Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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– ¿Qué podemos hacer entonces? ¿Luchar con esas palas de madera y dejarnos matar?

Lisán miró a su compañero y no supo qué decirle. No tenía respuesta para eso.

Una fría sensación de miedo se fue extendiendo por su alma. Presentía que el final estaba ya muy cerca.

3

– Quiero tomar otra vez el kuuxum -le dijo Lisán al Uija-tao.

Al caer la noche, había trepado de nuevo hasta la vivienda situada en lo alto del Yaxcheelcab. El anciano estaba en el interior de su choza, tumbado sobre su lecho de palos. Abrió los ojos. Ya no quedaba color en ellos, su iris se había vuelto tan blanco como la esclerótica y sus pupilas eran dos lunares negros que se movieron lentamente hacia el andalusí.

Ma'. No puedes exigirle al chu'lel que te entregue el Conocimiento. Algunos hombres emplean toda una vida antes de atreverse a intentar un viaje como el que tú hiciste. Considérate afortunado.

– No respondes a mis preguntas y no me permites comunicarme con el chu'lel. Quiero saber qué es lo que esperas de mí y cómo voy yo a averiguarlo si no me das ninguna opción para aprender.

– Tienes el Códice de la Vida. Pregúntale a él.

– No puedo descifrar un alfabeto de sólo cuatro símbolos… Eso no tiene ningún sentido… -Lisán recordó algo y señaló el medallón que colgaba de su cuello-. Es esto, ¿verdad? Aquí está la clave de todo.

Los dos puntitos negros bajaron brevemente hasta el disco dorado y luego volvieron a enfocar el rostro del dzul.

– Lo ignoro. Eres tú quien tiene que averiguarlo.

– Déjame comer de nuevo el hongo.

– Eso es imposible. El kuuxum te sumerge por completo en el chu'lel y sin preparación no sobrevivirías a un nuevo encuentro con él. Nuestra mente es demasiado pequeña y tú no has aprendido a protegerla de su poder de absorción.

– ¿Crees que el chu'lel me matará?

– Te abrasará hasta dejarte reducido a cenizas. Ahora te conoce y no te permitirá escapar de nuevo. Mira ese bosque que nos rodea, todo nace de él, pero todo vuelve también a él. Él es el Gran Devorador tanto como es la Gran Madre. Quizá tu Realidad ya ha sido alterada para siempre… Ahora debes buscar el Conocimiento dentro de ti.

– No hay tiempo. La guerra con los mexica es inminente.

El anciano cerró los ojos y permaneció en silencio durante un largo rato. Lisán pensó que se había dormido, pero alzó una mano esquelética y señaló un cajón situado al fondo de la choza.

– Encontrarás allí un objeto alargado, envuelto en una funda de piel de serpiente.

Lisán revolvió durante un momento y alzó lo que el Uija-tao le había indicado.

Beey. Eso es. Acércate ahora.

Así lo hizo y le entregó el objeto al anciano. Éste retiró la funda, descubriendo una pipa de madera larga, estrecha, con toda su superficie tallada de símbolos y decoraciones. Abrió una bolsa de cuero, que colgaba de un cordel de su cuello, y empezó a llenar la cazoleta con gestos lentos, solemnes.

– ¿Qué es esa mixtura? -preguntó Lisán.

– Es el bosque. Aquí hay pequeñas y escogidas partes de él. De sus maderas, de sus resinas, de sus hojas y sus gusanos. Todo bien triturado…

– ¿Eso me dará respuestas?

– Será tu guía para que tú las encuentres. -Comprimió la mezcla usando su dedo pulgar y luego se lo chupó-. Ahora tráeme un ascua…

Un pequeño brasero ardía a un lado y era la única fuente de luz en la choza. El andalusí se lo acercó al Adivino que, sin inmutarse, tomó uno de los carbones ardientes con los dedos y lo colocó en la cazoleta sobre la mezcla.

Empezó a chupar con fuerza. Sus mejillas se hundían dándole un aspecto cadavérico, y luego expulsaban una bocanada de un humo espeso. Fumó en silencio. Al cabo de un buen rato apartó la pipa de sus labios y la giró para ofrecer su boquilla al dzul.

– Pruébalo -dijo.

Lisán colocó los labios sobre ella y aspiró. Notó el humo penetrando en su boca y expandiéndose dentro de ella. Sintió que presionaba contra su cavidad bucal, contra su cerebro, le aplastaba los ojos desde detrás y salía como vapor por los agujeros de su nariz. Lo tragó. No lo notaba caliente ni frío, sólo denso y áspero. Se pegó a su garganta como si no quisiera descender hacia su pecho y taponó su tráquea por completo. Intentó toser, pero su faringe estaba cerrada. Parecía que se hubiera tragado un trozo de carne sin masticar. Finalmente el humo llegó a sus pulmones y desde ellos empezó a extenderse por todo su cuerpo. Podía notar con claridad cómo iba inundando cada uno de sus órganos, como una marea que se arrastrase por su interior. Volvía a respirar, pero en realidad era el humo quien lo hacía por él. Sintió que se mareaba, que iba a perder el sentido.

El Uija-tao lo observaba con frialdad. Las paredes de la choza empezaron a girar a su alrededor. Giraban muy rápido. Más rápido… hasta que se convirtieron en un borrón.

Oyó la voz débil del Uija-tao susurrarle:

– Los dioses siempre forman medidas armónicas.

Pero no podía estar seguro de si había oído realmente esas palabras o si éstas ya formaban parte de sus sueños.

– Despierta.

Lisán parpadeó. Uno de los sacerdotes que atendían al anciano adivino estaba frente a él. Golpeaba suavemente sus mejillas. El andalusí lo apartó de un manotazo. Se volvió y vio al Uija-tao durmiendo de espaldas a él.

– No puedes quedarte aquí -le dijo el sacerdote-. Debes marcharte, el Uija-tao necesita descansar.

El andalusí asintió y se puso en pie con torpeza. Caminó por la plataforma hasta la escalerilla y empezó a descender por ella. Se bamboleaba de un lado a otro. Sentía que mientras bajaba su cuerpo iba dibujando una mareante espiral en el espacio. Cada dos escalones tenía que detenerse, porque las piernas y los brazos le temblaban. Se abrazaba a la cuerda con los ojos cerrados por el vértigo, colgando en medio de la nada, rodeado sólo por los diminutos puntos de luz de las estrellas y por la Gran Ceiba.

El árbol Yaxcheelcab representaba el eje cielo-tierra, y la espiral que su cuerpo dibujaba podría ser una representación de la idea del descenso-ascenso , el medio de comunicación entre los planos subterráneo, terrestre y celeste, donde se agrupaban todos los seres creados. No era difícil encontrar similitudes con su propia tradición sufí, pero le fascinaba la obsesión de aquella cultura por ordenarlo todo de acuerdo con un eje y un centro. Siempre estaba presente este concepto, formulado con los cuatro ángulos del espacio y el tiempo, y con el quinto punto central en el que se conjugaban…

Quizá tu Realidad ya ha sido alterada para siempre…

Llegó finalmente al suelo y caminó hasta su choza. Estaba muy cansado, no deseaba otra cosa que echarse a dormir. Sin embargo, sus pasos lo llevaron hasta el Templo de los Escribas. Se detuvo frente a él, sin entender qué hacía allí, y descubrió que sentía el fuerte deseo de entrar y consultar el Códice de la Vida.

– ¿Para qué? ¿Qué objeto tiene eso? -dijo, y su voz resonó en el silencio de la noche-. No puede existir un alfabeto con sólo cuatro caracteres. Es demasiado simple, ¿qué puede expresarse con cuatro letras?

El interior del templo estaba completamente a oscuras. Lisán tuvo que subir por la escalera espiral palpando con cuidado el camino. Imaginó con viveza la escalera mientras sus ojos se esforzaban por ver algo en aquella negrura. Una espiral involutiva y otra evolutiva, y ambas se conjugan en el signo de una doble espiral. Y se vio a sí mismo caminando por su interior, dibujando sus huellas en el polvo de los escalones…

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