Juan Aguilera - El refugio

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2024 d.C.: Un heterodoxo arqueólogo jesuita descubre en Marte los ruinas de una civilización desaparecida.
2029 d.C.: Sobre el lecho seco del mar de Aral, en el centro de la meseta de Ustyurt, aparece una forma de vida vegetal no terrestre.
2034 d.C.: Una inimaginable catástrofe cósmica se abate sobre la Tierra.
2039 d.C.: La humanidad diezmada se esfuerza en salir adelante, mientras una expedición espacial parte en busca de los culpables del Exterminio. En el curso de su viaje descubrirá una amenaza que empezó millones de años atrás.

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– ¡Mierda!

Desde la órbita, la tripulación de la Hoshikaze pudo ver cómo nacía. La línea fronteriza entre el blanco y el pardo presentaba enormes ondulaciones. Un pseudópodo blanco se introducía en la banda marrón; como una ola al romper en la playa, se curvaba más y más, hasta que se separó en un vórtice blanco que giraba con lentitud.

Susana lo reconoció; era un mecanismo idéntico al que genera los huracanes en la Tierra, justo en el Ecuador. Ella los conocía bien. Y los temía como a pocas cosas en el mundo.

Júpiter tiene un eje con una inclinación de no mucho más de un grado. No posee estaciones como la Tierra. Por otro lado, la principal fuente de calor es interna, ya que Júpiter emite más calor del que recibe del Sol. Por ello, entre los polos y el ecuador no hay apenas variaciones de temperatura, como las que en la Tierra provocan las borrascas de frente. Las bandas ecuatoriales del planeta eran rasgos estables, como los alisios en la Tierra o la zona de calma intertropical.

En pocas horas se hubo formado la gigantesca perturbación ciclónica. Tenía el aspecto de un pequeño remolino blanco, aunque era efecto del tamaño. Como todo en Júpiter, su escala era gigantesca, abarcando varios millares de kilómetros de radio. Allí, los vientos debían aullar a una pavorosa velocidad, que en la Tierra únicamente se alcanzaría en algunas corrientes en chorro de la estratosfera.

Y el minúsculo Piccard se dirigía hacia ella…

28

Ideogramas verdes luminosos parpadeaban quién eres en torno a él como una quién eres orgía de luciérnagas abrió los ojos no podía recordar se sentía muy quién eres confuso desconcertado incierto empezó a recordar la misión quién eres aquel descenso inacabable la torre espacial las bom… realizó el equivalente mental de morderse la lengua no debo ni siquiera pensar en las ni siquiera pensar quién eres NI SIQUIERA PENSAR quién eres pero qué pesado que quién soy nombre apellido edad lugar de nacimiento graduación número de serie quién eres

Poco a poco su cerebro empezó a aclararse.

Estaba en una cámara, iluminada por una luz pálida y difusa, como lunar. No podía apreciar el tamaño ni las distancias, aunque…

La cabeza del robot estaba salpicada de piltrafas y un repugnante líquido lechoso. Consternado, se dio cuenta de que faltaban las patas y el brazo izquierdo. Tampoco tenía las ametralladoras, ni tampoco las NI SIQUIERA PENSAR.

– ¿Quién eres? -dijo alguien, sobresaltándolo.

– Yo… -La voz de Lucas era un graznido bronco.

– Tú. ¿Quién eres?

– ¿Y tú?

– Mentenúcleo. ¿Quién eres?

– ¿Qué has dicho? Mente… ¿qué?

– Mentenúcleo. ¿Quién eres?

La voz le llegaba de su cabeza. No había ninguna criatura viviente, ni ningún otro objeto, en aquella habitación blanca.

– Yo… Lucas. Me llamo Lucas Gimeno.

– ¿Quién eres?

– ¡Ya te lo he dicho!

– Me has dicho cómo te llamas. ¿Quién eres?

– Soy… oh. Pues… un hombre, supongo.

– ¿Supones que eres un hombre?

– No. Yo… soy un hombre. Un ser humano. Un Homo sapiens. Un descendiente de Adán y Eva.

– ¿Es Adanyeva tu mentenúcleo?

– ¿Cómo?

– ¿Es Adanyeva tu mentenúcleo?

– No comprendo. ¿Te importaría formular tu pregunta de otro modo? -Mientras pudiera mantener el interrogatorio en ese nivel…

Hubo una pausa, como si el interrogador estuviera meditando.

– ¿Cuánto tú está aquí y ahora?

– Que cuánto… ¿qué de qué?

– ¿Cuánto tú está aquí y ahora?

– No entiendo ni una palabra.

– ¿Cuánto tú…

– Espera, espera, espera. Empieza diciéndome quién eres tú.

– Mentenúcleo.

– Ya me lo has dicho antes.

– Lo sé. ¿Quién eres?

– Yo… demontre, ya te lo he dicho. Un ser humano.

– ¿Es Adanyeva tu mentenúcleo?

– Que si Adán y Eva… espera un momento.

Empezaba a entender. Aunque no sabía qué.

– Lo de Adán y Eva… bueno, es una leyenda. O una alegoría. Charles Darwin…

– ¿Es Charlesdarwin tu mentenúcleo?

– No. ¿Qué es una mentenúcleo?

Su interrogador pareció impacientarse por primera vez.

– ¿Me tomas por un noconsciente?

– ¡No, no, no! No era mi intención ofenderte. Es sólo que… ¿dónde estás?

– Aquí.

– Con eso no me dices nada.

Silencio. Lucas intentó otra pregunta:

– ¿Puedes venir a mi presencia?

– ¿Porqué?

– Porque… sólo por… no, olvida eso. ¿En qué punto exacto de la torre estás?

– Tu pregunta carece de sentido. No estoy en un lugar dado en un momento dado.

– ¿Eres un fantasma?

– No. Soy mentenúcleo.

Lucas permaneció un momento en silencio, desconcertado. Le parecía estar interpretando una obra de teatro del absurdo, en la que él no se supiera sus líneas de diálogo.

– Has dicho que eres «Mentenúcleo». ¿A qué te refieres, eres una mentenúcleo o la mentenúcleo?

– Tu pregunta carece de sentido. No hay distinción entre la singularidad en la multiplicidad y la pluralidad en la unidad, a excepción de las limitantes causales que implica el espacio-tiempo.

Más y más curioso, se dijo, como Alicia en el País de las Maravillas. Una vaga idea empezó a cosquillearle el fondo del cerebro.

– ¿Tiene un perro la naturaleza de Buda? -preguntó, recordando el viejo koan del Zen.

Ahora era el turno de su interrogador de sentirse desconcertado. Hubo un silencio.

– ¿Qué es «Buda»?

– Un sabio maestro que vivió hace mucho. Verás, era un príncipe que, al ver a…

– ¿Qué es «perro»?

– Un animal. Una forma de vida de la Tierra. Ladra a los gatos, muerde a los carteros, le gustan los huesos…

– ¿Y tiene la naturaleza de Buda?

– Ahí está la gracia de la pregunta. Tanto si dices sí como si dices no, cometes un error, y sigues envuelto en el velo de Maya, la ilusión de los sentidos.

Ahora trágate eso, pensó.

– ¿Es Buda tu mentenúcleo?

– ¿Otra vez? Ya te lo he dicho. Ni sí ni no, y al mismo tiempo sí y no.

Su interrogador permaneció un buen rato callado. -¿Quién eres?

Lucas resopló.

– Así no llegamos a ninguna parte. ¿Cuál es tu intención al hacerme esa pregunta?

– Tú sólo eres un individuoisla. Quiero hablar con tu mentenúcleo.

– Bueno - ¿un individuoisla? -, pues no puedes. Yo soy yo, y punto. Silencio.

– Estás mintiendo -dijo la voz-. Tú sólo eres un individuoisla. Quiero hablar con tu mentenúcleo. -No es posible. -¿Porqué? -Porque no tengo. -¿No eres consciente? -Claro que lo soy.

– Entonces estás mintiendo. Basta de diversión. -¿Te parece esto divertido?

Silencio. Esta vez se prolongó largo tiempo. Su interrogador parecía haberse desinteresado de él.

Sandra y Karl llevaban una eternidad descendiendo con movimientos de zombi, casi tan maquinales como conducir o ir en bicicleta. Los robots requerían muy poca atención. Sin embargo, no dejaban de mirar y remirar en todas direcciones.

– Pobre Lucas -se lamentaba Sandra.

Se habían refugiado a dormir, haciendo un difícil equilibrio entre dos vigas en X. Karl, alterado, demasiado inquieto para descansar, estuvo a punto de gritarle.

En lugar de eso, dijo suavemente:

– No te angusties por él, Sandra, no podemos hacer nada…

– … porque La Misión Está Por Encima De Todo -completó ella, masticando la frase-. ¡Pues será todo lo militar que quieras, pero es asqueroso!

– Exacto. Pero no es culpa nuestra que nos veamos así. Lo único que podemos hacer, lo único, es que su muerte no sea del todo inútil.

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