Arthur Clarke - Canticos de la lejana Tierra

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Canticos de la lejana Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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« Desacreditado Alfa, sólo quedaba Omega, el Creador de todas las cosas. No es tan sencillo deshacerse de Omega; el universo precisa una buena cantidad de explicaciones. ¿No estás de acuerdo conmigo? Existe un antiguo chiste filosófico que es mucho más sutil de lo que parece. Pregunta: ¿Por qué está aquí el Universo? Respuesta: ¿Dónde, si no, podría estar? Y pienso que esto es suficiente para una mañana.

— Gracias, Moses—contestó Mirissa, algo aturdida—. Todo esto ya lo habías contado antes, ¿verdad?

— Claro que sí, muchas veces. Y prométeme sólo una cosa.

—¿Cuál?

— No creas nada de lo que te he dicho por el mero hecho de que te lo haya contado yo. No hay ningún problema filosófico que llegue a solucionarse nunca. Omega sigue estando cerca, y a veces pienso lo mismo de Alfa…

VII. MIENTRAS LOS DESTELLOS VUELAN HACIA LAS ESTRELLAS

47. Ascensión

Su nombre era Carina, tenía dieciocho años, y aunque era la primera vez que estaba de noche en el barco de Kumar, no era, de ningún modo, la primera vez que estaba en sus brazos. De hecho tenía quizás el mayor derecho al muy disputado título de ser su chica favorita.

Aunque el sol se había puesto, la luna interior—mucho más brillante y cercana que la luna perdida de la Tierra—era casi llena, y la playa, a un kilómetro de distancia, estaba a flor de agua con su luz fría y azul. Había un pequeño fuego ante la línea de palmeras, donde la fiesta continuaba. El débil sonido de la música podía oírse de vez en cuando por encima del suave murmullo del motor a reacción, que funcionaba al nivel más bajo de potencia. Kumar ya había conseguido su primer objetivo y no tenía demasiada prisa por ir a ningún sitio. No obstante, como el buen marinero que era, ocasionalmente se escabullía para dar instrucciones al piloto automático y otear rápidamente el horizonte.

Kumar había dicho la verdad, pensó Carina felizmente. Había algo erótico en el ritmo regular y suave de un barco, sobre todo cuando era aumentado por el lecho de aire en el que estaban acostados. Después de esto, ¿quedaría satisfecha haciendo el amor en tierra firme?

Y Kumar, a diferencia de otros muchos jóvenes de Tarna que ella podría mencionar, era sorprendentemente sensible y considerado. No era uno de esos hombres que sólo piensan en su propia satisfacción, su placer no era completo a menos que fuera compartido. « Cuando está dentro de mí—pensó Carina—, siento que soy la única chica de su universo, aunque sé muy bien que eso no es verdad. »

Carina era vagamente consciente de que continuaban alejándose del pueblo, pero no le importaba. Deseaba eternizar aquel momento, y poco le hubiera preocupado que el barco se hubiera dirigido a toda máquina hacia los confines de aquel mar vacío, sin tocar tierra hasta circundar el globo. Kumar sabía verdaderamente lo que hacía. Parte de su placer se debía a la absoluta confianza que él le inspiraba. En sus brazos no tenía ninguna preocupación, ningún problema. El futuro no existía, sólo aquel presente eterno.

Sin embargo el tiempo pasó, y la luna interior estaba mucho más alta en el cielo. En la resaca de la pasión, sus labios seguían explorando lánguidamente los territorios del amor, cuando la vibración del hidrorreactor cesó y el barco se detuvo poco a poco.

— Ya hemos llegado—dijo Kumar con una nota de excitación en su voz.

« ¿A dónde habremos llegado? », pensó Carina perezosamente mientras se separaban. Parecía que habían pasado horas desde la última vez que se había molestado en echar un vistazo a la costa… suponiendo que aún estuviera al alcance de la vista.

Se levantó despacio, recuperando el equilibrio ante suave balanceo del barco, y contempló con los ojos muy abiertos el País de las Hadas que, no mucho tiempo atrás, había sido la triste ciénaga bautizada, con optimismo, pero de manera inapropiada, como la Bahía del Manglar.

Naturalmente, no era la primera vez que tenía un encuentro con la alta tecnología; la planta de fusión y el Repetidor Principal de la Isla Norte eran mucho más grandes y más impresionantes. Sin embargo, el ver aquel laberinto de tubos brillantemente iluminados, los tanques de almacenaje y las grúas y los otros mecanismos de manipulación y aquella bulliciosa combinación de astilleros y de planta química donde todo funcionaba en silencio y con eficacia bajo las estrellas sin un solo ser humano a la vista, le causó una auténtica impresión, visual y psicológica. Cuando Kumar arrojó el ancla, un súbito chapoteo turbó el absoluto silencio de la noche.

— Ven—dijo Kumar con aire malicioso—. Quiero enseñarte una cosa.

—¿No hay peligro?

— Claro que no; he venido aquí muchas veces.

« Y no solo, seguro", pensó Carina. Pero él ya estaba sobre la borda antes de que ella pudiera hacer ningún comentario.

El agua apenas les llegaba a la cintura, y retenía aún el calor del día haciéndola desagradablemente caliente. Carina y Kumar, cogidos de la mano, llegaron a la playa sintiendo la fresca brisa nocturna en sus cuerpos. Surgieron de entre las pequeñas olas como unos nuevos Adán y Eva que hubieran recibido las llaves de un Edén mecanizado.

—¡No te preocupes! — dijo Kumar—. Conozco el lugar. El doctor Lorenson me lo explicó todo, pero he encontrado algo que estoy seguro que él no conoce.

Caminaban junto a una línea de tuberías cubiertas con gruesos aislamientos que estaban suspendidos a un metro del suelo, y, por primera vez, Carina pudo oír un sonido diferente, el zumbido de unas bombas que propulsaban líquido refrigerante hacia el laberinto de tuberías y de transformadores de calor que les rodeaban.

Luego se aproximaron al famoso depósito en el que había sido encontrado el escorpio. Quedaba muy poca agua, la superficie estaba cubierta casi por completo por una masa enmarañada de algas. En Thalassa no había reptiles, pero aquellos tallos gruesos y flexibles le recordaban a Carina unas serpientes entrelazadas.

Caminaron a lo largo de unos conductos subterráneos, pasando por unas pequeñas compuertas, todas ellas cerradas, hasta que llegaron a un espacio amplio y abierto, bastante lejos de la planta principal. Cuando abandonaron el complejo central, Kumar hizo alegremente una señal al objetivo de una cámara que les enfocaba. Después nadie llegó a descubrir por qué ésta dejó de funcionar en el momento crucial.

— Estos son los tanques de congelación—dijo Kumar—, cada uno tiene una capacidad de seiscientas toneladas, y su composición es del noventa y cinco por ciento de agua, y el cinco por ciento de algas. ¿Qué es lo que te parece tan divertido?

— No me parece divertido, pero sí muy extraño—respondió Carina, sonriendo todavía—. El que a alguien se le ocurra llevar una parte de nuestra vegetación oceánica a las estrellas. ¡Quién iba a imaginar algo semejante! Sin embargo, tú no me has traído aquí por esto.

— No—contestó Kumar suavemente—. Mira…

Al principio ella no pudo ver lo que él le señalaba. Luego, su mente interpretó la imagen que parpadeaba en los límites de su campo de visión y entonces comprendió.

Por supuesto, se trataba de un antiguo milagro. Los hombres lo habían hecho en muchos mundos durante más de mil años. Pero presenciarlo con sus propios ojos era más que asombroso; era imponente.

Ahora que estaban más cerca de los últimos tanques podía verlo con mayor claridad. El fino haz de luz—no podía tener más de un par de centímetros de anchura—ascendía hacia las estrellas, enhiesto y exacto como un rayo láser. Sus ojos lo siguieron hasta que se hizo invisible, retándola a adivinar el punto exacto de su desaparición. Aun entonces, su mirada siguió avanzando, vertiginosamente, hasta contemplar el mismo cenit y la estrella solitaria que permanecía allí suspendida mientras sus compañeras naturales, más débiles, marchaban progresivamente hacia el oeste. Como una araña cósmica, la Magallanes había hecho descender su telaraña y pronto atraparía a la presa deseada del mundo que había abajo.

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