Juan Aguilera - El refugio

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2024 d.C.: Un heterodoxo arqueólogo jesuita descubre en Marte los ruinas de una civilización desaparecida.
2029 d.C.: Sobre el lecho seco del mar de Aral, en el centro de la meseta de Ustyurt, aparece una forma de vida vegetal no terrestre.
2034 d.C.: Una inimaginable catástrofe cósmica se abate sobre la Tierra.
2039 d.C.: La humanidad diezmada se esfuerza en salir adelante, mientras una expedición espacial parte en busca de los culpables del Exterminio. En el curso de su viaje descubrirá una amenaza que empezó millones de años atrás.

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Shikibu se había aproximado al casco.

Yuriko, hay algo en la pared. Es como una red de tubos-son como tubos encajados en depresiones de la pared… flexibles. La superficie está acanalada. Supongo que estaban huecos y conducían líquido. -Frotó la escarcha con la mano.

Por cierto, la pared no es metálica. Está recubierta de una especie de acolchado color pardo.

– ¿Qué pueden ser esos tubos? -preguntó Shimizu. Kenji pensó un momento.

Para la temperatura. Esas acanaladuras de los tubos son para difundir el calor. Pero no tiene sentido. ¿Por qué no calentar el aire, en lugar de la pared?

A no ser que… -murmuró Shikibu- lo que la nave transportaba debiera mantenerse en íntimo contacto con la misma pared.

Vayamos con método -dijo Kenji, asumiendo muy serio su papel de oficial al mando-. Iremos a la proa sin acercarnos a las paredes. ¿Entendido?

Entendido. -Shikibu se sentía algo abatida. El robot abrió la marcha, mientras los dos guardias miraban a todos lados, los dedos cerca del gatillo.

Ahí delante hay algo… -dijo de pronto Kenji-, se trata de un par de columnas cilindricas que salen a babor y a estribor. Unos quince metros de largo…

Estaban hechas de metal y medían unos cincuenta centímetros de grosor.

Recorrieron una de ellas a lo largo; pero no había ninguna característica especial.

Excepto en el extremo libre. Aunque lo que había era muy prosaico: una pantalla circular de visión, bordeada de una sustancia elástica negra. El teniente miró por ella.

– Veo la nave, pero… está desenfocada. ¿Cómo funcionará? No es televisión, desde luego.

Fibra óptica -sugirió Kenji-. Pero ¿quién observaba por esta pantalla? ¿Tenía quince metros de alto?

Lo dijo sonriendo, aunque con un escalofrío.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Shimizu.

Creo… creo que es un ocular. Fijaos en el reborde negro, parece el de unos prismáticos. La imagen está desenfocada porque… bueno… está pensada para un ojo de treinta centímetros de diámetro.

Sin proponérselo, había añadido más detalles aterradores a la imagen de los hipotéticos tripulantes.

No nos precipitemos. Más bien -rectificó - , pensada para observar a través de una lente de treinta centímetros de diámetro…

Pero no pudo decir dónde estaba esa lente, ni nadie lo preguntó.

Con estos nuevos interrogantes en el pensamiento, examinaron el otro tubo que era gemelo del primero.

En las siguientes horas no descubrieron nada nuevo. Yuriko ordenó a su equipo que regresara.

– Creo que la nave ha sido desmantelada en parte -dijo Yuriko en el puente de la Hoshikaze -. Desmantelada para transportar algo muy voluminoso. Suponed… digamos, que hay que transportar un rebaño de vacas en un autobús. ¿Qué haríamos? Quitar todo lo que haya dentro: asientos, barras, estantes para bultos de mano. Abrir una gran puerta de entrada y bloquear o reemplazar las normales. Quien examinase ese vehículo, se sentiría desconcertado por, digamos, los agujeros del suelo, donde antes se atornillaban los asientos. Esto es lo que nos pasa a nosotros.

»Pensad que piezas tales como el soporte vital y los motores han sido desplazados fuera del casco, donde son más vulnerables.

– Bonita teoría; pero tiene un defecto -dijo Susana.

– ¿Cuál? -A la japonesa no la hacía feliz que alguien le destrozase su gran idea.

– Al modificar el autobús, hay algo que no se puede eliminar en absoluto. El asiento del conductor. ¿Dónde está el tablero de mando?

Tras unas horas de espera, y después de comprobar que la primera visita de los astronautas no provocaba ninguna reacción en el pecio, y que éste parecía seguir tan muerto como antes, Yuriko se sintió lo bastante segura como para enviar de nuevo a su equipo al interior de la nave alienígena.

Shikibu, Michaelson y Kenji, reemprendieron la exploración allí donde la habían dejado. Su primer objetivo fue una boca de túnel con forma de elipse muy aplanada; apenas medio metro de alto y unos seis de ancho: las alas.

El túnel no estaba iluminado, y formaba un recodo, ya que el ala estaba doblada hacia abajo.

– Me pregunto qué habrá al fondo -murmuró, dirigiendo el haz de la linterna hacia delante.

– Comandante, tengo una idea -dijo Shikibu-; me meteré en este túnel.

Una idea interesante, querida -contestó Yuriko desde la Hoshikaze -, aunque me temo que impracticable. No cabes con la mochila.

– Ya he pensado en eso. Si me la quito y desconecto los tubos de aire…

No hablarás en serio…

– … podré aguantar unos diez minutos con el tanque de urgencia…

¡Ni lo sueñes!

– Yuriko, puedo hacerlo -insistió ella-. He practicado submarinismo, en la Tierra, pregúntale a Susana… -la aludida asintió sonriendo- y soy la más delgada del grupo. Puedo atarme una cuerda a la cintura; los otros me sacarán tirando en caso de que algo vaya mal. ¿Qué te parece? - De acuerdo, ve -dijo-. Pero… -Tendré cuidado, te lo aseguro.

Michaelson ató un cable al tobillo de Shikibu; mientras, ella accionó el mando de desconexión de emergencia para tranquilizar al ordenador, se soltó las correas que la sujetaban a la enorme mochila, las conexiones eléctricas de los sensores, y por último el tubo de aire.

Una válvula automática selló el traje.

Sin más tardanza, la joven se metió en el túnel y empezó a arrastrarse con una linterna encendida en la mano.

– No es difícil avanzar… es como una cueva submarina… me muevo con una mano en el techo y otra en el suelo…

»Una cosa, esto no está pensado para el personal… -repitió divertida-, ¿personal? Ni siquiera hay luces en el techo…

Shikibu -recordó Yuriko, preocupada-, no hables si no es necesario.

– Bien -dijo. Pero, tras unos minutos de arrastrase en silencio, añadió-. Ahora llego al recodo. Por cierto, el ala está abisagrada y puede curvarse un poco. Otro misterio, dicho sea de paso…

Shikibu siguió arrastrándose. Su aliento, ahora que el traje ya no disponía de calefacción, se condensaba en la placa facial. Se concentró en evitar el pánico. Olvida que estás bajo un centenar de metros de agua, con tu vida dependiendo de un frágil tubo de aire con sabor a caucho a tu espalda… olvida las paredes de roca que te rodean, para aplastarte si el agua no lo hace… Se esforzó en concentrarse en la realidad inmediata, olvidando todo lo demás.

– Cada vez es más pequeño… Hizo una pausa.

– Estoy cerca del final del túnel. Si esto es un túnel para mantenimiento, me pregunto qué clase de tripulantes pueden meterse aquí. ¿Enanos?

»Un momento, hay… no sé cómo decirlo. Del suelo salen una especie de baldosas cuadradas o circulares, hechas de un material semejante al plástico… ¿sabéis qué me recuerdan? Botones. Hileras de botones; cada uno tiene un palmo de ancho por lo menos…

No los toques.

– He tocado uno… -dijo Shikibu, con voz culpable.

Durante un instante, tuvo la dramática visión de la nave alienígena disparando sus armas y la Hoshikaze estallando en una muda explosión.

– Al moverme he apretado uno, pero… no pasa nada. En realidad es muy duro.

¿Cómo dices?

Shikibu puso la palma sobre uno de aquellas placas y presionó con suavidad. No cedía. Presionó con más fuerza, con la otra mano en el techo. Cedió un poco.

– Estos botones necesitan mucha fuerza para empujarlos. Lo menos cincuenta kilos… ¡Uf! Estoy al final del túnel… no hay nada más. Por favor, sacadme… el aire empieza a viciarse y mi traje se está llenando de gente.

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