de cómo eran entonces. Había bruma. Hacía calor, no como ahora.

—La bruma está allí todavía —dijo Jerry—. Pero ya no es la misma.

—Bruma púrpura —dijo John, meneando la cabeza y riendo.

—Ahora, si estáis de acuerdo en que vimos el valle…

—Sí —dijo Jerry—. Debía ser eso.

—Entonces había algo en el valle, diseminado por allí.

—Pero no era sólido. No estaba hecho de material sólido —dijo John lentamente.

—Conforme —contestó April—. ¿Energía, entonces?

—Parecía una pintura de Jackson Pollock flotante —dijo Jerry.

—O un Picasso —agregó John.

—Caballeros, estoy de acuerdo, pero discerniría un poquito. A mí me pareció mucho más un Max Ernst.

—A ese no le conozco —dijo Jerry—. Había algo girando dentro. Un tornado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Música en la sangre»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Música en la sangre» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Música en la sangre»

Обсуждение, отзывы о книге «Música en la sangre» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x