Juan Atienza - La Maquina De Matar
Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Atienza - La Maquina De Matar» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Maquina De Matar
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Maquina De Matar: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Maquina De Matar»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Maquina De Matar — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Maquina De Matar», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Se sorprendió a sí mismo caminando en torno a los edificios de la vieja Universidad, con la cabeza embotada de pensamientos inespecíficos y una extraña ansia de venganza sorda contra lo desconocido. Su reloj marcaba las cuatro y media, pero las lejanas campanadas de las cinco le indicaron que había olvidado darle cuerda y lo tenía detenido desde media hora antes, como su propia conciencia. Estaba solo. Tres parejas de agentes de la patrulla nocturna le habían encontrado y le habían saludado amablemente, pero él no se había dado cuenta siquiera. Sentía frío en pleno mes de agosto. Un frío que sólo se llegaba a alcanzar en la madrugada. Una luz muy tenue comenzaba ahora a siluetear los perfiles de la ciudad por el Este y la luz fluorescente de los viejos faroles de gas adaptados a las nuevas necesidades urbanas palidecían despacio.
Sus ojos se alzaron, escrutadores, hacia las ventanas sin luz de los laboratorios. Una sucesión de agujeros negros incógnitos que, una vez más, le hicieron preguntarse cuál de ellos escondería en su oscuridad el laboratorio de Braunstein. Las ventanas más cercanas de un segundo piso se encendieron entonces. Tres ventanas sucesivas. A través de ellas, Lebeau creyó distinguir una maraña de cables que bajaban desde el techo y que se agrupaban en haces en torno a una especie de campana con techo metálico y paredes de vidrio trasparente. Una silueta cruzó frente a las ventanas, una silueta que delataba los hombros anchos y la corta estatura del profesor Braunstein. Lebeau se detuvo. Vio -o creyó ver- cómo el viejo se dirigía a uno de los muros del laboratorio y conectaba lo que parecía ser un interruptor de gran potencia. Inmediatamente, algo comenzó a zumbar con un ruido sordo y continuo junto a Lebeau. El médico dio un respingo y volvió la cabeza; se había colocado junto a un potente trasformador que ahora estaba en funcionamiento. Los cables del trasformador subían directamente hasta las ventanas que ahora estaban iluminadas.
Lebeau dio despacio la vuelta al edificio, buscando una puerta de acceso. Por supuesto, la principal permanecía cerrada, pero encontró únicamente entornada la puerta por la que, unas semanas antes, había entrado el mismo Braunstein, cuando le acompañó en una amanecida semejante después de una noche de náusea. Entró por aquella puertecilla de hierro forjado y se encaminó despacio por el largo pasillo oscuro, en busca de las escaleras que le habrían de conducir hasta el segundo piso. De pronto, se volvió sobresaltado, al oír una voz a sus espaldas:
– ¿A quién busca?
– Al profesor Braunstein.
– Está ocupado. No recibe a nadie, a estas horas.
– A mí sí… Me citó él…
El conserje, en mangas de camisa, le miró de arriba abajo, extrañado.
– ¿Le citó él?
Lebeau estuvo a punto de confesar su intrusión, pero se contuvo y afirmó con seguridad. El conserje le indicó la escalera y le encendió una luz para que no tropezase.
– Es en el segundo…
– Ya lo sé…
Subió despacio por aquellas escaleras angostas de piedras desgastadas, temiendo tropezar a cada paso y romperse la crisma. Temiendo también ser seguido por aquel conserje que, no sabía por qué, le había parecido siniestro. Se asomó al hueco de la escalera y le vio abajo, mirándole con ojos pequeños y escrutadores, como si temiera que fuera a meterse en otro sitio y no en el que había prometido. Lebeau se sintió obligado a decir algo:
– ¿Es… aquí?
El conserje, desde abajo, asintió y estuvo esperando hasta que el forense se metió por el oscuro pasillo. Debajo de una de las puertas había luz. Tenía que ser allí. Además, a través de la madera se escuchaba el zumbido continuo de algún condensador o cualquier aparato semejante que estaba en funcionamiento. Lebeau estuvo a punto de empujar la puerta sin llamar, pero se contuvo cuando ya tenía la mano sobre el pomo. Casi inconscientemente, había ya encontrado la excusa que le serviría para justificar su presencia en aquel lugar y a aquellas horas pero ahora, apenas separado por una puerta del profesor Braunstein, todo cuanto había pensado se le antojaba falso. Sin embargo, estaba allí y tenía que hacerlo. Llamó con los nudillos.
Dentro no varió nada. El mismo zumbido y ningún otro ruido que pudiera revelar la presencia de nadie. Golpeó más fuertemente, con el mismo resultado. A la tercera vez llamó con la palma de la mano abierta y, antes de que transcurriera un segundo, el zumbido del interior cesó y oyó unos pasos cautelosos que se aproximaban a la puerta.
– ¿Quién es? -se escuchó dentro la voz de Braunstein.
– Soy yo, profesor… Lebeau…
– ¡Espere!… -se volvió a escuchar dentro. Y Lebeau pudo oír inmediatamente como un arrastrar de algo blando por el piso del laboratorio, acompañado de los pasos precipitados de Braunstein, que luego se desplazaron más lentamente, como si empujasen algo pesado que parecía desplazarse sobre el piso con un chirrido metálico. Todavía trascurrieron algunos segundos, durante los cuales se escuchó ruido de agua, como de un trapo removido en un cubo. Luego, la puerta se abrió lentamente y en el quicio asomó el rostro sudoroso de Braunstein. Tenía la respiración agitada y se secaba la palma de la mano derecha en el fondillo del pantalón. Sin embargo, su mirada se fijó en Lebeau escrutadora, como si quisiera atravesar sus pensamientos.
– ¿Qué ha venido a hacer aquí?
– Regresaba de la comisaría y vi la luz en…
– ¿De la comisaría? ¿Qué ha hecho, otra autopsia? -preguntó Braunstein súbitamente, como si intentase pescar a Lebeau en falta. Aquella seguridad de la pregunta desconcertó a Lebeau, que estuvo a punto de contestar afirmativamente. Pero se contuvo.
– No… Sólo unos trámites. Pero, al ver la luz, me dije que…
– … que vendría a ver si pillaba a Braunstein con las manos en la masa, ¿no es cierto?
Las últimas palabras dejaron confuso a Lebeau. Aquel hombre estaba casi leyendo en su pensamiento. O es que ese pensamiento era tan evidente que podía ser leído por cualquiera. Intentó contestar, pero el viejo no le dio tiempo. Abrió bruscamente la puerta dejando a la vista toda la instalación del interior y, con una sonrisa nerviosa, se hizo a un lado e hizo un amplio ademán:
– ¡Adelante, doctor, ha sido usted oportuno!… Me ha pillado.
– Pero yo no…
– ¡Adelante!… No se detenga…
Lebeau dio unos pasos hacia el interior del laboratorio. La luz intensa de los tubos fluorescentes dejaba ver toda la extraña instalación que había entrevisto desde la calle. Se multiplicaban los haces de cables y una estructura extraña de vidrio y metal que terminaba, casi en el centro de la gran sala, en la cúpula metálica con paredes de plástico trasparente que había confundido con una campana. Los grandes haces de cables quedaban conectados en la cima de la cúpula y en una especie de pantalla de televisión que estaba adosada a un intrincado panel de instrumentos y botones.
Pero lo primero que apareció a los ojos asombrados de Lebeau fue una reciente mancha de agua sobre el suelo del laboratorio. La estaba mirando, cuando la puerta se cerró tras él y oyó la risa nerviosa de Braunstein. Lebeau se volvió a él precipitadamente, aun desconcertado por lo que veía y por aquella reacción imprevista del viejo. El profesor, evidentemente nervioso, se había apoyado contra la puerta recién cerrada y su risa se estaba extinguiendo sobre el rostro sudoroso. Lebeau sintió con evidencia que se encontraba ante el culpable descubierto. Pero aún quiso disimular un momento:
– ¿Qué le ocurre, profesor?
Braunstein no respondió. Insensiblemente, su rostro iba adquiriendo una tonalidad pálida, como si el sudor se le enfriase en las sienes. Y, al mismo tiempo, sus ojos se tranquilizaron.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Maquina De Matar»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Maquina De Matar» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Maquina De Matar» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.