Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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Siguió subiendo y llegó a la amplia plataforma de piedra que se había elevado por el crecimiento del árbol. Un sacerdote estaba sentado al borde de ésta, con un pincel en una mano y una especie de libro forrado con piel de jaguar sobre sus rodillas. Ni siquiera lo miró. Sus ojos estaban fijos en la selva y Lisán logró distinguir el dibujo de círculos intersecados que había copiado cuidadosamente. No había sido una alucinación.

En el centro geométrico de la plataforma había una humilde choza de palos y techo de paja. Y, frente a ella, estaba el Uija-tao. Lisán caminó hacia él.

– Te esperaba -dijo el anciano.

Estaba tirado sobre el suelo de piedra, con las manos cruzadas contra el pecho y la cabeza girada hacia la selva. Miraba hacia lo lejos por encima de la manta de árboles. Respiraba lentamente, como si tragar cada bocanada de aire representara un gran esfuerzo.

– ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? -le preguntó Lisán.

– Estoy llegando al final de este cuerpo, pero no te preocupes, mi alma permanecerá en el mundo y quizá volvamos a encontrarnos algún día.

– ¿Cómo puede ser eso?

El anciano suspiró y dijo:

– El chu'lel es nuestro origen y nuestro destino. De él derivan los hombres y las cosas, y todo retorna a él indefinidamente. Tras la muerte el alma regresa al chu'lel y pierde su identidad, como un cuenco de agua vertido en el mar… Pero algunos hemos aprendido a preservar nuestras almas íntegras. De ese modo podemos regresar una y otra vez a este mundo, siempre con los mismos recuerdos.

– ¿Tú recuerdas otras vidas?

– Sí. -El anciano sonrió con su boca rígida y desdentada-. Y tú también lo harás, si verdaderamente eres un Perceptor.

– ¿Tú crees que lo soy?

– Eso ya se verá.

– ¿Por qué siempre eludes darme respuestas claras?

– No aprenderás nada haciendo preguntas.

– ¿Cómo entonces?

– Debes experimentar el Verdadero Conocimiento, como hiciste en el fondo del cenote.

– ¿Debo morir? Porque eso fue lo que pretendías cuando me llevaste allí.

– Tu vida está en manos de los dioses, como la de todos nosotros en estos tiempos de transición, a medio camino entre la predestinación y el libre albedrío. Pero las visiones que obtuviste son de un gran valor y hubieran justificado tu sacrificio.

– ¿Acaso tú sabes qué fue lo que vi?

– Apenas has rozado la verdadera piel del Universo. Y el chu'lel te mostró algo… ¿No es así? ¿Qué crees que era eso que viste?

– El futuro. El Fin del Mundo.

El Uija-tao torció el gesto y se echó un poco hacia atrás. Se diría que Lisán le había dado una respuesta realmente estúpida y se sintiera decepcionado. Sin embargo, al hablar sus palabras fueron suaves:

Ma'. No es exacto. El futuro no está escrito y nadie puede verlo. Tan sólo es posible inferirlo. Y lo que viste fue el fin de uno de los cuatro mundos que existieron antes que el nuestro. El pasado, no el futuro. Esos acontecimientos sucedieron muy cerca de aquí. -El Uija-tao señaló hacia el horizonte plano-. Fíjate en que todo lo que nos rodea estuvo una vez bajo el mar y emergió cuando la roca caída de los cielos golpeó la piel de la Tierra, sacudiéndola como a una manta vieja. Fue una gran catástrofe, que acabó con casi toda la vida, con las enormes bestias que entonces habitaban aquí. Está escrito: «Como ya aconteció en el pasado remoto, los dioses lo destruirán todo y todo volverá a empezar en un nuevo mundo».

– ¿Por qué? -preguntó Lisán-. ¿Qué sentido tiene tanta muerte?

– Muerte y resurrección, ése es el principio básico del Universo. El mundo inanimado avanza irremediablemente hacia el caos. Ésta es una fuerza imparable que hace girar los engranajes del tiempo y que arrastra al Universo hacia su destrucción. Y sólo la vida es capaz de remontar esa catarata, de obligarla a fluir hacia arriba.

– ¿La vida?

Beey, dzul. La vida ha creado el Universo a su imagen y conveniencia, y lo mantiene… Es la fuerza más poderosa y la más compleja… -El Uija-tao arrancó un trocito de piedra de una de las losas del suelo y lo desmenuzó entre sus dedos-. Fíjate, dzul , la piedra se degrada y se convierte en polvo. Hasta el Sol se transformará algún día en cenizas, pero la vida permanecerá, como este árbol que ha crecido a través de las viejas piedras, creando orden a partir del caos. La fuente trascendente de la vida es la energía que proviene del Gran Todo.

– ¿Estás hablando de Allah?

– ¿Allah?

– Es el nombre que le damos a Dios en mi mundo.

El Uija-tao le dirigió una desdentada sonrisa de complicidad.

– No lo sé. Ni siquiera yo sé tanto. Pero Dios, o Allah, o Hunab Ku, son sólo palabras que inventamos los humanos para describir ese poder autotrascendente que obligó al Universo a conformarse de tal manera que permitiera la existencia de la vida.

– Vi el confín del cielo sin estrellas, donde la oscuridad es eterna… -dijo Lisán mientras cerraba con fuerza los ojos para volver a recrear aquella fantástica visión-. Allí flotaban miles y miles de montañas de hielo, ejecutando una extraña danza… Y cada una de estas islas estaba habitada por una criatura que no acierto a describir… Sus cuerpos…

– Sus cuerpos están formados por el chu'lel en estado puro.

– Pero… ¿qué es el chu'lel ?

– Es, a la vez, la propia actividad de la vida y la consecuencia de ese poder autotrascendente que constantemente eleva a la vida más allá de sus límites. Toda la superficie de esos pequeños mundos helados está cubierta por los minúsculos granos vivientes del chu'lel , para así absorber cada partícula de calor del lejano Sol… En un tiempo, Nun-Yal-He habitó en uno de esos cometas y fue uno más de ellos, pero un día descubrió que en la Tierra hay luz y calor en abundancia y que la vida podría prosperar aquí a toda velocidad. Por eso él quiso venir. Sólo faltaba algo para que éste fuera un mundo perfecto: el agua. No había agua en la Tierra, pero él la trajo desde su confín helado. Y con ella inundó todos los mares…

– El Dios que Descendió.

Beey. Porque eso fue lo que hizo: descender. Pero al hacerlo despertó las envidias de sus hermanos y también su miedo.

– ¿Por qué?

– Se había vuelto demasiado poderoso. En el hielo la vida discurre con tranquilidad, las reacciones son torpes y los pensamientos se arrastran tan lentos como un liquen. Desde su punto de vista, Nun-Yal-He se había transformado en un monstruo capaz de desarrollar un poder inconcebible. Durante un tiempo fingieron seguir siendo sus aliados, pero ya esperaban el momento oportuno para atacar. Y así fue. Arrojaron una de sus islas heladas contra la Tierra y provocaron una catástrofe que a punto estuvo de acabar con toda la nueva vida que apenas estaba germinando. La mente de Nun-Yal-He fue destruida en ese Primer Mundo, pero de su cuerpo fragmentado, del chu'lel , volvió a surgir la vida.

– ¿Qué clase de vida?

– Los habitantes del Segundo Mundo. Fueron seres muy poderosos porque nacieron con parte de la memoria de Nun-Yal-He y eran capaces de hacer grandes prodigios. Los mexica los llaman teules , y muchos los toman por dioses, pues tal era su poder.

– Nosotros los llamamos «ÿinn». Dime, ¿qué pasó con ellos?

– Los seres del hielo destruyeron también su mundo. Pero unos pocos teules sobrevivieron y han permanecido ocultos hasta nuestros días. Hubo un Tercer Mundo, cubierto por bosques y en el que los hombres nacían de grandes vainas que colgaban de ellos. Y un Cuarto, habitado por lagartos gigantescos y por los enanos ajustadores. Ambos destruidos también.

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