Juan Atienza - La Maquina De Matar

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Atienza - La Maquina De Matar» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Maquina De Matar: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Maquina De Matar»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La Maquina De Matar — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Maquina De Matar», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

A medida que andaba, el dolor se agudizaba y la sed se hacía más y más desesperante. El sol se había levantado sobre las ruinas y su calor hacía revivir en la carne los mordiscos. Además, a medida que se adentraba en la ciudad, las ruinas iban siendo más planas, hasta que en el centro, ya cerca del río, el recuerdo de lo que un día vivió era sólo una sucesión de montículos informes, como si una montaña hubiera caído arrasándolo todo, convirtiendo en polvo a hombres y hierro y cemento y cristal y madera. Sólo colinas desnudas y desierto de muerte. Ni siquiera viento. Como si no hubiese atmósfera. Como si, de pronto, se hallase en la luna.

Pero el río estaba allí, arrastrándose como barro lento. Y Hank se sumergió en él vestido y bebió de aquella agua embarrada hasta que sintió náuseas, como si hubiera bebido aceite. Luego se revolvió en el río y el fango depositado en el fondo le rodeó de una nube viscosa. Pero sintió que el dolor quemante de las heridas se calmaba poco a poco y que las fuerzas le volvían.

Salió despacio del agua, chorreando barro y fue a tenderse en la arena, junto a la corriente lentísima. Cerró los ojos, rendido y respiró despacio, profundamente.

***

Le despertó la luz del sol atravesando sus párpados. Levantó lentamente la cabeza y se miró los brazos y las piernas. Las heridas, libres de la sangre seca, dejaban claramente a la vista su forma lunar, como las bocas rabiosas de los roedores que las habían causado: aquellas ratas que habían desaparecido en los albañales, con la luz del día, como el espíritu hediondo de la ciudad muerta.

Hank recordó de pronto que había venido a la ciudad en busca de algo muy determinado. Se incorporó despacio, anquilosado, con un dolor agudo recorriéndole el cuerpo. Bebió de nuevo en las aguas fangosas y volvió lentamente hacia la zona de la ciudad donde aún quedaban restos remotos de lo que fue un día lejano.

La marcha le hizo bien. La búsqueda le ayudó a olvidar sus heridas tumefactas y el esfuerzo por identificar a través de restos de carteles los lugares que podían interesarle -por una lectura precaria y más intuida que conocida, recuerdo rudo de las letras que, muchos años antes, les había enseñado a descifrar el Viejo- fue excitándole hasta convertir su recorrido por las calles desiertas en una carrera febril y desesperada en pos de lo que no parecía estar en ninguna parte. Además, el chillido constante de las ratas, que se dejaba oír cada vez que pasaba junto al negro agujero de un colector, le ponía nervioso y le hacía sentir en ellas el odio que había acumulado contra el hombre que mató a Phil.

Probablemente nunca habría sabido decir cómo encontró, de pronto, aquel extraño arco de piedras que se había mantenido milagrosamente en pie. Cada sillar parecía sostenerse en equilibrio inestable sobre las siluetas mohosas de dos grandes tubos cubiertos de orín y sostenidos por restos de ruedas metálicas casi convertidas en polvo. Sobre el gran arco distinguió las pinturas borrosas de un casco semejante al que vio el día anterior -¿o fue dos días antes?- sobre la cabeza de aquel hombre de las rocas. Hank intuyó que allí, precisamente allí, al otro lado del arco, en algún sitio, tenía que estar lo que estaba buscando. Atravesó el arco y miró en torno suyo: ruinas, ruinas por todas partes, techos abovedados que se habían venido abajo, convirtiendo el suelo en un montón de escombros. Restos de maderas viejas, podridas. Restos de cal en los muros. Restos de vigas inestables sobre su cabeza, amenazando con caerle encima de un momento a otro.

Pero Hank no reparó en aquello. Vio entre los cascotes algunos restos de lo que debieron ser, mucho antes, máquinas de matar como la que había visto. Restos, restos, restos todo. Tubos oxidados, pedazos de culata, restos de proyectiles desperdigados, reducidos casi a polvo. Hank comenzó a separar cascotes despellejándose las manos, levantando el polvo fino que lo cubría todo. Tenía que ser allí, estaba seguro.

Y, de pronto, en medio de aquella febril excavación,sus dedos tropezaron con algo nuevo. Hurgó y arañó con las uñas roídas hasta hacer aparecer, entre la tierra, la punta de una especie de tela trasparente y aceitosa. Tiró fuertemente de aquel extremo y la tela cedió y fue saliendo lentamente, dejando ver una especie de saco que contenía, celosamente guardadas a través de los años de ruina y de muerte, tres máquinas de matar. Hank las sacó despacio del saco que las protegía.

Una a una, salieron aceitosas y brillantes de su envoltura y Hank las acarició como podría haber acariciado a Hilla, en la soledad del lejano valle: amoroso, con los ojos brillantes de un deseo en el que el amor y la muerte se confundían de un modo extraño e incomprensible en una amalgama de deseos oscuros. Vio; cómo los mecanismos engrasados cedían suavemente a la presión de sus dedos desgarrados, igual que cede la carne a la caricia amorosa.

Miró las máquinas por todos lados, despacio, conteniendo el aliento, mientras procuraba mantener lejos de su cuerpo el extremo del tubo, por el que sabía que salía la muerte. Claro que ignoraba qué había que hacer para que esto sucediera, pero sabía que él lograría hacer funcionar aquello y que conseguiría que la máquina se plegase a sus deseos. Sí, lo aprendería.

Primero, con girones de su ropa, limpió cuidadosamente la grasa que cubría la máquina y el interior del tubo. Uno de los mecanismos cedió de pronto, con un chasquido seco y dejó al descubierto una recámara vacía. Debajo de esa recámara descubrió una lengüeta que, al ser oprimida, hacía saltar un resorte y aparecía sobre la recámara un punzón corto. Entonces, Hank se dio cuenta de que allí faltaba algo, que la máquina de matar -aquella, al menos -no estaba completa. Tomó una de las otras dos y después la otra y repitió lentamente la operación que había efectuado antes con la primera, pero el resultado fue el mismo. Faltaba algo para que las máquinas cumplieran su deber.

Entonces miró de nuevo hacia el saco que había dejado abandonado entre los cascotes. Había aún algo dentro. Rebuscó y sacó de él una caja metálica. La abrió. Dentro de la caja había unas cápsulas. Cien, tal vez doscientas cápsulas doradas, largas, no más grandes que su dedo meñique, puntiagudas en uno de sus extremos y chatas por el lado contrario. Con manos temblonas por una emoción creciente, sabiendo que estaba ya cerca de conseguirlo, metió una de las cápsulas en el interior del tubo y apretó la lengüeta que había descubierto debajo de la recámara. Cerró los ojos, creyendo que iba a sonar el estallido, pero no sucedió nada tampoco esta vez.

Siguió intentándolo nervioso. Tres, cuatro veces más, colocando las cápsulas de distintos modos y en diferentes lugares de la máquina. Y por fin, al apretar nuevamente la lengüeta, un estallido seco y horrendo pobló de ecos el aire silencioso de la ciudad muerta, y dos muros cercanos se derrumbaron con la explosión y el impacto del proyectil arrancó un trozo de viga oxidada del techo derruido, con un seco golpe metálico.

¡ Lo había conseguido!… La máquina de matar funcionaba. Y era suya. ¡Suya!… Una máquina, dos, tres máquinas de matar. Hank olvidó la fiebre, el dolor de los mordiscos purulentos, olvidó a sus compañeros que le estarían seguramente esperando y que, sin duda, habrían oído el estallido de la máquina. Lo olvidó todo para saber únicamente que tenía entre sus dedos temblones la máquina de matar. Lloró de alegría sobre el reluciente tubo de acero pavonado.

Luego, despacio, se levantó de entre los cascotes, tomó las tres máquinas y se las echó sobre el hombro. Sólo entonces se dio cuenta de lo que pesaban: demasiado para su cuerpo debilitado y herido. Pero Hank era poderoso y se sentía todavía más fuerte con aquella posesión. Vació todas las cápsulas en la bolsa que le servía para almacenar la comida y volvió sobre sus pasos, inseguro del camino que tendría que seguir para encontrar de nuevo la salida de la ciudad, donde Wil y Rad tendrían que estar esperándole.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Maquina De Matar»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Maquina De Matar» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Maquina De Matar»

Обсуждение, отзывы о книге «La Maquina De Matar» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x