Станислав Лем - La fiebre del heno

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La fiebre del heno: краткое содержание, описание и аннотация

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Una agencia de detectives requiere los servicios de un astronauta norteamericano retirado para que ayude a esclarecer una serie de misteriosas muertes acaecidas en un balneario en Nápoles. Varias personas han enloquecido y algunas se han suicidado sin que se conozca motivo para ello; otras parecen haber muerto accidentalmente. Todas las víctimas eran extranjeras, viajaban solas, rondaban la cincuentena y padecían algún tipo de alergia. Tanto la policía local como la Interpol consideran que no hay pistas suficientes como para afrontar el caso con garantías, hasta que empieza a cundir la idea de que en cierto modo las muertes obedecen a algo más perverso. ¿Está sujeto el asesinato al juguetón capricho de las leyes de la probabilidad y el caos?
La nueva y premiada obra maestra del genio polaco de la ciencia ficción, Stanisław Lem: una fábula metafísica con tintes detectivescos del autor de «Solaris». cite New York Times Books Review

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—Tal vez tenían esposa, familia… —dijo Barth, pensativo.

Tuve que sonreír.

—Doctor, ¡también usted! Claro, en general tenían familia, pero igualmente había viudos y solteros entre ellos, y, además, ¿es que tener esposa o hijos es algo así como una panacea? ¿Un antídoto contra algo? ¿Por qué habría de ser así?

—Solo a través de un mar de insensatez se alcanza la verdad —repuso Barth, sentencioso, y sus ojos relampaguearon de satisfacción—. Veamos, ¿sabe usted también cuántos pacientes envió a Nápoles su doctor Stella?

—Sí, y este es uno de los puntos más singulares de toda la historia. Siempre que pienso en ello tengo la sensación de estar a un paso de llegar al fondo de la cuestión… Envió a veintinueve reumáticos. Y entre ellos se encontraban cinco de nuestros americanos: Osborn, Brunner, Coburn, Heyne y Swift.

—¿Cinco de un total de siete?

—Sí. Emmings y Adams no eran pacientes del doctor Stella. Brigg tampoco lo era, pero, como usted ya sabe, no lo contamos entre las víctimas.

—¡Muy interesante! ¿Y los demás bañistas, los otros veinticuatro pacientes del doctor Stella?

—Podría recitarle de memoria las estadísticas… Envió a Italia a dieciséis de ellos cuando aún no se habían producido complicaciones. Todos volvieron sanos y salvos a los Estados Unidos. El año pasado envió a trece, entre los cuales se encuentran las cinco víctimas.

—¿Cinco de trece? ¿Y entre los ocho a los que no les pasó nada figuraba el «tipo de la víctima»?

—Desde luego, cumplían tres de los rasgos determinantes: estaban solos, eran ricos y rozaban la cincuentena. Todos regresaron y siguen con vida a día de hoy.

—¿Hombres exclusivamente? ¿Es que Stella no trataba a mujeres? ¿Por qué no?

—Claro que trataba a mujeres. Antes de los casos mortales envió a cuatro a Nápoles, y el año pasado mandó a dos. Este año, que nos conste, no ha enviado a ninguna.

—¿A qué se debe esta desproporción entre los sexos?

—Las clínicas de Stella se lanzaron, por así decirlo, como clínicas con clientela masculina. Impotencia, calvicie, etcétera. Más tarde se intentó corregir esta circunstancia, pero la imagen ya estaba afianzada: Stella era conocido como médico de hombres. La desproporción obedece, pues, a motivos totalmente naturales.

—Si usted lo dice… Pero ni una sola mujer perdió la vida, y en Europa tampoco faltan damas maduras que vivan solas. ¿Tiene Stella alguna clínica en Europa?

—No. Las víctimas europeas no tenían nada que ver con él. Hay que descartar esta posibilidad. Y ninguno de estos europeos había visitado Estados Unidos en los últimos cinco años.

—¿Llegó a plantearse usted que podríamos estar aquí ante dos modus operandi , uno para los americanos y otro para los europeos?

—Sí. Comparamos los dos grupos de la serie, pero no se pudo deducir nada.

—¿Cómo es que el tal Stella los mandó a todos a Nápoles?

—Muy sencillo. Es italiano, ciudadano americano de segunda generación; su familia procede de los alrededores de Nápoles y es probable que aprovechara el contacto con balneólogos italianos; el doctor Giono, por ejemplo. No pudimos consultar la correspondencia por tratarse de un secreto médico, pero es la cosa más natural del mundo que un médico del otro lado del océano envíe a sus pacientes a colegas italianos. En todo caso, no encontramos nada sospechoso en el procedimiento. Supongo que recibiría un tanto por ciento por cada paciente.

—¿Qué explicación da para la misteriosa carta en blanco recibida después de la muerte de Mittelhorn?

—Creo que la envió uno de sus familiares, alguien que conocía las circunstancias de su fallecimiento y que, como la señora Barbour, deseaba que prosiguieran las investigaciones pero no quería o no podía actuar abiertamente. Alguien convencido de que la muerte había tenido una causa criminal, y que quería obligar a la policía a seguir investigando. Mittelhorn tenía parientes en Suiza, y la carta procedía de allí…

—¿Había drogadictos entre los pacientes de Stella…?

—Sí, dos. Pero no se trataba de casos graves. Ambos, un viudo y un solterón, llegaron a Nápoles entre finales de mayo y principios de junio del año pasado, se bañaron, tomaron el sol, se expusieron, pues, a juzgar por las estadísticas, al peligro máximo y, sin embargo, regresaron indemnes; aparte de esto, ¡debo añadir que uno era alérgico al polen de las gramíneas y el otro a las fresas silvestres!

—¡Qué fatalidad! —exclamó Barth, pero ninguno de los dos teníamos deseos de reírnos en aquellas circunstancias.

—Esperaba usted mucho de la alergia, ¿verdad? Yo también…

—¿Y qué drogas tomaban?

—El alérgico a las fresas, marihuana, y el aquejado de fiebre del heno, lsd, pero solo de vez en cuando. De pronto se quedó sin provisiones y tal vez por esto anticipó su marcha, porque interrumpió los baños, ¿sabe? Se fue porque en Nápoles no podía conseguir la droga. La policía acababa de desarticular una gran organización de contrabandistas del Cercano Oriente, que introducía la droga en Italia. El contrabando cesó, y los intermediarios que no fueron arrestados ocultaron la cabeza bajo el ala y se evaporaron…

—Alérgico a las fresas —murmuró Barth—. Bien. ¿Y los trastornos mentales?

—Los resultados fueron totalmente negativos en todos los casos. Ya sabe: entre los antepasados siempre puede encontrarse algo, pero esto supondría remontarse demasiado. Tanto en el grupo de las víctimas como en el grupo de los «indultados», los pacientes del doctor Stella gozaban todos de buena salud mental… Una distonía neurovegetativa, insomnio, poco más. Es decir, eso en lo referente a los hombres. Entre las mujeres hubo tres casos: melancolía, depresiones menopáusicas, intento de suicidio.

—¿Suicidio? ¿De qué clase?

—El típico suicidio histérico, el llamado «grito de socorro». Se envenenó en condiciones que le garantizaban ser salvada a tiempo. En cambio, si nos fijamos en la serie, ocurrió exactamente lo contrario: ninguna de las víctimas hizo ostentación alguna de su necesidad de suicidarse. Lo que sí se repitió, como después se comprobó, fue la decisión inquebrantable de repetir el intento si la primera vez se fallaba.

—¿Y por qué en Nápoles exclusivamente? —preguntó Barth—. ¿Por qué no en Messina? O en el Etna… ¿Nada?

—Nada. Como comprenderá, no podíamos inspeccionar todos los manantiales sulfurosos del mundo, pero al menos los de Italia fueron investigados por un grupo especial. Absolutamente nada reseñable. A un paciente lo devoró un tiburón, otro se ahogó…

—Pero Coburn también se ahogó.

—Sí, pero en un ataque de locura.

—¿Lo comprobaron?

—Casi. De él es de quien sabemos menos. Relativamente. En realidad, solo que no tomó el desayuno que le llevaron y que ocultó las tostadas, la mantequilla y los huevos en una caja de cigarros vacía en el alféizar de la ventana, antes de dejar el hotel.

—¡Así que fue eso! Sospechaba que había veneno y quería que los pájaros…

—Naturalmente, y luego habría consultado a un toxicólogo; pero se ahogó.

—¿Cuál fue el dictamen?

—Llenó dos gruesos tomos de páginas escritas a máquina. Usamos incluso el método délfico: la votación de los expertos.

—¿Y?

—La mayoría se inclinó por un veneno psicotrópico desconocido cuyo efecto se aproxima al del lsd, lo cual no significa que tenga una estructura química similar.

—¿Una droga desconocida? Extraño dictamen.

—Quizá no necesariamente desconocida. En opinión de los expertos puede tratarse de una mezcla de sustancias bien conocidas, pues a menudo las manifestaciones de sinergia no pueden reducirse al mero efecto acumulativo de los componentes aislados.

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