Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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Uno de los nobles se arrodilló frente a él. Mantenía los ojos bajos, sin mirarlo, tocó el suelo con las manos y se las besó.

– Noble señor -dijo sin alzar la vista-, los itzá ya han llegado, ellos ya se han desplegado, se preparan para la batalla.

Ahuítzotl recogió una de las flores blancas diseminadas por el mantel y se dirigió a observar el campo de batalla.

– Acompáñame, Mujer Serpiente -dijo sin volverse, mientras olía la flor.

Juntos treparon hasta lo alto de la colina mágica y, desde allí, contemplaron el ejército enemigo que se extendía frente a ellos. Escuadrones de hombres-águila con adornos de plumas y pinturas de guerra, tropas de las etnias itzá y tutul xiu ataviadas con sus armaduras de madera, cuero y algodón prensado. Frente al campamento, un grupo de pajes amontonaban leña en piras dispuestas con regularidad.

En total se habrían reunido allí tres millares de hombres dispuestos a hacerles frente.

Ahuítzotl cruzó los brazos y pellizcó su bezote de jade con dos dedos.

– Son más de lo que habíamos supuesto, ¿verdad?

– Eso parece. Han conseguido implicar ciudades vecinas, pero no ha de servirles para cambiar el resultado de esta batalla.

– Tanto mejor -dijo el tlatoani -, más almas para entregar en la Ceremonia de Inauguración.

Koos Ich conferenció largamente con Hun Uitzil Chaac. Tras acordar el plan de batalla, se dirigió con paso firme hacia la línea de sus tropas.

En el centro del campamento, los sacerdotes golpeaban con palos manojos de la yerba xulub envueltos en trapos. Junto a ellos, doscientos guerreros-águila se infligían unos a otros dolorosas heridas con una afilada cuchilla de obsidiana, labrando su piel con complicados dibujos, corte tras corte, en el pecho, los brazos y las piernas.

Koos Ich soportó también esta tortura ante los asombrados ojos de Piri y Lisán, que no encontraban juicioso eso de someterse a una sangría momentos antes de iniciar una batalla.

Los sacerdotes se acercaron entonces a los guerreros-águila y les vendaron el pecho y los miembros sangrantes con los trapos empapados con el jugo de la yerba xulub. Los guerreros extendieron los brazos, como águilas de verdad a punto de emprender el vuelo. Sentían la energía recorrerles el cuerpo a través de los circuitos marcados por la filigrana de dibujos sobre la piel. Las pequeñas heridas quemaban como metal fundido, pero, a la vez, la yerba xulub les proporcionaba una fuerza extraordinaria y unos sentidos afinados al máximo.

Koos Ich descubrió que podía ver con claridad hasta el menor detalle del campamento mexica . Ahuítzotl caminaba entre sus guerreros tal y como se decía que solía hacer antes de empezar cualquier batalla. Al parecer quería que lo vieran, que se supiera que el tlatoani iba a estar con ellos.

Los guerreros-águila se ataviaron ceremoniosamente para el combate. El peto de algodón prensado, y sobre éste un ajustado traje de plumas de águila. Luego se colocaron un emplumado casco de mimbre que representaba la cabeza de un águila con las fauces abiertas. A Koos Ich le ataron a la espalda una larga caña con las insignias de su clan adosadas. Sería el estandarte que todos tendrían que seguir durante la lucha.

Los mexica y sus aliados habían situado a sus tropas, que superarían las cinco mil almas, en la ladera de la colina. Koos Ich calculaba que sus capitanes les habrían ordenado que no avanzaran hacia el enemigo, sino que esperaran en sus posiciones, para que los itzá-xiu llegaran ante ellos cansados por la carrera cuesta arriba. Bien, Koos Ich ya había discutido eso con su co-nacom y sabía cómo solucionarlo. Sin embargo, la superioridad numérica de los mexica y sus aliados cocom era aplastante, y eso sí que era un problema.

Ordenó a sus hombres que se separaran más unos de otros. Era importante no dejar los flancos al descubierto si el frente podía ser rodeado por sus enemigos. A pesar de ello, la línea itzá no era tan larga como la de la Triple Alianza, por lo que Koos Ich formó a los honderos y arqueros en sus alas, y a una tropa tutul xiu armada con lanzadores de jabalinas junto a ellos.

Pero sabía que toda la batalla iba a depender de la carga de los nahual contra sus guerreros-águila. Intentarían arrollarlos y ganar así la retaguardia del ejército itzá-xiu. Los engendros eran centenares y ya se estaban organizando para el inminente combate. Tal y como había previsto cuando los vio en Amanecer, el momento del enfrentamiento había llegado. No sentía temor ante esto, tan sólo la sensación de que un gran círculo se cerraba. Los hombres-jaguar del pasado tolteca habían derrotado a los guerreros-águila y habían empujado a los itzá al destierro. Como entonces, Tezcatlipoca, Espejo Humeante, el más temible de los hechiceros, los comandaba. Todas las generaciones siguientes de guerreros-águila habían vivido esperando el momento de este nuevo enfrentamiento.

Lisán se sentía cada vez más desmoralizado. No deseaba luchar, no quería presenciar más muertes. Miró con intensidad a Sac Nicte. Todo su ser deseaba tomarla entre sus brazos y llevarla lejos de aquel lugar. Ella se volvió hacia él y asintió con un gesto. Entendía por lo que estaba pasando, pero no había salida. Allí estaba su destino, el de los dos, y tenían que enfrentarse a él. Recogió su escudo y macana, y caminó hacia el campo de batalla en compañía de los tres turcos. Excepto por las barbas y porque no tenían la piel decorada con aquellas cicatrices coloreadas que lucían los otros guerreros, podría decirse que eran cuatro itzá más. Vestían igual que ellos, con aquellos petos de algodón que había sido prensado hasta convertirse en una coraza dura y correosa; sujetaban una rodela en la mano izquierda y cargaban una macana erizada de lascas de sílex en la otra.

Koos Ich les indicó dónde debían colocarse, en la retaguardia, junto a los guerreros más viejos, protegiendo a los sacerdotes y el campamento. No era un destino muy heroico, pero Lisán lo prefería así. Dragut, Piri y Jabbar no tenían mucha más experiencia que él con aquellas armas de madera, pero éstas no resultaban mucho más pesadas que las hachas de abordaje a las que sí estaban acostumbrados. Quizás ellos tuvieran una oportunidad de sobrevivir.

6

Cuando el sol se elevó por encima de las copas de los árboles que rodeaban la explanada, los sacerdotes mexica inauguraron la batalla haciendo sonar sus trompetas hechas con conchas de carey.

Koos Ich dio inmediatamente la orden de atacar. Sus guerreros cargaron hacia el frente enemigo, que no se movió, tal y como había supuesto. A su espalda, en el campamento itzá-xiu , los pajes encendieron todas las hogueras. A lo largo de la columna de hombres que avanzaban se transmitía el sonido de las caracolas de guerra, sus notas discordantes se unían a los gritos de batalla que imitaban el aullido de los diferentes animales que formaban los estandartes que colgaban de la espalda de los capitanes. Pronto se alcanzó un ritmo rápido y cruzaron la explanada a la carrera. El ágil paso de miles de guerreros levantaba nubes de polvo que ocultaban la visión a un lado y a otro de la columna.

Los mexica aguardaban, impasibles frente a ellos, entonando sus cánticos de guerra en náhuatl . Quizás esperaban verlos llegar agotados, pero el nacom ya había instruido a sus hombres. Alzó la macana y la tropa se detuvo para descansar unos instantes. Apenas lo suficiente para recuperar el aliento. Luego siguieron avanzando hacia las líneas de la Triple Alianza.

Cuando los itzá llegaron a un tiro de jabalina de ellos, los jefes mexica dieron la orden de atacar. Los músicos tañeron los teponaztli [32] y los mexica descendieron a toda velocidad por la loma de la colina, lanzando terroríficos aullidos. Las escuadras cocom los siguieron a poca distancia. Sus instrucciones eran esperar el momento de realizar el flanqueo y lanzarse contra la retaguardia de sus oponentes.

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