A través de sus botas, Lenov oyó el sordo rumor del portalón al abrirse. Caminó los escasos metros y se asomó al hangar, sellado por aquel inexplicable campo de fuerza. Una forma se movía, uno de aquellos armatostes en forma de jaula. Se aproximaba con lentitud al portalón. Justo a tiempo. Lenov calculó a ojo.
En un momento dado, flexionó las piernas y saltó con todas sus fuerzas, los brazos extendidos.
Ono sacudió la cabeza, había perdido el sentido cuando el cuerpo de Benazir la golpeó. Estaba girando locamente sobre sí misma, como una peonza. El interior de la placa facial estaba cubierto por una película de sangre, empujada hacia allí por la fuerza centrífuga. Recordó que se había golpeado la nariz contra el visor. Casi no le dolía. Miró fascinada en torno suyo, al parecer se había perdido lo más espectacular del viaje.
Los primeros datos empezaron a llegar.
– Los cinco fragmentos mayores en tamaño no van a chocar con la nave.
– Gracias, oh Buda -exclamó Okedo-. Adelante, Yuriko.
– Los menores… bueno, ninguno supera los veinte metros…
– Si tienes las estimaciones de masa, pásalas a mi terminal.
– Sí, ahí va.
Okedo vio aparecer los números. Su programa empezó a trabajar. Ni siquiera Yuriko había logrado localizar todos, muchos eran demasiado pequeños para aparecer en el radar…
¿Serían lo bastante como para abrir una brecha?
Como respondiendo a su pregunta mental, llegó el primer topetazo. Ese no era ninguno de los detectados…
El cuerpo de Lenov chocó con el armazón. Se sujetó con dedos frenéticos.
– ¿Qué haces, loco? Podrías haberte matado. ¿Quién carajo eres?
– Lenov, y vengo a ayudaros.
– ¿Mierda, no necesitamos tu ayuda! Bájate de… nú, qué estoy diciendo…
Lenov leyó «Williams, Jeremy» en el display frontal del casco.
Empezaba a serenarse. ¿Qué estaba haciendo?
El otro («Thorn, Elizabeth») dijo:
– Vania, hablo totalmente en serio. Yo estoy al mando de esta cosa y punto. Quieres ayudarnos y nos ayudarás, me ha impresionado tu numerito acrobático. Con una condición.
Liz era una mujer alta y fuerte, una verdadera atleta. Lenov decidió que no le convenía cabrearla.
– Nada de histeria. Está bien, acepto. He hecho una locura.
– Todos tenemos derecho a hacerlas. Pero…
– …no cuando hay siete vidas en juego, reconozco mi error.
– Exacto. -Inesperadamente, Liz le dio una palmada en un glúteo-. Sujétate fuerte al esqueleto.
Por un instante, Lenov no se dio cuenta de que hablaba de aquella navecilla. Creyó que hacía un chiste macabro.
– ¡Benazir, no te muevas! -Era la voz de Iván.
Benazir, estupefacta, observó en torno suyo, con ojos maravillados. La niebla formada por polvo de hielo que lo había envuelto todo empezaba rápidamente a despejarse, empujada por el viento solar.
– ¡No pienso hacerlo! ¿Qué…?
– No te inquietes… el cometa ha estallado.
– ¡¿Quéee?!
Estaba rodeada por dos o tres enormes icebergs y un centenar más pequeños. De no ser porque flotaban en el espacio interplanetario, parecería el Ártico. Logró ver que al cometa le faltaba un gran mordisco.
– Se ha fragmentado en… varios trozos y han salido despedidos. Tenemos que recoger a los otros, Harris yjohnston… No te preocupes, te localizaremos. Ten paciencia y espera. Tu traje emite una…
Benazir apenas podía oírle. El traje le había inyectado un potente sedante.
Milagrosamente, no había muerto nadie. Harris y Johnston estaban en la enfermería y fuera de peligro. Jenny Brown había llegado a Harris antes que el grupo de rescate; un minuto más y habría muerto.
Shimizu no tenía nada; la avería del traje era sólo de la radio. Shikibu logró parchear su propio traje y ahora estaba sentada en primera fila, fresca como una rosa. Cuando Fernández acabó su informe, el comandante tomó la palabra.
– Les felicito a todos por su excelente actuación en esta crisis. -Sonrió brevemente-. Nos encontramos en una situación nueva y extraordinaria. Me temo que antes teníamos un mundo para estudiar; ahora tenemos varios.
– ¡Oh, vamos, jefe! -exclamó la sargento Ono Katsui, mirándole de reojo sobre su nariz vendada-. No pretenderá que volvamos a esa nevera.
– ¿Y por qué no? -dijo Shimizu, sentado a la derecha de Okedo-. El núcleo sigue intacto.
– Pero ¿no se ha fragmentado todo el cometa? -preguntó Susana.
– Oh, no -repuso Benazir-. El núcleo ha sido lo bastante pequeño como para sobrevivir… es más, creo que el hecho de que fuera líquido lo provocó todo. Bastó que se abriera una pequeña vía hasta el núcleo, y el agua hirvió en el vacío. Fue la presión de vapor lo que provocó el…
– Reventón -sugirió Fernández.
– Sí. Esto arrancó aproximadamente un tercio de la masa del cometa; los dos tercios restantes siguen formando un solo cuerpo, porque el agua se heló y logró bloquear la pérdida. Ahora, hay un fragmento que contiene la mayor parte del agua líquida del núcleo… la diferencia es que esa burbuja de agua líquida está ahora más cerca de la superficie.
Okedo frunció el ceño.
– Lenov, ¿los delfines están preparados para usar sus trajes?
– ¿Eh? Perdón, comandante. Sí, en perfectas condiciones.
Se levantó, y los demás también lo hicieron.
– Bien, por hoy creo que es suficiente. Doy por terminada la reunión. -Hizo una breve inclinación-. Doctora Sánchez…
– ¿Sí?
– Quiero hablar con usted, ¿puede venir a mi camarote?
El camarote de Okedo estaba decorado con varias artísticas caligrafías y algunas fotos astronómicas: Saturno, la Galaxia de Andrómeda, la Nebulosa de Orion. El conjunto era curiosamente armónico.
– ¿Ha oído hablar de aquel samurai que exigió ¡denme posada!, y tiró su sable a la tormenta? -dijo Okedo.
Susana recitó:
yadokaseto
katana nagedasu
fubukikana
– Veo que ha leído a Buson.
– Sí, aunque era inferior a Bashó en profundidad humana, lo superaba en finura y sensibilidad. Además, ese haiku está enmarcado a su espalda. Magnífica caligrafía.
– Domo arigato. Era de mi bisabuelo. -Se giró en su silla para admirarla-. Creo que ha llegado su turno, Susana; voy a mandar a uno de los delfines al interior del cometa…
– Estoy preparada -dijo la etóloga rápidamente.
– ¿Qué tal se maneja con los trajes?
– No son complicados.
– Hoy han podido morir siete personas que estaban a mi cargo, pero no tengo otra opción que arrojar nuevamente mi sable a la tormenta… A no ser que… ¿cree usted que un delfín podría ir solo?
– No. Ellos aún no entienden completamente todo esto. Podría asustarse, reaccionar de una forma imprevisible.
– Ya sé que usted tiene una gran experiencia como buceadora; pero ahí dentro tendrá que enfrentarse a un entorno distinto al que conoce. Usted también podría reaccionar de una forma imprevisible.
– He estado nadando en el tanque durante todo el viaje, y he adquirido habilidad con el traje espacial.
Okedo suspiró.
– Tenga cuidado, mucho cuidado. Ya he estado a punto de perder a un civil.
Susana sintió el impulso de exclamar: ¡Los delfines son civiles también! Pero sabía que el argumento carecía de fuerza para todos excepto ella misma.
Benazir no podía refrenar la risa. Había lágrimas en sus ojos. Iván Lenov estaba sentado frente a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándola con aire divertido.
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