Arthur Clarke - Canticos de la lejana Tierra
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- Название:Canticos de la lejana Tierra
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- Год:1989
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Cuando se encontraban en el mismo borde del bloque de hielo, Carina tuvo una sorpresa. Su superficie estaba totalmente cubierta de una brillante capa de laminilla dorada. Esto le recordó los regalos que se hacían a los niños en su cumpleaños o en la Fiesta Anual del Aterrizaje.
— Es el material aislante—explicó Kumar—. Es oro de verdad; tiene uno o dos átomos de espesor. Sin él, la mitad del hielo se derretiría antes de llegar al escudo.
Con aislante o sin él, Carina sentía el dolor que le producía el frío en los pies desnudos mientras Kumar la guiaba sobre la plancha congelada. Con una docena de pasos alcanzaron su centro, y allí estaba, reluciendo con un curioso brillo no metálico, el tenso cable que se alargaba, si no hasta las estrellas, sí por lo menos hasta los treinta mil kilómetros que distaba la órbita estacionaria en la que se encontraba la Magallanes.
El cable acababa en un tambor cilíndrico, lleno de instrumentos y de reactores de control, que evidentemente hacía las veces de grúa móvil e inteligente que enganchaba su carga tras un largo descenso a través de la atmósfera. Todo ello parecía sorprendentemente simple e incluso nada sofisticado, como casi todos los productos de las tecnologías maduras y avanzadas.
De repente Carina se estremeció, y no por el frío que había bajo sus pies, que no notaba en aquel momento.
—¿Estás seguro de que esto no es peligroso? — preguntó con inquietud.
— Claro. Siempre cargan a medianoche, puntualmente, y todavía faltan muchas horas. El panorama es maravilloso, pero no creo que nos quedemos tanto tiempo.
Kumar se puso de rodillas, aplicando el oído al increíble cable que unía la nave al planeta.
« Si se rompiera—pensó ella con preocupación—, ¿volaría en pedazos?"
— Escucha—susurró…
Ella no sabía lo que iba a suceder. A veces, años después, cuando pudo soportarlo, intentó recobrar la magia de aquel momento. Nunca estuvo segura de haberlo conseguido.
Al principio le pareció estar oyendo la nota más grave de un arpa gigante cuyas cuerdas estuvieran tensadas entre los mundos. Esto le produjo escalofríos en la espina dorsal, y sintió que se le ponía de punta el vello de la nuca, una reacción al miedo forjada en las selvas primitivas de la Tierra.
Luego, cuando se fue acostumbrando al extraño sonido, captó todo un espectro de armonías cambiantes que cubrían la gama auditiva hasta sus límites y, sin duda, los superaban. Aparecían y se unían unos con otros, inconstantes y repetitivos como los sonidos del mar.
Cuanto más los escuchaba, más le recordaban el incesante choque de las olas sobre una playa desierta. Tuvo la sensación de estar oyendo el mar del espacio lanzándose sobre las costas de todos sus mundos, un sonido aterrador en su inutilidad sin sentido, ya que reverberaba en el doloroso vacío del Universo.
Entonces se dio cuenta de que había otros elementos en esta sinfonía inmensamente compleja. Eran unos tañidos repentinos, resonantes, como si unos dedos gigantes hubieran tirado del cable desde algún lugar a miles de kilómetros. ¿Meteoritos? No, desde luego. ¿Quizás una descarga eléctrica en la agitada ionosfera de Thalassa? Y ¿era aquello pura imaginación, o algo creado por sus temores inconscientes? De vez en cuando le pareció oír los débiles gemidos de unas voces demoníacas, o los llantos fantasmagóricos de todos los niños enfermos y hambrientos que murieron en la Tierra durante los siglos de pesadilla.
Llegó un momento en que no pudo soportarlo más.
— Estoy asustada, Kumar—susurró, tirándole del hombro. — Vámonos.
Pero Kumar seguía perdido en las estrellas. Hipnotizado por aquel canto de sirenas, tenía la boca medio abierta y apoyaba la cabeza en aquel cable resonante. Ni tan siquiera notó que Carina, enfadada y asustada, cruzaba con pasos fuertes el suelo de hielo laminado y se iba a esperarle sobre la calidez familiar de la tierra firme.
Kumar había observado algo nuevo, una serie de notas ascendentes que parecían exigir su atención. Era como una fanfarria para cuerdas, si es que se puede imaginar una cosa semejante, y era inefablemente triste y lejana.
Pero se iba acercando, y se oía cada vez más alto. Era el sonido más escalofriante que Kumar había oído jamás, y se mantuvo paralizado de miedo y de asombro. Casi llegó a imaginar que algo bajaba por el cable dirigiéndose hacia él…
Unos segundos después, demasiado tarde, se dio cuenta de la realidad. La onda precursora le empujó bruscamente contra la lámina de oro y el bloque de hielo se movió bajo él. Entonces, y por última vez, Kumar Leonidas contempló la delicada belleza de su mundo durmiente y el rostro aterrorizado de la muchacha, vuelto hacia él, que recordaría aquel momento hasta el día de su muerte.
Ya era demasiado tarde para saltar. Y así, el Pequeño León ascendió hacia las silenciosas estrellas, desnudo y solo.
48. Decisión
El capitán Bey tenía problemas más graves en la cabeza y delegó aquella tarea con mucho gusto. En todo caso, no podía haber emisario más idóneo que Loren Lorenson.
Este jamás había llegado a conocer a los Leonidas mayores, y temía el encuentro. Aunque Mirissa se había ofrecido a acompañarle, prefirió ir solo.
Los thalassanos veneraban a sus viejos parientes y hacían todo lo posible para que se sintieran felices y contentos. Lal y Nikri Leonidas vivían en una de las pequeñas colonias autónomas de retiro que existían a lo largo de la costa sur de la isla. Tenían un chalet de seis habitaciones con todos los aparatos imaginables para ahorrar trabajo, entre ellos el único robot de uso general para el hogar que Loren había visto en la Isla Sur. Según la cronología de la Tierra, habría calculado que andaban cerca de los setenta años.
Después de los sumisos saludos iniciales, se sentaron en el porche, contemplando el mar mientras el robot se movía a su alrededor con bebidas y bandejas llenas de frutas variadas. Loren se esforzó por tomar un bocado, se armó de valor y emprendió la tarea más dura de su vida.
— Kumar…
El nombre se le clavó en la garganta y tuvo que volver a empezar.
— Kumar se encuentra todavía en la nave. Le debo mi vida; él arriesgó la suya para salvar la mía. Pueden comprender cómo me siento por esto. Haría lo que fuera…
Una vez más, tuvo que luchar para controlarse. Intentando mostrarse enérgico y científico como la cirujano comandante Newton durante su sesión informativa, comenzó de nuevo.
— Su cuerpo apenas está dañado, porque la descompresión fue lenta y la congelación se produjo de inmediato. Sin embargo, está clínicamente muerto, por supuesto, como yo mismo lo estaba hace escasas semanas…
« No obstante, los dos casos son muy diferentes. Mi cuerpo fue recuperado antes de que pudiera sufrir alguna lesión cerebral, por lo que mi reanimación fue un proceso muy sencillo.
« Antes de recuperar a Kumar pasaron horas. Físicamente, su cerebro no ha sufrido daños, pero no hay rastro de actividad.
« Aun así, la reanimación puede ser posible mediante una tecnología extremadamente avanzada. Según nuestros historiales—que cubren toda la historia de la ciencia médica terrestre—se ha hecho ya en casos similares, con un índice de éxito del sesenta por ciento.
« Y esto nos pone ante un dilema que el capitán Bey me ha pedido que les explique con franqueza. Nosotros no tenemos la experiencia ni los equipos necesarios para llevar a cabo una operación así. Pero quizá los tengamos… dentro de trescientos años…
« Hay una docena de expertos del cerebro entre los cientos de especialistas médicos que duermen a bordo de la nave. Hay técnicos que pueden ensamblar y hacer funcionar toda clase de dispositivos imaginables para el mantenimiento de la vida y para fines quirúrgicos. Todo lo que llegó a ser de la Tierra volverá a ser nuestro poco después de que lleguemos a Sagan Dos….
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