Juan Atienza - La Maquina De Matar

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Atienza - La Maquina De Matar» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Maquina De Matar: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Maquina De Matar»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La Maquina De Matar — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Maquina De Matar», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La existencia de Kunner en la vida de Pragüe iba ligada a la lenta construcción de la computadora. De hecho, tal vez Kunner no habría significado nada sin aquel trabajo, sin aquella continua dedicación a lo inútil durante seis años.

Kunner había surgido de la nada. Había aparecido como una consecuencia lógica del vacío mental que se originó poco a poco en Prague desde que tuvo que aceptar, sin posibilidad de restricciones, el encargo de diseñar y construir el ordenador.

Eran ya meses y meses de cálculos incesantes. Meses enteros de estar casi a término y de volver a empezar, gracias a los “profundos” conocimientos matemáticos de Granz. Meses de conversaciones telúricas con el historiador, que parecía cambiar de opinión a cada día que transcurría. Porque, lo que en un principio se había planteado como una calculadora con una memoria de unos cinco millones de datos, luego tuvo que ser ampliado a más de diez millones, a medida que Granz especificaba qué era lo que quería meter en la memoria electrónica.

– Sí, señor Pragüe, naturalmente, cada día… ¡y lo que sucedió cada uno de esos días!… ¡Y dónde sucedió! ¿Pero no se da cuenta? Es lógico, me parece a mí. Un día, en sí, como tal fecha, no significa nada. Pero un día en que ocurre una cosa en un lugar determiando de la tierra… ¡ese día tiene una importancia fundamental, llámese anteayer o el veintiuno de octubre de 1563!…

Fueron diez meses durante los cuales Pragüe estuvo a punto de volverse loco. Diez meses de hacer y deshacer. Y todo a marchas forzadas, trabajando veinte horas al día y con la conciencia fija en la total inutilidad de aquel trabajo de titanes.

Pragüe comenzó a abandonar a su familia. Pasaba los días y las noches junto a las calculadoras, buscando datos y cifras con las que construir el nuevo monstruo que iba a salir de sus manos, cambiando continuamente de ayudantes, porque ninguno rendía lo bastante como para servirle de colaborador único, aquel colaborador único que tendría que estar con él a partir del momento en que cada uno de aquellos números, de aquellas medidas, tuviera que convertirse en un objeto: en una cinta magnética, en un circuito de transistores, en un elemento de la colosal memoria electrónica que habría de instalarse en un lugar que, por el momento, permanecía aún para él en el más absoluto secreto.

El secreto: eso era lo más horrible, lo más endemoniadamente enloquecedor. Porque en los días que siguieron a la conversación primera con Granz, fue la entrevista con el mismo ministro de Defensa, que le llamó a su despacho y le habló. Sí, le habló, porque él, Pragüe, no había tenido ocasión de decir nada ante el imponente ministro.

– Supongo que se da usted cuenta, señor Pragüe… Este trabajo exige el más riguroso secreto por parte de usted… -¿por qué, por qué riguroso secreto en torno a la más monumental locura de la Humanidad? -Todos sus cálculos deberán estar hechos sin copia… cada día, al término de su trabajo, tendrá usted a su disposición una caja acorazada donde guardará hasta el día siguiente toda la labor, ¿me entiende?

¡Naturalmente que le entendía!… Del mismo modo que entendía que estaba sumergido en un universo de locos integrales, como si la locura de un profesor aquejado de demencia senil se hubiera contagiado hasta las más altas esferas del Gobierno. Pero él, por lo visto, no era nadie, aunque en su fuero interno tuviese la convicción absoluta de que, en realidad, era el único cuerdo entre todos cuantos estaban constantemente a su alrededor.

Luego -y esto constituyó la parte peor y más absurda de toda aquella sucesión de incoherencias -vino la seguridad absoluta de ser vigilado. Cada mañana, al entrar en su estudio de trabajo, encontraba gente nueva en la antesala. Gente que fingía trabajar y que, en realidad, estaba allí para controlarle cada paso, cada mirada, cada movimiento que hacía. Por las calles, su automóvil era seguido siempre por otro, cada vez distinto. Poco a poco, supo que sus ayudantes, los ayudantes que había ido desechando por ineficaces, eran detenidos. Uno fue encontrado borracho a altas horas de la madrugada. Anteriormente, había sido un muchacho absolutamente abstemio. Otro fue acusado de proxenetismo, y Pragüe creía recordar haberle conocido siempre rodeado de las muchachas más bonitas de la Casa. A un tercero, precisamente el que entró a trabajar con él con las máximas garantías de honradez, parece ser que le descubrieron robando en un apartamento. Lo cierto es que todos, a medida que Pragüe los iba desechando por ineficaces, desaparecían de la circulación como si la tierra los hubiera tragado. Dándose cuenta de que aquellas detenciones eran intencionadas, Pragüe decidió conservar a toda costa a Dugall, el último ayudante que le había sido encomendado, aunque se daba cuenta de que no iba a ser tan eficaz como habría sido necesario en aquel trabajo.

Una mañana, Dugall -estaban entonces por su sexto mes de trabajo y el muchacho colaboraba con él desde unas tres semanas atrás- llegó un poco tarde al estudio. Venía pálido y asustado.

– Perdóneme, señor Pragüe -le dijo con voz entrecortada-, pero no me han soltado hasta ahora.

– ¿Soltado? ¿Quién?

– No lo sé. Del Ministerio de Justicia, por lo visto. Vinieron anoche a buscarme a casa. Me han preguntado… todo.

– ¿Todo?…

– ¡Sí, todo!… Algo así como si hubieran sido siquiatras, no sé… O como si yo fuera un criminal sospechoso. Luego, al soltarme, me han recomendado que no dijera nada, pero yo creo que, a usted al menos…

Otro día, al regresar a su casa casi de madrugada, después de haber estado trabajando durante todo el día, Ida, su esposa, le confirmó que habían estado allí también.

– Fueron muy correctos, eso sí -le dijo ella, aún atemorizada-. Pero lo han querido ver todo, hasta tu agenda con las direcciones de nuestros amigos. Han tomado nota de todo cuanto les dije… y han fotografiado cada papel de tu escritorio.

Pragüe estalló. Pasaba por todo, aun a riesgos de que le tomasen por tan loco como aquellos para quienes estaba trabajando. Por todo, menos por ser objeto de la constante vigilancia y la sospecha. Renunciaría, ¡vaya si lo iba a hacer! No estaba dispuesto a sentirse prisionero de una locura y consentir además que los locos le gobernasen a él e hicieran de él cuanto quisieran.

Al día siguiente, en lugar de dirigirse a su trabajo, se encaminó -siempre perseguido por otro automóvil- a la Universidad Autónoma. Atravesó los pasillos sin darse cuenta de que otros pasos le seguían, y entró en el despacho de Granz sin dar tiempo al ujier para anunciarle. El viejo profesor pareció sorprendido al verle.

– Caramba, el ingeniero Pragüe… No esperaba su visita, de veras… ¿Alguna dificultad?

– Ninguna, profesor. Salvo que renuncio.

Granz no pareció comprender. Se le quedó mirando con su sempiterna sonrisa nerviosa.

– ¿Por qué?

– Porque no estoy dispuesto a ser tratado como un sospechoso, profesor. Porque además estoy totalmente convencido de la inutilidad de este encargo, ¿me entiende? y porque no sé a dónde quieren ir ustedes a parar.

Granz pareció calmarse súbitamente.

– ¡Ah, era eso!… Oiga, Pragüe… ¿Saben sus manos por qué hacen lo que su cerebro les ordena? No, ¿verdad?… Lo hacen porque tienen que hacerlo, sin preguntarse el porqué…

– Pero yo no soy unas manos en este caso.

– No se ofenda, era un símil.

– Un sofisma. Ustedes aún los emplean, por lo visto, pero, para mí, ya no sirven. No quiero seguir en esto. Notifíquelo usted a quien…

– No será necesario -se oyó una voz a espaldas de Pragüe. El ingeniero se volvió precipitadamente. Junto a la puerta había dos hombres embutidos en impermeables negros. Donde ellos estaban, la luz llegaba muy difusa y era casi imposible distinguir los rasgos de sus rostros, pero Pragüe habría jurado que a uno de ellos, por lo menos, lo había visto anteriormente fingiendo trabajar en la antesala de su estudio. Fue el otro, el que aparentemente era más fornido, quien avanzó unos pasos hasta que la luz tamizada del ventanal polvoriento hizo aparecer su rostro aceitunado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Maquina De Matar»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Maquina De Matar» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Maquina De Matar»

Обсуждение, отзывы о книге «La Maquina De Matar» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x