Arthur Clarke - Canticos de la lejana Tierra

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Canticos de la lejana Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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Para las legiones de oyentes, el concierto constituyó un recordatorio de cosas que nunca habían conocido, cosas que pertenecieron sólo a la Tierra. El lento tañido de enormes campanas ascendiendo como humo invisible desde las viejas agujas de una catedral; el canto de pacientes barqueros, en lenguas ahora perdidas para siempre, remando contra corriente de vuelta a casa bajo las últimas luces del día; las canciones de ejércitos avanzando hacia batallas a las que el tiempo había desprovisto de todos sus males y dolores; el murmullo mezclado de diez millones de voces al despertar las más grandes ciudades del hombre en su encuentro con el amanecer; la fría danza de la aurora sobre mares de hielo sin fin; el rugido de potentes motores ascendiendo hacia las estrellas. Todo esto escucharon los oyentes en la música que vino de la noche—los cantos de la lejana Tierra, llevados a través de los años luz…

Para la parte final, los productores habían seleccionado la última gran obra dentro de la tradición sinfónica. Escrita en los años en que Thalassa había perdido el contacto con la Tierra, era totalmente nueva para el público. No obstante, su tema marítimo la hizo especialmente apropiada para la ocasión—y su impacto sobre los oyentes fue tan grande como lo hubiera deseado su compositor, fallecido mucho tiempo atrás.

— Cuando escribí la Lamentación por Atlántida, hace casi treinta años, no tenía imágenes concretas en mente; sólo me interesaban las reacciones emocionales, no las escenas explícitas; yo quería que la música transmitiera una sensación de misterio, de tristeza, de pérdida abrumadora. No pretendía pintar un buen retrato de ciudades en ruinas llenas de peces. Sin embargo, algo extraño me sucede siempre que oigo el Lento lúgubre, como estoy haciendo mentalmente en este momento…

« Empieza en el compás 136, cuando la serie de acordes que descienden hasta el registro más bajo del órgano se unen por primera vez al aria inarticulada de la soprano, subiendo más y más desde las profundidades… Ya se sabe, por supuesto, que basé este tema en los cantos de las grandes ballenas, esos poderosos músicos del mar con los que hicimos la paz muy tarde, demasiado tarde… La escribí para Olga Kondrashin, y nadie ha podido cantar esos pasajes nunca más sin la ayuda de la electrónica…

« Cuando empieza la línea vocal, es como si viera algo que existe en la realidad. Me encuentro en una plaza de una ciudad casi tan grande como St. Marks o St. Peters. A mi alrededor hay edificios medio en ruinas, como templos griegos, y estatuas volcadas cubiertas por algas, con frondas verdes ondeando de un lado a otro. Todo está parcialmente cubierto por una espesa capa de barro.

« Al principio, la plaza parece vacía; luego descubro algo perturbador. No me pregunten por qué, siempre es una sorpresa por que siempre lo veo por primera vez.

« En el centro de la plaza hay un montículo y un conjunto de líneas que irradian de él. Me pregunto si son muros en ruinas, parcialmente enterrados en el fango. Sin embargo, esa disposición no tiene sentido; y entonces observo que el montículo está latiendo.

« Al cabo de un momento advierto dos ojos enormes que, sin pestañear, me observan.

« Eso es todo; no sucede nada. Aquí no ha pasado nada desde hace seis mil años, desde aquella noche en que la barrera de tierra firme cedió y el mar corrió entre las Columnas de Hércules.

« El Lento es mi movimiento favorito, pero no podría terminar la sinfonía con ese aire de tragedia y desesperación. De aquí el final: « Resurgimiento. »

« Ya sé, desde luego, que la Atlántida de Platón nunca existió en realidad. Por esta misma razón, nunca podrá morir. Siempre será un ideal, un sueño de perfección, una meta que inspirará a los hombres en la posteridad. Esta es la razón por la que la sinfonía finaliza con una marcha triunfal hacia el futuro.

« Sé que la interpretación popular de la marcha es una Nueva Atlántida que surge de entre las olas. Es demasiado literal; para mí, el final representa la conquista del espacio. Una vez lo hube encontrado y retenido, me llevó meses librarme de este tema. Esas quince malditas notas me martilleaban en la cabeza día y noche…

« Ahora, la Lamentación existe al margen de mí; ha adquirido vida propia. Incluso cuando desaparezca la Tierra, se dirigirá a toda velocidad a la Galaxia Andrómeda, impulsada por cincuenta mil megavatios procedentes del transmisor del cráter Tsiolkovski, en el espacio exterior.

« Algún día, dentro de siglos o de milenios, será capturada y comprendida.

Memorias habladas, Sergei di Pietro (3411–3509)

53. La máscara de oro

— Siempre hemos hecho ver que no existe—dijo Mirissa—. Pero ahora quisiera verla. Sólo una vez.

Loren guardó silencio por un momento. Luego respondió:

— Ya sabes que el capitán Bey nunca ha admitido a ningún visitante.

Desde luego que lo sabía; y también comprendía los motivos. Aunque al principio ello había originado un cierto resentimiento, todos los habitantes de Thalassa se daban cuenta ahora de que la pequeña tripulación de la Magallanes estaba demasiado ocupada para hacer de guía—o de niñera—del imprevisible cincuenta por ciento de casos que tendrían náuseas en los sectores de gravedad cero de la nave. El mismo presidente Farradine había sido delicadamente rechazado.

— He hablado con Moses, y él ha hablado con el capitán. Todo está arreglado. Pero hay que mantenerlo en secreto hasta que haya partido la nave.

Loren la miró con asombro; luego sonrió. Mirissa siempre le daba sorpresas; era parte de su atractivo. Comprendió, con una punzada de tristeza, que nadie de Thalassa tenía mayor derecho a ese privilegio; su hermano era el único thalassano que había hecho ese viaje. El capitán Bey era un hombre justo y dispuesto a quebrantar las normas en caso necesario. Además, una vez hubiera partido la nave, sólo tres días más tarde, no importaría.

— Supón que te mareas en el espacio.

— Yo no me mareo ni en el mar…

— Eso no prueba nada.

— … y he visto a la comandante Newton. Me ha dado una clasificación del noventa y cinco por ciento, y me ha recomendado el transbordador de medianoche. Entonces no habrá nadie de la ciudad cerca de ahí.

— Has pensado en todo, ¿verdad? — dijo Loren con franca admiración—. Te veré en el embarcadero número dos quince minutos antes de medianoche.

Hizo una pausa y añadió con dificultad:

— Esta vez ya no volveré a salir. Dile adiós a Brant de mi parte, por favor.

Aquélla era una prueba que no podía afrontar. De hecho, no había puesto los pies en la residencia de los Leonidas desde que Kumar hizo su último viaje y Brant volvió para consolar a Mirissa. Ya casi era como si Loren no hubiera entrado nunca en sus vidas.

E inexorablemente las estaba abandonando, pues ahora podía mirar a Mirissa con amor pero sin deseo. Una emoción más profunda—uno de los dolores más agudos que había experimentado jamás—invadía ahora su mente.

Él había deseado y anhelado ver a su hijo, pero el nuevo programa de la Magallanes lo imposibilitaba. Aunque había oído los latidos de su corazón mezclados con los de su madre, nunca los tendría en sus brazos.

El transbordador acudió a su cita en el lado diurno del planeta, por lo que la Magallanes aún estaba casi a cien kilómetros de distancia cuando Mirissa la vio por primera vez. Aunque conocía sus dimensiones reales, le parecía un juguete que relucía bajo la luz del sol.

A diez kilómetros de distancia no parecía más grande. Su cerebro y sus ojos se empeñaban en que aquellos círculos oscuros que rodeaban el sector central no eran más que portillas. Hasta que el curvo e interminable casco de la nave surgió al lado de ellos no le entró en la cabeza que se trataba de compuertas de carga y acoplamiento, en una de las cuales iba a entrar el transbordador.

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