– ¿Morirá? -preguntó Agnes, intentando asomarse a la puerta.
– Creo que sí.
– ¿Y vos?
– No -contestó, y advirtió que ya no estaba asustada-. Rosemund despertará pronto. Pídele a ella que te cuente una historia.
– ¿Morirá el padre Roche?
– No. Ve y juega con tu carrito hasta que despierte Rosemund.
– ¿Me contaréis una historia cuando se muera el clérigo?
– Sí. Vete abajo.
Agnes bajó tres escalones de mala gana, agarrándose a la pared.
– ¿Moriremos todos? -preguntó.
– No -respondió Kivrin. No si puedo evitarlo. Cerró la puerta y se apoyó contra ella.
El clérigo continuaba inconsciente, todo su ser volcado hacia el interior en una batalla con un enemigo completamente desconocido para su sistema inmunológico, y contra el que no tenía defensas.
Volvieron a llamar a la puerta.
– Vete abajo, Agnes -dijo Kivrin, pero era Roche, con el cuenco de comida que había cogido en la cocina y un puñado de ascuas. Las echó al brasero y se arrodilló para soplarlas.
Le tendió el cuenco a Kivrin. Estaba tibio y olía fatal. Se preguntó qué le había puesto para bajar la fiebre.
Roche se levantó y cogió el cuenco, y trataron de darle de comer al clérigo, pero el guiso le resbalaba por la lengua hinchada y por las comisuras de la boca.
Alguien llamó a la puerta.
– Agnes, te he dicho que no puedes entrar aquí -espetó Kivrin impaciente, tratando de limpiar las mantas.
– Abuela me envía para deciros que vayáis.
– ¿Está enferma lady Imeyne? -preguntó Roche. Se dirigió a la puerta.
– No. Es Rosemund.
El corazón de Kivrin empezó a latir desbocado.
Roche abrió la puerta, pero Agnes no entró. Se quedó en el rellano, mirándole la máscara.
– ¿Está enferma Rosemund? -preguntó Roche con ansiedad.
– Se ha caído.
Kivrin bajó corriendo las escaleras.
Rosemund estaba sentada en uno de los bancos junto al hogar, y lady Imeyne le hacía compañía.
– ¿Qué ha pasado? -demandó Kivrin.
– Me he caído -dijo Rosemund, atónita-. Me he hecho daño en el brazo -lo mostró. Tenía el codo extrañamente doblado.
Lady Imeyne murmuró algo.
– ¿Qué? -dijo Kivrin, y advirtió que la anciana estaba rezando. Buscó a Eliwys. No estaba allí. Sólo Maisry se agazapaba aterrada junto a la mesa, y Kivrin pensó que a lo mejor Rosemund había tropezado con ella.
– ¿Tropezaste con algo? -preguntó.
– No -contestó Rosemund, todavía aturdida-. Me duele la cabeza.
– ¿Te diste un golpe?
– No -se subió la manga-. Me golpeé el codo con las piedras.
Kivrin le subió la manga hasta el codo. Tenía una magulladura, pero no había sangre. Se preguntó si se lo habría roto. Lo sujetaba en un ángulo extraño.
– ¿Duele? -preguntó, moviéndolo con suavidad.
– No.
Dobló el brazo.
– ¿Y esto?
– No.
– ¿Puedes mover los dedos?
Rosemund los movió uno por uno, con el brazo todavía torcido. Kivrin frunció el ceño, asombrada. Podía ser una luxación, pero no creía que pudiera moverlo tan fácilmente.
– Lady Imeyne, ¿podéis llamar al padre Roche?
– No será de ninguna ayuda -despreció Imeyne, pero se encaminó hacia las escaleras.
– No creo que esté roto -le dijo Kivrin a Rosemund.
La niña bajó el brazo, jadeó, y volvió a subirlo. El color desapareció de su rostro y unas perlas de sudor aparecieron en el labio superior.
Tiene que estar roto, pensó Kivrin, e intentó cogerlo de nuevo. Rosemund lo retiró y, antes de que Kivrin se diera cuenta de lo que sucedía, se cayó al suelo.
Esta vez se dio en la cabeza. Kivrin la oyó golpear la piedra. Se arrodilló junto a ella.
– Rosemund, Rosemund. ¿Me oyes?
Ella no se movió. Había movido el brazo herido al caer, como para protegerse, y cuando Kivrin se lo tocó, la jovencita dio un respingo, pero no abrió los ojos. Kivrin buscó a Imeyne, pero la anciana no estaba en las escaleras.
Rosemund abrió los ojos.
– No me dejéis -sollozó.
– Debo traer ayuda.
Rosemund sacudió la cabeza.
– ¡Padre Roche! -llamó Kivrin, aunque sabía que no la oiría a través de la pesada puerta. Lady Eliwys entró en ese momento y corrió hacia ellas.
– ¿Tiene el mal azul?
No.
– Se ha caído -dijo Kivrin. Puso la mano sobre el brazo extendido y desnudo de Rosemund. Lo tenía caliente. Rosemund había vuelto a cerrar los ojos y respiraba despacio, regularmente, como si se hubiera quedado dormida.
Kivrin le subió la pesada manga hasta el hombro. Le alzó el brazo para examinar la axila, y Rosemund trató de retirarlo, pero Kivrin la sujetó con fuerza.
No le pareció tan grande como la del clérigo, pero era de un color rojo intenso y ya estaba dura al contacto. No, pensó Kivrin. No. Rosemund gimió y trató de retirar el brazo, y Kivrin lo soltó amablemente, arreglando la manga.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Agnes desde las escaleras-. ¿Está Rosemund enferma?
No puedo dejar que pase esto, pensó Kivrin. Tengo que conseguir ayuda. Todos han quedado expuestos, incluso Agnes, y aquí no hay nada para ayudarlos. Las antimicrobiales no se descubrirán hasta dentro de seiscientos años.
– Tus pecados han provocado esto -acusó Imeyne.
Kivrin alzó la cabeza. Eliwys miraba a Imeyne, pero parecía ausente, como si no la hubiera oído.
– Tus pecados y los de Gawyn.
– Gawyn -dijo Kivrin. Él podía enseñarle dónde estaba el lugar de encuentro, y entonces iría a buscar ayuda. La doctora Ahrens sabría qué hacer. Y también el señor Dunworthy. La doctora Ahrens le daría vacunas y estreptomicina para que las trajera-. ¿Dónde está Gawyn?
Eliwys la miraba ahora, el rostro lleno de ansia, lleno de esperanza. El nombre de Gawyn por fin la ha hecho reaccionar, pensó Kivrin.
– Gawyn. ¿Dónde está?
– Se ha ido -dijo Eliwys.
– ¿Adónde? Debo hablar con él. Tenemos que ir a buscar ayuda.
– No hay ninguna ayuda -replicó lady Imeyne. Se arrodilló junto a Rosemund y cruzó las manos-. Es el castigo de Dios.
Kivrin se levantó.
– ¿Adónde ha ido?
– A Bath -dijo Eliwys-. A buscar a mi esposo.
Transcripción del Libro del Día del Juicio Final
(070114-070526)
He decidido que lo mejor es anotar todo esto. El señor Gilchrist dijo que con la apertura de Medieval esperaba obtener información de primera mano acerca de la Peste Negra, y supongo que de esto se trata.
El primer caso fue el clérigo que vino con el enviado del obispo. No sé si al llegar estaba ya enfermo. Tal vez sí, y por eso vinieron aquí en vez de ir a Oxford, para deshacerse de él antes de que los contagiara. Estaba decididamente enfermo la mañana de Navidad cuando se fueron, lo cual significa que la noche antes, cuando entró en contacto con al menos la mitad de la aldea, ya era contagioso.
Ha transmitido la enfermedad a la hija de lord Guillaume, Rosemund, que cayó enferma el… ¿veintiséis? He perdido el sentido del tiempo. Los dos muestran las típicas bubas. La del clérigo se ha reventado y supura. La de Rosemund es dura y crece. Es casi del tamaño de una castaña. La zona de alrededor está inflamada. Los dos tienen fiebres altas y deliran intermitentemente.
El padre Roche y yo los hemos aislado en la habitación y le hemos dicho a todos que se queden en sus casas y eviten contactar con los demás, pero me temo que es demasiado tarde. Casi todos los de la aldea estuvieron en el banquete de Navidad, y toda la familia estuvo aquí dentro con el clérigo.
Ojalá supiera si la enfermedad es contagiosa antes de que aparezcan los síntomas y de cuánto es el período de incubación. Sé que la peste tiene tres formas: bubónica, neumónica y septicémica, y sé que la forma neumónica es la más contagiosa, ya que puede transmitirse por la tos o la respiración y por el contacto. El clérigo y Rosemund parecen tener la bubónica.
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