Philip Pullman - La maldición del rubí

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La maldición del rubí es el primer número de Sally en donde se nos presenta a una chica de 16 educada para ser una mujer independiente, en un siglo donde la mujer no lo era tanto. Sus conocimientos en economía, finanzas e inversiones igualan y superan a los mejores en su tiempo, como lo fué su padre.
En fin. Sally no será lo mejor del mundo, sin embargo logra conjugar aventuras infantiles y una trama un tanto detectivesca.

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– ¿Cómo puede estar segura de que no es una fantasía? -preguntó Frederick-. ¿Realmente quiere decir que Sally ha estado bajo la influencia del opio antes, y que su pesadilla es un recuerdo del momento en que sucedió? ¿No es posible que sea tan sólo un sueño?

– Es posible, señor Garland, pero no es lo que ha sucedido. Puedo ver claramente lo que para usted es invisible, como un médico puede ver claramente la enfermedad de su paciente. Cientos de señales nos ayudan a interpretar esas cosas, pero si no se saben leer, no se ve absolutamente nada.

Su apacible figura hablaba desde la penumbra como la sacerdotisa de algún culto ancestral, llena de autoridad y de sabiduría. Sally sintió unas ganas terribles de volver a llorar.

Se levantó.

– Gracias por sus explicaciones, Madame Chang -dijo ella-. ¿Estoy… estoy en peligro por culpa de la droga? Ahora que la he inhalado una vez, ¿me creará adicción?

– La ha probado dos veces, señorita Lockhart -dijo la mujer-. Si está en peligro, no es por la droga, aunque ahora tenga el opio en su cuerpo. Le ha desvelado algo que no sabía; quizá deseará otra vez el opio, pero no será por su adicción, sino por lo que le puede mostrar.

Madame Chang hizo una reverencia para despedirse y Frederick se levantó y le tendió un brazo a la chica, mientras empezaba a dirigirse hacia la puerta. Sally, que aún estaba mareada, se agarró a él y, después de despedirse, se fueron.

En el exterior ya casi era de noche. El aire fresco le sentó muy bien a Sally, que respiraba profundamente sintiendo verdadero alivio, y pronto notó que el dolor de cabeza se desvanecía ligeramente.

Antes de que se dieran cuenta ya estaban en Commercial Road, en medio del bullicio… El tráfico, las farolas de gas, los escaparates iluminados hicieron que el fumadero de opio pareciese un sueño.

Pero ella aún temblaba y su cuerpo estaba completamente empapado de sudor.

– Cuéntamelo -dijo Frederick.

Desde que habían salido del fumadero, Garland había permanecido en silencio; parecía que supiese que ella lo necesitaba. «Puedo confiar en él», pensó Sally. Y por esa razón se lo contó todo.

– Pero Frederick, lo peor de todo fue… -dijo vacilante.

– Tranquila. Ahora estás a salvo. Pero ¿qué fue lo peor de todo?

– El hombre que hablaba. Había oído su voz en mis sueños muchas veces, pero hoy la he reconocido. Era el comandante Marchbanks; y el hombre que me miraba, Frederick, ¡era mi padre! ¡No lo entiendo! ¿Qué significa?

La sociedad estereográfica

Cuando regresaron de Limehouse, Sally se fue directamente a la cama y durmió durante muchas horas sin que ningún sueño la perturbase.

Se despertó justo después del amanecer. El cielo estaba despejado, limpio; parecía que la noche había hecho desaparecer todos los horrores de opio y asesinato, y Sally se sintió mucho más animada y confiada en sí misma.

Después de vestirse rápidamente y de encender la estufa de la cocina, decidió examinar el resto de la casa. De hecho, Rosa se lo había sugerido la mañana anterior: creía que desaprovechaban espacio. Quizá habría lugar para algún inquilino.

Sally pensó que tenía razón. La casa era mucho más grande de lo que parecía desde la calle. Tenía tres plantas, junto con un desván y un sótano, y un gran patio en la parte de detrás. Dos de las habitaciones estaban completamente llenas de aparatos fotográficos, además del cuarto de revelado y el laboratorio. La habitación contigua a la tienda, en la planta baja, había sido preparada como estudio para retratos formales. Luego Sally encontró una sala, en la planta superior, que contenía una cantidad inmensa de objetos de todas clases, y por un momento pensó que había ido a parar a un museo; pero finalmente dio con dos habitaciones tipo desván vacías y tres más de las cuales dos consideró que podrían ser muy confortables, si se amueblaban adecuadamente.

Sally les explicó el resultado de su exploración mientras desayunaban. Lo había preparado ella. Aquel día tocaba copos de avena, muy buenos para la salud, pensó.

– Frederick, ¿estás muy ocupado esta mañana?

– Más que nunca. Pero el trabajo puede esperar.

– Rosa, ¿tienes que ensayar?

– A la una. ¿Por qué?

– Y tú, Trembler, ¿tienes un rato?

– No lo sé, señorita. Tengo que ponerme a revelar.

– Bueno, no me extenderé mucho. Sólo quería deciros cómo podemos ganar dinero.

– Bueno, para esto -dijo Rosa- dispones de todo el tiempo que quieras. ¿Cómo podemos hacerlo?

– Es algo que pensé en Oxford el otro día. Se lo empecé a contar a Frederick en el tren.

– Hum… -dijo él-. Estereoscopios.

– No, no sólo los estereoscopios en sí, sino las fotos. Es lo que quiere la gente. He echado un vistazo al resto de la casa esta mañana y se me ha ocurrido lo que podríamos hacer. Hay una habitación llena de cosas extrañas, lanzas y tambores, ídolos y no sé cuántas cosas más…

– Es el despacho del tío Webster -dijo Rosa-. Ha estado coleccionando todo eso durante años.

– Bueno, pues eso es sólo una parte de la cuestión -Sally continuó-. La otra es Rosa. ¿Se podría contar una historia con fotografías? Con gente, actores, en situaciones dramáticas, como si fuera una obra de teatro, ¿con escenario y decorados?

Hubo un pequeño silencio.

– ¿Crees que se venderían? -preguntó Rosa.

– Se venderían como churros -dijo Trembler-. Dame mil y los venderé antes de la cena. ¡Pues claro que sí que se venderían!

– Publicidad -añadió Sally-. Podríamos conseguir una columna en todos los periódicos. Tenemos que ponerles un nombre ingenioso. Yo me ocuparé… es fácil. Bueno, ¿qué tal si las hacéis?

– Ningún problema -contestó Rosa-. ¡Es una idea maravillosa! Podrías fotografiar escenas de las obras más populares…

– ¡Y venderlas en el teatro!

– Canciones -dijo Trembler-. Fotografías para ilustrar las nuevas canciones de los espectáculos musicales.

– Con anuncios en la parte de atrás -dijo Sally-, así ganaremos dinero extra por cada foto que vendamos.

– Sally, ¡es una idea magnífica! -exclamó Rosa-. Y con todos estos complementos…

– Y en el patio hay suficiente espacio para crear un estudio de verdad. Como el de un artista, con el decorado, el escenario y todo tipo de cosas.

Todos dirigieron la mirada hacia Frederick, que no había dicho nada. Su expresión era de resignación. Extendió sus manos.

– ¿Qué puedo hacer yo? -dijo-. ¡Adiós al artista, entonces!

– Oh, no seas estúpido -le recriminó Rosa-. Convierte esto en arte.

El muchacho se volvió y la miró. Sally pensó: «Son como panteras, los dos. Se lo toman tan a pecho…».

– ¡Tienes razón! -exclamó el fotógrafo de repente, dando un golpe en la mesa.

– No puedo creerlo -dijo Rosa.

– Pues claro que Sally tiene razón, estúpida. Me he dado cuenta enseguida. Y lo haremos. ¿Pero qué me dices de las deudas?

– En primer lugar, nadie nos está presionando para que paguemos. Debemos bastante dinero, pero si demostramos a nuestros acreedores que estamos haciendo verdaderos esfuerzos para pagar, creo que saldremos adelante. En segundo lugar, también nos deben dinero a nosotros. Hoy mismo enviaré una carta de aviso a los morosos. Y en tercer lugar, Rosa ya mencionó la posibilidad de alquilar habitaciones. Tenéis sitio de sobras, incluso contándome a mí. Eso significa unos ingresos fijos, aunque sólo se trate de algunos chelines por semana. Y por último está el asunto de las existencias. Frederick, quiero que esta mañana me ayudes a deshacernos de todo lo que esté un poco anticuado o no sea útil. Lo liquidaremos; lo pondremos a la venta como oferta. Conseguiremos dinero rápido para poder pagar la publicidad. Trembler, ¿podrías empezar a organizar lo del patio? Necesitamos un espacio amplio y despejado. Y Rosa…

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